Como ya hice a comienzos de año, recojo un cuestionario procedente de un excelente blog, Barrilete Cósmico, que sigo hace tiempo y con cuya autora comparto diversas inclinaciones, en especial sobre lo fantástico y lo aventurero, ya sea en cine, literatura y cómic (y también la sugestión por los gatos, solo que en mi caso a distancia…). Vuelvo a señalar por tanto que este tipo de ejercicios (además de ser un incontenible ejercicio de vanidad: ¿por qué han de interesar nuestras opiniones?), al menos en mi caso, no me los tomo como una forma de categorizar para siempre mis propios gustos, sino como una manera de detenerme en determinado punto y echar la vista atrás. Se descubre así que autores y libros que una vez hubieran estado en todo cuestionario sobre gustos personales ahora se han desvanecido, y que otros los han reemplazado, en ocasiones de un modo tan intempestivo que no deja de sorprendernos. En el fondo, este blog ya es un gigantesco cuestionario sobre mis gustos y mis opciones personales: quiero creer que asimismo me ayudan a definirme, así como a comprobar cómo todo lector, todo espectador, no es, no puede ser, siempre el mismo con el paso del tiempo. En fin, en las respuestas me he extendido seguramente más de lo recomendable: la eterna observación (o crítica) que me hacen muchos de mis amigos o de quienes se asoman al blog es la longitud de las entradas, pero en esta Red por la que sé que la mayoría puede viajar durante horas pero sin dedicar más que unos breves momentos a cada rincón que visita, creo que también debe haber un espacio para paseantes más sosegados a los que les guste dedicar el tiempo que haga falta a aquel tema que haya llamado su atención. Es lo que yo busco en internet, y lo aplico a rajatabla en mi propio blog.
Comienza pues la ronda de preguntas:
¿Qué libros marcaron tu vida como lector en tu infancia, adolescencia y vida adulta? Para la infancia, la respuesta es muy fácil: Julio Verne y Agatha Christie modelaron mi afición a la lectura, al ser los autores que reinaban en la única biblioteca que tenía a mano: la de mi abuelo. De hecho, en esos primeros años casi no leí a otros autores, de tal modo que su estilo, tipo de desarrollo narrativo y tipificación de personajes condicionó tanto para mí los dos géneros respectivos en que se desenvolvían (la aventura y el misterio) que me costó trabajo admitir otras perspectivas diferentes. Por citar un libro de cada uno, del primero sería La isla misteriosa, a cuyas páginas no me canso de volver: me incomoda todo lo que carece de asfalto y edificios, pero siempre hago una salvedad con la isla de Lincoln, donde Verne situó a sus colonos (que no náufragos): creo que no me costaría ser el sexto protagonista de la novela. De Mrs. Christie, el primero de sus libros que leí, que desde luego no es de los mejores, pero que por abrir el fuego y por su tema (la amnesia y los arcanos de la memoria que esconde esta dolencia para mí tan onírica), me resulta imprescindible, o sea, Un crimen perfecto.
En la adolescencia descubrí la literatura de terror, a partir sobre todo de la mítica antología de Alianza Editorial Los mitos de Cthulhu, que me reveló no solo a Lovecraft, sino a Machen, Blackwood, M. R. James y otros maestros modernos. Por tanto, más que de libros debo hablar aquí de relatos: El extraño o La sombra sobre Innsmouth de Lovecraft, El pueblo blanco de Machen, El hombre al que amaban los árboles de Blackwood… Añado otros maravillosos cuentos fantásticos descubiertos en esta época: La sirena en la niebla de Ray Bradbury (el relato más bello del mundo), Carmilla de Sheridan Le Fanu, Bartleby el escribiente de Herman Melville (que en rigor no es fantástico pero que es dolorosamente aterrador)…
En la edad adulta (por ésta entiendo el momento en que dejé atrás la vida de estudiante, aunque no aseguro que eso sea ser adulto), mi principal descubrimiento fue Henry James, autor al que harían falta varias vidas no ya para leer por completo, sino para entenderlo del todo. Pero también Chesterton, Stanislaw Lem o Dostoyevski. Y todavía no he dejado de descubrir, cada año, alguien con la capacidad de deslumbrarme: el último, George MacDonald Fraser con su genial personaje de Harry Flashman, pero también relativamente recientes son para mí la pareja de autores de novela policiaca formada por los suecos Maj Sjöwahl y Per Wahlöö (el ahora fallecido Henning Mankell y otros escritores escandinavos del género los consideran sus auténticos maestros: escribieron entre los años 60 y 70); el español Enrique Vila-Matas (otro autor que, o lo mantienes a distancia con recelo, o te atrapa y te obliga a leer del tirón sus obras); el autor en lengua alemana (y de nacionalidad más bien borrosa) Elias Canetti; o el genial ensayista político Tony Judt, quizá la pérdida intelectual más valiosa de los últimos tiempos.
¿Quién ha sido tu personaje más querido y el más odiado? Los más queridos, claro, son aquellos que, por haber sido serializados por sus respectivos autores, me ofrecieron un mundo en el que zambullirme una y otra vez. Son varios a los que debo tributo: el detective Sherlock Holmes, por supuesto, y sus múltiples avatares; el proscrito, incomprendido, genial y lo que haga falta Guillermo Brown, el único personaje que me hace añorar la infancia; Spiderman o más bien Peter Parker, la criatura de papel más real que conozco por cuanto su mundo cotidiano (hablo, claro, de su «identidad secreta» como estudiante) se prestaba en su momento más que el de los otros para la identificación personal…
Pero si voy a personajes singulares, magnificados por una sola aparición, me inclino por dos eminentes del cine de aventuras. Uno encarna el vigor de la juventud, la insolencia irresistible de quien vence con la espada y con la palabra, con la acción y con el humor, y que encima tiene dos mujeres a cuál más bella entre las que debatirse. Me refiero a Scaramouche, no el personaje de Rafael Sabatini sino el de Stewart Granger, inmortalizado en la versión que de la novela de aquél hizo la Metro Goldwyn Mayer en 1952. El otro supone el escepticismo y la lucidez de la edad madura tamizados por la nobleza de quien sabe que el cinismo absoluto es la solución de los débiles: el inolvidable Porco Rosso, protagonista de mi película favorita de Hayao Miyazaki.
En cuanto a los personajes odiados, voy a hacer algo de trampa en la respuesta, pues lo que más detesto probablemente no se deba a ellos sino al cargante actor que convirtió en un suplicio aguantarlos. Los tres personajes interpretados por James Dean, el mito más incomprensible de la historia del cine, se llevan la palma, en especial el inverosímil teenager con problemas de adaptación que interpretó en Rebelde sin causa. Y no lejos andan muchos de los que encarnó un actor que, en mi opinión, estropeó a muchos otros que quisieron imitarlo: Marlon Brando.
¿Qué libro o autor te parece sobrevalorado? Me resulta difícil contestar a esta película por una razón sencilla: los libros, por su naturaleza táctil —es otro motivo para resistirme a pasarme al libro digital—, permiten al lector curioso hacerse una idea de su contenido. Quién sabe cuánto tiempo he pasado en una librería no ya hojeando sino leyendo páginas y páginas de títulos que luego no he comprado (o que, a base de revisarlos una y otra vez, acabé por decidirme a hacerlo). De ahí que cuando no he sentido ese feeling hacia las páginas que leía, los he dejado donde estaban. Además, al revés de lo que me sucede con el cine, con la literatura no siento (al menos, no con todas las literaturas) la necesidad del completismo.
Ahora bien, por citar algunos libros que no me han gustado nada y que tienen prestigio (cada uno en su ámbito), allá van algunos: El tambor de hojalata, de Günter Grass; Fundación, de Isaac Asimov; Bella del señor, de Albert Cohen; El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez (una de las mayores decepciones de mi vida, por cuanto en el momento en que lo leí idolatraba a este escritor); Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin (y mira que lo he intentado en varias ocasiones, pero no hay manera…).
Haciendo trampa a la pregunta, que se centraba en la literatura, salto al cine, medio que por su mayor «rapidez de consumo» permite conocer a fondo incluso a autores poco valorados. Y aquí sí tengo una larga lista de directores que me parecen muy sobrevalorados. Dos son mis bestias negras por excelencia: Stanley Kubrick y Martin Scorsese. El primero siempre me ha parecido un director que pretende hacernos creer, de modo insoportablemente pomposo, que cada imagen de cada película suya es el colmo de la trascendencia; el segundo, todavía en activo, es un hombre con una debilidad muy cargante por el exceso, en todos los sentidos, y yo hay pocas cosas que aguanto menos que el exceso. Eso sí, reconozco que en la filmografía de ambos, e incluso dentro de películas suyas que me parecen malas, se esconden también cosas valiosas. Otros directores que me parecen sobredimensionados (pero cada uno de los cuales tiene algo bueno, incluso magnífico: no hay absolutos en el arte, me parece) son, más clásicos, Jean Renoir, John Huston o François Truffaut; más recientes, Francis Ford Coppola, David Fincher o los Hermanos Coen, no digamos ya españoles como Carlos Saura o Pedro Almodóvar.
¿Cuál recomendarías en su lugar? No voy a descubrir a ningún desconocido, pero voy a citar algunos autores por los que siento predilección y que, creo, hoy día no son tan recordados o directamente están catalogados en un segundo nivel con respecto a otros de su época y género. Por ejemplo, en el ámbito de la literatura de aventuras, Henry Rider Haggard me parece que nada tiene que envidiar a grandes más reputados: su Allan Quatermain sigue siendo uno de los mejores personajes de todo el género y Ella, una cumbre inolvidable. En un campo diverso que va del terror a la ciencia-ficción y el policiaco, algunos autores norteamericanos como Fritz Leiber o Fredric Brown, todavía poco conocidos por mí, no paran de sorprenderme del modo más agradable: Nuestra Señora de las Tinieblas, del primero, y La noche a través del espejo, del segundo, son buenos ejemplos. Otra autora que creo que aguarda su reivindicación es la británica Vernon Lee, que tiene cuentos de terror entre las cimas del género.
En cuanto a las novelas, y por citar algunas que no sean las de siempre, lo hago con varios de la literatura inglesa (mi anglomanía es persistente…) como El buen soldado, de Ford Madox Ford; La plenitud de la señorita Brodie, de Muriel Spark; Huracán en Jamaica, de Richard Hughes (que dio origen a una gran película de anti-aventuras: Viento en las velas); un par de novelas policiacas, extrañísimas y geniales, de un autor asociado a otro género, el polaco Stanislaw Lem: La fiebre del heno y La investigación; un libro poco conocido del gran Kipling: La luz que se apaga…
Y por concluir, como en la pregunta anterior, con el cine, entre directores que me parecen magníficos pero no tan (re)conocidos como otros, destacaría a gente como el americano Jacques Tourneur, el italiano Mario Bava, el checo Jan Svankmajer, el inglés Michael Powell, el japonés Mikio Naruse o un hombre muy prolífico y respetado o vilipendiado por épocas, pero cuya filmografía global me parece espléndida, Sidney Lumet, el director de Doce hombres sin piedad o Antes que el diablo sepa que has muerto, primera y última películas de su carrera, separadas justo por 50 años y ambas maravillosas.
¿Qué libro consideras que no debería o que sería imposible adaptar correctamente al cine? Está claro que no es imposible de adaptar… pero ojalá nunca hubiera sido llevado a la pantalla El Señor de los Anillos. Es el típico caso de libro que obliga a dejar volar la imaginación para formarnos una idea de cómo debería ser el escenario donde transcurre la acción, la inolvidable Tierra Media, y el aspecto de las criaturas que lo pueblan y, claro, sus personajes. Leer este libro sin ninguna referencia es una experiencia que no se volverá a repetir si antes hacerlo o de releerlo (y yo lo he hecho varias veces) uno ha consumido las películas, no tanto la primera y entrañable de Ralph Bakshi como la segunda, exhibida en forma de trilogía, de Peter Jackson. Es evidente que ya no es posible imaginar a Frodo bajo otros rasgos que no sean los de Elijah Wood, ni a Gollum de otra forma que no sea la de esa repulsiva gárgola digital. A quienes guste la trilogía, claro, les parecerá que nada se ha perdido —y a mí mismo, como he comentado en este blog, me seduce más que me fastidia, aunque me parece irregular (mejor no hablar, eso sí, de la trilogía de El hobbit, que solo sirve para que el descrédito que vuelca sobre Jackson nos haga revisar nuestra opinión sobre su primer trabajo tolkieniano)—, pero quien tiene el libro por inmensamente superior se encontrará para toda la eternidad con una interferencia que no existía en el momento de aquella gozosa y lejana primera experiencia lectora.
¿Hay alguna tendencia en la forma de hacer cine durante los últimos años que te parezca irritante o negativa? Para mí, lo más irritante del cine es el empeoramiento de una tendencia que ya procede de los días de mi adolescencia: la trivialización del cine de género norteamericano de gran presupuesto, con su inclinación a rebajar cualquier propósito de densidad en beneficio de las concesiones al espectáculo fácil. Y es que hubo un tiempo en que ambas cosas podían unirse sin problema alguno, y ahí están El planeta de los simios, Los vikingos o Doctor Zhivago para demostrarlo.
Los cineastas más relevantes que comenzaron esta tendencia fueron, en los años 70, George Lucas y Steven Spielberg, a los que siguieron gentes de mucho menor talento o inteligencia, hasta llegar al cine actual de blockbusters, sobre todo esas interminables franquicias con que se obsequia a ese voraz público al que, en el fondo, le da igual consumirlas en pantalla grande o en su propio móvil, lo cual ya es significativo. Tal vez sea Christopher Nolan (y soy consciente de lo discutido que es este hombre) el último y muy digno resistente del cine espectacular que no renuncia a la densidad.
En concreto, me parece terrible algo que, por otra parte, es inevitable y que, en sí mismo, no tiene por qué ser negativo. El increíble avance de los efectos especiales ha hecho hoy día posible, gracias sobre todo a las llamadas CGI (Imágenes Generadas por Ordenador), que se pueda recrear cualquier escenario fantástico, imposible o sencillamente irreal, y animar cualquier ilusión. No me gustaría que me tomaran por un retrógrado que defiende los muñequitos de Ray Harryhausen sólo porque son «antiguos», pero las CGI han hecho posible lo imposible… a cambio de estar a punto de destruir el genuino sentido del onirismo que siempre fue elemento imprescindible del cine, sobre todo del cine fantástico. Mecanizar los sueños hasta tal punto de que ya nada nos sorprende es el peor legado de esta consecución del más difícil todavía.
¿Cuál, en cambio, te parece un aporte positivo? Lo más positivo, para mí, es que se han derribado las barreras de lo que se consideraba digno o poco digno. Es decir, cada vez más cinéfilos y, sobre todo, críticos o especialistas en cine comienzan a considerar que el cine (el arte en general, debiera ser) no puede parcelarse en categorías que dictaminen la mayor o menor «categoría» de un género. Irónicamente, aquí es donde debe reconocerse la labor de hombres como Lucas o Spielberg —y antes de Stanley Kubrick, el hombre que sacó la ciencia-ficción de la serie B—, que abrieron el camino a que los directores de relumbrón (y luego los actores de prestigio) no dudaran en saltar a la arena de los géneros considerados tradicionalmente como entretenimiento «popular», sobre todo el cine fantástico en cualquiera de sus variantes. Añado a esto el cine de animación, que ha vivido también en las últimas décadas un notable incremento de su prestigio, saliéndose del ghetto del cine para «niños pequeños» en que todavía está reducido el más clásico de todos, Walt Disney (aunque es claro que siempre han sido los padres quienes se han esforzado en hacer que a sus niños les gustara el creador del pato Donald). Hoy puede parecer anécdotico, y está claro que no lo necesitaba para ratificar su calidad, pero que El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki, ganara en 2001 el Oso de Oro del festival de Berlín puede considerarse el punto de inflexión para que la animación, por fin, fuera admitida en el panteón del cine digno
¿Tienes preferencia, indiferencia o aversión por algún género cinematográfico específico? Como ya he dejado ver, soy un entusiasta del cine de género, lo cual no es original: no encuentro una sola película que no se pueda encuadrar en uno cualquiera de los géneros clásicos, ni siquiera obras emblemáticas del cine «fino» como puedan ser La aventura, de Antonioni, El acorazado Potemkin, de Eisenstein, El año pasado en Marienbad, de Resnais, o Ciudadano Kane, de Welles. Pero aun así, a lo largo de mi vida siempre he prestado especial atención a toda información que me condujera al conocimiento de películas calificadas de cine de aventuras, terror, ciencia-ficción, policiaco o western, los géneros «activos» por excelencia. Ahora mismo, quizás, es la comedia el género que menos frecuento, en buena medida porque he descubierto que incluso muchos de sus mejores ejemplares no aguantan tantas revisiones como los de los otros campos (no es lo mismo ver Sopa de ganso la primera vez que la quinta, mientras que El prisionero de Zenda, Centauros del desierto o Nosferatu da igual cuántas se consuman). Tampoco he vuelto a apreciar, como en mis primeros años de cinéfilo «de guardia», fuera de algunos clásicos, las películas musicales: que alguna vez me divirtieran mucho las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers ahora me parece increíble.
Mi género favorito (esto es, aquél del que estoy dispuesto a ver incluso películas que de antemano sé que van a ser auténticos bodrios, sólo por el hecho de tacharlas de mi lista de desconocidas) siempre ha sido el terror. Pues bien, dentro de él hay un subgénero, muy de moda en estos años, en el que me resisto a entrar salvo que intuya que estoy ante una buena película: el de zombis, figura cuya fascinación per se me resulta incomprensible (en cambio, estoy dispuesto a ver casi cualquier cosa con vampiros dentro… salvo que sean «guapos», claro). Me encantan Yo anduve con un zombi, Muertos y enterrados e incluso la española No profanar el sueño de los muertos, pero no me detenido a ver algún capítulo de las series televisivas que sé que arrasan (The Walking Dead, por ejemplo) ni las múltiples reelaboraciones del cine reciente. Me quedé en las dos primeras entregas de la serie Resident Evil, y hasta ahora.
¿Cuál es el último comic que has seguido con regularidad? Durante veinte años fui seguidor total de Marvel; es decir, compraba casi todo lo que se publicaba… ya fuera de primera mano o rastreando mercadillos y todo tipo de librerías de antiguo. Paré en torno al cambio de siglo, cuando ya tuve que admitir que hacía mucho tiempo que los rectores de la editorial habían sustituido la creatividad por las leyes del mercado, pero sigo siendo un cliente fiel de la casa a través de las magníficas ediciones de los clásicos de sus tres grandes décadas (60-70-80). De modo que, en el fondo, sigo comprando con regularidad lo mismo que en mi niñez, solo que ahora en ediciones incomparablemente mejores (y más caras, ay): Spiderman, La Patrulla-X, Capitán América, Los 4 Fantásticos… De ahí que no pueda estar sino muy agradecido al boom cinematográfico de los personajes Marvel: aun cuando sus adaptaciones fueran horrendas (que no lo son, claro: hay de todo), sólo por el estímulo que han supuesto para estas nuevas ediciones, los marvelómanos deberemos guardarles siempre un respeto.
¿Hay algún estilo de comic determinado que nunca te haya gustado? Profeso con el tebeo la misma filosofía que hacia el cine o la literatura: no hay géneros, estilos, formas o corrientes que sean mejores o peores. Hay que atender a cada ejemplo concreto, y el género que mejor conozco, el de superhéroes (marvelitas, ante todo), es buena muestra: al lado de los Stan Lee, Jack Kirby, Frank Miller o Alan Davis hay mucho autor de derribo (Todd McFarlane, Rob Liefeld, Jim Lee…) y otros cuantos demasiado irregulares (John Byrne, Chris Claremont, Steve Englehart). Eso sí, siento que la pedantería haya entrado también en este campo, y que haya sido descubierto «intelectualmente», por cuanto no soporto las disquisiciones de los nuevos popes de la cultura hacia este arte antes para niños y adolescentes (o sea, para públicos poco formados), los cuales además no consiguen encubrir bien el desdén que en realidad les sigue mereciendo: que intenten poner de moda el término novela gráfica para lo que toda la vida ha sido tebeo ya es significativo…
¿Sigues alguna pauta para redactar y publicar las entradas? En un par de semanas cumpliré los 300 comentarios y pienso celebrarlo con una entrada de autobombo en la que me extenderé un poco sobre lo que intento hacer (espero que las visitas no se hundan por esos días…). Por resumir, un poco, solo decir que su filosofía es equilibrar la información con el análisis personal, y que ese mismo equilibrio intenta transmitirlo a la presentación de las entradas, desde la disposición y encuadre de las imágenes a la redacción del primer párrafo, que intento sea la vía de entrada más orientadora posible para el luego largo comentario.
En fin, acabo con la reproducción completa de la excelente pintura Tránsito en espiral, de Remedios Varo que utilizo como cabecera de mi blog, y que vale bien como símbolo de la condición autoconcluyente de todo cuestionario: el camino que gira sobre sí mismo, pero que se puede entender tanto hacia fuera (el lector) como hacia dentro (el escritor). No se pierdan en él, que Remedios es hipnótica.
¡Uff! Después de tan extensas confesiones, resulta difícil hacer comentarios, pero ahí van algunos.
Coincido en el aprecio por el personaje de Scaramouche encarnado por Stewart Granger, actor infravalorado donde los haya. Pero es que también está colosal en El prisionero de Zenda y Moonfleet. James Dean era un actor insoportable y su repertorio de muecas llega a límites insufribles en Gigante. Con Marlon Brando también me ocurre algo parecido. No sé por qué muchos lo consideran uno de los mejores actores de la historia. Cierto es que en algunas películas está excelso (por ejemplo, El padrino), pero en otras su narcisismo llega a ser inaguantable. Al grupo de actores (y actrices) cargantes no tendría reparo en añadir a Gene Kelly en muchas de sus películas (si bien, un extraordinario bailarín), Jennifer Jones, Red Buttons o Nicholas Cage, entre otros.
Este año he leído el libro de Kipling «La luz que se apaga». Creo que hay una película basada en él, dirigida por William Wellman y protagonizada por el gran Richard Colman e ¿Ida Lupino?, que no he podido ver, ya que es uno de esos films inencontrables que no han pasado a DVD.
Lamento no coincidir en el gusto por el cine de terror. Debe ser que soy muy mayor porque las películas de ese género que más me atraen continúan siendo las de la Hammer. Me inclino más por el western (como buen cinéfilo veterano), el cine negro, policíaco o thriller (como se quiera llamar), el cine de aventuras…
Seguiré otro día.
Tus opiniones sobre estos actores son prácticamente clónicas de las mías, Ángel. Gene Kelly, por simpático que me resulte por algunas de sus películas, era un intérprete cargante, sobre todo cuando sonreía; Brando es para mí un caso de actor con una fotogenia y unas posibilidades muy buenas que se estropeó por divismo y falta de control; Nicolas Cage es el no-actor más insufrible del cine moderno; Red Buttons es, preocupantemente, uno de los pocos secundarios que todavía rodó en el Hollywood clásico… y a quien dan ganas de abofetear duramente; Jennifer Jones era una actriz también flojilla y con tendencia al histrionismo, pero al menos tiene varias películas muy buenas en las que lo disimula mejor. Stewart Granger le da sopas con honda a todos ellos, sobre todo en esos tres geniales clásicos de la aventura que citas y que son de lo mejor del género (y del cine) de todos los tiempos.
La película sobre la novela de Kipling se llamó en España «En tinieblas», y tampoco he podido verla nunca, aunque tengo muchas ganas. En principio, por edad, Ronald Colman no parece encajar en el personaje protagonista, pero era tan buen actor que supongo que lo compensará.
Y en cuanto al terror, no es cuestión de edad, que yo no soy precisamente un adolescente, jaja. Y el western es el otro género en el que me lanzo sin pensar a la menor señal de humo que veo en el horizonte…
Un abrazo, y hasta otra.
No imaginé que de once preguntas fuera posible sacar un texto tan extenso y lleno de memorias y recomendaciones…Es verdad que a menudo estas listas de preguntas, aunque algunas parezcan un poco simples (o más bien, no hay pregunta simple, solo respuestas concisas), hacen pensar mucho en lo que se consideraba como preferido, denostado o interés en unos pocos años.
El detalle de la biblioteca familiar me ha hecho pensar mucho en los libros que tenía por casa y a los que por desgracia, no les hice caso hasta varios años después: la colección reno, con sus solapas pintadas con ilustraciones muy directas y a la vez artesanas, donde el término «conceptual» brillaba por su ausencia y a menudo hacían referencia a situaciones de la novela en sí…Y gracias a las cuales, aunque tarde, pude descubrir a Chesterton e incluso a Sven Hassel.
Respecto a Nolan, opino lo mismo: a menudo se le critica de sobrado, pedante o intelectualoide, solo porque se ha atrevido a hacer un tipo de cine que, pese a ser entretenimiento, intenta ser algo más complejo y hacer pensar más que un blockbuster al uso. Del señor de los anillos, Jackson fue todo un pionero a la hora de llevar a la pantalla una obra así, y aunque en conjunto es buena, su segunda entrega tiene momentos realmente lamentables: ¡Snowboard en escudo! ¡Chistes en plena batalla! Y por dios, ¿¡tan caro era el decolorante para cejas que debería haber llevado Orlando Bloom!? Del Hobbit mejor ni hablar, con una primera entrega correctita y dos que era un relleno descarado.
(Y desde luego, una de las mayores ventajas del aluvión de superhéroes han sido el poder contar con unas reediciones de las historietas clásicas muy accesibles para los legos. En cuanto a lecturas. Porque lo que es el bolsillo es otro cantar..)
Si es que no tengo remedio: cuando cojo carrete, no hay quien me pare… En fin, que gracias por este segundo cuestionario, porque como digo en el post, me lo paso realmente bien haciéndolos. Solo una cosa más: la colección Reno, ciertamente, tenía un aspecto más bien cutre, pero su fondo editorial es una mina, al menos en lo que yo he podido prospectar en librerías de antiguo…
Lo que ocurre con un texto tan extenso es que se te ocurren cientos de comentarios, pero, bueno, ahí van otros pocos.
El otro día se me olvidó, pero Brando también está bien en Sayonara (me temo que soy el único al que le gusta esta película, aparte de Juan Carlos Vizcaíno). Por cierto, a Red Buttons le dieron el Oscar como mejor actor de reparto por este film (ahí si que está contenido). También me gusta Brando en La jauría humana y la película que dirigió, El rostro impenetrable, tampoco está nada mal. Es un western bastante insólito y atmosférico. En fin, que a Brando muchas veces le pierden su divismo y sus excesos.
Sí, Jennifer Jones tuvo la suerte de hacer muy buenas películas, en especial con Henry King, uno de mis directores favoritos. Eso la redime un poco.
En cuanto a Kubrick, he tenido discusiones con buenos amigos cinéfilos que le consideran el no va más. A mí, la película que más me gusta de él sigue siendo Espartaco (debe ser porque ya soy muy mayor), y Teléfono rojo me divierte. En cambio, por ejemplo, La chaqueta metálica me parece un ladrillo y Eyes wide shut, una castaña pilonga de las duras. O una tomadura de pelo, como se quiera mirar. Con respecto a Senderos de gloria, tengo un sentimiento ambivalente. Con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial, muchos críticos la han considerado la mejor película sobre este tema. No creo que sea así (pondría, entre otras, Sin novedad en el frente, de Milestone). Senderos de gloria peca de un exceso de retórica y subrayado (si bien hay que decir que Kirk Douglas está magnífico, más sobrio que de costumbre).
Con Scorsese me pasa una cosa curiosa. Siempre corro a ver sus películas y luego salgo del cine con la misma sensación. Aparte de que generalmente «se pasa varios pueblos», en muchas de ellas hay un abuso irritante de la voz en off (caramba, si el que habla casi te cuenta toda la película).
A François Truffaut el tiempo le ha pasado factura. Paradójicamente, él, que criticaba tanto a los cineastas anteriores (muchas veces, sin razón), se ha quedado anticuado en muchos de sus films. A la lista de cineastas sobrevalorados añadiría a Jean Luc Godard. Dejando aparte Al final de la escapada, que me sigue pareciendo espléndida, he vuelto a ver algunos de sus films más emblemáticos (de los años 60 y 70), y no se los salta un torero.
¡Qué gran director Jacques Tourner! Esto queda demostrado solo con ver, entre otras muchas, Tierra generosa, un western visualmente bellísimo, y Stars in my crown, una película maravillosa llena de emoción.
Y, para terminar por hoy, diré que la trilogía del Señor de los anillos no está mal a pesar de sus irregularidades (y de que los hobbits son un poco cargantes, sobre todo Elijah Wood) y que la trilogía del Hobbit se alarga ad infinitum. El primero de los films tiene su interés, el segundo es un petardo de mucho cuidado con ese dragón tan cansino y el tercero hubiese quedado mejor con 40 o 50 minutos menos.
Buen finde. Ángel
Como en tu anterior comentario, estoy de acuerdo en muchas cosas contigo. Eso sí, no en la primera, jaja: hace al menos veinte años desde la única vez que vi «Sayonara», pero no me dejó especial recuerdo. La echaron en un ciclo dedicado a Marlon Brando en tve, que me llevó a la conclusión de que este actor, fuera de sus primeros tiempos, tuvo un ojo terrible para la elección de películas: no conozco a una estrella con mayores castañas en su filmografía. Como actor, me parece una influencia nefasta, pero eso sí, mucho mejor que la práctica totalidad de sus imitadores: al menos, en él sí había una fuerza genuina, que cuando daba con el papel adecuado podía cristalizar de modo memorable (en mi opinión, en su obra maestra «El rostro impenetrable»).
Tourneur es uno de mis directores favoritos de todos los tiempos y la demostración de que no hace falta ser un «autor» en el sentido que los franceses inventaron para ser un genio y un hombre con personalidad. «Stars in my crown» es maravillosa, como «La mujer pirata» o «La noche del demonio» o «Yo anduve con un zombi»: es más, una película floja suya suele ser espléndida por comparación con otros… Por ejemplo, Scorsese, que es justo el polo opuesto (por pretensiones, por debilidad por el enfatismo o el subrayado, por falta de capacidad de síntesis…). Coincido en su pésimo uso de la voz en off, invento éste delicado que en malas manos suele significar ahorro narrativo: yo siempre he pensado que el peor ejemplo lo da este mismo director en «La edad de la inocencia», donde firma con descaro un guión que consiste en coger la novela de Edith Wharton, arrancarlo unas pocas páginas hacia su mediación, y ya está.
Kubrick es un director que sabe crear imágenes, sin duda… pero como el cine es algo más, encuentro muy deficientes casi todas sus películas. Las mejores, para mí, son las primeras, quizá porque todavía su complejo de genio no se correspondía con la libertad absoluta. Desde «Lolita», ya es el Kubrick que a unos deja con la boca abierta y a otros nos tuerce el gesto. Eso sí, y para que veas que soy bastante contradictorio, confieso que en su día «Eyes Wide Shut» me pareció una excepción. Como no la he vuelto a ver desde el estreno, no seré tajante, pero en su momento me sorprendió (claro que, en el tétrico panorama coetáneo con que coincidió, lo mismo fue mera cuestión de contraste).
Por último, la primera trilogía de Jackson sí mantiene el interés e incluso tiene momentos magníficos (desde luego, con semejante origen literario, difícil era estropearla), pese a la irregularidad del reparto y a que el director no está a la altura narrativa de Tolkien. «El hobbit» tiene el inconveniente de querer estirar una novelita más bien corta y que es flojilla. Además, querer darle el mismo baño crepuscular que a «El Señor de los Anillos» es un error atroz, que demuestra que a Jackson solo le interesaba repetir taquillazo a base de dar al público justo lo mismo que en su anterior trabajo.
Buff, contestarte es casi hacer una entrada nueva, pero es un placer para mí poder contrastar opiniones con otros cinéfilos. Un abrazo, y hasta otra.
Ah, que dejaba en el tintero a Truffaut!! Entiendo que la vida, el concepto de la cinefilia que tanto ayudó a difundir este director, el impacto de su libro sobre Hitchcock y la teoría que respiraban sus películas lo haya convertido en una referencia imprescindible para muchos. En mi caso, y aunque su libro fue el primer escrito sobre cine que leí, esa identificación nunca ha existido, y pese a todo recuerdo que también sentí gran simpatía por él… mientras vi pocas películas suyas. El conocimiento tanto de su faceta de realizador como de crítico ha revertido esa simpatía en lo contrario, precisamente porque él, el gran crítico del academicismo del cine patrio, hoy parece uno de los mayores acadecimistas que conozco. Sus películas, en general, han perdido esa frescura que tanto se defendió en su día: «Jules y Jim» y tantas otras hoy me parecen acartonadas, la voz en off se convierte en una lata, la presunta pasión que narran sus imágenes es frialdad marmórea. Irónicamente, ese fracaso al querer ser pasional y resultar frío como muerto tal vez es lo que justifica que, en «La habitación verde», entendiera tan bien a Henry James, sin necesidad de adaptarlo literalmente. Solo por esta película, el nombre de Truffaut tendrá un hueco importante en mi memoria.