Minority Report y La guerra de los mundos: Spielberg y Cruise no combinan bien

Cartel americano de Minority ReportEn general, creo que la carrera de Steven Spielberg ha entrado en un periodo de especial interés con el cambio de siglo, justo a raíz de que entregara su película más inesperada, Inteligencia Artificial (2001). Su filmografía sigue siendo irregular, cierto, pero al menos me parece más curiosa y menos previsible: tampoco me esperaba Atrápame si puedes (2002), otra película donde le daba una caña inesperada a la institución familiar (y que tiene uno de los pocos papeles donde Leonardo DiCaprio no está inadecuado), o Munich (2005), con su toque de policiaco setentero. Incluso prefiero su Tintín (2011) a los Indiana Jones, aunque aquél no existiría sin estos. Es más, una película que tenía todas las papeletas para haber sido insufrible, pues partía de esos elementos que uno ha aprendido a temer en Spielberg (el sentimentalismo, el panegírico de la familia, la evocación del cine clásico, el tratamiento de la historia como un gran espectáculo), resulta ser una de las mejores de su filmografía, la estupenda y, sí, conmovedora Caballo de batalla (2011). Pero en esta etapa también hay películas muy malas. Pues bien, las dos peores tienen algo en común: ¡Tom Cruise! Se trata del film que rodó justo a continuación de A. I., esto es, Minority Report (2002), que en principio parecía seguir su misma senda (la ciencia-ficción adulta), y de La guerra de los mundos (2005), también en el mismo género pero en su variante de invasiones extraterrestres. La segunda no me gustó nada ni en el momento del estreno, pero de la primera no guardaba mal recuerdo.

Vaya por delante que aunque Tom Cruise me parece un actor flojo (y eso que reconozco que, como todos los intérpretes de todas las épocas —salvo Nicolas Cage—, ha ido mejorando con el tiempo y la experiencia), me parece digno de respeto por cuanto su carrera siempre ha manifestado (incluso cuando era jovencito y tenía todavía que hacerse un nombre) unas ambiciones muy superiores a las de otros compañeros del presente mainstream de Hollywood, que en cuanto alcanzan el estrellato parecen empeñados en tirar por la borda lo conseguido. Desde muy joven, Cruise se dio cuenta de que le convenía alternar proyectos dedicados lisa y llanamente a su lucimiento acrítico (Top Gun, Jerry Maguire) con otros de altas pretensiones (Nacido el cuatro de julio, Eyes Wide Shut), incluso aceptando papeles secundarios por la relevancia de los mismos (Magnolia o, por qué no, Tropic Thunder, donde demostró tener sentido del humor y se dejó caracterizar como un tipo gordo, calvo y repulsivo). En los últimos tiempos, ha alternado con inteligencia esa franquicia que se ha regalado a sí mismo, Misión imposible, con otros proyectos de inesperada densidad: dos de las películas más interesantes que vi el año pasado están protagonizadas por él, el policiaco Jack Reacher (que también produjo) y el film de ciencia-ficción Oblivion.

Su problema es que, como tantas estrellas actuales —de Tom Hanks a Matt Damon, de Hugh Jackman a Brad Pitt— es un actor de enorme unidimensionalidad, incapaz de aportar a un personaje algo que no venga bien establecido en el guión. Los actores de Hollywood hace tiempo que ya no responden al patrón clásico de los Gary Cooper o Robert Mitchum: no saben mirar, no saben caminar, no saben sostener un plano, no saben aprovechar su presunto carisma estelar para enriquecer el personaje que interpretan. Cruise, en este sentido, no es ni mejor ni peor que otros: y al menos, repito, su carrera posee mayor interés. Eso sí, cuando interpreta personajes sonrientes está insufrible y cuando intenta ir de duro, resulta demasiado blando (su asesino de Collateral, por ejemplo). Ahora bien, si el personaje no intenta hacer nada raro ni él sobreactúa y la historia es buena, no molesta. Lo que no entiendo es por qué, en general, cae peor que los otros: ¿se debe tal vez a ese narcisismo que, por ejemplo, provoca que en la práctica totalidad de los pósters de sus películas se exhiba él en primer plano, haciendo que casi todos parezcan el mismo?

Tom Cruise cazando moscas virtuales en Minority Report

Pasando ya a Minority Report, y de cara a los aficionados al género, se suele promocionar bastante que se basa en un relato corto de Philip K. Dick —el autor, como bien se sabe, de la novela que dio origen a la mítica Blade Runner (1982)—, como si eso bastara para hacer que una película ya fuera «profunda». De hecho, en estos treinta y pico años desde el estreno de la película de Ridley Scott, es probable que sea el escritor de ciencia-ficción más adaptado por un Hollywood que, con astucia y cierta hipocresía, ha intentado dotar a múltiples bodrios de un aura de respetabilidad por el mero hecho de partir de alguien hoy tan prestigioso. Y aunque no he visto todos los títulos surgidos de su literatura, sí puedo decir que ninguno de esos a los que sí me he asomado me ha parecido bueno: el mejor es tal vez el que pasó más desapercibido, Asesinos cibernéticos (1995), una película con agradable aroma de serie B situada en un planeta devastado donde dos bandos mantienen una guerra cuyos motivos casi todo el mundo ha olvidado y en el que surge, de pronto, un tercer rival, más letal y mortífero: las máquinas que, adoptando forma humana, inician su ataque contra la así llamada humanidad.

No he leído el relato «El informe de la minoría» (estúpido que los distribuidores españoles no tradujeran el título original, porque en inglés no suena especialmente bien), por lo que ya no vuelvo a hablar de él. En cualquier caso, lo cierto es que el esqueleto argumental de la película es de lo más interesante: en el Washington de 2054 existe una unidad policial llamada Precrimen que se encarga de detener, y encerrar en una especie de animación suspendida no a los criminales sino a aquellos señalados por unos precognitivos de que van a cometer, en teoría con total seguridad, un asesinato; un buen día, el jefe de la unidad, John Anderton, es el pre-asesino señalado por aquéllos, por lo que inmediatamente se escapa mientras, contra el reloj, trata de demostrar que él ni piensa cometer ningún crimen ni es un asesino.

La ilustración que de él realizan Spielberg y sus guionistas no puede ser más equivocada. En primer lugar, no reparan prácticamente nada en las profundas implicaciones éticas y legales de semejante premisa, y que es lo que le daba su interés. Al contrario, sobre ellas se pasa del modo más alegre, sin intentar siquiera explicar por qué, en unos Estados Unidos sobre los que no se nos dice que sea víctima de alguna distopía totalitaria que lo explique, se está cometiendo semejante tropelía con los derechos civiles, y en la misma capital del país. De hecho, parece que sí va a haber esa crítica al introducirse un personaje, el encarnado por Colin Farrell, un policía enviado por el departamento de justicia del gobierno con la misión de valorar si la experiencia capitalina debe extrapolarse al resto del país. Pero es una falsa alarma, porque enseguida ese policía es dibujado como un tipo vanidoso que parece más interesado en trepar a costa del personaje protagonista que en exhibir una genuina preocupación por semejante distorsión de la justicia.

Yendo al grano: Spielberg convierte el argumento en un banal espectáculo trepidante, pensado para que su protagonista corra y corra sin parar, demostrando cualidades casi de superhéroe, en medio de un despliegue de efectos digitales que, claro, ya no impresiona especialmente y, encima, bañando sus peripecias en toques de humor grotesco que desagradan profundamente. Dicho de otro modo: Minority Report no solo no roza ni un mínimo de la profunda complejidad de Inteligencia Artificial, sino que al tipo de film con el que debe medirse es con el espantoso Desafío total (1990), de Paul Verhoeven, otro supuesto relato adulto a partir de Dick que se desvanece como una aparatosa burbuja llena de ruido y vacuidad al servicio, eso sí, de un actor (?) todavía peor que Cruise, como el ex gobernador de California, Arnold Schwarzenegger.

El policía Tom Cruise y la precognitiva Samantha MortonLa aparatosidad de la película acaba siendo su única razón de ser: quizá no era Spielberg, claro, el director adecuado para darle al film el tono íntimo y sórdido que éste demandaba, en función de que está poblado por unos personajes a cuál menos defendible: en Inteligencia Artificial, al menos, su pequeño protagonista inspiraba una indudable lástima. Todo en el film intenta llamar la atención como si fuera a constituir un hito del género, como si fuera imposible hacer algo más llamativo. Particularmente, nunca he aguantado, ni siquiera esa primera vez en que la película me gustó más, las imágenes de los integrantes de Precrimen haciendo arabescos en el aire con las impresiones de los precognitivos: se abusa tanto de ellos que acaba siendo ridículo. Pero hay mucho más: el diseño de la Washington futurista, con esos coches que bajan horizontales en el plano vertical (y que permite uno —otro— de los alardes físicos del protagonista saltando de automóvil en automóvil); el insufrible invernadero de la doctora Hineman, en el que todas las plantas —no una, ni dos— parecen tener vida propia; el absurdo suspense en la escena en que las arañas buscan a John Anderton por el edificio y éste se toma todas las molestias para eludirlas, sumergiéndose en una bañera con hielo: es absurdo porque pone en peligro sus ojos recién operados al contacto del agua frígida (aspecto que los guionistas, con descaro, eluden del todo), y todo para nada, pues será descubierto

En cuanto a Tom Cruise, resulta imposible tomarse en serio a su John Anderton, ese policía traumatizado (cómo no) por no haber podido impedir el secuestro y desaparición de su hijo pequeño, lo cual además provocó el fracaso de su matrimonio, y que alterna la persecución de los pre-criminales con pequeñas incursiones en los barrios bajos para procurarse drogas que lo ayuden a aliviar su terrible dolor. Estos detalles psicológicos, además de ser burdos (aunque luego tendrán una razón de ser argumental), no hacen nada por enriquecer un personaje que no existe. Porque si se quería dar vida a un hombre vulnerable, cuya propia zozobra interior fuera símbolo del inevitable naufragio moral e incluso policial que es el trabajo que tiene, no tiene sentido darle luego las trazas de un superhéroe imparable que, ahora perseguido por sus antiguos compañeros de equipo, se luce ante ellos para que babeen de admiración al comprobar, en sus propias carnes, lo inmensamente justificado que estaba el puesto de su antiguo jefe. Minority Report, como es lógico, está bien rodada y cuenta con diversos momentos que levantan el alicaído interés. Ahora bien, cuando en la parte final se deja ya a un lado la espectacularidad banal y se pretende recuperar el tono serio y sombrío, ya es demasiado tarde, pues se alarga sin interés y acaba contándosenos cómo todo, pero todo, acaba saliendo requetebién, incluido el que Anderton reconstruya otra vez su matrimonio. En el plano final aparece con su mujer, la cual luce el embarazo de un nuevo hijo que resuelve todos los problemas psicológicos del héroe. Conmovedor…

Excelente cartel de La guerra de los mundosCambiemos de película. Spielberg ya había puesto a un paleontólogo ante la posibilidad de que los dinosaurios vuelvan a la vida y a un Peter Pan adulto y convertido en un yuppie de regreso al País de Nunca Jamás… sólo para lanzar un cántico por la paternidad. En La guerra de los mundos vuelve a hacerlo: concluido el metraje, diríase que si los marcianos han invadido la Tierra y lanzado un aterrador ataque que casi pone en jaque a la humanidad, fue sólo para que Ray Ferrier (Cruise again) descubriera los valores de la paternidad responsable y se ganara a unos hijos que creían no tener padre. Es una pena. Primero porque la bella novela de H. G. Wells que se rescata no se merecía esto. Y segundo, porque incluso con ese planteamiento se podía haber sacado una buena película, tan solo manteniendo cierto sentido de la medida. Porque incluso resultaba atractivo encarar un conflicto tan desigual —la lucha entre la Tierra y esos invasores no ya deshumanizados (por evidentes razones) sino prácticamente invencibles— desde un punto de vista muy particular, incluso alegórico: en plena guerra por la supervivencia del hombre en general, un hombre concreto vive el conflicto como un modo de redención personal ante sus hijos. El problema es el trazo grueso con el que se presenta, primero, ese conflicto, y el pésimo desarrollo con el que se pretende, después, profundizar en el mismo.

Como en otras ocasiones (las mencionadas Parque Jurásico y Hook), Spielberg olvida que una de las claves fundamentales en toda aventura en que un grupo de personajes vive múltiplos peligros es identificar al espectador con ellos, para así compartir sus temores y esfuerzos. Desde luego, identificarse con los Ferrier es imposible. Y es que cada vez que Spielberg pone en escena a adultos compartiendo peligros con niños o adolescentes, el resultado es para echarse a temblar.

De entrada, molesta la ramplona obviedad con que se muestra la falta de feeling entre el padre y esos hijos que se ven obligados a convivir el fin de semana por el acuerdo de divorcio, situación trazada mediante un esquematismo atroz. Una casa sucia y desordenada, una única habitación para compartir un hermano y una hermana que se llevan unos añitos (la pequeña Rachel, se dice, tiene diez años; de Robbie no se especifica, pero el actor Justin Chatwin —insoportable, por cierto— aunque en la historia todavía es menor edad, pasaba de los 20, y se nota), ninguna comida digna de ese nombre en la casa, un padre que lo primero que hace es echarse a dormir (vale, viene de su duro turno en los muelles), trata de forma agresiva a su hijo en vez de intentar comprenderlo… El momento más «intenso» de esta presentación acaba por irritar, pues no parece sino la culminación de tanto subrayado: lanzándose pelotas de béisbol —juego que, lo sabemos por tantas películas de Hollywood, siempre es un modo de indicar la complicidad entre un padre y un hijo—, Ray va haciéndolo con tanta fuerza que Robbie deja que una de ellas lo rebase y rompa un cristal de la ventana. Por cierto que, como signo de rechazo a ese padre, Robbie se dirige a él por su nombre de pila, ante la irritación de éste. Para colmo, el nuevo amor de su ex mujer y padrastro de los chicos, en su breve aparición, nos ha sido mostrado como alguien en las antípodas de Ray: un tipo agradable, sin un mal gesto, a quien los niños está claro que quieren y respetan, y que encima tiene un estatus económico muy superior, como muestra la estupenda casa en la que viven, y en la que intentan encontrar un breve refugio.

Uno de los trípodes de La Guerra de los mundos

Es lógico que los Ferrier nos resulten antipáticos desde el primer momento, pero es que cuando empieza la invasión e inician su desesperada huida hacia delante —Ray intenta llevar a los niños a Boston, donde la madre iba a pasar ese fin de semana: claro, Robbie acusará a su padre de que si quiere ir allí es para librarse, una vez más, de ellos y así ya poder huir solo y sin complicaciones—, todo va incluso a peor. La niña resulta ser una llorona que solo quiere ir con su mamá y busca siempre la protección instintiva del hermano: éste trata de tranquilizarla con una estúpida técnica yoga, zen, new age o yo qué sé (la niña, con sus manos, organiza un espacio propio a su alrededor). El muchacho no solo cuestiona cada iniciativa del padre sino que acaba abandonándolos porque ¡quiere unirse a los soldados y luchar contra los invasores! Estupidez por parte del guión que, seguro, no tiene otro objeto que dejar al protagonista solo con la pequeña, más desvalida y más adorable.

Por otro lado, los problemas de La guerra de los mundos van más allá de este pésimo mejunje familiar. A lo largo de las dos horas de metraje (que parecen incluso más), uno no consigue despegarse de la idea de estar asistiendo a un espectáculo impecable desde el punto de vista técnico y narrativo, pero cansino a más no poder. Los Ferrier, como el resto de personas, se lanzan a una loca carrera hacia ninguna parte, cruzándose y entrecruzándose con multitudes asustadas, lo que sirve para efectuar una mirada, una vez más demasiado parvularia, sobre lo fácil que es para el hombre perder su sentido de la solidaridad en momentos de crisis y dejarse arrastrarse por el pánico y el egoísmo. Del mismo modo, acaban cansando las apariciones de los invasores desde sus omnipotentes trípodes: la inquietud que provocan sus primeras apariciones se pierde demasiado pronto.

El exceso acaba estropeando, incluso, la que pudo haber sido la mejor secuencia de la película, aquella que transcurre en los sótanos de la casa donde se esconden Ray y la pequeña Rachel, cuyo dueño es encarnado por Tim Robbins. Allí, Spielberg incluye un momento soberbio, que ratifica su habilidad para el movimiento de la cámara y los actores: el tentáculo de uno de los trípodes, con ese enorme ojo en su extremo, se desliza silenciosamente por el sótano en busca de vidas, moviéndose de modo sinuoso como si fuera una gigantesca serpiente, mientras los tres ocupantes del lugar, a su vez, van moviéndose en su intento por esquivar el acecho del monstruo.

Pues bien, es una pena que el mismo director lo estropee todo. En primer lugar, al obligar a Robbins a realizar una composición de individuo medio enloquecido, que se adivina al borde del estallido, que casi supone una parodia de su magnífico papel de Mystic River (2003, Clint Eastwood). Cuando en efecto estalla, y al ver que pone en peligro la vida de su pequeño, Ray lo mata. El momento debía haber sido de intensa revulsión: enfrentados a seres tan inhumanos como los extraterrestres, Ray realiza el acto supremo de deshumanización, o sea, el crimen. Pero acto seguido los invasores los localizan y atrapan, con lo cual ese acto tan «fuerte» queda instantáneamente trivializado: Ray mata para nada. Se me dirá que, así, se manifiesta en mayor medida el absurdo que es todo asesinato, pero es la construcción de la secuencia la que lo estropea todo, por su continuo recurso al enfatismo. Dicho de otro modo, si se hace que el protagonista mate es para magnificar su «compromiso» con sus hijos, sin reparar en mayores reflexiones morales o críticas.

Los árboles chupasangres de La guerra de los mundosEn fin, como siempre, Spielberg acredita en La guerra de los mundos muchos otros buenos momentos, comenzando por los mismos y estupendos títulos de crédito, con esas imágenes microscópicas que sugieren cuál será precisamente el arma con que el planeta (que no la humanidad) conjurará la invasión: las bacterias microscópicas ante las que los alienígenas no tendrán defensa. También hay que reconocer la facilidad del director para la fluidez narrativa en todas las escenas multitudinarias, siempre un modelo de claridad y fuerza expositiva. Hay además una buena idea de guión: el descubrimiento por parte de Ray de que lo que buscan los invasores es… la sangre de los seres humanos (estupendo ese plano de increíble lividez escarlata en que Ray se tropieza con esos árboles de raíces sanguinolentas que han ido plantando los alienígenas: ver arriba), convirtiendo a los atacantes en una raza de vampiros estelares. Y hay múltiples planos para el recuerdo, como los que muestran los trípodes derrumbados después de que las bacterias hagan su efecto.

En el final, Ray consigue llevar a la pequeña sana y salva con su madre, encontrando de paso al hijo allí (no se nos explica cómo sobrevivió al tremendo ataque extraterrestre en mitad del cual desapareció), y éste, conmovido no se sabe por qué, se abraza a él y ahora ya sí lo llamada «padre». Llámenme inhumano, pero que sobrevivan los dos hijos de Cruise (y ya puestos, éste), me parece un final muy poco feliz.

FICHAS DE LAS PELÍCULAS

Título: Minority Report / Minority Report. Año: 2002. Dirección: Steven Spielberg. Guión: Scott Frank y Jon Cohen; relato de Philip K. Dick. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Reparto: Tom Cruise (John Alderton), Colin Farrell (Witwer), Samantha Morton (Agatha), Max Von Sydow (Lamar Burgess). Dur.: 145 min. Título: La guerra de los mundos / War of the Worlds. Año: 2005. Dirección: Steven Spielberg. Guión: Josh Friedman y David Koepp; novela de H. G. Wells. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Reparto: Tom Cruise (Ray Ferrier), Dakota Fanning (Dakota Ferrier), Tim Robbins (Ogilvy). Dur.: 116 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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13 respuestas a Minority Report y La guerra de los mundos: Spielberg y Cruise no combinan bien

  1. Renaissance dijo:

    Llegué a ver a Cruise en La guerra de los mundos en el cine, y en su momento no me pareció especialmente mala comparada con otras que había entonces…Claro que es de estos casos en que estaba muy poco exigente, y a día de hoy a penas me acuerdo de qué tenía de especial, exceptuando el tema familiar que incluyen y que adapta a Wells a grandes rasgos.
    Curiosamente, hay quien comenta que su papel como Lestat en los noventa sí fue de los más memorables, y ese narcisismo que suele mantener el actor resultaba bastante adecuado para dar vida al vampiro en cuestión.

    • Spielberg suele crear efectos muy opuestos, y en entornos muy próximos. Yo volví a ver «La guerra de los mundos» con mi hermano, a quien le estaba pareciendo una película extraordinaria. Y en efecto, los papeles narcisistas siempre han atraído a Cruise, supongo que porque no podía ser de otro modo, y con el tiempo se ha ido templando.

  2. elindeseable dijo:

    Buf! Viendo el título de la entrada ni siquiera debería haber intentado leérmela… un par de párrafos y lo he tenido que dejar. Nuevamente confundimos gustos (y manías) personales con la calidad de actores, cineastas y películas.

    A ver si en futuras entradas hay mas suerte… :S

    • Incluso leyendo un par de párrafos creo que puede verse, pero aun así, el comentario deja claro que:
      – Me gusta mucho Spielberg.
      – Me gusta mucho Philip K. Dick.
      – Me gusta mucho la ciencia-ficción.
      – No me gusta mucho Tom Cruise, pero me inspira respeto.
      Lo que no me gusta es TODO de aquellos que me gustan, ni detesto TODO de aquellos que no me gustan. En cuanto a esa confusión, siento no poder escapar de mis gustos personales porque no soy una máquina y lógicamente al hablar de una película o un libro se escapan solos.
      Normalmente escribo sobre lo que me gusta. Ahora bien, cuando leo otras opiniones sobre esos temas no me marco como objetivo que el escritor esté de acuerdo conmigo: otra cosa es que haya opiniones discordantes que te aporten cosas que pensar o que te obliguen a dejar de leer.

  3. margarita dijo:

    Acabo de ver Minority Report otra vez y a pesar de sus defectos me gusta. Tiene un diseño de producción muy atractivo. Lo de los precog es un poco agobiente, pero que le vamos a hacer. Tengo para ver (otra vez) La guerra de los mundos. Que en las dos aparezca Tom Cruise apetece poco. No me molesta, pero tampoco me entusiasma. También hay eso de las familias disfuncionales típicas de Spielberg un poco pesado.
    Pero en definitiva son productos de una calidad muy alta, sobre todo en diseño de producción.
    Saludos

  4. ALTAICA dijo:

    Tus crónicas (solo he leído dos) tienen un notable inconveniente para aquellos que discrepamos de algunos aspectos de las mismas, y es que están muy bien armadas y mejor argumentadas. Conforme se sumerge uno en ellas comienzan a asomar alguna que otra disconformidad, pero igualmente conforme avanza y verifica los motivos de tus opiniones, van desapareciendo las ganas de entrar en sano debate. La extensión y tu capacidad de justificación son el motivo.

    No obstante, sí decir que el ya no tan joven Cruise sí nos dio una lección de composición en la magistral Magnolia y en la notable Collateral, cuyo asesino a sueldo sí me transmite esa casi ausencia de blandura que tú no encuentras. Por cierto, siempre he pensado que en el fondo la película de Mann es una curiosísima revisión de la mítica Blade Runner. Eso sí, creo hasta la fecha ser el único que así lo observó en su momento, por lo que es bien probable que se trate de una de mis muchas y absurdas vinculaciones. Respecto de la obra Minority Report a mi tampoco me gusta. Me deja frío e indiferente como el ejercicio fotográfico que la viste.

    Igualmente indicarte que para mi, aún sin ser sobresaliente, sí creo que la revisión del cineasta norteamericano del clásico de la scifi de los años cincuenta del siglo pasado, es mejor. Nunca fue santo de mi devoción la película de Haskin, sin ser mala, pero la fuerza, emoción y ritmo que le imprime el director de Cincinnati es indiscutible. Y creo que muchas de las críticas que le atribuyes no deberían ser tales, en tanto que la película de Spielberg no es más que un rendido homenaje a ese cine sencillo pero espléndidamente contado. Obviamente con mucho más presupuesto que el que manejaron los productores de todo ese puñado de obras maestras de la ciencia ficción clásica americana de los años cincuenta, en las que el talento suplía al dinero. De ahí que estime que la película no quiere ser sesuda, no quiere renunciar a la esencia del cine sencillo y entretenido, no quiere ser lo que no pretende ser, solo se articula como un ejercicio para el divertimento y desde el divertimento. Con sus debilidades, sin duda, pero brutalmente inteligente en su esencia y sencillez, como el propio final que la sentencia. Un abrazo.

    • Hola, Altaica, y gracias de nuevo por tus palabras. Más de un amigo me dice que mis comentarios son demasiado largos, y justamente les contesto que (además de que a unos les va -como escritores y como lectores- el formato corto y a otros, entre los que me cuento, no) que necesito ese espacio extenso para explicarme. Con mayor motivo si hago una reseña sobre películas que no me gustan (son pocas: prefiero escribir sobre lo que me complace), porque largos años de leer foros me han confirmado que quien comparte un elogio toma al elogiador por un tipo de lo más objetivo, pero en el caso contrario la cosa cambia.

      De acuerdo contigo en que «Magnolia» tiene una de las mejores interpretaciones de Cruise y que, en general, el actor ha mejorado mucho con los años, pero en el caso de «Collateral» no coincido contigo, porque me parece que le falta presencia para un papel tan carismático (aun así, está mucho mejor que su compañero de reparto, Jamie Foxx, cuyo papel me parece muy discutible: creo que la película parte de una idea espléndida, pero mal desarrollada).

      En cuanto a «La guerra de los mundos», de la película de Haskin guardo un recuerdo borroso. Mi relación con Spielberg es, desde hace mucho, de amor-odio. Me parece uno de los dos o tres mejores narradores del cine contemporáneo, pero luego el sustrato interior de muchas de sus películas me las destroza. Y es que creo que, para un amante tan indudable del cine clásico, rara vez tiene en cuenta que la clave, en buena medida, del tipo de cine que quiere hacer radica en la capacidad de los personajes para importar a los espectadores. Sin eso, da igual que cuanto les pase esté muy bien contado, porque lo lógico es que deje indiferente. ·»Hook», «La guerra de los mundos» o los Indiana Jones son una muestra de ello.

      Un abrazo.

  5. ALTAICA dijo:

    Sí, son extensos los artículos e implican dedicación para el lector. Pero no te quepa la menor duda de que el esfuerzo merece la pena. Es un regalo tener un lugar en el que aprender y comprobar el trabajo riguroso y hermoso de quien «pierde» su tiempo en compartir historias, gustos, aficiones y descubrimientos. Probablemente lo mejor de internet ha sido que millones de humanos han abierto las ventanas de su pequeño mundo interior.

    Spielberg es un genio tonto. Genio porque el cine es espectáculo y el director americano sabe generarlo, nos gusten más o menos sus obras. Pero igualmente presenta en muchas películas un grado de puerilidad asombrosa. Yo soy un apasionado de Salvar al soldado Ryan, pero su ingreso y su epílogo, pueden estar entre lo peor que he visto en cine en décadas. Pero claro, el resto es una auténtica maravilla bajo mi punto de vista.

    No me suelen gustar casi nada muchas de las películas de Spielberg y creo haberlas visto casi todas, pero una de las pocas que salvo es la revisión del clásico de la anticipación que nos ocupa. Yo sí me creo al personaje, pero estoy contigo en que reune muchos de los estereotipos manidos que hemos visto una y mil veces. Aún así, el viaje hacia cierta redención personal no está tan mal contado, y puede que los impresentables en situaciones límite sean más capaces que padres amantísimos. Que la transformación es algo tramposa o presenta un exceso de subrayado. No cabe duda, pero hay verosimilitud en el resto. Esto es como mi opinión sobre la del caballo, que he creído entender que te gusta y leeré la crónica en breve, pero al menos reconóceme que igualmente es un cúmulo de lugares comunes, previsible, melodramática e incluso ñoña. Si este hombre se desprendiera de algunas capas sería capaz de sorprendernos, pero a estas alturas Spielberg es lo que es, para lo bueno y para lo malo. Cuídate.

    • Puerilidad es la palabra, justo. La mayor parte de sus películas responden a planteamientos tan asombrosamente simplones (que no sencillos) que se desarrollan además con el objetivo de complacer a lo que él cree que es «toda la familia». Pero a veces ese talento narrativo que también misteriosamente se conjuga del modo adecuado. Es el caso de «Caballo de batalla», que, cierto, maneja toda clase de tópicos fáciles, y con el claro propósito de emocionar cada dos por tres… pero en mi caso le funciona muy bien.

  6. Elisabeth Veidt dijo:

    La guerra de los mundos me gusta bastante, pero Minority report me parece insufrible, especialmente como adaptación de un relato de Dick. Lo más detestable son esos clichés del cine gringo que tanto se repiten de una película a otra. Por ejemplo, el «héroe» rescatando a la princesa, esa linda chica precog que en el cuento es un ser deforme y horrible; la dama perdida a la que hay que recuperar, la ex esposa del prota, pero en el cuento no hay hijo perdido ni hijo recuperado, la esposa es una policia que va por ahí enfrentando criminales, no una doncella encerrada en un castillo. En fin, esos clichés me cansan.

    • No he leído el relato original de Dick (cuyas novelas me fascinan, de modo que lo tengo pendiente), pero uno de los problemas de la película es el excesivo alargamiento de una historia a la que le sobra al menos media hora y que tiene un dibujo de personajes, en efecto, discutible. En cuando al que encarna Samantha Morton, dan ganas de saber más, en buena medida por esta actriz tan estupenda y que, por desgracia, no fue aprovechada como merecía. Ahora bien, aun así a mí sí me parece mejor que «La guerra de los mundos», porque la apología familiar con que Spielberg barniza la estupenda historia de Wells me parece bastante cargante. Eso sí, como narración visual, en ambos casos, están a la altura de lo que se espera, como mínimo, de este director.

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