Steve Ditko, el hombre que creó a Spiderman

La portada de Ditko para Amazing Fantasy 15... que nunca se publicóLa imagen icónica de Spiderman y su mundo se debe al dibujante John Romita: fue su estilo suave y clásico el que selló la definitiva materialización gráfica de Peter Parker, de los secundarios de la serie (comenzando por sus novias de belleza deslumbrante, Gwen Stacy y Mary Jane Watson), incluso de sus villanos, del Duende Verde al Doctor Octopus. Todos los dibujantes que trataron después al personaje en Marvel tuvieron que ajustarse a ella. Fue quedando así en el olvido que la imagen del trepamuros había sido inicialmente mucho más sombría y áspera, menos «bella», como corresponde a un Hombre Araña de verdad. Yo mismo comencé a leer con regularidad sus cómics en la versión Romita, más o menos a los once años, pero entre las tinieblas de mi memoria infantil todavía se agazapaba una primera impresión, mucho menos tranquilizadora, del mismo personaje, que el niño pequeño que era entonces prefirió dejar sin leer en ese momento. Era, claro, el Spiderman de su primer dibujante y creador gráfico —bueno, mucho más que un mero creador gráfico—, un artista excepcional sobre el que muy pronto cayó un velo de olvido, pese a que en los primeros años de existencia de la serie pareció irremplazable: Steve Ditko, el hombre que diseñó su mítico uniforme, la apariencia de Peter Parker y algunos de los más carismáticos secundarios de la serie, empezando por la tía May o J. Jonah Jameson, y buena parte de los enemigos mortales del héroe, como los antedichos líneas arriba. Y seguramente el gran responsable de esa cualidad que hizo a Spiderman el personaje de cómic con el que más aficionados nos hemos podido identificar: un entorno cotidiano, doméstico, nada sobrehumano, que nos permitía hacer pensar, como señalaba uno de los diálogos de la época, que Spiderman era «el héroe que puedes ser tú».

Vayamos al diseño inicial del personaje. Sabido es que Stan Lee, el genial impulsor del Universo Marvel, decidió crear un tipo de superhéroe muy diferente al modelo «normalizado» que se había impuesto en el mundo del tebeo desde la creación del primero de todos ellos, Superman. Lee pensó en un héroe vulnerable, lleno de problemas, cuya apariencia retrajera de toda posible admiración, que incluso gozara de mala prensa: por tanto, qué mejor que asociarlo con un animal en principio tan desagradable como una araña. En justa correspondencia, su alter ego tendría que ser un muchacho corriente, al que la adquisición de súbitos poderes le abrumara debido a la tensión entre la nueva vida a que estos le abocaban y su desesperado intento por retener toda la normalidad posible de la antigua. De ahí el detalle genial de que su bautizo como superhéroe adquiriera la fórmula de un pecado original —la muerte de su querido tío Ben, prácticamente su padre adoptivo, por inacción suya— que le otorgara un torturado sentido del deber (que resume muy bien la mítica frase, presente ya en el primer tebeo del personaje, de que «todo gran poder conlleva una gran responsabilidad»).

Spiderman de Ditko, inapreciableComo hacía con todos los nuevos personajes que se le iban ocurriendo en aquel increíble frenesí de creatividad de la primera Marvel, Stan Lee le pasó la idea a su inseparable Jack Kirby para que la plasmara sobre el papel. Y el diseño que hizo éste le decepcionó profundamente: el mítico Rey había dibujado un personaje en la misma línea de los que ya estaba desarrollando para la Casa de las Ideas, al estilo de Los 4 Fantásticos, El Hombre de Hierro, La Masa, etcétera. Un diseño que ni siquiera revelaba la cualidad arácnida del nuevo héroe (¡incluso portaba pistola!). Pese a la distendida superficialidad con que él mismo gustaría de adornarse en el futuro, Lee era un hombre con gran perspicacia artística y decidió que tenía que buscar otro dibujante y otra mirada. Y la encontró en el hombre que inicialmente debía ser el entintador de Kirby para ese personaje, un dibujante que llevaba ya una década en la profesión y con el que Lee colaboraba en algunas de las series de la Casa.

Steve Ditko, nacido en 1927, era el artista encargado de una colección titulada Amazing Adult Fantasy, que tenía el formato de antología de relatos de temática fantástica o directamente terrorífica cuyo fuerte eran la sorpresa final que solía revelar la viñeta final, un poco al estilo de la famosa The Twilight Zone (en España, La Dimensión Desconocida) que entonces hacía furor en la televisión. En el último número de esa revista, desprovista en su título del adjetivo intermedio, esto es, en Amazing Fantasy nº 15 (agosto de 1962), es donde tuvo lugar el debut del nuevo personaje. Por cierto, el adjetivo que quedó en la cabecera, amazing, «sorprendente», se mantendría en la colección que pocos meses después, y a la vista de la repercusión obtenido por ese número de clausura, la Casa dedicó al nuevo personaje, ya en exclusiva.

Ditko, en primer lugar, comprendió que las connotaciones negativas del animal al que el nuevo héroe debía sus poderes, la araña, exigían un diseño más propio de una serie de terror. Con el tiempo nos hemos acostumbrado (sobre todo desde que John Romita suavizara el componente siniestro del uniforme), pero en su momento constituyó toda una transgresión que un héroe noble tuviera una apariencia propia de un villano (incluso de un villano no humano). El primer detalle genial fue que una máscara cubriera por completo su rostro: recuérdese que los héroes de entonces, o llevaban descubierto el rostro al estilo de Superman o los mismos 4 Fantásticos, o apenas se cubrían media cara al estilo de Batman o Flash (de modo absurdo: si la voz es uno de los sellos más reconocibles de la identidad, ¿cómo diablos podían mantener entonces el anonimato?). Ditko dio a su personaje una faz que inspiraba miedo, dominada por unos enormes ojos sin pupilas, inexpresivos, inescrutables, y por unas telarañas que envolvían el cráneo y se prolongaban por el torso y las extremidades, y que incluso colgaban por debajo de los brazos.  Esa máscara y esas telarañas, precisamente, darían la medida en el futuro del buen dibujante del personaje: es célebre que Jack Kirby nunca supo dibujarlas bien.

Página inaugural de Spider-Man, por DitkoEl artista se ganó, por tanto, el puesto porque proporcionó a Stan Lee ese plus de realismo que demandaba el personaje. Un realismo cotidiano y, por lo tanto, áspero. Quien se asoma a las páginas de aquellos irrepetibles 38 números que conforman los años de Ditko (hasta julio de 1966), encontrará que, en efecto, esos no parecen los personajes a los que está acostumbrado. O sea, la fórmula Romita. Nadie, desde luego, podría llamar bello un rostro femenino dibujado por Ditko. Y eso que fue, por ejemplo, el creador de Gwen Stacy, la novia por excelencia del trepamuros, pero la dotó de una belleza agresiva, de un rostro arisco y, por ende, no la presentó como la dulce fémina en que enseguida la convirtió Romita y que tanto lloramos cuando unos años después nos la mataron. Del mismo modo, la tía May de esta etapa es una anciana de rostro arrugado y consumido y J. Jonah Jameson, que enseguida se convirtió en el personaje más carismático de la serie, un individuo entre lo caricaturesco y lo siniestro, al que el dibujante dotó de una sonrisa homérica en sus momentos de vanidosa satisfacción y de un rictus considerablemente inquietante en los de hondo enfado. En cualquier caso, en sus manos todavía no se convirtió en la especie de mascota de la serie de tiempos posteriores, cuando acabó siendo domesticado y convertido incluso en un tipo entrañable, algo que desde luego Ditko (otra cosa es Stan Lee) nunca pretendió.

Es curioso que el efecto que produjera el dibujo de Ditko en la época (y que los críticos actuales subrayan con tenacidad) fuera el de un completo realismo. Y sin embargo, cuando un lector —recordemos: un lector educado en otro modelo para Spiderman— abre las páginas de sus tebeos, la primera sensación que tiene (y aquí hablo tanto en primera persona como recojo impresiones de otros aficionados al héroe) es de hallarse una irremediable antigualla. Cierto es: Ditko parece un dibujante antiguo, de otra época, a ratos incluso tosco. Pero no cometamos un error: Ditko es antiguo en el sentido en que hoy puede parecerlo Charles Chaplin. Es el tributo que pagan los pioneros de la modernidad.

El Duende Verde en los lápices de DitkoEl realismo de Ditko está en la forma de hacer que su personaje, enfundado en el uniforme, sea en verdad un Hombre Araña: en sus torsiones imposibles, en su increíble elasticidad, en su forma de hacer tan fluidos sus movimientos, que luego heredarían otros dibujantes. El realismo está en el protagonismo que supo dar a la ciudad como se correspondía a un héroe urbano por excelencia, en contraste con el ambiente cósmico o épico de los otros personajes de la casa. El realismo está en la expresividad increíble que le dio a los rostros y a los cuerpos de sus personajes, empezando por el aspecto desgarbado del Peter adolescente.

El realismo, en fin, está en el entorno. Ditko entendió muy bien al personaje, intentando huir en lo posible de la excepcionalidad a que se inclinaba el mismo Lee, incluso en detalles como el que los numerosos villanos enmascarados a los que se enfrentaba, una vez derrotados, resultaran ser tipos anónimos a los que, como es lógico en la inmensidad de una ciudad de tantos millones de habitantes, Peter no podía conocer. Como es notorio, este principio saltaría en pedazos sobre todo tras la marcha de Ditko, convirtiendo el entorno de Peter en el espacio por excelencia del azar más desatado, de tal modo que cualquier personaje secundario de la serie prácticamente acabaría muriendo a manos de un villano o siendo la personalidad secreta de uno de ellos… o estando a punto de casarse con uno de ellos, sin ir más lejos, la misma tía May con respecto al doctor Octopus. Y no lo critico, pues esta condición de folletín delirante hasta rizar el absurdo es uno de los atractivos de la serie… pero en el futuro

De hecho, la versión tradicional de la marcha de Ditko en pleno éxito es que chocó con Stan Lee acerca de la identidad secreta del villano estrella de la serie, el Duende Verde: el dibujante quería que fuese otra vez un tipo cualquiera, pero a Lee eso le parecía anticlimático. (Los datos actuales parecen desmentir esta información, pero no cuestionan que estos detalles fueran parte de los conflictos que acabaron por hacer que la pareja Lee-Ditko dejara de comunicarse personalmente y ayudara a desencadenar su separación.)

En cualquier caso, también esta etapa posee el suficiente hálito irreal para contentar a los amantes del delirio. Podemos hallarlo, por supuesto, en el aspecto alucinante de una galería de villanos que parece extraída de un serial cinematográfico de horror antes que de un cómic de superhéroes. Ditko jugó a fondo la decisión de Lee de hacer que, del mismo modo que su héroe había extraído sus poderes de un insecto, sus enemigos constituyeran todo un bestiario. Los nombres ya lo indican: el Lagarto, el Doctor Octopus, el Buitre, el Escorpión, el Camaleón, todos ellos de diseño impagable (destaca que el Buitre fuera… el primer villano de la tercera edad). A los que hay que añadir otros no menos grotescos como Electro, Mysterio, el Hombre de Arena (el cual, eso sí, compensaba su excepcionalidad con su aspecto vulgar: el experimento que le dio sus poderes también alteró la ropa que llevaba en ese momento —unos pantalones y una camiseta de rayas— fundiéndola con su persona) o el más afortunado de todos, el Duende Verde.

El Dr. Extraño, Maestro de las Artes MísticasNo hay que olvidar, además, que en esos años Ditko se responsabilizaba de las aventuras de otro personaje, el Doctor Extraño, cuyo ámbito era justo el opuesto al de Spiderman. En consonancia con ese personaje que domina las artes mágicas y el acceso a dimensiones de la realidad a cuál más fantástica, Ditko obsequiaba todos los meses con un conjunto de aventuras coloristas en donde derrochaba toda la imaginación desatada que contenía en The Amazing Spider-Man. Falta en España* una buena edición a color de las páginas de Strange Tales que albergaban al Doctor Extraño, pero el interesado puede hacerse una idea con la lectura del Anual nº 2 del trepamuros, en el que Ditko unió a sus dos personajes.

La relectura de toda la etapa —se puede encontrar en las estupendas ediciones de Panini en su colección Marvel Omnigold, con una calidad que los amantes españoles de Marvel nunca pudimos soñar en días no muy lejanos— revela que uno de los mayores atractivos de esa etapa del personaje es la subterránea tensión que existe entre las intenciones de Lee y las de Ditko. Para ello hay que tener en cuenta la extraordinaria libertad con que contaban los dibujantes de la Casa de las Ideas debido a la muy particular forma de elaboración de los cómics, eso que con el tiempo se llamaría «Método Marvel». Y que consistía en que el guionista (Lee casi en exclusiva en esos primeros años 60) entregaba al dibujante una sinopsis del argumento, a partir de la cual éste desarrollaba toda la narrativa gráfica. Una vez dibujadas a lápiz, las páginas regresaban al escritor para que éste redactara los diálogos, y luego eran entintadas, rotuladas y coloreadas.

Es decir, con ese método un buen dibujante contaba con una considerable autonomía (nada que ver, por ejemplo, con los minuciosos libretos, de múltiples indicaciones aun para una sola viñeta, de un Alan Moore para sus dibujantes en esas obras maestras que son Watchmen o La Cosa del Pantano). El margen creativo, en estas condiciones, era grande: es famosa la sorpresa que Stan Lee se llevó al recibir las páginas dibujadas por Kirby en el nº 48 de Los 4 Fantásticos, que narraba la llegada de Galactus a la Tierra. En ellas aparecía un personaje que él no había incluido en su plot, una especie de surfista del espacio que precedía la llegada a la Tierra del personaje central: y es que Kirby había pensado que un ser de la grandeza del señalado requeriría, sin duda, los servicios de un heraldo. Ese fue el nacimiento de Estela Plateada.

El grotesco LagartoSteve Ditko tuvo la misma libertad creativa, hasta el punto de que acabó siendo acreditado como co-autor de los argumentos a partir del nº 27, y es lógico pensar que esto se producía desde mucho antes. Surge así la tensión que señalaba líneas arriba. Los dibujos de Ditko crean una opresiva sensación de angustia, de amargura; los diálogos de Lee envuelven al personaje bajo unos toques de comedia delirante que, sin embargo, no suavizan en nada la atmósfera creada por el dibujante sino que la matizan mediante un tono de ironía que subraya aún más la esquizofrenia que su doble personalidad ha creado en el joven Peter Parker. Tiene sentido así que, en determinado episodio, el muchacho cuestione su locura y se ponga en manos de nada menos que un psicoanalista; y no es para menos, pues en cuanto visita su despacho su sentido de la percepción se trastoca: toda la habitación parece boca abajo. Y es que, por supuesto, lo está: el incauto héroe está a punto de caer en manos del maestro de la ilusión Mysterio.

De hecho, los percances que podían sucederle a Peter eran cómicos o patéticos, según se mirase: en determinada aventura, tía May descubría su uniforme (aunque aceptaba su excusa de que era un mero disfraz) y se lo confiscaba; mientras lo recuperaba, Peter no tenía otra ocurrencia que ir a una tienda de disfraces y comprarse uno de verdad… para que a las primeras de cambio perdiera su flexibilidad, soltándose la unión de guantes y máscara con el torso y obligándole a sujetárselos con su propia tela de araña. Y la grandeza es que esto no era un mero detalle de humor: al tener soldada la máscara con su pegamento, el Duende Verde, cuando lo tiene desmayado a su merced pocas páginas después, no consigue despojarle de ella y así descubrir su identidad secreta. Estos detalles parecen más propios del dibujante que del escritor, en su complacencia por el realismo cotidiano, y desde luego fueron forjando el aire cómplice y a la vez complejo de una serie que supo crear una atmósfera de coherencia como ninguna otra de su especie.

A lo largo de los cuatro años que Ditko permaneció en la serie la progresión fue continua, alcanzando su momento dorado con la Saga del Planeador Maestro (núms. 31 a 34), donde se unieron el completo dominio del tándem creador sobre los personajes —elaborando un argumento que une de modo maestro los dos entornos del protagonista convirtiendo la enfermedad fatal de tía May (debido a una transfusión de su sangre radiactiva por parte de Peter, nuevo toque maestro sobre su angustia vital) en el motor de una aventura bigger than life— con el propio esplendor del dibujante, que se libera del encorsetado diseño de viñetas de los primeros números para deparar una de las secuencias más justamente recordadas de la serie, pura esencia del personaje, en que sabiendo que la vida de su tía depende de él consigue sacar fuerzas de donde no las tiene para librarse de la maquinaria que lo aprisiona.

Mítica secuenciación del momento cumbre de la Saga del Planeador Maestro

Ditko todavía permanecería cuatro números más, pero quizá él mismo fue consciente de haber alcanzado su cima, porque en esos tebeos siguientes se advierte ya un estancamiento y una desgana evidentes. Los especialistas —Julián M. Clemente acaba de publicar en Panini un espléndido libro, Spider-Man, la historia jamás contada, imprescindible para conocer detalles sobre estos años y cualesquiera otros de la serie— cuentan que el artista se encerraba cada vez más en un arisco ensimismamiento, influido por las particulares teorías individualistas de la escritora Ayn Rand, el llamado Objetivismo (su antipático novelón El manantial sirve bien para conocerlo: es curioso que diera lugar a una de las obras maestras de Hollywood, la película de King Vidor de 1949 que la adapta). Stan Lee también fue haciéndose a la idea de que una etapa se acababa y fue buscando un sucesor, que encontró en John Romita.

De modo abrupto, los amantes de la serie se encontraron con que Ditko desaparecía de escena, sin avisar, en el nº 39. Volvería a Marvel, más adelante, pero nunca a dibujar a su personaje emblemático. En ese mismo número, y contraviniendo esa huida de lo excepcional que tanto había defendido, el malvado Duende Verde resultaba ser Norman Osborn, personaje secundario que era el padre de uno de los amigos de la universidad de Peter. Se iniciaba una nueva etapa. La serie osciló de inmediato hacia el culebrón romántico, sin duda delicioso, pues los dibujos de Romita así parecían demandarlo, pero sin olvidar nunca que el destino de su protagonista es el sufrimiento, lo cual daría muchos momentos de gloria en el futuro. Pero esa ya es otra historia.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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