Tristemente, y desde su mismo arranque, El retorno del Jedi va destruyendo una por una todas las suculentas expectativas con que el incondicional de la saga fue a las salas de cine para asistir al cierre de la historia. Lucas olvidó las magníficas ideas que había planteado El Imperio contraataca, el inesperado y admirable tono adulto de la historia y lo prometedor de las intrigas que habían quedado abiertas. Tal vez asustado por las críticas que se habían quejado del tono «oscuro» de su película, comparándolo con la festiva ingenuidad de La guerra de las galaxias, el cineasta decidió recular (¿temía que los padres de familia no llevaran a sus hijos a ver la película?) y tomó dos decisiones. La primera, infantilizar los ingredientes de su historia, otorgando un insólito peso de la historia a esos cargantes peluches que son los Ewoks. La segunda, convertir a sus personajes en un puñado de blandorros de mucho cuidado, empezando, ay, por el mejor de todos ellos, el antes mercenario Han Solo. No importa. Pese a la decepción, eso podemos perdonarlo. Lo que es imperdonable es que Lucas decidiera tomarnos por tontos a los seguidores de la saga y convertir a la princesa Leia en ¡la hermana de Luke! (ella era esa «otra esperanza» de la que hablaba Yoda en El Imperio). Y peor aún, que decidiera redimir al malvado absoluto, a Darth Vader, sólo porque redescubre las delicias de la paternidad. El retorno del Jedi es un bodrio sin remisión alguna, y si no es el peor título de toda la saga galáctica es porque existe ese aburrido engendro con que se inauguró en 1999 la segunda trilogía, La amenaza fantasma, que es aún más malo.
Cuando George Lucas se sentó a escribir el guión, en colaboración con Lawrence Kasdan, sabía que tenía que desarrollar dos argumentos fundamentales: el rescate de Han Solo y la derrota del Imperio. Fácil el primero. Francamente complicado el segundo, teniendo en cuenta que en el final de El Imperio contraataca la Alianza Rebelde parecía haber quedado reducido a unas pocas fuerzas dispersas y sin capacidad apenas para afrontar al temible Imperio. Tal vez el empeño, para no resultar tan apresurado, hubiera exigido una cuarta película o, por qué no, una segunda trilogía (que fuera hacia el futuro y no hacia el pasado, como acabó haciéndose). Pero hay lo que hay. En cualquier caso, Lucas sí acertó con la idea de que, en esta ocasión, debía hacer acto de presencia el mismo Emperador, supuestamente el ser más poderoso de la galaxia si el mismo Vader se inclina humildemente ante él. Y decidió que con acabar con su líder supremo, el Imperio está derrotado.
Idea de lo más discutible, por mucho que pueda señalarse más de un caso a través de los tiempos en que una tiranía construida sobre un líder que acapara todo el poder se haya derrumbado tras su desaparición. Ahora bien, en términos dramáticos resulta complicado hacer creíble que todos los seguidores de ese Emperador, enseguida, vayan a ceder el poder aterrorizados. El «original» El retorno del Jedi no indicaba nada de esto, sino que se limitaba a concluir con la celebración de los rebeldes en la luna de Endor. Sin embargo, en la edición en formato doméstico de 2004, Lucas realizó todo tipo de retoques digitales en su primera trilogía. Y uno de los más importantes fue la inclusión de celebraciones paralelas a las de Endor, en los escenarios emblemáticos de la segunda trilogía —por tanto, están concebidas para que las películas se vean en el orden que master Lucas ha decidido, del Episodio I al VI—, como son Coruscant, la capital de la galaxia, Naboo y Tatooine. Entonces sí es cuando se incurre en la completa inverosimilitud. Ganas de corregir el pasado.
En cualquier caso, parecía imposible, como mínimo, no hacer interesante un episodio tan prometedor como el rescate de Han Solo. Y sin embargo, es lo que sucede. Hay muchos incondicionales que, como mínimo, consideran que esa media hora larga inicial sí está a la altura del resto de la trilogía. Sin embargo, a mí me parece que es un episodio sin la menor fuerza, visualmente repetitivo y, sobre todo, con una pésima estructuración narrativa.
El rescate lleva a un regreso lógico a Tatooine, cubil del «gángster» (así lo llaman los letreritos del principio) Jabba el Hutt. Pues bien, teniendo en cuenta que Han Solo está completamente a la vista, retenido todavía en su cubierta de carbonita, en el salón principal de la guarida de Jabba, lo lógico es que tipos tan inteligentes como los protagonistas de la saga hayan preparado un plan maestro para rescatar a su amigo. ¡Pues bien, no existe ningún plan! Lucas hace que los diversos personajes vayan entrando uno por uno en la guarida, alguno abiertamente (los robots, Chewbacca y Luke) y otros camuflados (Leia y Lando), pero de tal modo que parece que cada uno va a hacer la guerra por su cuenta. De hecho, los risibles intentos de rescate de Leia y Luke acaban con cada uno de ellos prisionero de Jabba. Se podrá argumentar que el verdadero propósito era hacer que Jabba los sacara a todos de su guarida —como hará, llevándolos en su barcaza aérea a un lugar en el desierto donde piensa arrojarlos al pozo donde mora un monstruo—, pero es suponer una capacidad para saber lo que decidirá el Hutt que me parece excesiva incluso para un jedi.
Sin embargo, no acaban ahí los defectos de este arranque. La guarida de Jabba no es sino una variante de la cantina de Mos Eisley poblada también de engendros del más diverso pelaje —y uno sospecha que se acumulan para que así el departamento de merchandising tuviera más muñequitos que vender—, muy fea visualmente y que además posee un molesto efecto distanciador, con su empeño en respetar el «realismo» lingüístico de las distintas especies galácticas (vaya, en Flash Gordon todos hablaban el mismo idioma y era mucho más sencillo…). Incluso me parece un error que Jabba sea un muñeco gelatinoso porque, francamente, resulta difícil sentir algún tipo de miedo o respeto por él.
Esta parte, además, sufrió especialmente el celo transformador de Lucas para la edición doméstica (la mejor en términos de imagen, lo que «obliga» a verla), añadiendo monstruitos digitales y cambiando el número musical (insoportable) que escucha Jabba. Ya es malo, además, que tan pronto aparecen los rostros familiares de Luke, Leia y Han, el incondicional advierta que los actores están horribles. Leia, convertida en un juguete erótico para Jabba (luciendo un modelito sin apenas tela que hizo correr tinta entre la chavalería de la época), no sólo está tan envarada como en El Imperio, sino que no transmite el menor erotismo. La expresividad facial de Luke resulta ridícula, aunque quizá en parte se deba a las secuelas de ese accidente que le destrozó el rostro. Pero Harrison Ford, el mejor actor de la previa, también ha perdido toda frescura y es ya el Harrison Ford monocorde e ineficaz del resto de su carrera, usando y abusando de ese tic suyo tan familiar de la mueca pseudo-irónica.
A ello hay que añadir la flojísima realización del nuevo director contratado por Lucas, Richard Marquand (que murió apenas cuatro años después del estreno), como demuestra la mala ejecución de la esperada escena de acción a bordo de la barcaza, lastrada además por inconvenientes rasgos de humor grotesco: el pobre Lando, el único que en teoría se ha currado el rescate porque estaba infiltrado entre los sicarios de Jabba, a la postre es el más inútil de todos los rescatadores y encima se cae al pozo del monstruo, creando una situación de tensión/diversión muy chusca con su amigo Han (que, por cierto, lo último que sabe de él es que lo ha traicionado: no se comprende muy bien que arriesgue su vida sin pensarlo un solo momento).
Ideas: en vez de idear nuevos cursos de acción, Lucas optó por recurrir a lo seguro, a lo que ya había hecho. Si ya hay mucho de eso en el rescate de Han (el regreso a Tatooine, el dibujo de la guarida de Jabba), a continuación el cineasta prácticamente se limita a repetir los elementos de los previos films. Y no me refiero tanto al inevitable regreso de Luke al planeta pantanoso en busca de Yoda (lo encuentra a punto de morir), como al escenario en que se decidirá la suerte de la lucha final entre rebeldes e imperiales tenga: otra Estrella de la Muerte (que, encima, es destruida de idéntica manera, como si los ingenieros imperiales fueran tontos de capirote y no pensaran en corregir los puntos débiles de la primera). Asimismo, en buena medida la confrontación final entre Luke y Vader, con el Emperador como testigo, repite el duelo de espadas láser de El Imperio contraataca. Hay, por lo tanto, en El retorno del Jedi, una completa ausencia de sorpresas que, sobre todo, obra en su contra cuando se revisa el film: produce una enorme pereza hacerlo.
Rectifico: sí hay una enorme SORPRESA. En Dagobah, Luke recibe la enésima visita del espíritu de Ben Kenobi. Y éste le revela que posee una hermana gemela, y que esa hermana no es sino la princesa Leia. Todos los amantes de la saga nos hemos devanado a conciencia los sesos tratando de analizar por qué Lucas tomó tal decisión que no aportaba nada a la historia. No he revisado foros donde se aborde el tema (que seguro que los hay), de modo que no sé si alguien ha publicado ya la teoría que siempre he tenido (no es nada original), pero ahí va. Deja en muy mal lugar a su creador, pero no veo otra razón. Creo que Lucas pensó que la elección sentimental de Leia sobre Han minusvaloraba la condición de personaje central de la historia que siempre ha tenido Luke. Y para salvaguardar su «dignidad», cortó por lo sano: no hay elección de Leia porque nunca pudo haberla. Luke es su hermano y, en el fondo, ella siempre lo ha sabido. Eso sí, al ser hermanos gemelos e hijos ambos de Darth Vader, a Lucas no le quedó más remedio que hacer afirmar a Ben Kenobi que la hermana tenía la misma afinidad con la Fuerza que el hermano. La pregunta es inevitable: ¿y cómo es que no ha habido nunca el menor indicio de semejante capacidad? Por otro lado, ya que Leia es como Luke, lo normal es haber incluido algún mínimo instante en la trama en que la muchacha, aun de modo inconsciente, haga uso de ese poder que late en algún lugar de su ser. Pues tampoco: sólo le sirve para sentir que Luke no ha muerto en el estallido de la estación de combate.
El núcleo central de la historia transcurre en un pequeño satélite cubierto de bosques, donde el comando liderado por los protagonistas debe cumplir la misión de desactivar el poderoso campo de fuerza que rodea la cercana Estrella de la Muerte, y así permitir el ataque simultáneo de la flota rebelde. En ese bosque es donde se tropiezan con ese encantador pueblo que son los Ewoks, una lamentable concesión al público infantil que trivializa por completo la seriedad de la saga y que, además, da origen a un cúmulo de secuencias «entrañables» que son sencillamente sonrojantes. De hecho, la aventura que tiene lugar en esa luna de Endor carece de cualquier tipo de emoción, de ritmo o de gracia.
En montaje paralelo, siempre su estructura narrativa favorita, Lucas relata el encuentro definitivo de Luke con Vader y el emperador. Esta parte ya es del todo lamentable. Luke cree que su padre es redimible, que parte de su bondad original queda en él, y lo justifica diciendo que no lo mató cuando pudo hacerlo. (Habremos asistido a otra historia: Vader hacía todo lo posible por capturarlo y hacerle daño, y en todo caso por convertirlo en un ser tan tenebroso como él; otra cosa es que Luke se escapara en el momento final.) Y desde el momento en que Luke se deja capturar para llegar hasta su padre, George Lucas se empeña en transmitirnos que sí, que en el fondo eso es lo que pasa: menos mal que el casco de Vader no posee expresión alguna, que si no, sospecho, habríamos asistido a un montón de momentos penosos con el malvado poniendo carita de que ya se está enterneciendo.
El esperadísimo personaje del Emperador es otra decepción. Lucas hace que Ian McDiarmid aparezca caracterizado con un rostro deforme, surcado de grandes cicatrices: es la vieja idea, tan propia de otras épocas de la mentalidad humana, o del pulp de nuestros tiempos, de que un aspecto horrible es la metáfora de la maldad interior de su dueño. Con el tiempo, Ian McDiarmid tendría ocasión de lucirse como actor sin cicatrices (en la segunda trilogía), revelando a un intérprete digno pero soso, sin capacidad para transmitir ningún tipo de maldad sin recurrir a ese tipo de maquillaje. Por otra parte, la tosquedad con que Lucas muestra su intento de atraerse a Luke es, una vez más, intolerable. La simplona y misticoide idea, ya expresada por Yoda en El Imperio contraataca, de que la ira y el miedo conducen al Lado Oscuro, aquí sirve para hacernos creer que, para que Luke «caiga», basta con que el Emperador provoque a Luke, éste se deje arrastrar por la furia y ya está, en un plis plás ya tenemos otro siervo de la oscuridad. El enfrentamiento a tres bandas, por tanto, carece de la menor solvencia dramática, y cuando por fin Luke y Vader reinician la lucha la impresión del ya visto obliga a tener que contener el bostezo.
Eso sí, no es lo peor. Derrotado Vader al fin por su hijo —que en el momento definitivo demuestra ser más bestia que el padre—, el Emperador arroja contra éste todo su poder y, de modo inconcebible en ese monstruo de maldad que había sido el Señor de los Sith (hay que recordarlo: ¡que liquidaba a distancia a todo subordinado que osaba fallarle un tanto así!), se reblandece, coge al Emperador en sus brazos (recibiendo todo el peso de sus rayos, lo que lo hiere mortalmente) y lo arroja al vacío, matándolo. Dejando de lado que no parece normal que ese Emperador tan poderoso se deje llevar a la muerte sin hacer nada para impedirlo, la escena sigue indignando tanto como la primera vez. No; rectifico, más: porque en los retoques posteriores, Lucas añadió un grito de Vader cuando acude al rescate de su hijo («¡No! ¡NOOOOO!»), un subrayado que demuestra que el mismo Lucas no debió de quedar muy satisfecho con la escena.
Lucas también retocó el plano final de la película, ese momento en que, tras el entierro de su padre, Luke ve cómo se aparecen los espíritus sonrientes de Ben Kenobi y de Yoda, y a su lado, un tercero, un anciano venerable también vestido de jedi, también sonriente… que es Anakin Skywalker antes de su conversión en Vader. Pues bien, tras la conclusión de la segunda trilogía, Lucas borró la figura del actor que encarnaba al Anakin anciano y la sustituyó por el joven Hayden Christensen, el Anakin de la nueva trilogía. Que Lucas es el dueño de su creación y que, por tanto, está en su derecho legal de hacerlo, es evidente. Que los amantes de la saga podemos sentirnos estafados de la reescritura de unas películas que amamos (u odiamos) de determinada manera, también. Triste final a posteriori para una película que durante muchos años dejó un amargo sabor de boca en los incondicionales de Star Wars. Que parecía imposible de empeorar. Pero sí. Estaba en manos de Lucas. Y consistía en una nueva trilogía que volviera atrás, para contar la historia cuya conclusión ya sabíamos cuál tendría que ser.
Título: El retorno del Jedi / The Return of the Jedi. Año: 1983.
Dirección: Richard Marquand. Guión: George Lucas y Lawrence Kasdan; historia de George Lucas. Fotografía: Alan Hume. Música: John Williams. Reparto: Mark Hamill (Luke Skywalker), Harrison Ford (Han Solo), Carrie Fisher (Princesa Leia Organa), Billy Dee Williams (Lando Calrissian), Anthony Daniels (C3PO), Alec Guinness (Obi-Wan «Ben» Kenobi), Ian McDiarmid (El Emperador), Peter Mayhew (Chewbacca). Dur.: 134 min.