Publico mi segundo artículo en esta excelente revista digital que generosamente me ha abierto sus puertas, Homonosapiens. El título, Wakefield y otros hombres que se perdieron. El nombre propio se corresponde con un relato de Nathaniel Hawthorne que me fascinó desde la primera vez que supe de él, por boca (como con tantos autores) de Jorge Luis Borges, que le dedica un artículo al autor en su libro de ensayos Otras inquisiciones. De hecho, Borges se centra en este relato, hasta el punto de parafrasearlo por completo, inquietado por la historia de ese hombre, Wakefield, burgués satisfecho y sin especial imaginación, que gusta de guardarle caprichosos misterios a su esposa, y que un buen día decide darle un pequeño susto marchando de su hogar un breve tiempo sin dejarle indicación de cuándo volverá. El plan es alojarse en una habitación a un par de calles de su casa y pasar unos días regocijándose de la impresión que va a provocar en ella. Sin embargo, y sin ningún motivo objetivo, sin una sola explicación plausible, Wakefield pasará más de veinte años fuera del hogar, a esa breve pero al tiempo lejanísima distancia, como si una brecha impalpable pero infranqueable se hubiera abierto entre él y su vida normal… hasta que otro buen día, y debido una circunstancia del todo trivial (camina errante, como el fantasma sin vida que sin duda es, y de pronto le sorprende una lluvia inesperada, justo cuando pasa frente a la puerta de su casa; ¿no es de tontos mojarse cuando al otro lado de la ventana observa que hay un acogedor fuego encendido?…).
En este ensayo, Borges desarrolla una de sus ideas básicas de teoría literaria: la de que «un gran escritor crea a sus precursores», situando a Hawthorne en la estela de Frank Kafka, cuya obra plagada de culpas insondables y castigos incomprensibles pero insoportablemente lógicos viene prefigurada en este muy breve pero genial cuento. En mi comentario, sin embargo, y utilizando Wakefield como hilo conductor, engarzo diversos cuentos estadounidenses del siglo XIX (con la brevedad que exige el formato de Homonosapiens…) para vincularlos con un temor muy moderno: el del hombre civilizado por perder su posición en el mundo, esa posición que diríase que es la que nos define mucho mejor que nuestra personalidad o nuestros anhelos. Wakefield pierde la sincronía con el mundo, como la pierden los protagonistas de esos otros cuentos: Rip van Winkle, de Washington Irving, El hombre de la multitud, de Edgar Allan Poe, y Bartleby el escribiente, de Herman Melville, este último uno de los mayores estudios de la desdicha y del patetismo del hombre «perdido» que jamás se hayan escrito.