Desde la primera vez que vi, hace unos años, la estupenda película El hombre de mimbre (1973, Robin Hardy) —más conocida en las fuentes por su título original, The Wicker Man—, he sentido grandes deseos de poder echarle un vistazo a la novela en que se basa la película, Ritual. Los datos que tenía sobre ella eran escasos: nunca había sido editada en España. Hizo «falta» que escribiera mi comentario sobre este film, hace pocos días, lamentando una vez más esa laguna en la edición española, para que funcionara el conjuro. Ritual acaba de ser publicada por la editorial Alpha-Decay —con estupenda traducción de Regina López Muñoz— hace poco más de una semana. Tal vez fuera yo el primero en comprarla… En cualquier caso, su lectura me ha resultado apasionante, tanto por los valores propios de la novela como por permitirme —a alguien a quien tanto apasiona la comparación entre un original literario y sus adaptaciones— comprobar en qué medida el guión de Anthony Shaffer había sido fiel al libro. Había leído que en muy poca medida, y es verdad que ambas historias son considerablemente distintas. Pero no puede negarse que en El hombre de mimbre bulle, aun de modo subterráneo, la savia malsana de Ritual. He completado la lectura, además, con la revisión del remake que el film de Hardy «sufrió» en 2006 a manos de Nicolas Cage y Neil LaBute. Una película radicalmente fallida pero que, al menos, procuraba aportar ciertas novedades de concepto a la trama general urdida por Shaffer —pues, como indica el título, este film parte de su referente cinematográfico y no del literario. Ficción comparativa, por tanto, una de mis aficiones favoritas.
El volumen de Alpha Decay contiene un excelente prólogo de Bob Stanley (crítico musical y cinematográfico) en el que, además de un pequeño análisis de la novela, se aportan valiosos datos biográficos del autor. (Es curioso que no tenga entrada en wikipedia, aunque sí la tiene en imdb, por razones que ahora se verán.) David Pinner nació en Peterborough (Reino Unido) en 1940. Tenía, por tanto, poco más de 26 años cuando escribió su novela. Sin embargo, el campo profesional inicial de Pinner —y de ahí su ficha en imdb— era la interpretación, tanto en teatro como en televisión, campo este último en el que acredita una carrera, al menos, entre 1961 y 1992. El mismo año en que publicó Ritual, también estrenó una obra teatral, Fanghorn, cuya temática giraba en torno a vampiras lesbianas y que protagonizó una Glenda Jackson que ya estaba a punto de convertirse en relevante estrella del cine. Según informa Stanley, Pinner escribió dos novelas más y, sobre todo, bastantes piezas teatrales, muchas de las cuales poseen temática o advocación fantástica: el crítico señala que parece como si, para su guión de The Wicker Man, «Shaffer hubiese sacado mucho más material del resto de la obra de David Pinner». En cualquier caso, Ritual no consiguió gran repercusión en su momento y tuvo, además, la mala suerte de verse eclipsada, como objeto de culto, por su adaptación.
La novela comienza con la descripción del cadáver de una niña de ocho años, Dian Spark, que acaba de hallar la muerte por desnucamiento y se halla al pie de un roble… a cuyo tronco han clavado la cabeza de un simio y tres flores de ajo. No tarda en presentarse en el pueblo un policía, David Hanlin, para investigar lo que él cree que es un asesinato: tardaremos más de medio libro en saber que si Hanlin se ha embarcado en esa peripecia es porque los indicios le hacen pensar que ha sido un crimen ritual, el tercero que se produce en seis meses. Más adelante todavía, se nos acabará informando de que una de esas víctimas era una niña muy próxima a él, lo cual justifica la enorme implicación personal que, está claro, pone desde el primer momento. Hanlin se dedicará a recorrer el pueblo y sus alrededores, a interrogar (del modo más desagradable posible) a sus habitantes, de verse tentado por la seducción de alguna de sus jovencitas, de presentir, en todo momento, que la realidad que aparece ante sus ojos está cubierta por un velo que, si se rasgara, revelaría lo más terrible del ser humano. La sugerencia ya la hace Stanley en el prólogo con respecto a algún personaje, pero yo remarco aún más: uno casi diría que David Lynch imaginó su inolvidable Twin Peaks después de leer esta novela, sólo que haciendo que su protagonista fuera un héroe simpático en vez del tipo agrio que aquí intenta descubrir, como sea, la verdad.
¿Tienen algo en común los personajes de David Hanlin y del sargento Howie, el protagonista de El hombre de mimbre, o sus investigaciones? La respuesta es que sí: es evidente que, con sus diferencias, Shaffer tomó como modelo al primero para el segundo, en cuanto que el policía se define como un hombre puritano, al que repugna cualquier celebración de la sensualidad que pueda intuir a su alrededor. Un detalle físico, eso sí, caracteriza a Hanlin: debido a la extrema sensibilidad de sus ojos, se ve obligado a usar gafas oscuras incluso en los interiores, puesto que hasta la luz eléctrica hiere sus pupilas. Este detalle despierta, en los lectores avezados, una filiación entre Hanlin y otros seres que prefieren refugiarse en la oscuridad, y de hecho el contraste entre su persona y la de los lugareños, como pasa en El hombre de mimbre, acaba haciendo pensar que el intruso, el monstruo, es él y no aquellos que él acaba conceptuando como tales. Como sucede con Howie en el film, la actitud de Hanlin se gana la franca enemistad de todos los habitantes del pueblo desde el primer momento. Ninguno de los dos intenta conducir su investigación con la menor sutileza, sino que proclaman a los cuatro vientos el objeto de su presencia en el pueblo. Esa investigación, claro, es muy diferente en ambas historias: Ritual es un policiaco más ortodoxo, mientras que El hombre de mimbre ribetea el suspense con el cine fantástico. Eso sí, ambos incluyen un final impactante, que no detallaré.
Ambas historias transcurren en escenarios periféricos de Gran Bretaña, si bien en el film de Hardy es un lugar mucho más aislado, por su condición isleña. La novela se sitúa en un pueblecito de la costa de Cornualles, por tanto en el extremo suroccidental del país, un territorio marcado por el dominio de la naturaleza, por el bosque —en el que destaca el gran roble (árbol de conocida filiación con la brujería) al pie del cual aparecerán los cuerpos de las víctimas— y también por el mar, donde tendrá lugar una escena, lejanamente reproducida en el final de El hombre de mimbre, en el que los lugareños se dejan arrastrar a una ceremonia de fusión con la naturaleza (lo que podría llamarse un aquelarre, con su ritual componente orgiástico) en la que es parte esencial un desfile en el cual todos se disfrazan con máscaras animales.
La misma franqueza sexual es compartida por el lenguaje literario y el cinematográfíco de los dos diferentes medios. En este último sentido, hay otro personaje que conecta ambas historias, y es el de la joven Anna, la hija de los dueños de la casa donde Hanlin se hospeda, una muchacha que exuda sexo por todos sus poros y que, en uno de los mejores momentos de la novela, en mitad de la noche, mantiene un duelo emocional con el policía, a quien llama a distancia para que acuda a su habitación. En la película, este personaje sería convertido en el de la sensual Willow, la Afrodita de Summerisle, e incluso Shaffer traduciría la misma escena casi de modo literal (añadiendo la estupenda canción), incluyendo el papel simbólico, incluso erótico, que juega la pared que separa a ambos personajes.
Ritual, en realidad, conecta con un subgénero del cine y la literatura fantásticos que en Gran Bretaña posee una notable tradición: las historias sobre brujería y cultos demonológicos que se esconden bajo la entrañable fachada de esa Merry England rural, de bonitos pueblecitos donde gente «sencilla» vive en agradables cottages preparando tarros de mermelada y pasteles de carne para apacibles reuniones comunales. En los años 60 estaba de moda y pueden señalarse espléndidas películas como Night of the Eagle (1962) o The Devil Rides Out (1968), ésta última dirigida por el mejor director de cine de terror de todos los tiempos, el gran Terence Fisher. Ritual se distancia aquí de El hombre de mimbre, ya que esa plenitud con la naturaleza a la que se entregan los habitantes del pueblo no conforma ningún culto neopagano, sino que es parte del ceremonial de la brujería. De hecho, y al contrario que en la película, aquí esos lugareños respiran patetismo antes que sensualidad.
Ritual, por tanto, supone un muy agradable descubrimiento. Una novela excelente (pese a cierta caída en su parte intermedia) en la que destaca el magnífico uso del punto de vista y del lenguaje por parte del autor. Indiscutiblemente, su punto fuerte es el retrato de su protagonista, cuya tremenda aspereza proporciona el tono a la historia, a veces incluso de forma inolvidable. Pues hay que remarcarlo: como Howie, el policía Hanlin es un personaje que no inspira la menor simpatía, por mucho que aquí el lector sí se sitúa a su lado, sospechando, como él, que hay gato encerrado en el pueblo. De ahí la tremenda revulsión que provoca ese final que animo a cada lector a descubrir por su cuenta. Como El hombre de mimbre, la novela deja un muy amargo sabor de boca a quien se asoma a su historia.
Wicker Man (2006) —en España se hizo la barbaridad, no por primera vez, de dejar el título original pero quitándole el artículo: no sé si con el propósito de hacer creer a alguien que iba a ver alguna película de superhéroes o cosa parecida— existe porque sus promotores se sintieron fascinados por la película de Robin Hardy. En concreto, y aunque no suelo fiarme de las declaraciones de quienes promocionan una película, el protagonista, Nicolas Cage, es quien señala que suyo fue el propósito de reelaborar la historia de Anthony Shaffer, implicándose con su propia productora. Aun así, el nombre más llamativo de esta versión es el de su director y guionista, Neil LaBute, quien en ese momento era un prestigioso hombre de teatro e incluso de cine, gracias a varias películas en las que adaptaba sus propias obras y que obtuvieron cierta repercusión, como En compañía de hombres (1997) y Amigos y vecinos (1998). No las he visto y no puedo comentar, pero es curioso que ese prestigio parezca haber caído en picado, y ahí lo dejo, después del estreno de este remake.
Voy a decirlo rápidamente, antes de entrar en detalles comparativos: Wicker Man es una película muy floja, que desluce considerablemente al lado de la película que evoca, sobre todo porque todo lo que en ésta era fuerza revulsiva y tensión moral, en el film de LaBute se convierte en atonía y (esto es significativo) pacatismo. El trabajo de LaBute queda en evidencia sobre todo al comparar las correspondientes partes finales de ambos films: la suya está rodada con tal desgana y tal feísmo que parece mentira que sea el momento culminante de la historia. A ello hay que añadir la música sin vida de Angelo Badalamenti (muy lejos de sus trabajos para David Lynch) y, sobre todo, la presencia de ese anti-actor que es Nicolas Cage, un hombre siempre incapaz de resultar mínimamente creíble y al que (esto ya es personal, lo confieso) cuesta trabajo atender durante mucho rato: su expresión bovina y sus gestitos de tensión son insoportables.
Lo más interesante de Wicker Man, por tanto, se encuentra en la comparación con El hombre de mimbre y en la valoración de las ideas que las diferencian, algunas de las cuales, todo hay que decirlo, son de lo más aprovechable (aunque no se aprovechen).
Siendo por tanto un remake, la película mantiene la misma trama de principio a final. La primera diferencia, más bien lógica al cambiar de país, es el traslado de la acción desde una isla escocesa a otra, igualmente apartada, en los confines del estado de Washington, bañada por las aguas del Pacífico, cerca de la frontera con Canadá. Sin embargo, el cambio fundamental es la naturaleza de la cerrada comunidad a la que llega el policía protagonista: aunque sigue tratándose de un culto neopagano de origen celta, a lo que ha dado lugar en realidad es a una sociedad matriarcal cuya dirigente, la Hermana Summersisle se considera la encarnación terrenal de la Diosa Madre. El cambio, si bien válido, de entrada obliga a dar una serie de explicaciones poco convincentes acerca de cómo un grupo así ha ido a parar desde Europa al oeste de los Estados Unidos, previa parada, a finales del siglo XVI, «cerca de Salem», sugiriéndose por tanto su participación como víctimas en la famosa caza de brujas que tuvo su centro en esta localidad. Este detalle parece una referencia, la única por otro lado, al puritanismo que caracteriza al protagonista en el film de 1973.
Sin embargo, la modificación fundamental tiene que ver con el personaje del policía. Lógicamente, una estrella como Nicolas Cage, y en un film del mainstream de Hollywood, no iba a encarnar a un tipo tan poco agradable como el que bordó Edward Woodward para Robin Hardy. El policía, ahora llamado Edward Malus, es por tanto un tipo «normal», impulsado por motivaciones «normales» (el sentido del deber, el dolor personal, la rabia ante las arbitrariedades a las que asiste) con el que parece lícito poder identificarse. Eso sí, tratándose de Cage, Malus acaba siendo tan odioso como Howie, si bien esta vez de modo totalmente involuntario. Cosas del «carisma».
El guión intenta que Malus posea un interés psicológico antes incluso de iniciar su odisea. En primer lugar, la denuncia que lo conduce a la isla no es anónima, sino de una de sus habitantes, Willow Woodward —repárese en el nombre—, quien años atrás fue su prometida y lo abandonó inexplicablemente a poco para la boda, lo cual añade un matiz de implicación personal a su búsqueda. De hecho, al final resultará que la niña desaparecida es su propia hija. La película inventa además un prólogo original que muestra el trauma que sufre el policía (de carreteras) Malus cuando, sin que pueda hacer nada para salvarlas, mueren ante sus ojos una madre y su pequeña a las que había parado en plena carretera y que son arrolladas por un camión descontrolado. Ese accidente provocará pesadillas y alucinaciones recurrentes, progresivamente molestas por su tenaz subrayado, que persiguen a Malus allá por dónde va, en algunos casos incluso incurriendo en el susto fácil (una de las pesadillas resulta estar dentro de otra pesadilla, lo cual se revela mediante un momento-shock propio de una película de Viernes 13). Esta secuencia, sin embargo, no es gratuita, puesto que, en primer lugar, supone una especie de presagio a lo que enseguida le va a suceder (la niña que iba en el coche simboliza a la propia pequeña, Rowan, a la que buscará por la isla) y, en segundo lugar, acabará teniendo una relevancia argumental en el final de la historia, si bien de modo tan cogido por los pelos que no parece sino una concesión para incrementar el presunto shock de esa conclusión.
Otro cambio esencial, a mi entender, es que Malus ya sabe que se dirige al encuentro de una comunidad muy particular: un compañero de la policía le dice que en esa isla vive un grupo cerrado al estilo de los célebres Amish. No existe en el film, por tanto, un descubrimiento progresivo de la anormalidad como sucedía en el título de Hardy. La naturaleza de esa particularidad, como he señalado, es su condición de matriarcado. Y un feroz matriarcado, en el que los hombres nada cuentan: no se ven niños en la escuela, los varones, que tienen a su cargo los trabajos más pesados, no hablan (buen detalle: sin que se explique el motivo) y carecen de toda iniciativa: ni siquiera moverán un dedo para ayudar a Malus. Son las mujeres las que llevan el peso de la sociedad isleña, componiendo un «ejército» de abejas obreras alrededor de esa reina de la colmena que es la Hermana Summersisle: la imagen la proporciona la misma película, pues la apicultura es la principal actividad económica de la isla.
La feroz misoginia que esta película desprende parece ser que tiene referentes en la trayectoria previa de Neil LaBute, o así al menos lo señalan las reseñas que he leído acerca de sus obras y sus títulos más personales. Pero más sugerente me parece el descubrir que LaBute es mormón —por conversión, no por nacimiento en el seno de su comunidad—, una religión que para quienes apenas sabemos de ella tiene como principal imagen la subordinación de la mujer a un hombre al que se le permite la poligamia. Resulta curioso, pues, que LaBute haga un retrato tan negativo de la mujer pero, al mismo tiempo, de ese tipo de comunidades cerradas y fuertemente reglamentadas del estilo de esa a la que él pertenece.
El problema de este dibujo es la falta de sutilidad: las mujeres de la isla abusan del gesto prepotente, de la ridiculización de los valores masculinos —entre ellos, señala la cargante maestra de la isla, ¡el quijotismo!—, del recargamiento maléfico que rodea a Ellen Burstyn en su papel de la Hermana Summersisle (¡que diferencia con el papel equivalente que tenía a su cargo Christopher Lee, que incluso resultaba simpático!).
Eso sí, hay que convenir en que estamos ante una historia tan buena que su mero interés sostiene, cuando menos, la atención del espectador a lo largo de la trama. Además de permitir diversos detalles que alivian la monotonía gracias a un pequeño chispazo de ingenio o de sugestión: la insólita proliferación de gemelas en la isla (entre ellas dos ancianas ciegas que, inquietantemente, siempre hablan a la vez); el Cristo sumergido en las aguas de la cripta inundada de la iglesia donde Malus es encerrado; el picado con grúa que muestra el aspecto hexagonal de los senderos que recorren el campo de colmenas donde el protagonista, inadvertidamente, ha ido a parar; el detalle de hacer que las abejas revoloteen en torno a Malus mientras habla con la Hermana Summersisle, que ahí sí adquieren un adecuado simbolismo maléfico…
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: Wicker Man / The Wicker Man. Año: 2006.
Dirección: Neil LaBute. Guión: Neil LaBute, según el guión de Anthony Shaffer. Fotografía: Paul Sarossy. Música: Angelo Badalamenti. Reparto: Nicolas Cage (Edward Malus), Ellen Burstyn (Hermana Summersisle), Kate Beahan (Willow). Dur.: 102 min.
Parece ser que se ha hecho también una novela a partir de la película…
http://www.goodreads.com/book/show/1070529.The_Wicker_Man
Un saludo, y enhorabuena por el blog.
Gracias por la información. Teniendo en cuenta que los autores son Robin Hardy, el director, y Anthony Shaffer , el guionista, parece una novelización a partir del guión original. Teniendo en cuenta que la novela original, «Ritual», y «The Wicker Man» se parecen en muy poco, leerlas serán dos experiencias muy distintas.
es una pena que la segunda version trate el paganismo de forma superficial, centrandose mas en la investigacion. teniamos otro paganismo, distinto de el de la primera, han perdido una gran oportunidad.
Cierto, había cosas aprovechables en esta segunda película, pero se desperdician de modo bastante vulgar. Una lástima, aunque al menos la historia interesa tanto que la película se sigue sin trabajo.