Supongo que más de uno se sorprendería cuando, en 2012, se estrenó un nuevo comienzo (un reboot) de la serie cinematográfica de Spiderman, cuando apenas hacía una década desde el estreno del film que inauguró la taquillera trilogía rodada por Sam Raimi con protagonismo de Tobey Maguire, cuyas entregas son de 2002, 2004 y 2007. ¿Por qué tan pronto? Desde luego que no habrá sido por aquello de presentar el personaje a una nueva generación de espectadores: no ha dado tiempo a que ésta surja. Pero entre el estreno del último film de Raimi y este nuevo había tenido lugar, en cascada, y con producción propia bajo el sello de Marvel Studios, el estreno de la nueva etapa de los personajes de la Casa de las Ideas, y en concreto de los unidos por su pertenencia a Los Vengadores, cuyo poder de convocatoria está siendo realmente asombroso. Poderosas razones (económicas), por tanto, impulsan a la Columbia, el estudio que todavía mantiene los derechos sobre el trepamuros: la posibilidad de ver crecer una franquicia renovada en este coetáneo esplendor del género superheroico que, de momento, parece no haber tocado techo. En fin, si este reinicio puede haber desconcertado a los jóvenes aficionados cuyo Spiderman, por razones de edad, es sólo el de Raimi —puede que ni se hayan asomado a los tebeos, y menos a los clásicos, que son los que a mí me hicieron amar el personaje—, en mi caso ninguna razón sentimental me ligaba a aquél. Es más, la trilogía Raimi, si algo me ha producido, es tedio, sensación de estar ante una mera mecánica que nada aportaba al original. De ahí mi sorpresa cuando, ante la primera entrega de The Amazing Spider-Man, aparte de unos cuantos elementos discutibles, sí me encontré con una muy estimable reactualización de sus viejas características, cuando menos lo suficientemente interesante como para esperar con ganas el estreno de la segunda entrega, The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro.
Hace diez años, el primer Spider-Man de Raimi me fastidió por su falta de creatividad. Es verdad que este tipo de películas siempre cuenta con dos tipos posibles de espectador: quien no conoce la obra original (o ésta le trae sin cuidado) y el que sí. Teniendo en cuenta mi pertenencia al segundo grupo, me aburrió soberanamente contemplar de nuevo, y sin mayor originalidad, los elementos de siempre: la caracterización de Peter Parker como un pringadillo, la picadura de la araña radiactiva, la muerte de tío Ben y el consiguiente complejo de Peter porque pudo haber detenido poco antes al que luego sería su asesino. Todo ello, encima, confiado al inexistente carisma de un actor, Tobey Maguire, que exageraba su aire de pánfilo hasta la irritación, y en medio de una completa asepsia en cuanto a atmósfera, registros dramáticos, desarrollo de personajes, etcétera.
Los responsables de The Amazing Spider-Man, desde luego, sí se toman la molestia de buscar una perspectiva para su trabajo: la franca apuesta por un tono mucho más sombrío a la hora de caracterizar sus circunstancias personales. Y ello se hace desde el mismo prólogo, que muestra cómo, en mitad de una noche incierta, los padres del pequeño Peter lo conducen con precipitación a la casa de sus tío Ben y May y luego parten hacia un destino incógnito del que nunca volverán (a media película se nos informará de que murieron en un accidente de avión). Por lo tanto, la orfandad de Peter está aquí marcada por el misterio y la tragedia, por el dolor de haber sido abandonado sin una sola explicación, dolor para el cual el adolescente no encuentra compensación alguna, ni siquiera en el genuino amor que le profesan sus tíos.
Con esta excusa «psicológica», el Peter Parker que cursa sus estudios en el entrañable Instituto Midtown es dibujado bajo el retrato de un adolescente torturado, introvertido y sin amigos, que cultiva, eso sí, la imagen de su diferencia. Si el Peter de Tobey Maguire no hacía sino extremar la cualidad ingenua del primer Peter Parker, el creado por Stan Lee y Steve Ditko, el nuevo sí es un adolescente propio y real de este inicio del siglo XXI. Un sujeto que encarna esa etiqueta tan moderna del nerd: el adolescente inteligente y solitario, un tanto monomaníaco, con escasas habilidades sociales y que se expresa por medio de un pasatiempo o una habilidad que puede alcanzar la obsesión. En el caso de Peter Parker, además de su imprescindible afición por la fotografía —que, de todos modos, recibe mucha menor importancia que en la ficción: su trabajo como fotógrafo free-lance para el Daily Bugle solo aparecerá en la segunda entrega y sin otorgarle mucho relieve— y sus no menos imprescindibles cualidades para la ciencia (a menudo, los guionistas del tebeo olvidaron que el chaval había sido un genio científico, no en vano fue capaz de inventar, él solito, su fabulosa telaraña), resultará ser… ¡¡un skater!! Ver a Peter Parker portar su monopatín por los pasillos del instituto, desde luego, puede ser un shock para el aficionado de toda la vida.
(Algunos han interpretado a este Peter como un Spiderman pensado para la generación que está creciendo con las novelas y películas de la saga Crepúsculo, alimentando una imagen de «romanticismo maldito» que puede ser cargante. Y no digo que no.)
El actor elegido, Andrew Garfield, aunque supera con facilidad al átono de Maguire, tampoco es ninguna maravilla, ya que también le da por tensar demasiado la cuerda del registro sobre el que construye su personaje: en este caso, la del friki torturado. Pero en cualquier caso, resulta convincente, si bien en la segunda entrega —y todo sea dicho, por el mal dibujo psicológico de su personaje (y de casi todos, en general) en este film— empeora su prestación como el protagonista. Desde esta reactualización del personaje, a los guionistas ya les resulta más fácil no tener que seguir al pie de la letra el molde original. Una buena idea es advertir que no era necesaria la tremenda diferencia de edad entre Peter y su tía May (en los cómics, parecía más bien su abuela). Que Sally Field componga una tía May sin el moño blanco y el rostro severamente arrugado me parece ya un acierto.
El guión también modifica las circunstancias de la adquisición de los superpoderes, y las une a ese misterioso pasado que representa su padre, un científico que trabajaba para la Oscorp, es decir, la empresa fundada por Norman Osborn, el hombre que en los cómics es el archienemigo definitivo de Spiderman, o sea, el Duende Verde (el Duendecillo Verde en la primera y más entrañable traducción de la editorial Vértice). Tratando de averiguar la relación entre su padre y la empresa, Peter se introduce en sus entrañas —con una facilidad de lo más discutible, eso sí— y descubre una sección secreta donde un conjunto de arañas mutadas fabrican un hilo adhesivo. Una de estas arañas, claro, será la que le pique, del mismo modo que ese hilo (llamado «biocable») lo robará luego para convertirlo en su telaraña. En el segundo capítulo de la serie se aclararán aún más datos: esas arañas constituyen parte del experimento de combinación de genes humanos (los suyos propios, además) y arácnicdos con los cuales Richard Parker pretendía encontrar una panacea universal para las enfermedades degenerativas. Es una idea sugestiva, por tanto, vincular el origen de Spiderman a su propio padre: el Hombre Araña es un producto de la implacable fatalidad del destino.
Por cierto, que son brillantes los chispazos de humor que van mostrando cómo los poderes recién adquiridos alteran su vida cotidiana: su nueva superfuerza hace que tenga que tener cuidado con actos tan leves como abrir un grifo (porque los rompe) o apretar el tubo de pasta de dientes (porque sale disparada); su nueva adherencia arácnida hace que los objetos se peguen fastidiosamente a sus manos y pies descalzos: resulta divertidísima la escena en el metro, en que desbarata a un grupo de credicitos gamberros casi sin proponérselo…
Sin embargo, el mayor acierto de la película, y lo que hace que toda su primera parte, en especial, resulte considerablemente interesante, es el dibujo que hace del fundamental personaje de su primera novia, Gwen Stacy, a quien interpreta con notable encanto la joven Emma Stone. Si Kirsten Dunst fue un prodigio de sosería encarnando a Mary Jane Watson, pues su principal recurso interpretativo no era sino sonreír exageradamente a cada momento, Emma Stone incluso resulta más interesante que la Gwen de los cómics, un personaje que muchos adoramos seguro que, más que por sus cualidades intrínsecas, por el maravilloso dibujo de John Romita y por la nostalgia de haber compartido una época de nuestra vida en que, por edad, nos identificamos con Peter Parker. La Gwen de Emma Stone no solo es guapa y adorable: es divertida, es intrépida, es valiente, es vulnerable. Encima, los guionistas vuelven a acertar al hacer que Peter le revele desde el primer momento su identidad secreta: se nos ahorra así ese recurso, progresivamente cansino en los cómics, de tener que estar justificando del modo más peregrino sus continuas desapariciones cada vez que Spiderman y Peter comparten un mismo espacio (que nadie llegara a la rápida conclusión de que tenían que ser el mismo es una de las grandes ingenuidades del tebeo).
Con Gwen aparece también en escena el personaje de su padre, el capitán de la policía Stacy (un excelente Denis Leary). En los cómics, este personaje había sido un poco el sustituto del tío Ben, una especie de padre moral cuya muerte —salvando a un niño de unos cascotes arrojados por el Doctor Octopus en lucha contra el trepamuros— constituyó uno de los grandes momentos dramáticos de la serie. En la película, Stacy es más joven (y es que en los tebeos, entre una generación y otra, Stan Lee se empeñaba en poner una distancia sideral en años) y no está retirado, sino muy en activo. De hecho, desde su puesto de defensor de la ley no ve con buenos ojos la aparición de ese vigilante enmascarado que cuestiona el sentido ortodoxo de la justicia y pone su empeño en ordenar su captura, sustituyendo así el papel del gran ausente de estos dos primeros capítulos, el irascible editor J. Jonah Jameson (el secundario más desaprovechado, por cierto, de la trilogía Raimi, y a quien solo se menciona, sin que llegue a aparecer, en el segundo Amazing), si bien en el final de la película —amén de descubrir también la identidad de Peter—, acabará comprendiendo su verdadera naturaleza… justo antes de morir en pleno combate de Spider-Man contra el Lagarto.
Por lo tanto, el atractivo de The Amazing Spider-Man radica, lisa y llanamente, en devolver su interés a la vida privada de Peter Parker, que es justo por lo que el tebeo siempre fue tan interesante. Es verdad que a veces se cargan las tintas, como sucede con el excesivo énfasis con que se muestra la poco envidiable condición de paria que sufre Peter en el Midtown, tanto en el plano social y sentimental como en el físico, ante ese mazacote llamado Flash Thompson. Eso sí, ante esta continua erosión de su autoestima, resulta de lo más coherente el revanchismo con que actúa (y precisamente con Flash) tan pronto domina sus nuevos poderes: aunque puede parecer inverosímil que se arriesgue tanto a que alguien cuestione con suspicacia esa nueva exhibición (o una concesión para jaleamiento de públicos poco sofisticados que se sientan «identificados» con el héroe), lo cierto es que resulta creíble desde el punto de vista psicológico.
Es una lástima que lo menos interesante de la película resulte, precisamente, todo lo que tiene que ver con la confrontación con el supervillano de turno, el Lagarto. También vinculado a la Oscorp y al pasado que compartió con Richard Parker, el tratamiento del personaje resulta ya del todo unidimensional, curiosamente por ser demasiado fiel al original del cómic. Es decir, el pobre Curt Connors experimenta consigo mismo un suero basado en células de reptil debido al complejo que siempre le ha producido la pérdida de su brazo derecho. Transformado en el Lagarto, decidirá que el resto de la humanidad merece compartir su misma suerte, en función de la superioridad de los reptiles, y es lo que desencadena toda la parte de acción de la película. Y aunque esa acción, al ser Connors el viejo colega de su padre y trabajar la misma Gwen para él, se vincula bien con la vida privada de Spiderman —ese es otro de los grandes atractivos del cómic: los mejores villanos de la serie están relacionados con Peter Parker (el Duende Verde era el padre de su mejor amigo, el Doctor Octopus se convertía en novio de tía May, el Chacal era el profesor favorito de Peter, y así un largo etcétera)—, en realidad cada vez que la película gira sobre el Lagarto, disminuye su interés.
Eso sí, quede dicho que permite el más regocijante de los cameos de Stan Lee en las películas Marvel: en plena batalla en el instituto entre Spidey y el Lagarto, irrumpen en la biblioteca, donde su veteranísimo encargado (o sea, Lee) ordena unos libros mientras está sumergido en una sinfonía clásica que escucha a través de unos cascos, y el director tiene el acierto de eliminar todo sonido ambiental de la banda sonora en beneficio de la música que aquél escucha, saliendo el anciano de la escena del combate sin haberlo siquiera advertido… lográndose un instante al mismo tiempo descacharrante y sugestivamente onírico.
Otro acierto indiscutible de la película (que se prolonga en la siguiente) es la saludable decisión del director de Marc Webb de hacer que las escenas de Spiderman resulten sugestivas precisamente por la completa diafanidad con que se exhiben sus asombrosas capacidades. Ya sean esos increíbles planos —muchas veces, subjetivos— que muestran sus paseos por la ciudad en telaraña o la puesta en escena de los combates, resulta de lo más agradable saber en todo momento tanto lo que hace tanto el héroe como su antagonista, resistiendo la tentación de pretender situar al espectador dentro de la acción mediante el nefasto recurso de mover la cámara como una coctelera.
Es una pena, pero The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro rebaja considerablemente el interés de la primera entrega, si bien entretiene de principio a fin y cuenta con muy buenos instantes. Su principal problema estriba en la desorientación del equipo de guionistas, incapaces de decidir con coherencia hacia dónde quieren llevar la historia. Si la primera película tenía muy claro lo que quería contar, aquí parecen combinados al menos dos films distintos, de tal modo que la mezcla solo produce un incómodo híbrido. Encima, diríase que la sombra de la saga de El caballero oscuro flota continuamente sobre la película, en especial en el manejo de la atmósfera y la continuidad (y la conclusión). Incluso hay un notable vaso comunicante: la música de Hans Zimmer a ratos parece anunciar la inminente aparición de Batman.
El nuevo guión está hecho a base de retales. Retoma el espíritu psicologista del original —en especial a la hora de abordar la historia de Peter y Gwen, marcada ahora por la promesa que el primero hizo al padre de la segunda en su agonía, de que dejaría a la muchacha al margen de su peligrosa vida: su figura se le presenta, con un reproche mudo en la mirada, en distintos momentos—, pero acaban cansando los continuos titubeos del joven. Por otro lado, hace avanzar las revelaciones en torno a Richard Parker, que resultan interesantes pero a las que se dedica demasiado tiempo y metraje. Tiempo que habría hecho falta para definir mejor el personaje fundamental de Harry Osborn, el futuro Duende Verde.
Los guionistas intentan prolongar la idea de que la tragedia es una compañera cotidiana y fatal de la vida de Peter Parker, como si el muchacho estuviera marcado por un fatum que se contagia a cuantos le rodean, y que parecen condenados a morir o, desde luego, a sufrir mucho. Harry Osborn, condenado por la misma enfermedad degenerativa que su padre, es otro ejemplo. De ahí que los guionistas se inventen una relación de infancia con Peter que permite que, al reencontrarse, éste califique a aquél de su mejor amigo. Pero no basta con que los diálogos lo digan: hay que creerlo. Y lo primero que no es creíble es que haya podido surgir (y en la infancia, cuando menos libertad tienen los seres sobre sus propias elecciones) una amistad entre el hijo de un multimillonario y un chaval tan proletario como Peter. Con Harry, además, se repite (pero extremado) ese diseño de joven maldito del mismo protagonista, con el que comparte el sufrir un destino que otros diseñaron para él sin que pueda hacer nada por evitarlo. Todo ello orquestado para dotar de un plus de intensidad al enfrentamiento final entre Spiderman y Harry (que no llegará a recibir nunca el nombre de Duende Verde), con Gwen Stacy, de por medio. No solo no sucede, sino que la conversión de Harry en villano con poderes —¡al inyectarse la misma sangre de las arañas mutadas que Peter!— es tan precipitada que uno piensa que hubiera merecido una película concentrada solo en él.
Porque, como indica el subtítulo del film, el villano central es Electro. Enemigo de segunda (o de tercera) en los cómics clásicos, el hiperrealismo de los nuevos efectos especiales ahora sí lo convierte en la amenaza que sugiere su dominio de la electricidad. Pero no hay nada más. Es un villano sin carisma (pero con un exceso de pretensiones), cuyas apariciones parecen metidas con calzador sólo porque un film de Spiderman necesita escenas de acción y era precipitado introducir al Duende desde el principio. Encima, da pie a una sonrojante interpretación de un Jamie Foxx que, tal vez, creía estar ante un personaje con posibilidades, y que extrema hasta la parodia la condición de friki sin cualidades sociales del mismo Peter, todo ello con la inútil pretensión de ofrecer un espejo deformado al protagonista con el que poder medir su propia desolación.
[El lector que no haya visto todavía esta película, debe dejar de leer aquí]
Lo cierto es que este segundo Amazing manejaba interesantes posibilidades dramáticas en relación con esa imposibilidad de Peter para escapar de la sombra fatal que preside su vida. Y en la que es parte importante el desarrollo de una doble personalidad, la que le permite la impunidad de su máscara: el vigilante contra el crimen que mientras combate derrocha un exagerado, incluso infantil, sentido del humor que, está claro, no es sino una forma de remarcar que, como Spiderman, el joven es otro, libre de las restricciones de carácter de Peter Parker.
Pues bien, si en el primer Amazing morían los dos padres morales, el tío Ben y el capitán Stacy, en esta segunda entrega las muertes se acumulan ya de modo «asombroso». Asistimos, ahora ya sin ocultamiento alguno, a la muerte verdadera de los dos padres de Peter (una vez más en el prólogo), después a la de Norman Osborn, personaje importante en la sombra como auténtico catalizador de las investigaciones genéticas que acabarán creando tanto a Spiderman como al Duende Verde… y finalmente a la de la misma Gwen Stacy.
Hay que recordar que, en el cómic, la muerte de Gwen Stacy fue en su momento el acontecimiento de mayor impacto en la historia de Marvel. Era la primera vez que un personaje tan importante moría de verdad: las novias eternas de los superhéroes, con Lois Lane a la cabeza, eran eso, eternas. La muerte de Gwen, asesinada por el Duendecillo Verde (por el padre, Norman Osborn) en el mítico 121 de la colección The Amazing Spider-Man de pronto enfrentó a los aficionados con una tremenda paradoja: que esos personajes de ficción pudieran alcanzar la realidad de un ser de carne y hueso. Muchos lloraron la muerte de Gwen Stacy como si hubiera sido la de su propia novia. Ninguna de las muchas muertes sucedidas después en el Universo Marvel (y han sido muchas) tendría después el impacto de esta primera. Entre otras razones, y por desgracia, porque enseguida se demostró que nadie moría… para siempre, y la misma Gwen no tardaría en ser resucitada con la excusa de un clon (ay, no sé por qué me da que en futuras entregas de la franquicia volveremos a ver a nuestra rubia favorita…).
Gwen Stacy muere también a manos del Duende, y también en una vertiginosa caída desde las alturas que Spiderman no consigue evitar, aunque está a punto de hacerlo. Es curioso: aunque las circunstancias de esta muerte carecen del tremendo dramatismo que en aquel mítico número escrito por Gerry Conway, dibujado por Gil Kane y entintado por John Romita —ya lo he dicho: la película fracasa en este sentido—, lo cierto es que constituye, también, el momento más intenso de la película. Y no me cabe duda de por qué: porque, a esas alturas, está claro que Emma Stone ha sido el alma indiscutible de la serie y la pérdida de Peter vuelve a ser la nuestra. Por el encanto genuino de Emma Stone, por su intrépida, cálida y muy humana Gwen, The Amazing Spider-Man merece la pena.
FICHAS DE LAS PELÍCULAS
Título: The Amazing Spider-Man / The Amazing Spider-Man. Año: 2012.
Dirección: Marc Webb. Guión: James Vanderbilt, Alvin Sargent y Steve Kloves; historia de James Vanderbilt. Fotografía: John Scharwatzman. Música: James Horner. Intérpretes: Andrew Garfield (Spider-Man), Emma Stone (Gwen Stacy), Rhys Ifans (Dr. Connors / El Lagarto), Denis Leary (Capitán Stacy), Sally Field (Tía May), Martin Sheen (Tío Ben). Dur.: 136 min.
Título: The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro / The Amazing Spider-Man: The Rise of Elektro. Año: 2014.
Dirección: Marc Webb. Guión: Alex Kurtzman, Roberto Orci y James Pinkner; historia de James Vanderbilt, Alex Kurtzman, Roberto Orci y James Pinkner. Fotografía: Alex Kurtzman, Roberto Orci y James Pinkner. Música: Hans Zimmer, Johnny Marr y Pharrell Williams. Intérpretes: Andrew Garfield (Spider-Man), Emma Stone (Gwen Stacy), Jamie Foxx (Elektro), Dane DeHaan (Harry Osborn), Sally Field (Tía May). Dur.: 142 min.