Sherlock Holmes, de Miyazaki: «jajejijoju!»

Los principales personajes de la serieSi una noche, atravesando una calleja solitaria o el jardín mal iluminado de una añeja mansión, escuchamos cómo rasga el silencio una insólita carcajada que dice «¡jajejijoju!», ¡cuidado!, es posible que estemos a punto de caer en una trampa del malvado profesor Moriarty y sus atontolinados sicarios Todd y Smiley, pero también que el más dinámico de los Sherlock Holmes que han poblado el mundo esté ya corriendo, y nunca mejor dicho, en nuestra ayuda. Ay, que sea así, porque si no es Holmes puede que sean el gruñón del inspector Lestrade capitaneando la hueste de agentes de policías de Scotland Yard más numerosa e incompetente que uno sea capaz de imaginar. Puede que Sherlock Holmes no fuera nunca una serie de gran popularidad, que a los niños de la generación de Marco y Heidi les pillara ya en la adolescencia y, por tanto, en el momento en que ya se tiene que mirar por encima del hombro cualquier dibujo animado. Yo mismo no hice acuse de recibo de su existencia, pero años después, en una reposición escondida en la programación estival, al resbalar mi mirada por sus personajes, por sus fondos, en suma, por su atmósfera, no pude evitar un respingo, al apreciar el muy reconocible aroma de un director japonés, Hayao Miyazaki, del que ya había descubierto una obra maestra, Porco Rosso, y del que en ese momento no poseía la menor información. No puede ser casualidad que mi director favorito del cine moderno también se sintiera interesado por uno de los dos o tres personajes literarios imprescindibles que me han acompañado toda la vida.

Sherlock Holmes es la última de las series televisivas en las que el maestro trabajó antes de encarrilar definitivamente su carrera cinematográfica. Como señalan bien sus títulos de crédito, se trata de una colaboración entre la RAI italiana y Tokyo Movie Shinsha. De hecho, la inmensa mayoría de las series que componen el boom clásico de la animación nipona fueron proyectos de algún canal europeo (con frecuencia alemán, como los casos de las emblemáticas Heidi, Vickie el vikingo o La abeja Maya) desarrollado por los animadores japoneses, en especial Nippon Animation.

Su elaboración fue complicada. Se inició en 1981 pero enseguida se paralizó por cuestiones de copyright, retomándose varios años después una vez resueltos. Hayao Miyazaki, su director inicial, realizó seis episodios antes de la interrupción y ya no volvió a ella (en el intervalo, arrancó su carrera cinematográfica bajo el sello de Ghibli), de tal modo que los otros 20 capítulos que la componen fueron realizados por Kyosuke Mikuriya. Su emisión definitiva fue en la temporada 1984-1985, en Japón; a nuestro país llegó a mediados de los 80. Por cierto que los episodios rodados por Miyazaki fueron entremezclados con los otros, siendo emitidos como los capítulos 3, 4, 5, 9, 10 y 11. Una forma de descubrir cuáles son los episodios de Miyazaki es saber que son los únicos en los que Smiley, el sicario alto de Moriarty —doblado al español por el entrañable Fernando Chinarro, el secundario de las «aventuras» de los payasos de la tele—, aparece con el pelo del rostro verde y no marrón, como en los restantes.

Sherlock, Watson y los principales personajes de la serie de MiyazakiLos personajes de Arthur Conan Doyle aparecen aquí convertidos en animales, principalmente perros, aunque el villano titular, el profesor Moriarty, es un lobo. Del mismo modo, Miyazaki olvida el Londres victoriano de los libros para proponer una ambientación ecléctica más en consonancia con sus preferencias visuales y urbanas. Esto es, una mixtura de épocas deliciosamente intemporal, si bien más o menos anclada entre la segunda y la tercera década del siglo XX, cuando menos por el uso de los automóviles (Holmes y Watson se desplazan a todas partes conduciendo su propio vehículo). Quien conozca al autor de Nicky, aprendiz de bruja o Porco Rosso reconocerá al instante el mismo aliento visual. Eso sí, el escenario sigue siendo Londres, alguno de cuyos puntos más reconocibles aparecen en varios episodios: verbigracia, el London Bridge, por el que el autor parece sentir una especial fascinación.

Como es lógico, Miyazaki respeta los elementos centrales no ya del Canon holmesiano, sino de la mitomanía sobre el personaje. Es decir, la relación de amistad y subordinación de Watson hacia el detective; la presencia de la señora Hudson como ama de llaves de la pareja; la disposición caótica del salón que comparten en el 221b de Baker Street —por cierto, un inmueble precioso, que se distingue por un tamaño menor que el de sus vecinos, y por un jardín cuyas flores cuida la señora Hudson ante el arrobo de sus dos inquilinos; y las presencias imprescindibles del inspector Lestrade como representante de Scotland Yard y del profesor Moriarty como villano oficial de la serie.

De acuerdo con los gustos propios del director, su mirada sobre el gran detective es antes aventurera que policiaca. De hecho, cada episodio presenta a Holmes y Watson viviendo mil peligros en su enfrentamiento contra Moriarty, trotando, saltando, franqueando alturas inverosímiles, cruzando tierra, mar y aire. La soberbia selección de escenas que componen los créditos —entresacadas casi todas de los episodios dirigidos por Miyazaki— pueden dar una buena idea de lo que ofrece: por cierto que la sintonía, al parecer realizada a partir de la de la versión italiana, es tan pegadiza como irresistible, una estupenda combinación entre letra, música e imagen.

Watson y Holmes, por MiyazakiEs por ello que este Holmes es, sin duda, el más dinámico que jamás se haya visto: su capacidad para salir volando hacia el peligro (o de ser capaz de frenar en seco, como cuando abre la puerta de su casa y al otro lado se encuentra la señora Hudson, una de las más recordadas imágenes de los créditos) o conducir frenéticamente cualquier vehículo que se ponga a tiro así lo atestiguan. El diseño de Miyazaki lo convierte en un espigado can de pelo color canela, un flequillo que le cae sobre los ojos dándole cierto aire soñador y una pipa perenne en la boca: agilidad e inteligencia a simple vista. Como es lógico, Watson aparece como un chucho pesadote —pese a lo cual también manifiesta, cuando hace falta, una notable agilidad—, de mayor edad que Holmes y caracterizado por un enorme bigotón, todo lo cual no impide que carezca de la menor severidad y se deje llevar continuamente por su debilidad enamoradiza.

Se sabe bien que han sido las recreaciones posteriores al Canon las que han convertido a Moriarty (antagonista en un único relato de aquél) en la némesis por excelencia del gran detective. Pues bien, el profesor es el enemigo de Holmes en los 26 episodios de la serie: diríase que no hay un solo criminal más en toda Inglaterra. Moriarty es, ante todo, un ladrón irreductible —aquí no se le llama el «Napoleón del crimen» sino el «emperador del robo»— que dedica cada episodio a ejecutar un plan maestro para robar cualquier cosa (si puede ser de oro, mejor) y que el detective se encarga de desbaratar. Su diseño lo convierte en un lobo espigado cuyo aspecto no puede ser más distinguido: finos bigotes, un invariable monóculo y una vestimenta impolutamente blanca, de la que destacan el sombrero de copa y la capa con el forro rojo. Eso sí, la distinción de Moriarty es solo aparente, pues su carácter no conoce el término medio: o estalla de rabia (con frecuencia, contra sus dos sicarios, el alto Smiley y el bajo Todd, ambos iguales de bobos) o de incontenible alegría, como todos los genios del mal cuando piensan que su plan magistral marcha sobre ruedas. El detalle que cualquier aficionado a la serie recordará siempre, pasen los años que pasen, es el impagable jajejijoju que remarca su carcajada.

Por último, debe hacerse mención también al pobre inspector Lestrade, eterno símbolo de la incompetencia de las fuerzas del orden. En una serie rebosante de humor, a él le corresponde el papel de bufón: vociferante y autoritario (pero sin autoridad, al verse siempre superado por las circunstancias), el principal símbolo de su condición caricaturesca es la perpetua compañía de todo un pelotón de bobbies, movilizados en cuanta persecución contra Moriarty se pone en marcha, y que siempre embarullan su acción, incapaces de detener jamás al profesor y ni siquiera a sus secuaces, como una variante animada de aquellos míticos Keystone Kops que tanto entretuvieron en el cine mudo.

Como en toda producción de dibujos animados, el doblaje resulta fundamental para la caracterización de los personajes, y hay que indicar que es muy bueno, con un solo reparo: mientras que las voces centrales son magníficas, las secundarias son de lo más irregular, lo cual tal vez se deba a haberse realizado en esa incierta época de los 80 en que comenzaba la decadencia de la profesión, en general, y del doblaje animado, en particular, el cual había dado trabajos inolvidables la década anterior en todas esas series que he citado a lo largo de este comentario.

Entrañable dibujo de las habitaciones de Holmes y WatsonEl director del doblaje, al que supongo que hay que adjudicar el excelente tino en la elección de voces, es Luis García Vidal (también voz del sicario Todd). Para el fundamental papel de Holmes acertó completamente al encomendársela a la bonita voz de Diego Martín, cuyo timbre firme y sereno sabe otorgar al personaje el carisma necesario y, en este caso concreto, la mezcla de inteligencia y simpatía que desprende el noble diseño gráfico. Para el papel de Watson fue convocado el veterano Teófilo Martínez, con su característica voz rugosa —entre sus compañeros era conocido como «la voz de la montaña»—, que compone un personaje del todo entrañable, revelando además una vena insólita en un actor al que normalmente se le encomendaban papeles graves o venerables. El caricaturesco Lestrade corrió a cargo del gran Antolín García, una de las mejores voces de galán de un par de décadas atrás (fue la primera y más perdurable asignación de Peter O’Toole), ahora también en la etapa final de su carrera. García entiende magníficamente el personaje y hace una deliciosa interpretación «animada». Ahora bien, la gran revelación de la serie es el actor que encarna al villano Moriarty, puesto que fuera de este personaje sus trabajos son contados y poco relevantes —al menos, según los datos que consigna la imprescindible web eldoblaje.com. Se trata de Luis González Páramo, que realiza una creación inolvidable, al tiempo terrible e intensamente divertida, que denota a un genio del mal pero que lo hace muy cercano al espectador. Y aunque no pueda asegurarlo de modo tajante (al desconocer las versiones originales italiana y japonesa), estoy casi seguro de que a él se debe ese descacharrante jajejijoju.

Cualquier conocedor de la obra cinematográfica de Miyazaki enseguida encuentra un buen número de vasos comunicantes entre ésta y distintos elementos de la serie, más allá del inevitable aire de familia visual. En primer lugar, la recurrente aparición de distintos personajes que —como las niñas de Mi vecino Totoro (1988) o la protagonista de El viaje de Chihiro (2001), por poner solo dos ejemplos— son pequeños a la busca de un padre, ya sea por su orfandad (la pequeña ladronzuela de La esmeralda azul), por su desaparición (La pequeña cliente) o por sentirse completamente postergados por un progenitor que no piensa en otra cosa que en el dinero (en el dickensiano episodio Las monedas falsas). En este sentido, Miyazaki propone el Sherlock Holmes más humano visto nunca, capaz enseguida de trabar una cálida corriente de simpatía y ternura hacia los más desamparados. Del mismo modo, Watson revela una tendencia a la payasada que trasciende su habitual condición de grisáceo camarada del héroe.

El gran Porco RossoEl romanticismo tan miyazakiano fluye incontenible a lo largo de los capítulos de la serie, y el autor aprovecha uno de los personajes clásicos del Canon para desarrollarlo. Se trata de la señora Hudson, un personaje que usualmente —incluso en Conan Doyle— no parece otra cosa que una parte del mobiliario del 221b de Baker Street. Miyazaki la rejuvenece considerablemente y la convierte en objeto platónico del amor de sus dos huéspedes (si bien el más expresivo, claro, es aquí Watson, que no duda en quedarse continuamente prendado mientras ella cuida las flores del jardín). Yendo todavía más lejos el autor enlaza a la señora Hudson con la galería de indómitos personajes femeninos que pueblan sus películas, compartiendo activamente algunas de sus aventuras, enamorando incluso al mismísimo Moriarty (y a sus sicarios) en el episodio en que estos la secuestran, El rapto de la señora Hudson. Es más, se convierte en un precedente del inolvidable personaje de Gina, el amor eterno del aviador protagonista de Porco Rosso, del mismo modo que el episodio Los acantilados de Dover supone un esbozo de buena parte de los elementos éticos y argumentales de esa inolvidable película.

En este episodio, Holmes, tratando de impedir el nuevo plan de Moriarty —abortar la línea postal aérea entre Londres y París pues ello, por abstrusas razones que sin duda hay que ser un genio del mal para comprender, le permitirá copar el mercado del coleccionismo de sellos—, se relaciona con una troupe de pilotos profesionales que tienen a la señora Hudson, cómo no, por su madrina y mujer ideal. Y es que se desvela que Mary Hudson es viuda de un piloto, tras cuya pérdida, y embargada por el dolor, intentó apartarse de ese fascinante mundo al que su marido consagró su existencia. La amistad que surge desde la entrega a una misma vocación profesional, la consideración del amor como hito irrepetible y evanescente de la vida o la ética del trabajo bien hecho, consustanciales a la maravillosa entraña dramática de Porco Rosso, ya se encuentran aquí, amén del romanticismo encarnado en el personaje femenino que es, al mismo tiempo, inaccesible a todos los hombres que la rodean pero supone el ancla con el «suelo» para quienes tanta tendencia tienen a dejarse llevar, en todos los sentidos, por la libertad que produce la sensación de volar por el cielo. Y no es desdeñable un dato más: Miyazaki trabó una entrañable amistad con el italiano Marco Pagot, acreditado en los títulos como el autor de la idea y de los personajes, y lo inmortalizó en el nombre de su protagonista. Hay que recordar que Porco, cuando era un hombre, se llamaba Marco Pagotto.

Y también están los aviones, claro, sobre todo los de la época heroica de la aviación, a los que el autor dedicó el motivo central de dos películas al menos, la del cerdo aviador y su última realización, El viento se levanta, además de convertirlo en elemento colateral de otras cuantas. Lo he dicho alguna vez: nadie ha conseguido recrear en dibujos la sensación de volar como Miyazaki, y Los acantilados de Dover ya manifiesta el completo dominio de ese campo por el autor. El dinamismo de las escenas de acción es incontenible, sabiendo fundir tensión y distensión en un mismo momento —los apuros de Holmes por mantener entero el avión que Moriarty está atacando sin piedad—, convirtiendo la aventura en un más difícil todavía que sin embargo no olvida (y he ahí el logro) que la sensación de peligro no puede sustituirse nunca por el guiño cómplice (la increíble conducción de la señora Hudson por los acantilados homónimos: en determinado momento —otra imagen seleccionada para los créditos iniciales—, hace saltar el automóvil de modo inconcebible de un risco a otro). Para concluir con este imborrable episodio, no puedo sino citar otra imagen que siempre me ha acompañado en mi ya largo recorrido por el universo miyazakiano: el momento en que el piloto salta del avión a punto de explotar al coche de la señora Hudson ¡moviéndose en el aire como si estuviera nadando en el mar!

Magnífica imagen que resume bien el episodio Los acantilados de Dover

El nombre del autor suele relacionarse con esa corriente de la fantasía aventurera coetánea que se llama steampunk (surgida inicialmente en la literatura, pero luego vertida al cine y el cómic) y que se caracteriza por ambientar sus historias en la Inglaterra victoriana o post-victoriana recurriendo abiertamente a la ucronía y al anacronismo tecnológico. De modo consciente o no, el cine de Miyazaki siempre desborda de su debilidad por las máquinas y vehículos de todo tipo, y no solo los aviones, aunque si vuelan siempre es mejor (Nausicaa del Valle del Viento, El castillo en el cielo). En Sherlock Holmes es Moriarty, cómo no, quien despliega una increíble panoplia de absurdas máquinas (por ejemplo, la que elabora monedas falsas como se hacen rosquillas, en el primero de sus capítulos), de naves insólitas (el avión con forma de pterodáctilo), de submarinos (con pinzas a modo de manos), etcétera. Incluso, el capítulo El tesoro sumergido, en el estrambótico diseño del acorazado donde se producen los acontecimientos, compuesto por una masa amorfa de metal con numerosos óculos y cañones, Miyazaki anticipa nada menos que la increíble casa del mago Howl en El castillo ambulante.

Con tales elementos, Sherlock Holmes constituye una serie deliciosa, en especial los seis episodios dirigidos por su alma máter (entre los restantes, los hay decididamente magníficos, sí, pero también formularios e incluso cansinos), que desborda la gran cualidad del autor: el sentido del equilibrio entre los diversos matices que componen su dramaturgia. Capaz de ser trepidante pero de guardar los debidos momentos a la contemplación, de conjugar la caricatura con el respeto a la coherencia interior de los personajes, de ser emotiva pero no solemne, divertida pero no banal, romántica pero no cursi, de jugar con héroes que son de una pieza pero no unidimensionales. Desde luego, de todos los Holmes y compañía que han poblado el mundo desde que el detective de Baker Street resolvió el caso del estudio en escarlata, es posible que ninguno como éste me sea tan querido y entrañable. Y es que ya lo dice la canción titular: Es un detective de lo más singular / Sigue cualquier pista hasta dar en el clavo / Sherlock Holmes, es el único y genial / Sherlock Holmes, como él no hay otro igual.

Cortinilla de Sherlock Holmes

Apéndice. La lista de los episodios dirigidos por Miyazaki es la siguiente:

Ep. 3: La pequeña cliente. Curioso precedente del futuro y estimable pastiche Sin pistas (1988), con un caso que gira en torno a una máquina de Moriarty que falsifica monedas (a una velocidad descacharrante), y para cuya reparación el malvado secuestra a un ingeniero cuya hija pequeña pone al detective tras su busca. Una pequeña obra maestra, que escribió el mismo Miyazaki.

Ep. 4: El rapto de la señora Hudson. Utilizando a su ama de llaves de rehén, Moriarty urde un plan maestro para deshacerse de Holmes, obligándolo nada menos que a robar la Gioconda con objeto no de quedarse con el cuadro sino de demostrar a la policía que el detective encubre a un delincuente.

Ep. 5: La esmeralda azul. Holmes ayuda a una pequeña raterilla huérfana a eludir la persecución implacable de Moriarty, a quien sustrajo una joya fabulosa que éste había robado aprovechando el revuelo ocasionado en la City por la aparición de su pterodáctilo artificial.

Ep. 9: El tesoro sumergido. Holmes se enfrenta a Moriarty para impedirle que se haga con el fabuloso tesoro de Napoleón, pese a que sus clientes (una pareja de marinos gemelos) son tan terribles como el «emperador del robo».

Ep. 10: Los acantilados de Dover. El ya sobradamente reseñado episodio del sabotaje del correo aéreo.

Ep. 11: Las monedas falsas. Holmes acude a un valle industrial escocés que parece extraído del Tiempos difíciles de Dickens para investigar el robo de monedas de oro que su avaro propietario ha detectado en la gigantesca hucha con forma de gigantesca, y dorada, representación de sí mismo.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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11 respuestas a Sherlock Holmes, de Miyazaki: «jajejijoju!»

  1. rexval dijo:

    Me haces retroceder a mi infancia. ¡Cómo disfrutaba de estos dibujos! Ya más mayor, dejó de interesarme la novela o peli policiaca «pura» y me pasé a la novela negra americana, con su denuncia social, blacklisters, etc. Me hice fan de Bogard, de novelas como The Big Sleep… si embargo, no sé porqué nunca me convenció la novela negra francesa, que es la que inaugura el género junta a la americana.

    Saludos.

    • Por policiaco «puro» supongo que te refieres al clásico relato-enigma propio de las novelas británicas. A mí, gustándome también mucho la novela negra norteamericana (sobre todo Chandler: «El largo adiós» me parece una obra cumbre), me parece que hay espacio para todo tipo de planteamientos. Las pretensiones de denuncia social no garantizan la calidad, como tampoco la supuesta sofisticación argumental. De novela negra francesa conozco poco, salvo cosas concretas (por ejemplo, la actual Fred Vargas, que me encanta).

      Un abrazo

      • Renaissance dijo:

        En ese caso te recomiendo algo de Pierre Very. Sus libros no son noir específicamente, sino que los crímenes son un trasfondo en el que lo que prima son los ambientes un tanto opresivos que recrea: desde un negocio de pompas fúnebres en el París de los años treinta, hasta los dos libros de un curioso personaje de la Charenta llamado Goupi Manos rojas.
        (Detalle extra: en los libros de Adamsberg de Fred Vargas tienen un gato en la comisaría)

      • rexval dijo:

        Hola,
        Por policiaco puro me refiero a las novelas de Agatha Christie o la colección de S. Holmes. No cabe duda qu tiene su interés, por ejemplo «Diez Negritos», pero prefiero a Chandler y similares tipò «Cosecha roja». Las clásicas británicas las encuentro muy parecidas todas ellas. El o la detective superinteligente que al final del viaje nos da una especie de lección donde demuestra lo inteligente que es. La novela negra americana la encuentro más interesante, por ejemplo las que Bogart protagoniza en el cine. Me interesa mucho más la denuncia social que un señor fumando su pipa alardeando de lo listo que es. Además, en este tipo de novela en la que no hay crítica social percibo un cierto toque reaccionario. El «malo» es malo porque sí, mientrs que en las americanas el malo lo es debido a la sociedad en la que vive. Sobre la «serie negra» francesa no puedo opinar porque la conozco muy poco. Eso sí, yo diría que destaca una violencia gratuita y salvaje que no aparece en las series anglosajonas.

        Una curiosidad es que las novelas negras americanas iban dirigidas al proletariado. El tipo de papel , «Pulp» – pulpa- era más barato. Bukowski tiene una novela-película con ese título. De música de fondo aparece a menudo el jazz. Viendo esas pelis me aficioné a este género. .

        Un abrazo.

        Regí

  2. Renaissance dijo:

    Fue posiblemente una de las series más bonitas que pudieron emitirse en la época. Simplemente, un Sherlock visto por Miyazaki y pensado para los niños: el componente aventurero y el interés por los vehículos de su autor tiene mucho más peso que lo detectivesco, que casi es un trasfondo.
    Quizá lo que me sorprendiera más adelante es que efectivamente, la Sra Hudson fuera más un decorado de Baker Street que un personaje, en los libros originales, y que el Moriarty de la serie de la serie en el fondo, fuera bastante pupas. No sé si me juega la memoria una mala pasada, pero juraría que en los dibujos siempre andaban un poco justos de dinero…Cosas de tener que invertir en planes malvados, supongo.

    (Es curioso como en realidad el boom del anime fue muy posterior a series tan cuidadas y artesanales como la de Studio Ghibli, y que la imagen que acabara persistiendo era la de argumentos rarísimos, esos planos fijos con sonido y…las rayitas de luz para indicar movimiento. Que alguien me explique de donde demonios salen esas rayitas)

    • Sí, en los dibujos Moriarty y sus sirvientes siempre se alojaban en los lugares más cutres (claro, el presupuesto se lo gastaban en esos vehículos tan alucinantes). Y la señora Hudson de esta serie es la más memorable nunca aparecida… ni siquiera en los relatos de Conan Doyle.

      Por otro lado, para quienes nos educamos con los dibujos animados de los 70 y principios de los 80, los posteriores, por célebres que fueran («Oliver y Benjy», «Dragon Ball»…), nunca podrán igualarlos, sobre todo en belleza estética.

  3. MinosDrake dijo:

    ¡Que recuerdos! La canción grabada a fuego en mi memoria… Gracias por regalarnos estas excelentes reseñas. Un saludo.

  4. Yo también revisité la serie hace unos pocos años, pero en mi caso los busqué por el universo de Internet. Necesitaba ver (con ojos más maduros, supongo, jeje), la serie y considerarla de nuevo. Me informé de la caótica producción que tuve y comprendí el porqué del paso fugaz de Miyazaki en la producción.
    Cuando la volví a ver, los episodios de Miyazaki relucen de una manera espectacular y tienen su sello inconfundible, que tan bien reseñas. Son episodios con un ritmo y un humor exquisitos (¡yo también tengo grabada la imagen del aviador saltando de ese modo tan peculiar! Bueno, todos los títulos de crédito están en mi cabeza con la canción, vaya…).
    De hecho, cuando acabé de ver el último episodio de Miyazaki, dejé la serie porque comprobé que los siguientes bajaban notablemente su calidad. Debí haber continuado, porque imagino que me hubiera encontrado con algunos formidables igualmente, como indicas.

    • Sí, hay episodios muy buenos, pero también es verdad que hay otros flojillos (incluso, y esto no sé si ya es sugestión, los dibujos parecen algo peores). Los de Miyazaki son esencia pura de este genial autor, y por tanto cualquier incondicional suyo está «obligado» a conocerlos. Si encima le gusta el personaje de Sherlock Holmes, como es mi caso, miel sobre hojuelas 🙂

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