Entre las inquietudes básicas que recorren mi blog, entre mis aficiones predilectas, se encuentra la de pensar acerca de las líneas que unen una obra literaria con su adaptación cinematográfica. Eso sí, me refiero al caso en que ésta última entiende ese trabajo desde un punto de vista creativo, lo cual supone, o bien una reinterpretación o bien una lectura diferente, aun cuando ambas deban respetar un cordón umbilical con la obra de partida, sin el cual tampoco tiene sentido que se coja una creación ajena: me desagrada la mera apropiación sin más. Pues bien, hace nada se ha estrenado en nuestro país —creo que con poca repercusión, eso sí— una película que se presta de modo especialmente interesante a esta tarea. Se trata de Al encuentro de Mr. Banks, film que bajo ese título esconde una recreación de las circunstancias del rodaje de la famosa película de Walt Disney Mary Poppins (su productor es uno de los personajes principales, claro) pero también sobre el trasfondo personal que esconde su propia obra para quien, ahora mismo, es el eslabón menos conocido de esa historia: la autora de los cuentos originales, la australiana P. L. Travers. Es decir, estamos ante una clásica película de cine dentro del cine, al mismo tiempo que ante una obra que profundiza en las relaciones entre la creación literaria y las circunstancias autobiográficas, entrelazándose ambas dimensiones con notable convicción.
Vayamos a los orígenes. P(amela). L(yndon). Travers es el nombre literario que adoptó Helen Lyndon Goff, escritora australiana nacida en Maryborough (Queensland) en 1899 y muerta en Londres no hace tanto, en 1996. Aunque intentó iniciar una carrera como actriz, sería la literatura la que le otorgaría el éxito profesional. Su creación más famosa, Mary Poppins, nació en 1934. Su éxito daría origen a una rápida secuela al año siguiente; siguieron apareciendo libros del personaje casi hasta la muerte de la autora, pues el último lo publicó en 1988.
Las cosas como son: si se conoce a Mary Poppins en España no es por los libros de su autora, sino por la película de Walt Disney. (Es comprensible, por tanto, que Travers se resistiera veinte años a cederle los derechos al cine: supongo que era consciente de la vampirización que iba a sufrir en manos de tan poderosa empresa de entretenimiento.) Que debieron de ser muy populares en el ámbito anglosajón es evidente, pero no sería el único caso de obras de referencia de la literatura infantil de esas tierras que si han trascendido fuera es por el cine: ahí está el caso de Las crónicas de Narnia. En España se editaron, al menos, a raíz del estreno del film (ignoro si hay ediciones más antiguas), pero en los últimos años la presencia de Travers en nuestro país se reduce, prácticamente, a la publicación en Alianza Editorial de los dos primeros libros del personaje. El primero acaba de ser reeditado, supongo que para hacerlo coincidir con la nueva película.
Es el momento que he aprovechado para leerlo, y su lectura me ha dejado completamente indiferente. Siento gran debilidad por esa literatura que, por tener el marbete de «infantil» o «juvenil», suele ser ignorada por la crítica fina, pues muchas de sus mejores obras encierran reflexiones bastante inquietantes sobre la misma infancia, y sobre el mundo en general. Peter Pan, Alicia o Pinocho —no por casualidad, todos conocidos especialmente por la mirada que Disney arrojó sobre ellos—, pero también el pequeño Nils Holgersson, el osito Winny de Puh, los geniales cuentos de Andersen o el inolvidable Guillermo Brown de la inglesa Richmal Crompton, se encuentran entre las grandes aportaciones de ese género a la literatura universal. Mary Poppins, a falta de leer más de sus libros, no la encuentro a la altura de esa misma compañía.
Precisamente por haber leído sólo el título inaugural del personaje, no quiero ser tajante. Los cuentos del libro de 1934, sencillamente, me han aburrido. De entrada, el personaje de Mary Poppins tiene el mismo interés que el de la película: ninguno. Es decir, ante las pocas expectativas con que comencé la lectura, era fácil que con haber hallado algo el personaje me hubiera interesado más. Pero no. Mary Poppins es el personaje mágico con menos magia personal que he leído en mucho tiempo. A Mary Poppins suele presentársela como institutriz pero más bien es una niñera: al menos en estos cuentos, lo único que hace es cuidar niños y no dar más enseñanza que las supuestas lecciones morales que sus actos y palabras se supone que transmiten: y digo transmiten porque, hay que decirlo, no se denota ningún moralismo en P. L. Travers, y eso al menos ya es encomiable tratándose de literatura infantil.
Mary Poppins es, ante todo, un personaje seco y severo, al que solo un rasgo la humaniza (pero no la hace simpática: todo el tiempo se mira en cristales y espejos, con coquetería, para ver cómo le sienta determinada prenda nueva de vestir), pero que no ofrece un rasgo de ternura en todo el libro. Y no es que lo critique —al contrario, de entrada me parece de lo más prometedor el retrato de una niñera, se supone que entrañable, a la que se retrata como a un auténtico gendarme— pero es que esta caracterización no da pie, como podría pensarse, a ningún retrato profundo o sutil del personaje. Mary Poppins es seca, incluso arisca. Punto. Sirve, como en el film, de catalizador de grandes aventuras para los niños. En el libro se esbozan dos de las incluidas en el film: la incursión en los dibujos de Bert y el anciano cuya risa lo hace flotar en el aire, pero en otras se visita el zoo de Londres por la noche, para revelar que entonces los animales salen de sus jaulas y se comportan como seres humanos, o una de las Pléyades baja a hacer la compra de Navidad con Mary Poppins y los niños.
Quien busque en estos cuentos el ambiente de la película encontrará notables diferencias: el hogar de los Banks en la Calle del Cerezo, y por tanto su estatus personal, es mucho más modesto; Bert (el mayor acierto de la película, adelanto) sólo aparece en un cuento y no resulta especialmente recordable; no hay sólo dos niños Banks, sino cuatro, pues aparecen dos pequeños gemelos que añadir a Michael y Jane; la señora Banks no es una sufragista medio atolondrada: se dedica a sus labores… o sea, a no hacer nada (más o menos, esto sí es como en la película); el señor Banks aparece lo justo y tampoco se corresponde con el del film, pues es un empleado de la City sin aparentes responsabilidades y no se le otorga el relieve necesario (en este libro, repito) como para plantear ninguna relación conflictiva con los niños.
En cualquier caso, el libro anticipa lo que luego sucederá en la película: para tratar de un ser mágico y que, como quien no quiere la cosa, contagia de fantasía a cuantos la rodean, el estilo y la atmósfera con que se narran sus peripecias carece de magia, de chispa, de encanto. Ni siquiera una magia ascética o un encanto sobrio. En sus tampoco muchas páginas no se deja apenas un recuerdo que incite a leer algún otro de sus libros.
La película de 2013 nos informa que Walt Disney llevaba detrás de los derechos del personaje de Travers desde mucho tiempo atrás y que la autora, en el proceso de negociación final, intentó hacer valer la máxima fidelidad posible. (Este tira y afloja, sin duda, se encuentra entre lo más interesante de este film.) En cualquier caso, y como señalaba antes, Mary Poppins (1964), versión de Walt Disney, no se limita a plantear el canto a la fantasía, dentro de unos límites marcados por la responsabilidad, que esboza la severa Travers, sino que quiere erigirse en apólogo moral. Contado en breve: Mary Poppins llega al hogar de los Banks para unir a unos niños con el padre que no se ha dado cuenta de que está perdiendo no sólo a sus niños sino el vínculo con lo terrenal, con lo humano. Si no hubiera tanta diferencia entre ambas obras, podríamos decir que al señor Banks le está pasando como al pequeño Kay del inmortal cuento de Andersen La reina de las nieves: un pedazo de cristal le está congelando el corazón y apartándolo de sus seres queridos y Mary, como la pequeña Gerda del relato, es quien emprende la batalla (no tanto como combatiente, sino como catalizadora) para salvar su alma. Lo logrará, claro.
Este planteamiento, de por sí, es como todos los planteamientos: ni bueno ni malo. Buenos o malos son los desarrollos a través de los cuales se expresa una idea. De ahí que si la película acaba conduciéndose hacia el terreno del ternurismo más blandengue y, por tanto, cargante, es por lo burdo del dibujo de ese conflicto. El señor Banks, tal como aparece en el film, no es alguien a quien merezca la pena salvar: es un tontaina envarado y sin el menor espesor humano, cuya transformación, en cualquier sentido, se produce en dos segundos. No hay evolución moral, ni siquiera iluminación: los guionistas, cuando lo consideran conveniente, hacen que lo que Banks antes consideraba estúpido e inconsecuente ahora le parezca auténtico y encantador. Que sea gracioso el momento en que la palabra supercalifragilisticoexpialidoso —afortunada invención de la película, por cierto— llegue a sus labios para iniciar su transformación, a modo de conjuro contra el encorsetamiento vital, no lo hace más creíble. Además, el actor David Tomlinson abusa del registro zumbón: es tópico haciendo del Banks envarado y es aún más tópico haciendo del Banks desinhibido.
Aun así, y como en los cuentos, lo peor de Mary Poppins es justo su personaje titular, tan carente de verdadera entraña y atractivo como en el original… o quizá más, porque Julie Andrews no acierta con el registro, a la vez distante y sutil, que hubiera podido salvar su personaje. Está sosa, sin más. No hay sino que comparar su actuación con la de su compañero Dick Van Dyke, que revisión tras revisión sigue resultando lo mejor de la película: cada vez que está en pantalla, la película mejora (incluso cuando interpreta, disfrazado, el personaje del dueño del banco y jefe de Banks: su caracterización de anciano decrépito es genial, no hay sino que ver sus regocijantes, y muy creíbles, aspavientos para bajar un mero escalón). Eso sí, si muchas de las peticiones de Travers quedaron en nada, al menos se mantuvo una, inflexible, que es todo un acierto: no hay el menor esbozo de romance entre Mary y Bert, que no pasan de ser francos camaradas. Por otro lado, pocas creaciones más asexuadas que esta Mary Poppins conoce el cine.
Mary Poppins, eso sí, cuenta con muchos elementos estimables, de ahí que desprenda cierta simpatía. La escena en el mundo de dibujos animados es encantadora (aunque quizá algo larga), y la canción del Supercalifrag…, todo un hallazgo. También estupendo es el número de Chim Chim Cher-ee, que además de ser la mejor canción se desarrolla en unos escenarios de considerable encanto onírico: las figuras de los deshollinadores sobre las chimeneas, recortados como sombras chinescas contra el cielo del Londres crespuscular, componen un plano inolvidable.
Al encuentro de Mr. Banks, desde su mismo título, indica la importancia de este personaje dentro del significado de la creación de Travers. Pues es la autora australiana la protagonista de la película, sorprendida justo en el momento en que, tras muchos años, cede a la presión de Disney y acude a Los Angeles a negociar las condiciones de la adaptación. En realidad, la señora Travers —como obliga a que todos la traten, dejando bien claro su rechazo a esa familiaridad, tan americana y tan propia en concreto de Disney, de tratar a todos mediante el tuteo y el diminutivo, como si las barreras personales dependieran de acto tan superficial— lo que quiere es terminar de convencerse de que su visión sobre su personaje y la de Disney son radicalmente opuestas, para así vencer la tentación hacia la suculenta oferta económica (necesita el dinero: al inicio del film se indica que ya apenas vende y está a punto de perder su bonita casa londinense).
El choque entre la señora Travers (magnífica Emma Thompson) y el concepto de espectáculo a lo Disney da pie a muchos de los mejores momentos de la película. Travers odia los dibujos animados y odia las películas con canciones. Odia incluso el maltrato al lenguaje mediante la invención de palabras «simpáticas» (genial el momento en que uno de los hermanos Sherman —los autores de las canciones—, al oír ese último reproche, esconde con disimulo en el atril la partitura de Supercalif… , que ejemplifica a la vez los tres reparos de la señora Travers). Por supuesto, este choque es también un choque de mentalidades sobre lo que debe ser una obra infantil. Y es que, con independencia de sus resultados artísticos, la mera comparación entre Mary Poppins libro y película indica que, en efecto, los mundos de sus respectivos autores eran poco compatibles.
Lo encomiable de la película es que sabe retratar de modo ecuánime a ambos creadores para hallar un punto de encuentro intermedio. La señora Travers, bajo su apariencia de insobornabilidad personal, no esconde sino a una mujer de mediana edad, muy vulnerable por saberse en la madurez de una vida que no le ha dado grandes satisfacciones, pero que se empeña en defender a modo de protección como si los principios que ha ido construyendo fueran valores inapreciables. Walt Disney, por supuesto, es al mismo tiempo el entertainer superficial capaz de convertir en producto comercial cualquier objeto de su presuntamente «blanca» fábrica de fantasía, pero también un creador mucho más profundo de lo que se admite, y uno de esos seres dotados de esa indefinible capacidad para acertar dónde se unen lo popular y lo artístico, para comprender que ni mucho menos son dos dimensiones separadas (que es aquello de lo que siempre le han acusado sus detractores).
La película narra dos historias paralelas: la preparación de la película a principios de los 60, y la vida de la autora, siendo niña, en un humilde rincón de la Australia interior a principios de siglo, donde su padre, Goff Travers, trabajaba como gerente de una oficina bancaria. No hay que dilatarlo más: el señor Travers, padre de la niña a quien éste llama Ginty y que un día se convertirá en P. L. Travers, es el modelo del señor Banks. Tal como lo retrata el film —no tengo ni idea acerca de si se trata de un retrato veraz o de una especulación de las guionistas, aunque el libreto es original—, Travers es un hombre encantador, capaz de convertir la cotidianeidad de sus hijas (sobre todo, de su hija mayor, que lo adora sin remisión y lo prefiere a su madre sin el menor disimulo) en un sorprendente espacio para la fantasía y la imaginación. Pero también un alcohólico, un hombre destruido tal vez (por fortuna, no se concreta) por la falta de sintonía entre sus sueños y su realidad (un soñador que trabaja en un banco ya sabemos que es símbolo de la frustración), un marido fracasado (que casi lleva a su mujer al suicidio) y un padre incapaz de asegurar una mínima estabilidad a su familia, que además morirá joven, minado por la tuberculosis y el alcohol.
Ese retrato, las cosas como son, no es nada original, de ahí que el trasfondo psicoanalítico de la historia tampoco sea deslumbrante. Pero está bien contado, de modo que convierte la posible simplicidad en sencillez, que siempre es más afortunada, y ofrece —para mí de modo sorprendente, pues no lo aprecio mucho— una muy buena interpretación de un Colin Farrell que deja a un lado su gusto por el descontrol. Tal como se nos narra, la Ginty adulta proyecta en su Mary Poppins los elementos centrales de su infancia, e incluso las características de su protagonista están tomadas de una de sus tías (incluyendo el severo modelo físico), y el juego narrativo paralelo sabe contarlo todo con notable solvencia dramática.
Ahora bien, queda en el aire la siguiente cuestión. Que el tema de la película de Disney sea, como he señalado, la salvación del señor Banks es evidente para todo el que la vea. En el interior de Al encuentro de Mr. Banks, sin embargo, se convierte en un proceso gradual. De hecho, tal como se nos narra, el guión inicial que se presenta a la señora Travers no aborda esta cuestión, y el personaje es un pobre diablo negativo sin más, lo cual irrita a la autora. Se deberá a la perspicacia del propio Walt Disney —que también tuvo un progenitor al que adoraba pero cuyo comportamiento hacia sus hijos fue igualmente cuestionable— el advertir la importancia del personaje: como él deduce, Mary Poppins no llega al hogar de los Banks para salvar a los niños, sino al padre (el título original de esta película, Saving Mr. Banks, alterado de modo incongruente, así lo indica desde el principio). Este descubrimiento es lo que permitirá el encuentro final entre los dos creadores. Gracias a la magia del cine, la niña Ginty, ahora transmutada en P. L. Travers, asiste a la redención de su amado padre.
Tal como queda en pantalla, me parece un juego artístico y dramático, biográfico y autobiográfico apasionante, que me convence plenamente, se base o no en premisas reales. Al encuentro de Mr. Banks me ha gustado bastante, no sé en qué medida ayudado por las modestas expectativas con que fui a verlo. Eso sí, como señalaba en el primer párrafo, no se me escapa la incongruencia de los sentimientos que me ha provocado: que su efecto emocional choca con la poca emoción que me despiertan las obras de Travers y Disney. Y aún diría más: en el final de A la búsqueda, la señora Travers asiste al estreno en Los Angeles de Mary Poppins, rendida por completo a la película. Pues bien, la selección de imágenes con que el montaje resume la película original me han parecido dueñas de un encanto y una emotividad que, un día después, no conseguí encontrar casi en parte alguna en el film de Julie Andrews. Paradojas del arte.
FICHAS DE LAS PELÍCULAS
Título: Mary Poppins / Mary Poppins. Año: 1964.
Dirección: Robert Stevenson. Guión: Bill Walsh y Don DaGradi; libros de P. L Travers. Fotografía: Edward Colman. Música: Irwin Kostal; canciones de Richard y Robert Sherman. Reparto: Julie Andrews (Mary Poppins), Dick Van Dyke (Bert), David Tomlinson (Señor Banks), Glynis Johns (Señora Banks). Dur.: 139 min.
Título: A la búsqueda de Mr. Banks / Saving Mr. Banks. Año: 2013.
Dirección: John Lee Hancock. Guión: Kelly Marcel y Sue Smith. Fotografía: John Schwartzman. Música: Thomas Newman. Reparto: Emma Thompson (P. L. Travers), Tom Hanks (Walt Disney), Colin Farrell (Travers Goff), Paul Giamatti (Ralph), Annie Rose Buckley (Ginty). Dur.: 125 min.
A la búsqueda de Mrs Banks me parece ese tipo de cine, igual que El discurso del Rey y muchos otros, cortado expresamente para presentarse a los Oscars: biopic reconocible, trabajo de escenografía y reparto dándolo todo. Puede gustar o no pero siempre me da la impresión de tener un objetivo muy determinado.
Ahora, con Mary Poppins, me cuesta analizarla objetivamente: es como La bruja novata o Pedro y el Dragón, de esas películas de una época muy determinada y que muchos descubrimos gracias al vhs mientras no salía la edición doméstica del blockbuster anual de animación. Desde luego, la interpretación de Julie Andrews resulta bastante distante (si la de los libros es igual, no hay mucho que hacer), pero lo que quedan son los números musicales, la animación y Dick Van Dyke. La figura de los padres y los empleados de banca es completamente alocada, absurda e irreal, pero…también lo es el deshollinador Bert bailando con los pingüinos.
Con lo de la literatura infantil, completamente de acuerdo: algunos de ellos escondían detrás una crítica bastante ácida. En concreto los de Guillermo, que con once años me daba la impresión de que rezumaban bastante más mala leche que las aventuras campestres de Enid Blyton.
Efectivamente, «A la búsqueda de Mr. Banks», entre las múltiples paradojas que me ha provocado al verla (pues lo normal, a priori, era que me gustara poco) está la de su evidente condición de vehículo para los Oscars. En el caso de Tom Hanks es descarado que es el tipo de papel para arrasar en los premios de un año. Supongo que si no lo ha conseguido es por el poco éxito que ha debido de tener (la mínima publicidad que se ha dado a su estreno español ya lo indica). Sobre los Cinco, recuerdo haber devorado casi toda su saga, pese a que nunca pude evitar sentir una franca antipatía por los cuatro niños (especialmente por las dos niñas, la dulce y la chicarrona, a cuál más tópica). Y haber fantaseado con la buena tunda que los Proscritos les habrían dado a los Cinco. Bueno, el perro de Guillermo, Jumble, habría salido con el rabo entre las piernas nada más ver a Tim… pero aun así también el chucho de los Proscritos es mil veces preferible al de Jorge.
Desde que te leo (aquí y en otros sitios), creo va a ser la primera vez que no coincidamos en algo de lo mucho que al parecer nos une en nuestras aficiones y pasiones (desconozco las carnales, que quede claro…):
Emma Thompson en “A la Búsqueda de Mr. Banks’, que por cierto vi anoche en versión original, me decepcionó tan profundamente que, para mí, descolocó la película. Una película que, por otra parte, ya estoy empezando a olvidar…
Me resultó difícil aceptar que una actriz a la que siempre he considerado ‘refrescante’ y a veces incluso dramáticamente muy bien dotada compusiera semejante papel; pobremente interpretado y poco, muy poco creíble.
Menos mal que también estaba ahí Tom Hanks, quien me sorprendió agradablemente (no le devoto demasiada estima) metiéndose en un personaje en principio no verdaderamente apto para él y que hizo totalmente suyo de manera sobresaliente e incluso, me atrevería a decir, excelsamente interpretado.
Al final de todo esto, lo más importante resulta que es el poder leer sobre ello como ahora es el caso. ¡Gracias!
Fernando (Amsterdam)
La discrepancia contigo siempre enriquece, Fernando! Yo fui a ver esta película con pocas expectativas. Uno: a mí «Mary Poppins» no me enloquece, y dos: tenía toda la pinta de ser una peli pensada para unos Oscars. De ahí que fuera especialmente receptivo cuando descubrí más interés del que esperaba, por paradójico que sea que ese interés parta de dos obras nada interesantes. En cuanto a Emma Thompson, en los 90 la idolatraba por esos papeles que supongo nos encantan a los dos. No había vuelto a verla, sin exagerar, en más de una década, porque no ha estrenado películas que me interesaban (a distancia, tenía su carrera por definitivamente hundida). Pues bien, la recuperación me ha gustado bastante, ya que en el fondo su papel aquí me parece una prolongación (más mayor) de sus personajes de antaño.
En cambio, todavía ahora no soy capaz de poder afirmar si Tom Hanks estaba adecuado o no. Es un actor que me parece muy unidimensional, y en un papel de «composición» como éste, a ratos me parece que su esfuerzo se nota mucho, a ratos me convence y a ratos veo a Tom Hanks con bigotito. Eso sí, por lo menos es un actor que no molesta (no gesticula ni va de actor del Método, y eso ya es un mérito…).
Yo he visto esta película en vos. A estas alturas, no es cuestión de coger un enfado desde que los actores abran la boca 🙂
Ayer mismo vi la peli, motivada por la nostalgia de mi infancia (reconozco que tenía el VHS de Mary Poppins a una edad muy temprana, tendría yo menos de 10 años) y buscando esa magia que a mí sí me transmitieron los números del deshollinador o el mundo dentro de unos dibujos de tiza en el suelo. Cada una de las canciones está grabada en mi mente, repito que yo era una cría entonces y vi tantas veces la peli que la mitifiqué. Aunque reconozco que Julie Andrews parece muy seca y estirada (mejor en Sonrisas y Lágrimas?) y que si no fuera por la gran actuación de Van Dycke no habría por donde cogerlo. Los Banks al completo son muy irritantes. ¿Qué me dices de la crítica feroz al capital y a los bancos? ¿Muy poco Disney, no? Por lo que cuentas y lo que pude comprobar con Al encuentro de Mr. Banks los libros de Travers parecen un auténtico coñazo, me pregunto el motivo de su éxito. En cuanto a esta película, los diálogos son muy previsibles, quizá forzados o poco naturales, aunque consiguieron recordarme algunos de los momentos mágicos de Mary Poppins. El personaje de Farrel algo sobreactuado, ¿no? Muy buen post, ¡saludos!
Hola! Para mí, el problema de la película es que, sobre el papel, es un canto a la imaginación pero luego a la película le falta, precisamente, magia. Yo la encuentro, sobre todo, en la escena de los deshollinadores, que sigue siendo una maravilla, y un poco en la de dibujos animados, aunque me parece demasiado larga. Pero el problema, sobre todo, son los personajes: por ejemplo, ¿quién se cree que esos dos querubines han «devorado» a unas cuantas niñeras antes de que aparezca Mary Poppins? ¿Por qué los niños se sienten abandonados solo por el padre si la madre no parece que les haga mucho mayor caso?
Los libros: como digo, solo he leído el primero (hay un segundo en alianza), de modo que hay que concederle un margen a la escritora. Lo que ocurre es que en ese primer libro no se ve un margen para la esperanza, ni en el estilo ni en los personajes, para alimentarlo.
En cuanto a Farrell, la verdad es que lo veo más sobreactuado en otras películas. A mí no suele gustarme nada (lo recuerdo fatal en «Escondidos en Brujas» o en «Alejandro Magno»), pero aquí, no sé muy bien por qué, pero me llegó.
¡Muchas gracias por tus palabras!
Llego tarde al artículo y al coloquio. Solo añado, por si en este año y pico no has salido de dudas, que las «Crónicas de Narnia» antes de las películas ya habían sido publicadas, al menos algunas, por Alfaguara. Me pregunto por qué se las dejó «robar» por Destino cuando volvieron a estar de moda.
También había una edición de la chilena editorial Andrés Bello, que a veces se encontraba en librerías españolas. El primer libro era «El león, la bruja y el ropero» y los niños tenían los nombres castellanizados (Edmundo, Lucía…).
Pues muchas gracias por la información, Manuel. Seguía ignorando los datos sobre Narnia o sobre la repercusión de C. S. Lewis en España, al menos hasta el estreno de «Tierras de penumbra» (donde, por cierto, no recuerdo si mencionaban su obra literaria para niños: no he vuelto a ver esta película desde su estreno). Un abrazo.
Sí se menciona.
Ah, muy bien. Gracias de nuevo, Manuel. Tengo que volver a ver esta película: nada sabía de C. S. Lewis en su momento. Por cierto, que los vasos comunicantes entre unas películas y otras son de lo más inesperado. No sé si conoces una película de Tyrone Power, estupenda, que se titula «El callejón de las almas perdidas» (hice un comentario hace tiempo: https://lamanodelextranjero.wordpress.com/2013/01/14/el-callejon-de-las-almas-perdidas-ascenso-y-caida-del-gran-stanton/ ). Hace un par de años se publicó en España la también magnífica novela en que se basa, muy dura y en parte basada en experiencias previas de su autor, William Lindsay Gresham, que se suicidó tiempo después, enfermo, alcoholizado y medio ciego. Este Gresham es el hombre que dio su apellido a la poetisa Joy Gresham, el papel que encarnaba Debra Winger en «Tierras de penumbra».