El poderoso Thor: los dioses nórdicos convertidos en superhéroes

El Thor de Lee-Kirby, en PaniniEl enorme interés que siempre he sentido por la mitología nórdica no me lo transmitió la lectura directa de las sagas vikingas, ni la activa difusión que Borges siempre hizo de la literatura escandinava, ni siquiera el descubrimiento del gran escritor islandés Snorri Sturlusson, gran difusor de sus mitos. No; se lo debo a un tebeo de superhéroes. Un tebeo de la Marvel, que supongo que también fue la puerta de entrada a Asgard y sus habitantes para muchos otros de mi generación. Me refiero a The Mighty Thor, o sea, El poderoso Thor, serie y personaje creados por el gran dúo generador de la mayor parte de los personajes más reconocibles de la editorial, el guionista Stan Lee y el dibujante Jack Kirby. Está a punto de estrenarse el segundo film que a dicho personaje está dedicando el estudio de cine de la editorial, Thor. El mundo oscuro (2013), y con este motivo Panini, la editorial que posee los derechos españoles de Marvel, ha comenzado ya una ofensiva de publicaciones destinada a exprimir en lo posible el acontecimiento. Lo cual hay que celebrar, porque se anuncian nuevas ediciones, con mejor calidad, de algunas de las mejores etapas de la colección del dios del trueno, empezando precisamente por la inaugural. Un precioso tomo, compuesto por casi 700 páginas de tebeo, hace ya un par de semanas que se encuentra en las librerías, bajo el sugerente título de «En mis manos… este martillo». De su mano, vamos a repasar las circunstancias de la creación de Thor.

A mediados del año 1962, Stan Lee, el alma mater de la editorial Marvel, ya había dado vida a Los 4 Fantásticos, a La Masa y a Spider-Man. En pleno torbellino creativo, decidió que era hora de un nuevo personaje, distinto a los demás. Supongo que, a esas alturas, Lee no era consciente de estar creando una de las grandes mitologías del siglo XX, pero su pensamiento fue recurrir precisamente a la mitología. No a la más conocida, la griega, sino a la nórdica. Lee tuvo claro que, de todas las figuras que ésta ofrecía, la más aprovechable en términos heroicos, tanto por sus propias características como por potencia visual, era la de Thor, el hijo de Odín, padre de todos los dioses, y él mismo dios del trueno. Un enorme vikingo blandiendo un martillo gracias al cual es capaz de volar y que le otorga un gran poder. Esa fue su idea básica, que entregó a su propio hermano, Larry Lieber, para que pusiera los diálogos del primer episodio, y en especial a su mano derecha en la creación de tanta maravilla, Jack Kirby, cuyos lápices serían pasados a tinta por Joe Sinnott. Ese fue el equipo que creó a Thor en el seno de una colección ya existente, Journey into Mistery (nº 83, de agosto de 1962).

El punto de partida fue sencillo. Un médico cojo, Donald Blake, que pasa sus vacaciones en algún lugar de la costa noruega, es testigo involuntario de nada menos que una invasión extraterrestre. Huyendo de los monstruosos alienígenas va a parar a una profunda cueva en la que encuentra un nudoso y antiguo bastón: al golpearlo se convierte en Thor. O sea, en un mocetón con melena rubia, casco con alitas, flameante capa roja, botas altas y unos calzones con jubón en el que destacan seis enormes círculos plateados a modo de medallones. Añadamos un toque de vanidad: una T en mitad del cinturón dorado. Y desde ese momento, médico cojo y dios nórdico alternarán su existencia con solo golpear contra el suelo el bastón/martillo.

El dios del trueno, por Jack KirbyEl planteamiento es muy propio del gusto del Stan Lee de la época por jugar con el contraste entre debilidad y poder, por explorar el concepto de «humanización» del superhéroe clásico, haciendo que, antes de tropezarse con la responsabilidad de sus superpoderes, aquél sea un individuo corriente, incluso debilucho. Es el caso del empollón y enclenque Peter Parker, alias Spider-Man, del debilucho científico Bruce Banner, la antítesis perfecta del hercúleo y embrutecido La Masa, o del abogado ciego Matt Murdock, identidad secreta del ágil y preciso Daredevil.

En realidad, justo es señalar que Lee no pareció tomarse mucho interés por su nueva criatura. En primer lugar, y como he señalado, se limitó a escribir los argumentos de los primeros números, luego dialogados por su hermano Larry e incluso, más tarde, por algún escritor por completo desconocido en el devenir de la casa, tal que ese Robert Bernstein que llegó a firmar hasta cinco de sus aventuras. El mismo Jack Kirby, después de los primeros números, también se apartó de la colección, la cual más bien fue dando tumbos durante sus dos primeros años de vida. Sería en el nº 101 (febrero de 1964), cuando Stan Lee (que se había hecho ya cargo en solitario de los guiones desde varios episodios atrás) llamaría a su lado a su inseparable Kirby para retomar el personaje. Ya no lo abandonarían hasta el 179 —con la colección ya directamente bautizada como The Mighty Thor desde el 126—, publicado en agosto de 1970. Más de seis años y casi 80 números, que contienen la más reputada de las colaboraciones de la pareja después de Los 4 Fantásticos… y en muchos casos, no sólo a la altura de ésta sino incluso más atractiva aún.

Sin embargo, al principio, nada hacía preludiarlo. Pues hay que convenir en que, durante sus tres o cuatro primeros años de existencia, Journey into Mistery es una colección sin el menor interés. En primer lugar, por lo desdibujado de su protagonista. Antes que nada, ese gesto mediante el cual, al golpear el suelo con el bastón, Donald Blake se convierte en Thor, ¿qué significa? ¿Se transforma verdaderamente en otro ser, el dios del trueno, con una vida y personalidad propia, lo que significaría que, como La Masa, dos seres distintos comparten un mismo espacio? ¿O sigue siendo Blake, solo que con una conducta diferente, en función del nuevo poder? Yo creo que ni el mismo Stan Lee se lo planteó. Al inicio, de hecho, las aventuras de Thor prácticamente se reducen a la Tierra, y algunas son tan bochornosas que el enemigo al que se enfrenta… son los malvados rojos ya del Vietnam o de alguna tenebrosa dictadura comunista.

Loki, por John BuscemaEs verdad que en el nº 85, o sea, en la tercera aventura de Thor, ya fue creada su némesis, Loki, el dios del engaño, su hermanastro según la misma mitología de referencia. Y eso también obligó a hacer aparecer Asgard, la morada de los dioses, que Kirby imaginó, de modo entrañable, bajo la forma de una enorme isla montañosa (con raigones rocosos, como si hubiera sido arrancada de cuajo de la tierra), con una ciudad futurista en primer término, que flota entre las estrellas, en alguna punto interdimensional, y de la cual parte un puente de arco iris, el famoso Bifrost, que comunica con Midgard, esto es, la Tierra. Un número después, también hacía acto de presencia el mismísimo Odín, y desde entonces ese escenario de Asgard se iría haciendo recurrente, pero solo como un lugar secundario en las aventuras del dios rubio, bien atado a nuestro entrañable planeta.

¿Atado por quién? Stan Lee dotó al personaje de Don Blake, de inmediato, de eso que antes se llamaba interés romántico. Hablo de Jane Foster, su dulcísima enfermera, ambos enamorados en silencio: Blake no le dice nada porque piensa que ella no querrá verse atada a un lisiado; ella porque, claro, la iniciativa en estos asuntos debe corresponder al varón. Esta misma e insufrible premisa romanticoide la fue repitiendo Stan Lee en diversos cómics de la casa, y siempre bajo la misma forma: un caballero con alguna precariedad física calla pese a que tiene rendida, sin saberlo, a su amada. Pasó con el ciego Matt Murdock y su secretaria Karen Page, o con el mutante Cíclope, temeroso siempre, no sé, de que al ir a besar a su amada la Chica Maravillosa, el ardor le hiciera borrarle la cabeza de un rayo de energía a bocajarro.

Hasta, más o menos, mediados de 1965, la serie de Thor se rige siempre bajo el mismo patrón. Combates del protagonista con una serie de villanos por lo general bastante lamentables, buena parte de ellos manipulados por el traicionero Loki, y en los que se repetía, de modo muy cansino, la misma situación de suspense: Thor se ve separado de su martillo más allá de un minuto que, no se sabe por qué, es el plazo del encantamiento que lo obliga a volver a ser Don Blake. El trasfondo verdaderamente mitológico, representado por Asgard, se desaprovechaba una y otra vez de modo notable: en todo caso, Odín era un gran cascarrabias al que fastidiaba el enamoramiento de su hijo por una débil mortal.

Tiempo después, se justificaría retroactivamente la gran pregunta que, supongo, ocuparía a todo lector del cómic: ¿cómo es que Thor había estado «desaparecido» —su espíritu encerrado en el bastón de marras— hasta que lo encontró Donald Blake? La justificación fue que Odín, para darle una cura de humildad a su hijo, lo envió a Midgard con la memoria borrada bajo la forma del mortal Donald Blake, que así pasó años ignorando su condición hasta que su padre, de modo subconsciente, lo puso en camino hacia tierras escandinavas para recuperar de nuevo su ser. La explicación de por qué hacerlo de modo tan poco útil, con esa dependencia del bastón prodigioso, ya quedó en el limbo.

Edición por Panini de los Relatos de AsgardLa simplicidad dramática de los guiones de Stan Lee durante los primeros años del Universo Marvel suele olvidarse ante la grandiosidad que alcanzaron, en las series principales, a mediados de los 60 (con dos grandes excepciones, sensacionales desde el primer momento, que son Spider-Man y Doctor Extraño, sin duda por el talento de su dibujante, y algo más, Steve Ditko). Historias banales, personajes sin sustancia, argumentos románticos ya anticuados en esos años, ingenuidad tontorrona, y mucho, mucho anticomunismo. Pero el mismo Lee fue mejorando a pasos agigantados, tomando nota de las debilidades de los primeros tiempos. Y pronto advirtió que en El poderoso Thor se estaba desaprovechando el riquísimo material mitológico. De ahí que, al fin, decidiera ponerle remedio. Y lo hizo desgajando de la serie unas páginas de cada número (cinco, en concreto) para dar vida a un serial, dibujado por el mismo Kirby, titulado Relatos de Asgard, que debutó en el nº 98, y dentro del cual, por fin, fue desarrollando todas las posibilidades que merecía el rico material de base, integrando a Thor, también protagonista de esas aventuras, en su entorno mitológico. Hace tres años, Panini ya editó la recopilación completa de los Relatos de Lee-Kirby, en un tomo cuyo único reparo es el nuevo y ostentoso color digital, con molestos efectos de relieve, sin nada que ver con el alegre colorido original.

Por fin, Stan Lee bucea en las fuentes de la mitología nórdica, situando las coordenadas básicas de Asgard y sus moradores. Pero eso solo sucede en los primeros relatos. Enseguida, la desbordante inventiva de la pareja utiliza ese material como mero pretexto para un fenomenal despliegue de aventuras que, en rigor, no es sino Espada y Brujería, desarrollando una geografía fantástica, llena de pueblos y criaturas extraordinarias. Lee y Kirby no solo recurren a los clásicos Loki, Balder, Heimdall y demás, sino que incluso crean sus propios personajes. Así, los Relatos suponen la carta de presentación de Los Tres Guerreros, entrañable trasunto asgardiano de los mosqueteros de Dumas (Thor sería D’Artagnan, claro): el jovial espadachín Fandral el Osado, el circunspecto Hogun el Torvo (con su aspecto de guerrero de las estepas asiáticas) y el fanfarrón y trémulo Volstagg el Voluminoso, descacharrante descarga cómica de la serie. (Un ejemplo. En el curso de una batalla, cuando Thor le pregunta si acaso tiene miedo, la respuesta de Volstagg es la siguiente: «¿Miedo? ¿Quién habla de miedo? Pánico tal vez, pero miedo jamás».)

Los Relatos imponen por primera vez la atmósfera que mejor encaja con Thor y su mundo: la majestuosidad épica, la ética caballeresca, la grandilocuencia verbal (en pocas colecciones como en ésta demostró mejor Stan Lee su capacidad para los diálogos) y la solemnidad wagneriana. Las aventuras parecen siempre al borde de una perpetua tragedia que, en el último momento, se desliza desde el crepúsculo hasta la aurora, haciendo salir con bien a los héroes de su apuro, pero solo para lanzarlos, a la página siguiente, a una nueva y aún más ardua empresa. El talento de Jack Kirby para lo descomunal encuentra aquí su mejor expresión. El formato de cinco páginas, además, se revela ideal para ese perpetuo exceso en que tan bien se movía el dibujante, y que preludia su propio trabajo, ya como autor completo, de los años 70 para la editorial rival, DC, la famosa Saga del Cuarto Mundo. Es claro que Kirby, en los Relatos, hace algo más que dibujar ideas escritas por otro.

El Alto Evolucionador y los Caballeros de WundagoreEn los Relatos, además, Stan Lee encontró al entintador que mejor realzaba los dibujos de Kirby. En los primeros números de Thor, los exuberantes lápices de Kirby habían sido cubiertos por autores nefastos (George Bell, Don Heck) o estimables (Dick Ayers, Chic Stone). Sin embargo, sería Vince Colletta el entintador definitivo de Thor. Colletta ha sido un artista muy criticado: muchos lo consideraron siempre un mediocre y censuraron las libertades que se tomaba con los lápices de Kirby, simplificando los fondos o borrando directamente figuras secundarias para ahorrarse tiempo. Esto será cierto, y sin duda es vergonzoso, pero también hay que reconocer que las finas líneas de Colletta (que, en vez de pasar un lápiz a tinta, parece que cortan la página) aportaron a Kirby, al mismo tiempo, el aire onírico y la solemnidad distante que mejor se avenía a unas aventuras protagonizadas por dioses. Las figuras de Thor y sus compañeros, y los escenarios que recorren, bajo el pincel de Colletta, parecen estar suspendidos en algún lugar del tiempo: es curioso para un dibujante tan dinámico como Kirby, pero rezuman cierta sensación de inmovilidad que, por contraste, no puede ser más atractivo.

Colletta empezó a entintar los Relatos en el nº 106 de Journey into Mistery, y Stan Lee quedó tan satisfecho de su trabajo que extendió su colaboración a los números integrales desde el 116. Comienza aquí la etapa dorada de la serie. Lee se dejó de tonterías y fundió a su personaje definitivamente en el seno de una serie de aventuras épicas, e incluso cósmicas. Thor se enfrenta a dioses de otras mitologías, los griegos (descendiendo al Hades, por ejemplo, para rescatar a Hércules del malvado Plutón) o parte al espacio profundo entrando en contacto con pueblos conquistadores (los Colonizadores de Rigel) e incluso, con un planeta viviente, el fabuloso Ego (irrepetible viñeta final del 132 de The Mighty Thor, compuesta por uno de esos collages pop que tanto gustaron siempre al Rey, que muestra el planeta con rostro humano), si bien luego el enfrentamiento con Thor se resuelve de modo harto decepcionante. Sin solución de continuidad, Lee y Kirby proporcionan su versión particular del clásico wellsiano La isla del Dr. Moreau, presentando a un científico embutido en una genial armadura, el Alto Evolucionador, quien, haciendo honor a su nombre, ha creado una estirpe de Hombres Nuevos a partir de animales. Solo que estos no se rebelarán contra su amo, pues éste, con inteligencia, los ha educado nada menos que bajo normas caballerescas propias de la Tabla Redonda: los animales evolucionados pasan a ser los Caballeros de Wundagore.

Lee incluso acabó resolviendo el callejón sin salida romántico del personaje. A esas alturas, estaba claro que la sosa de Jane Foster estorbaba. Lee se libró de ella haciendo que Odín, finalmente, la aceptara como consorte para su hijo pero que ella misma no superara la prueba de enfrentarse a las maravillas de Asgard, por lo que renunciaba al amor de Thor y, borrado todo recuerdo de éste, retornaba a su anodina vida terrestre. Momento que Lee aprovechó para introducir el personaje de Sif, la diosa guerrera que en los mitos es la esposa del dios del trueno.

Con su aparición finaliza la recopilación incluida en el tomo editado por Panini. Llega hasta el 136 de la colección, por lo que es evidente que queda material (y extraordinario) para componer otro volumen en el futuro, si la película de inminente estreno mantiene la fiebre por el personaje (que espero que lo haga). Pues esperan Ulik, el Superskrull, el Destructor, Galactus, el regreso de Ego y de Plutón… Irrepetibles maravillas que hoy, con su entrañable aire antañón, todavía resultan más ensoñadoras.

Asgard, flotando entre dimensiones

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a El poderoso Thor: los dioses nórdicos convertidos en superhéroes

  1. Sara dijo:

    Vaya… sin duda a veces me gustaría ser de unas cuantas generaciones anteriores para poder disfrutar plenamente de esa «novedad» y originalidad que había antes, no como ahora, que ya prácticamente todas las ideas son reutilizadas y poco interés tienen. Solo con pensar que gran parte de los de mi generación pasan las tardes viendo Sálvame…

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