Versátil Woody Allen: de Blue Jasmine a Magia a la luz de la luna

Cartel de Blue Jasmine, de Woody AllenSan Francisco, en la actualidad, escenario de la triste odisea de una mujer que no conseguirá remontar la caída social que para ella supone la pérdida de la elevada posición que tenía en Nueva York y que se desmoronó con la detención de su marido, un tiburón financiero, y el incautamiento de los bienes que ella misma poseía, pues figuraba como firmante de buena parte de las estafas de su esposo. La Costa Azul, en los años 20, espacio para el encuentro entre un mago que se jacta de desenmascarar a todo farsante que pretende que lo mágico, lo imposible, es real, y la joven y guapísima vidente que se empeña en turbar sus convicciones al hacer gala de unas capacidades sobrenaturales para las que aquél no encuentra explicación. Blue Jasmine y Magia a la luz de la luna. Dos películas magníficas, muy distintas en cuanto a argumento, ubicación y planteamiento dramático, en el fondo muy similares, pues las unifica aquello que es propio en un autor, y su principal creador (para lo bueno y para lo malo) lo es: un estilo narrativo y una postura sobre la vida. Dos películas que confirman lo que no dejo de repetir: el mejor Woody Allen es el de esta última década de su carrera cuando, ya septuagenario (este año cumplirá los 80), abandonó el confortable entorno de producción que tenía organizado en Estados Unidos, sobre todo en su amada Nueva York, y comenzó a desplazarse por el mundo, ambientando sus películas de Londres a Roma y París, pasando por Barcelona. Según muchos, para hacer turismo mercenario; según otros (entre los que me cuento), para desperezarse de la acomodación en que había incurrido su carrera.

Desde Match Point (2005), Allen, como siempre hizo en el fondo, ha ofrecido una increíble diversidad de argumentos, planteamientos dramáticos, personajes y ambientaciones. Si es verdad que, aun así, todas sus películas respiran el mismo aire, tan reconocible para quienes han frecuentado mínimamente su filmografía, se debe, como he dicho, a su irrenunciable estilo. En el caso de Allen, el predominio (muchas veces abusivo, es verdad) de la palabra sobre lo visual y el gusto por unas estructuras narrativas que se caracterizan por lo vertiginoso (a la medida de sus verborreicos personajes) y dejan poco espacio para el reposo o la calma, que a más de una de sus películas le hubiera venido francamente bien. Ahora bien, repito, nunca como ahora Allen ha demostrado mayor sentido crítico: pese a cierta apariencia superficial, su cine en general había sido bastante acomodaticio.

Una inmejorable muestra de lo que digo se encuentra en Blue Jasmine (2013): una película que supone una aguda radiografía de la realidad actual que se ajusta como un guante incluso a la española (la protagonista podría ser muy bien la señora de… cualquiera de los innumerables corruptos que ahora saltan a las noticias, y algunos a la prisión, empezando por la misma infanta Cristina). Después de esta película tan dura, y como gusta hacer, con su siguiente estreno, Magia a la luz de la luna (2014), Allen cambia de registro y de planteamiento, del drama (por mucho que contenga elementos regocijantes) a la comedia (menos ligera de lo que puede parecer a simple vista, como luego intentaré explicar), y cambia también de ambientación y época, del San Francisco de la actualidad a nada menos que la Costa Azul francesa en los años 20, todo ello para ofrecer una fábula romántica con toques de la vieja comedia de parejas del Hollywood clásico. En ambos casos, con resultados magníficos, por mucho que la aparente «inocuidad» del segundo film haya hecho que tenga peor acogida que la que tuvo Blue Jasmine justo un año atrás.

Tienen razón quienes señalan que Blue Jasmine se inspira directamente en Un tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams. Como en esta obra, el motor argumental del film es la marcha de una mujer que suspira por una posición social perdida, Jasmine (Cate Blanchett), al modesto hogar proletario de su hermana, Ginger (Sally Hawkins). Allí, Jasmine se verá sometida al suplicio de tener que compartir espacio con gentes muy inferiores a ella, empezando por la pareja de su hermana —Chili, encarnado por un estupendo Bobby Cannavale, que hace las veces de un Stanley Kowalski que, pese a lucir también músculos, camisetas y vulgar virilidad masculina, resulta harto más patético y vulnerable—, así como a sus inútiles intentos por mantener esa distinción que ella considera su sello sustancial.

El mundo de ensoñaciones de JasmineLa estructura narrativa elegida por Allen combina dos tiempos: el doloroso presente de Jasmine, y ese pasado de aparentes oropeles y lujoso ocio que vivió en Nueva York junto a su esposo Hal (Alec Baldwin, tan buena elección como el resto de actores que forman parte de este reparto, uno de los más ajustados y compensados de la filmografía de Allen). La acción salta hacia detrás y hacia delante sin una fórmula fija ni un resorte mecánico, componiendo un caleidoscopio a la medida de los anhelos de esa mujer que ha perdido todo sus puntos de orientación y sustento, que se ha convertido en una verdadera desarraigada social, que se niega a conformarse con la posición a la que la han arrojado pero que, resulta evidente, nunca volverá a subir a la anterior. Jasmine primero se plantea reanudar sus antiguos estudios de antropología —aunque, tal como se la describe, difícilmente pueda pensarse en que tuviera unas inquietudes reales hacia esa disciplina y fuera más bien un entretenimiento hasta encontrar el puesto al que la llamaba su «vocación» real—, pero enseguida la realidad la obliga a buscar trabajo, y el que encuentra es ser la asistente de un dentista, es decir, uno de los oficios menos glamourosos que se pueda imaginar. Dentista, que en el colmo de las pretensiones, cree posible aspirar a ella y, frustrado, incluso llega al puro acoso sexual. Sin embargo, Jasmine no ha apurado el cáliz del patetismo: lo conseguirá mediante el intento de volver a ser la de antes —es decir, una mujer-florero de un hombre «importante»—, mediante la boda con un diplomático con ambiciones políticas al que, por supuesto, engaña sobre su situación real.

Como señalaba líneas arriba, Blue Jasmine pone su foco sobre un «personaje» de la crónica social y judicial que siempre estuvo muy opacado y que de pronto, y en nuestro país de modo especial, parece haber emergido de las sombras: la esposa de los grandes tiburones financieros o políticos (a veces, ambas cosas a la vez) que acaban protagonizando los más sonados escándalos de fraude o corrupción. Esa mujer cuya única ocupación es la de servir de escaparate de las relaciones sociales del marido, brindando un exterior atractivo, tanto por el físico agradable (aunque muchas veces se haya conseguido mediante la adecuada inversión quirúrgica) como por eso que se llama estilo a la hora de vestir, y unas cualidades para el desenvolvimiento en las grandes reuniones donde, bajo la excusa del ocio o la responsabilidad social (fiestas para recaudar fondos para los «más necesitados», por ejemplo), es donde realmente se hacen los tratos más beneficiosos para esa fauna. Jasmine ha sido justamente un ejemplo paradigmático: una mujer que se casó muy joven para consagrarse por completo a atender el hogar, a su esposo y a las responsabilidades derivadas del trabajo de éste. Un trabajo en el que, por lo que se nos indica en los episodios del pasado y en sus continuas evocaciones, demostró ser una magnífica profesional. Pero una profesional que prefería vivir en el limbo del oropel, del espejismo, antes que en la realidad.

Woody Allen & MiscDescabalgada con brusquedad de esa posición —en el final de la película descubriremos, de modo patético, que fue ella misma quien precipitó la caída del marido (y la suya propia) mediante un irresponsable acto de venganza ante la noticia por parte de éste de que la abandonaba para irse a vivir ¡con una jovencísima au pair!—, Jasmine irá haciéndose consciente, con progresiva desolación, de su completa indefensión a la hora de volver a enfrentarse a un mundo en el que ya no es «nadie». Allen juega muy bien la baza del contraste entre esas dos hermanas que representan dos mundos tan distintos (por cierto, que para ello hay que aceptar lo más inverosímil: que ambas se criaran en un mismo hogar, por mucho que el cineasta intenta camuflarlo haciendo que dos mujeres de padres biológicos distintos adoptadas por la misma pareja, y hace que las dos insistan todo el rato, con gracia, que la aparente acumulación de dones de Jasmine se achacó siempre a que se quedó «con los mejores genes»). Bajo esta justificación, claro, late otra soterrada frustración, la de Ginger, y su complejo de inferioridad hacia su más afortunada hermana, lo cual abre otro campo a la reflexión: la clásica aspiración de las clases menos favorecidas a mimetizar a las superiores en vez de buscar su propio camino.

El principal problema de Blue Jasmine, en el fondo consustancial a toda la filmografía de Allen, es que su autor encara la puesta en escena exactamente igual que en todas sus películas, sin tener en cuenta las diferencias entre tonos y planteamientos. Un melodrama, no digamos ya un drama, exige unos tiempos para poder respirar, o reflexionar: unos tiempos visuales, se entiende. Pero Allen lo cuenta todo con la misma rapidez a que lo han acostumbrado tantas comedias, de ahí que las peripecias se desarrollen de modo demasiado vertiginoso, otorgando una cualidad demasiado apresurada a las imágenes. Esto se traduce en la molesta sensación de que hay menos densidad de la que permitía el planteamiento. Con todo, es indiscutible la falta de concesiones con que Allen trata a su personaje protagonista, a la que juzga con severidad y ni siquiera otorga un mínimo cariño para que el espectador la contemple con alguna indulgencia. En buena medida, claro, esto se debe a la excelente y muy entregada interpretación de una Cate Blanchett que sabe eludir la tentación de la caricatura y es el alma de la película. Blue Jasmine, por lo tanto, aunque no es un film excepcional ni mucho menos, se encuentra a la muy digna altura del buen nivel de la filmografía coetánea de Woody Allen, abunda en aciertos de observación en el retrato de sus personajes —ninguno de los cuales, por fortuna, resulta encomiable por contraste, empezando por la hermana obrera de Jasmine, una no menos espléndida Sally Hawkins— y transmite un aire desesperanzador de todo punto admirable.

Cartel español de Magia a la luz de la lunaMagia a la luz de la luna tiene, en apariencia, el aspecto de un «capricho» y por ello, y por la ausencia (presunta) de la dureza del anterior film, ha sido acogido con condescendencia pero sin aplauso. A estas alturas, lo bueno es que a Woody Allen le da igual: a él le basta con seguir estrenando cada año, y de hecho ya tiene terminada su nueva película. Repito, por tanto, que Magia a la luz de la luna puede ser muy bien un capricho… pero un capricho adorable. Con una ligereza y un desparpajo que parecen extraídos de una de las inolvidables comedias sofisticadas de la Paramount de los años 30, con un sentido del diálogo por completo irresistible y un notable encanto plástico, el que le presta su estupendo diseño de producción, la última película de Allen supone una completa filigrana que, encima, destila una modestia que hasta hace mucho solía estar ausente del cine de su autor (es otro de los privilegios de la edad: se va abandonando la pretenciosidad). En Magia a la luz de la luna hay, por encima de todo, un contagioso placer por encarar a dos personajes que Allen sabe dignos de atracción, y dejar que ellos nos vayan conduciendo por una historia que no carece de originalidad y que, al final, resulta mucho más densa de lo que parece.

El argumento es estupendo. Stanley Crawford, alias de Wei Ling Soo, es un hombre cultivado que se gana la vida como mago «oriental», y al mismo tiempo es un implacable desenmascarador de fraudes. No lo hace por prurito profesional sino porque es un defensor decidido del racionalismo, que se dedica a la magia dejando bien claro que el suyo es un oficio que se basa en la habilidad y no en la existencia de lo imposible, de ahí su absoluto rechazo de aquellos que pretenden seducir a los incautos afirmando que están en contacto con un más allá que no existe. Un amigo de la infancia, y mago como él, Howard Burkan, pide su ayuda para demostrar la falsedad de una joven médium americana, Sophie Baker, que se aloja en la finca en la Costa Azul de unos ricachones a los que ha convencido de su poder para convocar las «almas» de sus seres ya fallecidos y a cuyo heredero parece tener en el bote.

A la vista del argumento, y del rápido encuentro entre los dos protagonistas, el espectador podría creer que toda la película consistirá en esa confrontación intelectual y mágica, por supuesto también sentimental, entre dos personajes que, es evidente, restallan de ingenio, inteligencia y también belleza. Sin embargo, Allen quebranta esa expectativa cuando Stanley no tarda en claudicar, ante el aluvión de datos íntimos que la muchacha le da sobre su propia vida. Desde ese momento, el mago reconoce que ha estado equivocado toda su vida y que ese mundo de la trascendencia que él rechazaba con energía debe existir. Con una ecuanimidad que parecía insólita en un ser que se nos ha presentado tan arrogante en su defensa de la razón, Stanley decide dar pública fe de la verdad de las habilidades de Sophie, comprometiendo en ello su nombre, pues su honradez le indica que, ya que la joven no sólo es auténtica sino que procura un bien a sus semejantes, debe sancionarlo con el prestigio de su nombre.

Magníficos Emma Stone y Colin FirthMagia a la luz de la luna, así pues, parece proponer una reflexión acerca del clásico combate entre dos posturas: el consuelo que ofrecen los credos, cualquier credo, o el riesgo de infelicidad a que conduce el cultivo de una innegociable lucidez. Los dioses, seguramente falsos pero que ofrecen esperanza, o la verdad desnuda que revela que al final solo tenemos la nada. Sin embargo, y aunque ya esta propuesta es sobradamente interesante, en realidad la película lo que narra es un cuento de amor entre dos seres en principio bastante opuestos: el sofisticado, cortante y casi wildeano Stanley Crawford y la deliciosa, espontánea y muy personal Sophie, a los que Colin Firth y Emma Stone hacen honor con dos interpretaciones encantadoras. La mera contemplación de esa pareja paseándose por los bellos rincones del sur de Francia, su magnífico feeling (al estilo, repito, del viejo Hollywood), el ingenio de sus diálogos, el buen trabajo de caracterización psicológica (más frontal en él, más indefinido en ella, como corresponde a sus roles) y el pequeño suspense romántico que va entablándose (contra toda expectativa, es ella quien reconoce su amor cuando él no parece haber pensado en ello siquiera); todo esto, en suma, basta para hacer de la visión de la película una experiencia que se sigue en todo momento bajo un estado de goce que pocas ocasiones da el cine contemporáneo para vivirlo.

Enamorado de las fábulas (como prueban muchas de sus mejores películas), Allen no duda en bañar su historia del debido tono fabulesco, de tal modo que el posible esteticismo turístico de su ambientación y vestuario acaba siendo el ingrediente necesario que da a la historia el aire suavemente irreal que ésta necesitaba. Incluso las referencias cinéfilas están incluidas con inteligencia y sutilidad: el personaje de esa tía tan cómplice que borda Eileen Atkins emparenta la película con la mítica Tú y yo (1957) de Leo McCarey, unas de las referencias indiscutibles del cine romántico.

[Quien no conozca el final de esta encantadora película debe dejar de leer justo aquí]

Como sucede con Blue Jasmine, es cierto que el espectador, una vez que finaliza la película y se va disipando la «magia», acaba intuyendo que no ha apurado del todo sus posibilidades. Y es por el mismo defecto consustancial en Allen: el timing demasiado raudo, sin espacio para una adecuada respiración reflexiva, que prefiere el encabalgamiento a la mera fluidez. La principal víctima de esto es que no llegamos a saborear en su justa medida el elemento sobre el cual, a poco que se piense, se construye la atmósfera dramática de la historia: la incontenible melancolía que, intuimos, domina a ese mago víctima de su propia brillantez intelectual, incapaz de ver satisfecha la exigencia con que contempla al mundo y de lo cual supone un bálsamo la aparición de la muchacha. Pues, claro, la película todavía reserva una última y muy lógica vuelta de tuerca: Sophie sí era una impostora, reclutada por su (celoso) amigo Burkan para vencerlo al menos una vez. Que esta tenía que ser la solución es evidente: era la única persona con conocimiento sobre la vida de Stanley. Que los espectadores nos dejemos enredar tiene un pase, pero… ¿y el inteligentísimo Wei Ling Soo? Puede que sea porque la belleza, no sólo exterior sino interior, de la joven —aunque él se resiste a admitir que siente algo más que admiración— lo hechiza. Pero me gusta pensar que se debe más bien a la maldición de los hombres que se ven condenados a la melancolía porque han visto la verdadera naturaleza del mundo: en el fondo, siempre está ahí la necesidad de dejarse arrastrar por la corriente, y más si es tan cálida y acogedora como la muchacha. Magia a la luz de la luna, detrás de su resplandeciente y muy clásico final feliz, desprende un poso de amargura (suave, expresado en voz muy baja, que es la voz que, aunque tarde, al final siempre se escucha mejor) que está muy en consonancia con esa amargura del cine actual de Woody Allen. La amargura del cineasta que ya ha visto mucho, pero que sabe que, pese a todo, y mientras los hombres tengamos la capacidad de sonreír ante el mundo, la vida puede hacerse aceptable.

Magia a la luz de la luna

FICHAS DE LAS PELÍCULAS

Título: Blue Jasmine / Blue Jasmine. Año: 2013.

Dirección y guión: Woody Allen. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Reparto: Cate Blanchett (Jasmine), Sally Hawkins (Ginger), Alec Baldwin (Hal), Bobby Cannavale (Chili) . Dur.: 98 min.

Título: Magia a la luz de la luna / Magic in the Moonlight. Año: 2014.

Dirección y guión: Woody Allen. Fotografía: Dariuz Khondji. Reparto: Colin Firth (Stanley), Emma Stone (Sophie), Eileen Atkins (Tía Vanessa), Marcia Gay Harden (Sra. Baker). Dur.: 97 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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8 respuestas a Versátil Woody Allen: de Blue Jasmine a Magia a la luz de la luna

  1. carlosdvallejo dijo:

    Entre las dos, sin ninguna duda me quedo con «Magia a la luz de la luna». «Blue Jasmine» me parece un buen drama, cómo no, pero no tiene esa chispa genuida de Allen que te toca… Es como si hubiera películas de Woody (sobre todo en estas dos décadas) que están realizadas como más mecánicamente (es la sensación que tuve con «Blue Jasmine» y con «Cassandra’s dream). No me esperaba gran cosa de «Magia…», pues sé que aunque Woody siempre cumple, es difícil ya encontrarse con películas como «Manhattan» o «Desmontando a Harry» (y me parece injusto hasta exigirlo, con lo que ya nos ha dejado). A mí no me parece que esta sea su mejor década, pero con su última película me he sorprendido encontrándome con esa gracia, esa nostalgia, esa melancolía ta propia de su cine más redondo. Ese querer creer en que hay cosas en la vida que te sorprenden (qué bueno Colin Firth y qué encanto Emma Stone… jeje) y que hacen que merezca, finalmente, la pena. Es una comedia con mucho encanto. Fue un acierto ir a verla al cine.

    • Lo bueno de alguien como Woody Allen es que, teniendo en cuenta que prácticamente sale a película por año desde 1969, cada aficionado a su cine tiene campo abonado para encontrar «su» película, «su» década, «su» tipo de historia, etc. Yo tuve una época de hartazgo de Allen que coincide más o menos con el inicio de este siglo, y tardé en entrar en sus películas desde «Match Point». Pero al contrario que otras, creo que ganan con la revisión (por ejemplo, «El sueño de Casandra»).

      Eso sí, el encanto de «Magia a la luz de la luna» es muy especial: por tema, por personajes, por luz, por ambientes… Y por supuesto, por Emma Stone, de quien me declaro rendidamente enamorado desde su Gwen Stacy en los últimos Spiderman.

      Un abrazo, Carlos.

  2. Iñaki Torre dijo:

    Enhorabuena, una vez más, por tus penetrantes y sugerentes análisis. Me encanta Woody Allen y reconozco que me gustan mucho algunas de su primeras películas como «Manhattan», «Annie Hall» o «Hannah y sus hermanas». Para mí, pegó un bajón en la década de los 90 y luego remontó con títulos como «Match Point» (excelente, tan hitchcockiana), «La maldición del escorpión de Jade» o incluso «Si la cosa funciona», donde vuelve un poco a sus orígenes. No he visto todavía «El sueño de Casandra».
    Respecto a las dos películas que comentas, tanto la una como la otra me gustaron muchísimo y suscribo todo lo que dices. La segunda, es verdad, podría pecar de ligera e intrascendente si la comparamos con el peso pesado de «Blue Jasmine» pero opino, como tú, que son registros distintos y que en su sutileza y tierna melancolía está la clave de una lectura más profunda. Aunque, si te digo la verdad, la que realmente me encandiló fue «Midnight in Paris»…

    • Pues muchas gracias otra vez. Y como le decía a Carlos en el comentario anterior, uno de los atractivos de Allen es que, dentro de su larguísima filmografía, cada aficionado encuentra sus propias películas, coincidan o no mayoritariamente con el resto de allenianos. A mí, por ejemplo, aparte de aquellas sobre las que ya he escrito, me encantan «Broadway Danny Rose», «Acordes y desacuerdos» o «Todos dicen I love you», y seguro que hay tiempo para redescubrir otras.

  3. kinolucem dijo:

    Excelente post, Woody Allen es de mis directores favoritos! https://cinematografilo.wordpress.com/

  4. Franklin dijo:

    Acabo de ver «Cafe Society». ¿La has comentado?

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