Desde que de pequeño vi en la tele Hasta que llegó su hora (1968) —con el formato en Scope recortado al tamaño 4:3, como era usual en aquellas emisiones catódicas—, he sentido siempre una fascinación muy especial por el director italiano Sergio Leone, el hombre que no creó pero sí revolucionó el western mediterráneo, esa variante «degradada» del norteamericano que hasta tiempos muy recientes fue universalmente despreciada por los críticos y cinéfilos serios, como bien indica el desvalorizador pero hoy entrañable remoquete que le dieron: spaghetti western. Aun con esos encuadres amputados, la fuerza indescriptible de sus imágenes (aun niño, pude advertir lo distinta que era de una peli del Oeste «normal», por mucho que apareciera Henry Fonda, o con más motivo: el noble Fonda hacía de canalla vil como pocos) me pareció de otro mundo: esos irresistibles primeros planos (de cualquiera, no solo de las estrellas, con tal de tener un rostro singular), ese uso de la música (y esa música, dominada por la belleza indescriptible de la voz femenina que cantaba el tema principal), esos elementos que parecían copiados de cualquiera de nuestros juegos infantiles de pistoleros (la puntería infalible o la chulería manifiesta de sus personajes), esa increíble parsimonia con que se contaba todo (la espera inicial de los pistoleros en la estación de tren)… Pero Hasta que llegó su hora es ya una obra casi de retirada y reflexión del western: pues fueron los tres que rodó con Clint Eastwood aquellos en los que fue conformando su mirada sobre el género. Se trata de Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), cada uno mejor que el anterior, y el último en concreto, al que voy a dedicar el siguiente comentario, ya un film excepcional, casi en condiciones de competir con el protagonizado por Henry Fonda y Charles Bronson.
La primera vez que uno escucha el título de este film, parece estúpido; con el tiempo, resulta irresistible. El bueno, el feo y el malo ya es una película irrepetible que denota claramente que el mismo Leone se la tomó como la confirmación de su propia maestría, estableciendo un sustancioso juego de referencias propias y ajenas, y que está concebida claramente como una obra con muy superiores ambiciones dramáticas. Es decir, ya no se limita a ser una fábula que juega con los tropos del western clásico, sino que —sin renunciar a esta condición ni mucho menos—, pretende ofrecer una reflexión sobre el ser humano, para lo cual sitúa a sus personajes ante uno de los conflictos supremos que definen a aquél, la guerra. Guerra en el sentido concreto: es la mítica guerra de secesión norteamericana (mítica para los amantes del cine, quiero decir). Pero Guerra, sobre todo, en su sentido más abstracto.
Hoy estamos acostumbrados a las historias cuyos protagonistas carecen de connotaciones positivas, que incluso se complacen en todo lo contrario, pero en 1966 debió suponer un shock presenciar una película en la que ¡ninguno! de sus tres personajes centrales estaba caracterizado mediante rasgos mínimamente laudables, ni siquiera en la categoría de forajido noble. De hecho, la definición de bueno —como bien indica Carlos Aguilar en su análisis del film en su espléndido libro sobre Sergio Leone, publicado en Cátedra— se fundamenta más bien en el contraste con respecto a los otros dos: el malo ya es directamente un tipo de vileza sádica sin igual y el feo… es el feo. El bueno tiene el apelativo de El Rubio, un cazador de recompensas que ha convenido un particular apaño con un forajido: cobra el dinero, lo libera cuando va a ser ahorcado y repiten la jugada en otro poblacho. El malo responde por Sentencia, un pistolero a sueldo que en su presentación no solo elimina al objetivo para el que le contrataron sino al hombre que lo contrató… con la cínica excusa de que el primero, para salvarse, le ofreció dinero por matar al segundo, y él es hombre que si acepta la remuneración debe cumplir siempre). Y el feo se llama Tuco (el nombre completo, inenarrable, es Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez), precisamente el socio de El Rubio, un buscavidas mexicano, harapiento y marrullero, cuya lista de delitos —recitada siempre en los momentos en que se disponen a ahorcarlo— es interminable, e incluye cosas tan «despreciables» como la bigamia o el abandono del hogar.
Tres personajes estupendos, maravillosamente diferenciados, a los que hacen honor tres actores en estado de gracia, cada uno con su estilo y un carisma particular, distinto y complementario con respecto a los otros. Clint Eastwood, hiératico según la imagen forjada por Leone para él —el misterioso Hombre sin Nombre con que fue conocido en la difusión de estos films en su Norteamérica natal— pero que desprende un sutil carácter guasón que hace de la ironía y el sarcasmo un modo de defensa tan natural como su propia y diabólica habilidad con las armas o su desparpajo cínico, capaz de tenerlo todo el tiempo en el filo mismo que separa la degradación moral de la amoral falta de escrúpulos. Lee Van Cleef, también austero de gestos, pero al que una mera sonrisa (dibujada sobre ese rostro marcado por su nariz aguileña y sus ojos afilados y penetrantes) basta para revelar una villanía ya sí irremediable, capaz de complacerse en el amilanamiento mediante el miedo o el sadismo si se tercia (eso sí, dejando la faena sucia en manos de algún sicario). Finalmente, Eli Wallach, componiendo el más inolvidable de los tres, ese trapacero Tuco que parece recrearse en su propia suciedad, al que nadie en su sano juicio daría la espalda pero que pese a todo no puede evitar inspirar una considerable simpatía, y al que Leone, significativamente, reserva el único momento de grandeza a su pesar que concede a uno de los tres: cuando, ante los reproches de su hermano, el superior de un monasterio, por haber abandonado tantos años a sus ancianos padres para dedicarse a «hacer el mal», él le replica, con amargura, que los pobres como ellos solo tienen dos opciones si quieren sobrevivir: la Iglesia o el robo, de tal modo que el otro escogió la opción más cobarde…
Entre los espléndidos detalles visuales con los cuales Leone remarca su diferencia (amén de indicar mucho de su personalidad), mi favorito es la forma en que portan el revólver, que el duelo final magnificará mediante estupendos planos de detalle. El Rubio, seguramente el más rápido, lo tiene en la posición clásica, colgando de la cintura de tal modo que lo pueda desenfundar con solo subir la mano. Sentencia lo cruza a un lado del cinto, buscando una mayor seguridad. Y Tuco no lo lleva al modo ortodoxo, sino colgando de un cordel, tal vez porque es la única forma de que un ser tan desastrado no lo pierda.
Lo que une y enfrenta a estos tres son unos sacos de oro robados al ejército, de cuya existencia Sentencia se entera en la ejecución de su primer «encargo» y del que los otros dos —enfrascados durante la hora inicial del relato en un particular juego al gato y al ratón entre ellos: pura glorificación de la picaresca al tiempo más sórdida y más distendida— acaban conociendo los datos del lugar concreto donde está enterrado (Tuco el cementerio donde se halla, El Rubio la tumba exacta) por pura casualidad, cuando una carreta fantasma impide la culminación de su particular enfrentamiento arrastrando un puñado de cadáveres en su interior y un soldado agonizante, justo el último del trío original que robó el oro.
La estructura argumental de El bueno, el feo y el malo es estupenda pues, pareciendo de entrada que va a consistir en una mera exhibición, de cara a la galería, de las andanzas encanalladas de tan singular trío, termina revelando una notable sofisticación, tanto argumental como, sobre todo, y enseguida lo explicaré, dramática. En cuanto a lo argumental, ese planteamiento de un mundo caótico por culpa de una guerra violenta y absurda a través del cual se mueven varios buscavidas que corren distintas aventuras, unas veces juntos y otras por separado, a mí me lleva enseguida a un film excepcional de un ámbito muy diferente. Se trata de la gran película de Akira Kurosawa La fortaleza escondida (1958) —a la que ya dediqué un comentario donde destacaba el elevado grado de inspiración que George Lucas encontró en ella para su seminal La guerra de las galaxias (1977)—, si bien, claro, los dos antihéroes de aquélla carecen de ese vil cinismo siendo más bien un par de infelices arrastrados a una vorágine que los supera.
¿Exagero? De todos es conocida la filiación de Leone con el maestro japonés, no en vano su Por un puñado de dólares no es sino un abierto plagio de Mercenario (1961). Del mismo modo, otro film de samuráis (la particular variante japonesa del western) de Kurosawa, éste ya mítico del todo, Los 7 samuráis (1954) fue trasplantado, ahora de modo abierto, al Oeste americano para dar lugar a la muy popular Los siete magníficos (1960), cuyo villano, extrovertido y carismático, era interpretado por el mismo Eli Wallach, lo cual Leone sin duda tuvo muy en cuenta, como el mismo actor ha declarado en alguna entrevista (en concreto, a Anita Haas, esposa de Carlos Aguilar, y parece que todas las referencias relacionadas con este film conforman un espeso bucle). Ignoro si La fortaleza escondida se había exhibido en la Italia de la época, pero si lo hizo en la América de George Lucas, ¿por qué no allí?
Si el argumento es magnífico —y se recrea por toda una serie de caminos que parecen digresiones pero que nunca lo son—, el planteamiento dramático es directamente admirable. El bueno, el feo y el malo sabe combinar el registro picaresco (del que Tuco es su mayor exponente) con la aventura más sórdida, el realismo descarnado que tanto gustaba a Leone (y que expresa, ante todo, en su muy cuidada escenografía y su meticulosa utilería) con un sentido de la fábula también muy propio del autor (por muy concreto que sea el lugar y el momento donde transcurre la acción, en más de un momento la historia parece ingresar en un universo al margen de la realidad, lo cual ya se hace incontenible en su parte final: el clímax en el cementerio tiene mucho de fantastique), el humor cínico y negro con la tragedia, expresándose esta última combinación por medio de la exposición del sustrato bélico.
De modo al principio inadvertido (mientras El Rubio y Tuco se enfrascan en su duelo particular), la guerra acaba envolviendo a los personajes hasta vertebrar y condicionar por completo la peripecia que viven. Así, el conflicto se entrecruza continuamente en su ruta, unas veces en el lado de los confederados y otras en el de los nordistas, en ocasiones ingresando directamente en una batalla y en otras resolviendo sus diferencias mientras a su alrededor la guerra les salpica, pero sin inmutarse especialmente por ello (aunque, de pronto, una bomba les salva de una situación apurada: en una ocasión El Rubio escapa de Tuco, que ya lo tenía con la soga al cuello, al volar el suelo sobre el que se hallan).
Leone, desde luego, no se plantea cuál es el bando «bueno». Es más, si la historia ha parecido conceder al Norte, como vencedor, la nobleza de la causa, hay que recordar que el campo de prisioneros que aparece en el film, regido por la más abyecta brutalidad, es precisamente gobernado por soldados nordistas. De hecho, en una escena significativa, El Rubio y Tuco, disfrazados de confederados, descubren con desazón que se aproxima un pelotón por el horizonte; el mexicano estalla alborozado al ver el color apagado de los uniformes y, para no dejar dudas de su lealtad, se arranca en vivas al Dios que odia a los yanquis. Pero El Rubio, más observador, lo detiene en seco y exclama «Dios también odia a los idiotas», mientras la cámara muestra al capitán del pelotón recién llegado sacudiéndose el polvo de su capote… que revela enseguida su color azul.
En concreto, la guerra se materializa en dos magníficos escenarios. El primero es el mencionado campamento de prisioneros donde Sentencia se cruza en el camino de los otros dos. Por cierto que aquí Leone, no creo que involuntariamente, remite a la inolvidable Beau Geste (1939), otra película situada en un espacio militar cerrado que simboliza la antesala del infierno, en concreto a través del personaje del comandante que agoniza impotente ante la satisfacción mal disimulada del sádico sargento (allí era Brian Donlevy, aquí el mismo Lee Van Cleef) al que está reprochando precisamente su falta de humanidad. El segundo es el campamento de trincheras al que llegan El Rubio y Tuco hacia el final de su periplo, que Leone revela en su grandiosidad mediante una genial panorámica, y que parece más propio de la primera guerra mundial: no hay que olvidar que los tres guionistas que contrató Leone para el libreto —el tándem Age & Scarpelli más Luciano Vincenzoni— escribieron la excelente tragicomedia La gran guerra (1959), de Mario Monicelli. Ese episodio está marcado por el entrañable personaje del capitán nordista (Aldo Giuffrè) que baña su amargura en alcohol y estimula a los dos aventureros a volar el puente cuya integridad debe defender absurdamente, asistiendo a matanza tras matanza, y que se resistirá a morir, ya agonizante, hasta escuchar el sonido de la explosión que lo destruye a manos de los otros dos.
La riqueza tonal de El bueno, el feo y el malo se ve acompañada de un genial sentido de los diálogos: en un momento insólito, mucho antes de que su destino se cruce definitivamente con los otros, Sentencia asiste a uno de los falsos ahorcamientos de Tuco y, al comprobar el horror con que una buena señora califica el destino del mexicano, le indica con humor que no se preocupe, pues hasta tipos como ése tienen «un ángel rubio que vela por él». De hallazgos memorables en el dibujo de personajes: la forma que tiene Tuco de componer un revólver con piezas de armas distintas, y que revela mucho sobre sus recursos y lo difícil que resulta etiquetarlo con un solo calificativo. De memorables detalles narrativos: El Rubio descubre la emboscada de que va ser objeto en su habitación de hotel cuando el pelotón que desfilaba bajo su ventana se detiene un momento y eso delata el ruido de las espuelas de uno de los pistoleros que se desliza por el pasillo. De una increíble galería de rostros ingratos, irresistiblemente fotogénicos, a los que Leone brinda primeros planos sin complejo: hay que recordar que la primera imagen del film (ver supra) es uno de ellos, el del pistolero de poca monta encarnado por Al Mulock.
Por supuesto, la música de Ennio Morricone es estupenda, y manifiesta la versatilidad que es una de las grandes características del músico. Al famoso tema central, característicamente ruidoso y sardónico, casi un símbolo del gran Tuco, deben añadirse otros no menos espléndidos: la balada que Sentencia obliga a cantar a la orquesta de prisioneros para encubrir las palizas que ordena a los reclusos, el tema de trompeta que preside la escena en el campo de trincheras junto al puente, o los dos temas que marcan el imborrable final: el Éxtasis del Oro y el trielo, cumbres de esa memorable interacción que consiguieron músico y director, y que apenas si encuentra parangón en otras míticas colaboraciones (Alfred Hitchcock-Bernard Herrmann, Federico Fellini-Nino Rota…).
[El lector que no conozca con detalle el final de esta apasionante película debe dejar de leer aquí]
El Rubio, Tuco y Sentencia recorren a lo largo de El bueno, el feo y el malo extensos espacios sin que en realidad parezca nunca que estén avanzando en ninguna dirección concreta. Trazan bucles en torno a un escenario presidido por la guerra y la violencia, se encuentran y se separan, se reconocen a distancia («cada revólver tiene su voz y esa la conozco», exclama el Rubio, en manos de Sentencia, al escuchar los balazos con que Tuco, en ese mismo pueblo donde parecía imposible que hubiera llegado, acaba de deshacerse de Al Mulock), se alían de modo interesado o se intentan matar (y entre todos ellos, si bien hay que reconocer que El Rubio parece menos capaz que los otros de recurrir al asesinato). Y mientras hacen todo eso en realidad van ingresando, lentamente, en un espacio propio que se materializa definitivamente de modo genial: mientras El Rubio atiende la agonía del soldado joven, Tuco trata de escapar a caballo sin contar con que, tan cerca del escenario de la batalla, hay cañones a mano del otro. Desmontado por las bravas, el mexicano cae dando trompicones y es detenido por una lápida: al levantarse descubre que ha llegado, por fin, al famoso cementerio. El camposanto, de fabuloso diseño circular en torno a un espacio central donde tendrá lugar el duelo a tres, levantado en tierras burgalesas, será donde Leone recree dos de los más fabulosos instantes de su cine, y de todo el cine.
El primero es el mencionado Éxtasis del Oro, cuando Wallach corre a lo largo de los anillos que forman las tumbas en busca de la que contiene el botín, progresivamente alucinado, mientras la música de Morricone y los vertiginosos travellings de Leone acaban por desmaterializar definitivamente la realidad que recorre el personaje. El segundo, el trielo, un prodigio de construcción por medio de la situación de los personajes en el encuadre y de la combinación de planos en el montaje al compás de la música, que termina de arrebatar al espectador a un mundo que ya nada tiene de real y culmina de modo tan sorprendente como lógico. El bueno, el feo y el malo, por todo ello, supone una película tan fascinante que su mero análisis —al que tantos trabajosos párrafos he dedicado— lo único que hace es trivializarla. No hay que calificarla, no hay que explicarla: merece que nos sentemos ante la pantalla y nos dejemos mecer por su fabulosa cadencia y su irrepetible sentido de la tensión y la distensión, de un juego que termina por volverse serio para enseguida cuestionar su seriedad. La obra de un genio llamado Sergio Leone.
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: El bueno, el feo y el malo / Il buono, il brutto, il cattivo. Año: 1966.
Dirección: Sergio Leone. Guión: Luciano Vincenzoni y Sergio Leone; Age & Scarpelli. Fotografía: Tonino delli Colli. Música: Ennio Morricone. Reparto: Clint Eastwood (El Rubio), Eli Wallach (Tuco), Lee Van Cleef (Sentencia), Aldo Giuffrè (Capitán nordista), Luigi Pistilli (El fraile). Dur.: 182 min.
De pequeño me encantaban las películas «de vaqueros», como se decía entonces y los tebeos. Después nos angolsajonizamos y pasamos al «western» y el «comic». Lo que ha quedado en mí es la música de Ennio Moricone, unos de los mejores en su género y por quien siento mucho respeto. Esta hombre ha hecho maravillas como las BSO de «El bueno, el feo y el malo» o «La misión». Hay dentro del «elitismo» estúpido de la música clásica quien hace de menos a los compositores de música para el cine, ya sea Moricone, Nyman o Williams. Es una tontería ya que hay tiempo para todo Yo disfruto con Wagner, mi compositor favorito, pero eso no me impide disfrutar de músicas como la de «Bailando con lobos» o «Gataca» por poner solo dos ejemplos. Es más, yo soy de los que creen que una de las facetas de la música clásica actual es la destibada al cine, y no es ningín disparate. El director ruso Einsentein contó nada menos que con Prokofiev para sus bandas sonras. «Ivan el terrible» es un magnífico ejemplo. Una manera de logar que la llamada música «culta» llegue a todos.
Saludos.
Regí
PD. Se me olvidaba, además de las pelis de vaqueros me gustaban las de «guerra» en el cine y como tebeo «Hazanas Bélicas», donde siempre ganaban los mismos, o sea, los americanos. ¡Qué tiempos y qué recuerdos! Pasados los años me hice pacifista, ya ves…
No soy un experto en música como tú, pero desde luego creo que la música de cine es tan digna como cualquier otra música, y autores como Morricone, Bernard Herrmann, Michael Nyman («Gattaca» está entre mis bandas sonoras favoritas), Aldred Newman o Nino Rota así lo demuestran.
Por cierto, que poca gente más pacífica conozco que aquellos que de pequeño pasamos horas y horas a jugar a la guerra o a matarnos entre indios y vaqueros (y alternativamente, nos tocaba ser unos u otros 🙂 )
Gracias por el piropò, pero no soy experto en nada sino curioso en muchas cosas. Y sí que es verdad, conozco más casos de personas pacifitas y antimilitaristas que de pequeños eran fan de las pelis bélicas o de vaqueros. Ahora lo más similar al género son las pelis antimilitaristas como «Sin novedad en el frente» o «Buscar al soldado Ryan».
Saludos.
Regí
el viejo cordelier
Excelente y sugestivo comentario, tan solo recordar las divisiones en dos grupos que realizan los protagonistas como muestra “El mundo se divide en dos, Tuco: los que encañonan y los que cavan. El revólver lo tengo yo, así que ya puedes coger la pala.”
Si, jajaja, una de las variantes que se cruzan los dos personajes a lo largo de la película, llena de diálogos geniales.
Gracias por tus palabras!
Es curiosa la manera que tienen dos niños de afrontar determinadas películas, supongo que vistas, más o menos, a la misma o parecida edad. Todo, no salvo ninguna, este subgénero mediterráneo del cine del Oeste, siempre me han parecido ejemplos de lo que nunca debe ser una película. Y si pasamos de una visión crítica en su tiempo, hoy créeme que son mayoría quienes consideran a Leone poco más que un genio.
Me temo que pese a mis raíces profundas cinematográficas seguiré siendo hoy de los pocos que detestan desde siempre este puñado de películas plagadas de una estética sin estética y aún menos ética, y de una violencia de escaparate para náufragos de la sensibilidad. Para mi es de difícil asimilación ese mar de moscas, primeros planos, música a toda caña, sudor recreado, tabaco masticado y escupido, vacuidad, abuso de la cámara lenta, planos mantenidos de varios minutos en los que te da tiempo de sacar al perro, fumarte dos cigarrillos o llamar al primo de América. Por no hablar de la más insoportable ausencia de verdadera descripción y análisis de personajes, pues deambulan inanes y huecos entre polvo, cartón piedra y gestos y miradas que me provocan más risa que el más elemental interés o misterio.
¿Habrá algo más estereotipado que los tipos y arquetipos que nos plasman en estas películas de Leone? Esperpénticos personajes con miradas apolilladas de tipos duros, mil cicatrices por doquier adornando sus caras, sus frases triviales, la demora y recreación más inconsistente y la simpleza de buenos y malos, me llegan a producir un híbrido entre risa y enfado. Algunos hablan de perdedores y mi pasión por los perdedores me impide, más aún, me prohibe, ellos (los perdedores) que los personajes y fantasmas caricaturizados pertenezcan a esa maravillosa estirpe. En algunas de sus películas, los malos son tan epidérmicamente malos que uno tiene la sensación de haber entrado en el túnel del terror de cualquier feria de pueblo o en un museo de cera de escaso presupuesto para sus recreaciones; y los buenos, esos perdedores sin ni tan siquiera misterioso pasado, ya que su irrisoria construcción nada promueven al respecto. Y sin nos adentramos en el mundo femenino pues mejor lo dejamos. Con solo pensar que el «genio» de Tarantino es un apasionado de este género específico, ratifica más aún mi opinión, pues en general las grandes obras que encumbraron al gigantón cineasta americano a mi me producen sonrojo. Pero ya sé que es una limitación mía personal, pues está considerado un genio del cine reciente, al igual que muchas de las películas que adora, como la que nos ocupa o esas de kárate que también íbamos a ver de niños en más de un cine.
Un saludo.
Esta vez disiento contigo (casi: coincido en lo de Tarantino, claro) por completo. El cine italiano de género de los 60 y parte de los 70 posee una vitalidad contagiosa, un gusto por «completar» el concepto que del terror, el western, el policiaco, el cine histórico, etc tuvieron en el Hollywood clásico que, superficialmente, puede parecer que lo denigra pero que yo creo que lo ensalza. (Por supuesto, en sus mejores manifestaciones: también hay un lado «oscuro» muy típico del cine mediterráneo -incluyo al español- de intentar exprimir como sea y con el menor dinero posible un filón recién descubierto.)
En el caso del western en concreto, ten en cuenta que el spaghetti arranca justo cuando muere el cine del oeste clásico (por la muerte o retirada de sus grandes cultivadores: Ford, Hawks -que aguanta un poco más., Walsh, Mann, Boetticher…). Leone era un gran admirador de estos, pero desde luego no los copia: coge esos arquetipos (cuando no nos gustacómo alguien los trata, evidentemente se convierte en tópicos) y los estiliza, los tensa si quieres, a ratos con riesgo de caricaturizarlos. Leone aborda el western desde el punto de vista del espectador que ha visto mucho cine del oeste y sabe que, asumirlo tal cual, es mero mimetismo (en el futuro, y en el mismo Hollywood, muchos realizadores cinéfilos caerían en ese error). Su lenguaje, asimismo, es diferente, pero todos esos recursos que citas (salvo el ralentí, que popularizó un americano amante del género que también sabía que había que cambiarlo: el gran Peckinpah) tienen un fin: la mitificación de esos arquetipos. No otro sentido tiene el memorable duelo final de «El bueno, el feo y el malo», tan irreal, tan absurdo como para mí fascinante. En el fondo, casi creo que Leone recrea el western bajo una atmósfera propia del cine fantástico.
Tarantino, en cambia, en vez de ir al western clásico coge a Leone, olvidando que así recrea lo que de por sí es una recreación. Donde Leone, discutible o no, elabora a su manera, transforma, incluso estropea para quienes no les gusta, Tarantino directamente copia: él dirá que hace un «homenaje». Para mí es un plagio porque es una reproducción más o menos exacta (o exacta del todo, como su impertinente apropiación de bandas sonoras o canciones que no le pertenece a él para usarlas en el contexto que le da la gana: la canción del viejo «Django» en los créditos de su film casi homónimo, el inolvidable tema de «Revólver» (un gran thriller de los 70) en un momento de «Malditos bastardos», etc.
En serio, hay mucha joya oculta en el western italiano. Ten en cuenta además que el estilo de Leone es tan irreproducible (salvo para patochadas tarantinescas) que los otros directores apenas intentaron copiarle. Y hay aproximaciones muy distintas a la suya y muy encomiables: el western ideológico, incluso el que intenta volver al clasicismo, etc.
Un abrazo.
Claro, todo radica en la visión, interpretación o valoración que tú y yo le damos a esa aportación de Leone al género. Lo que para ti es “completar el concepto» para mi es denigrar el concepto, en tanto que intento completamente fallido y especialmente esperpéntico. Y en ese sentido, tu aproximación a una visión completa (das las razones por las que te gusta y nombras para negar las contrarias) permite utilizarlas, al yo recurrir a una frase tuya tan atinada para el caso cuando escribes «intentar exprimir como sea y con el menor dinero posible un filón recién descubierto», que no es más que justo lo que yo observo y detesto.
Dices, y es verdad a medias (puede que sí en cuanto al número de producciones y no en cuanto al nivel de calidad de las que se hacen) que «el spaghetti arranca justo cuando muere el cine del oeste clásico». Siempre he pensado que el western deambula en unos arquetipo y tipos humanos, en una localización y periodo histórico, que más tarde o temprano casi todas las historias estarían contadas, salvo esporádicas apariciones. Si pensamos que el spaguetti western comenzó, más o menos, en la década de los 60 hasta finales de los 70, por aquellos tiempos se hicieron notabilísimas películas norteamericanas dentro del género, si bien es cierto que comenzaba a no tener el tirón y la producción de antaño, pero obras como El hombre que mató a Liberty Valance (1962), Grupo salvaje (1969, un clásico que me da grima, por cierto), Dos hombres y un destino (1969), El Dorado (1966), La aventuras de Jeremiah Johonson (1972), El día de los tramposos (1970), Los profesionales (1966), Duelo en la alta sierra (1962), El gran combate (1964), Pequeño gran hombre (1970), Valor de ley (1969), La conquista del oeste (1962), Río Lobo ( 1970), Una trompeta lejana (1964), Los cuatro hijos de Katie Elder (1965), Un hombre llamado caballo (1970), Río Conchos (1964), La noche de los gigantes (1968), El juez de la horca (1972), El póker de la muerte (1968), La balada de Cable Hogue (1970, el mejor western de su autor y una obra maestra. Detesto la mayoría del cine de Peckinpah en el Oeste, por violento y gratuito, promotor, entre otros, del precisamente spaguetti western), Álvarez Kelly (1966), La batalla de las colinas del whisky (1965), Dos hombres contra el Oeste (1971), Chuka (1967), El oro de Mackenna (1969), Chisum (1970), Cuatro confesiones (1964), En nombre de la ley (1971), El valle del fugitivo (1969), El rifle y la biblia (1975), El gran duelo (1970) …, son un pequeño ejemplo de una producción aún considerable y un nivel que, con altibajos, también registra suficiencia notable, con algunas maravillas entre ellas. ¿Podemos así hablar del spaguetti westerns? Ni aún asumiendo ese puñado escaso de buenas películas de Leone, que para mi es sencillamente inasumible, podemos hacer una comparación medianamente y meridianamente objetiva. Pero se crea una corriente de opinión y pararla es complicado, sin duda.
Igualmente volvemos al comienzo, los arquetipos los convierte en remedos ridículos de sí mismos, hace auténtica y vacía caricatura, por no hablar de destrozar la parte mítica. Y su lenguaje claro que no fue nuevamente utilizado, y el motivo para mi es obvio. Y ese final es precisamente eso, un cúmulo de absurdos y sin sentidos, a mayor gloria de lo ridículo. Más que adentrarse en lo fantástico, presenta un puñado de fantasmas casi circenses. Ver al gran Fonda en Hasta que llegó su hora, hace que me duela el alma. Y es solo por ponerte un ejemplo, pero…
Para mi se rompe con el mito, se denigra hasta la extenuación el sentido lírico del western, que lo tiene y mucho, se estira como tú dices hasta el esperpento y la caricatura, la música se hace insoportable y más que un protagonista se convierte en grotesca… Lo estrafalario se adueña de un género y lo conduce por pasajes mezquinos y patéticos, pero…
No quiero ser pesado, tan solo argumentar cuales son los motivos por los que no soporto la visión que se hizo del western y que nos ocupa. Ojalá yo pudiera ver lo que veis otros y así disfrutar de este puñado de obras. Un abrazo.
Fíjate que de esa extensa lista de westerns que me das pocos pueden incluirse en la categoría del western clásico, que es a la que yo me refería. Porque es cierto que el género siguió practicándose en Hollywood al menos hasta finales de los 70 (curiosamente, aclimatando alguna constante del spaghetti), pero ya de otro modo: no en vano muchos lo llaman el «dirty western» (para mí, sin contenido peyorativo). Hasta algún título hoy considerado clásico como la genial «Río Conchos» tiene mucho de ese desencarnamiento tan típico del género en Italia.
No sé el conocimiento que tienes de otros autores y obras del western mediterráneo, pero te recomiendo unas cuantas que creo que merecen la pena: la trilogía de Sergio Sollima formada por «El halcón y la presa», «Cara a cara» y «Corre, Cuchillo, corre», el estupendo western sobre la revolucion mexicana «Yo soy la revolución», la española «Antes llega la muerte», la fantasmal «Y Dios dijo a Caín», una versión de Carmen con aire de western como es «El hombre, el orgullo y la venganza», una variante de política-ficción titulada «Muerte de un presidente» y curiosidades varias como «Los profesionales del oro», «Salario para matar», el genuino «Django», etc… Sinceramente creo imposible que cualquier corriente del cine, en un país con una tradición cinematográfica (e Italia la tiene) solo presente obras deleznables. Ni el mainstream del Hollywood actual, ni el cine histórico español del franquismo… ni el western italiano.
Un abrazo.
De nano siempre me gustaron las pelis de indios y vaqueros, más tarde llamadas «westerns». A los «spaghetti westerns» tampoco les hacóa ascos. Creo que lo que me atraía era la violencia. No sé si se habrán hecho estudios del tema, pero para mi mente infantil-juvenil, cuantos más muertos mejor. Pasados los años lo que me han queddo son las BSO de Morricone. Buena música.
Una curiosida maléfica. Para mi blog estoy estudiando a Hitler. Aún lo tengo adolescente. Pues bien, de niño jugaba a indios y vaqueros y leía novenes pra jóvenes de Karl May, lo mismo que yo; eso sí, a mi no me dio por invadir Polonia.
Cuando estaba nerviosos en el bunker o dónde fuera, le gustaba, ya de adultos, los westerns. En su mente calenturienta, los «vaqueros» eran los arios y los indios los «judíos». Menudo tipejo.
Jajaja, bueno, yo también leí a Karl May de pequeño. Y a esa edad, en efecto, las pelis donde muere mucha gente, o donde se corre mucho peligro, son de lo más atractivas. De ahí el atractivo del western desde tan cortas edades
No todas, pero muchas de las películas que citas (mi padre era un acérrimo defensor y apasionado del spaghetti westerns, como del cine en general), las vi con él. Eran maravillosas y apasionantes las discusiones que teníamos al respecto. Daría lo que fuera por tenerlo a mi lado, pero…
José Miguel, claro que los géneros evolucionan y mudan. Eso le ha pasado al cine negro, al western, a la comedia, al drama y las de guerra. Pero lo que yo quería dejar claro, es que sí continuó una producción notable y suficiente coexistiendo con el «movimiento» sobre el género en Italia.
Con el tiempo ser dará cuenta «usted» de mis excesos y vehemencias, pues llevas razón al decir que ningún movimiento cinematográfico es tan detestable que todo en él es malo. Eso es cierto, pero yo al menos no consigo que me guste en lo más mínimo, y como comprenderás tengo que ser sincero. Y créeme que no lo hago por epatar, pero es que lo mismo me pasa con, por ejemplo, algunos cineastas a los que yo no consigo ver en sus obras ni tan siquiera algo decente. Por citar a algunos diré a cineastas tan diferentes como Almodóvar, Pasolini o Antonioni. ¿Algo tendrán bueno?, pues es que no lo encuentro.
Se me olvidó, es posible que sea una cuestión de exigencia o benevolencia, pero CIFESA y sus Locura de amor, Agustina de Aragón, La leona de Castilla o Alba de América, a mi me producen urticaria. Un saludo
Bien, pues expuestas están las razones (igual de apasionadas) de uno y otro: es un placer hablar con «vos», en cualquier caso. Ah, y lo de Cifesa y su ciclo daría para otra conversación: dejo ahí al menos lo muy curioso que me resulta que, siendo tan claramente difusoras del nacional-catolicismo, uno de cuyos principios tristemente básicos era la postergación de la mujer en la casa, estas películas de Cifesa (Locura de amor, Pequeñeces, La leona de Castilla…) estén centradas en mujeres indomables y de gran personalidad entre hombres mucho más débiles o pasivos que ellas.
Cifesa era una compañía valenciana que nació en plena república, pero sus pelis más recordades eran las que ensalzaban al bando ganador y falseaban la historia de España, reducida a Castillas y sus conquista con alguna jota aragonesa. El resto no existía.. y así siguen ahora. Me gusta la historia pero lo que hace la 1 me parece un abuso. Después de Isabel, Carlos… es neofranquismo. ¿Por qué no una seue histórica sobre Galicia, el País Vasco, Catalunya, etc. todo el «centro» y sus batallitas imperiales. Jamás nada sobre el Al-Andalus del siglo XII y sus siglo de oro, que coincide con el judío, o sobre Jaume I. Nada sobre la expansión metiterrànea, solo atlántica. Estas cosas hacen que no no castellanos no sintamos ajenos a la propaganda oficial. No existimos.
Caramba, Regí, no me digas que eres partidario de algo así como unas «cuotas territoriales» en la producción de series históricas. No creo que «Isabel» lo merezca tanto. En particular, yo me he pasado un par de años asombrando a médicos, vecinos, conocidos, etc cuando, al saber que soy profesor de Historia y me pedían un refrendo sobre lo mucho que les fascinaba esa serie, les aseguraba que no la veía. Y es que nada me ha interesado de ella, aun intentándolo a veces (y es que empezaba a considerarme rarito): empezando por unos personajes tan tan guapos (hasta cualquier lacayo que pase por allí es fermosísimo), la sensación de que los actores no se creen los pelucones ni los disfraces que les obligan a ponerse o los decorados limpísimos que cruzan (qué diferencia ahí con los ingleses) o la falta de fluidez al pasar de una secuencia a otra…
Eso sí, en lo que yo he visto me parece que el coprotagonista era Fernando, rey de Aragón, no de Castilla, y que se hacía sobrada referencia a sus campañas italianas, siendo de hecho un secundario importante el Gran Capitán (otro también muy guapo, vaya por Dios), que conquistó Italia para Aragón y no para Castilla. La existencia de «Carlos» no creo que se deba a intenciones propagandísticas ni a la perduración de un avieso neofranquismo en televisión española, claro, sino a que esperan atraer a los mismos espectadores que «Isabel». Recuerda que se produjo bajo el gobierno socialista, y que incluso fue un pequeño escándalo que la nueva dirección nombrada por el PP postergarse su estreno en pantalla porque alegaba que su producción era muy cara.
Por último, en estos días, con tanta información al alcance de todos, solo un simple (o alguien convencido de antemano) puede ser cebo de propaganda a través de una serie histórica. En un caso o en otro, allá ellos. Yo, a juzgar por lo que he visto en los anuncios que ya están emitiendo, voy a hacer con «Carlos» lo mismo que con «Isabel»: ponerme una película o leer un libro… de los Reyes Católicos o de Jaime I, según el tema que me toque en clase.
Un saludo.
Yo no pide «cotas territoriales», solamente que ya está biken de reducir la historia de España a lo de siempre. Fernando no me vale, la serie se llamaba «Isabel» y en todo caso Fernando era un segundón. Creo que estará conmigo que se habla en TVE de los mismo que se hablaba durante el franquismo. Toda la historia es Castilla. Dime, ¿cuándo han hecho una serie sobre Jaume I, Catalunya o València? Nunca, nunca, nunca. Y da la casualidad de que todos pagamos impuestos. De la conquista de Amériva se han hecho películas a raudales. Sé sincero, la expansión mediterránea de la Corona de Aragón no tinen sudicioente material dramático e histótico: Sicilia, Cerdeña, Nápoles los ducados de Atenas y Neopatria, los almogávares en Constantinopla, la senyera ondeando en el Partenón… nunca lo han sacado ni dicho nada en ninguna tele española, y te recuerdo que se paga con nuestros impuestos. Aquí somos muchos los que estamos hartos de la propaganda españolista con la que nos bombardean. ¿Por qué nunca una peli sobre Galicia, Euskado o Catalanya? Nunca en la vida han hecho nada en este sentido. Como diría Raimon: No esconden nuestra historia y nos dicen que la nuestra es la de ellos». No hay derecho.A Carlos I y V nos lo conocemos hasta en la sopa. En España no saben quien era Jaime I el Conquistador a juzgar por las pelis. Todas igualitas a las que hacían en época de Franco. No es historia de España, sino de Castilla, ya que todo se mira desde el centro. Esto se llama portfranquismo puro y duro. Yo no sé nada de Galicia, nada, me lo han ocultado, por poner un ejemplo. Cualquier día nos hacen una seie sobre los Reyes Godos.
Saludos
No por ello son mejores, pero que conste que, por ejemplo, Méndez Leite defendía sin ambages películas como Locura de amor y a de Orduña lo consideraba un director sobresaliente. No me queda más remedio que soy demasiado estrecho. Bueno aquí lo dejamos y voy con una que tienes por ahí creo de máquinas en el cine o algo así. Cuídate.
Las películas de Sergio Leone transcurren en un ”tempo” voluntariamente retardado, digamos que en “tempo di adagio”. Esa me parece su característica definitoria, al menos en lo que respecta a la ”trilogía del dólar”.
Viendo hace poco por televisión Cuatro tíos de Texas (1963), de Robert Aldrich, en la secuencia de la diligencia que vuelca, cuando Dean Martin se queda con la bolsa del dinero y comienza a alejarse a caballo, Frank Sinatra, con toda la parsimonia del mundo, coge un rifle que iba en el techo de la diligencia escondido, enciende un puro, y sin ninguna prisa, a “tempo di adagio”, espera a que Dean Martin esté lo suficientemente lejos como para que no le alcancen las balas del revolver de Dean Martin. Pues bien, las películas de la “trilogía del dólar” (posteriores a la de Aldrich), están repletas de esas secuencias de “tempo” voluntariamente retardado; incluso el detalle de encender un puro con toda tranquilidad en una situación que se supone estresante, se lo veremos a Clint Eastwood en repetidas ocasiones.
Un cordial saludo
Fíjate que, a propósito de Aldrich, yo siempre he pensado que en «Veracruz» está contenido buena parte de la propuesta de Leone en el western. Aunque Aldrich, al final, no prescinde de que el personaje noble e idealista sea el que gane al egoísta y trapacero, construye su película sobre la atracción entre estos y, desde luego, en este caso el personaje de Lancaster es mucho más interesante (o al menos divertido) que el de Cooper. Además, su utilización de la revolución mexicana, que el mismo Leone utilizaría en «Agáchate, maldito», el sentido del espectáculo asociado a la violencia, etc… De Aldrich a Leone no hay tanta distancia, creo.
Robert Aldrich es un director muy interesante y lo tengo entre mis preferidos desde siempre, también a Richard Thorpe para mí el mejor dirgiendo aventuras.
Un cordial saludo