El «otro» Django

Django, de CorbucciEl reciente estreno de Django desencadenado, de Quentin Tarantino, ha servido para que muchos recuerden (y la mayoría lo descubra) que el referente evocado en el título de este film es uno de los personajes más característicos del esplendor del spaghetti western, uno de los grandes referentes de su autor, como en general todo el cine de género que conoció un esplendor internacional en los años 60 y 70. En concreto, es el protagonista del film homónimo Django, dirigido en 1966 por Sergio Corbucci, uno de esos especialistas que tuvo el cine italiano para ir pasando, según la moda del momento, de un género a otro, de la comedia al peplum, del terror al western y a los films de mamporros con Terence Hill y Bud Spencer. Aunque no sea una gran película —no es el film que yo recomendaría a alguien a quien quiera convencerle de las maravillas que esconde el western mediterráneo: no es Hasta que llegó su hora (1968, Sergio Leone) o Yo soy la revolución (1967, Damiano Damiani), ni siquiera El halcón y la presa (1966, Sergio Sollima)—, sí es un ejemplo óptimo para señalar por qué el spaghetti en particular y el cine de género mundial de serie B son tan particularmente fascinantes y esconden toda clase de tesoros. Y, desde luego, un film de culto en círculos más amplios de los que podemos creer. Por ejemplo, en Japón, como permite descubrir el inenarrable spaghetti-chambara que el inclasificable Takashi Miike rodó en 2007 con el título de Sukiyaki Western Django, mucho antes de que Tarantino soñara siquiera con su film, y que recomiendo encarecidamente a los amantes de lo grotesco.

El film, en su momento, fue concebido para ser un western modesto, sin nada que ver con los presupuestos que, progresivamente incrementados, había manejado Sergio Leone en su famosa Trilogía del Dólar. De hecho, no intenta otra cosa que aprovechar la estela de este director y, en concreto, del primero de los títulos que la integran, Por un puñado de dólares (1964). Como en éste, Django presenta a un pistolero que llega de no se sabe dónde a un poblacho disputado a muerte por dos bandos con su pequeño ejército, y en el cual se relaciona con un tabernero cuyo local utiliza como centro de operaciones.

Far West AlmeríaSe rodó en España, pero no en Almería, sino en parajes madrileños, y su carácter de coproducción se observa especialmente en el reclutamiento de actores españoles para los personajes secundarios más importantes. En concreto, el gran José Bódalo para hacer del general mexicano que quiere conseguir dinero para la Revolución (que no puede ser la famosa, porque la acción está situada después de la guerra civil norteamericana y no a principios del siglo XX, como correspondería) y de Eduardo Fajardo para el papel del racista comandante Jackson. En vez de a Ennio Morricone, se reclutó a Luis Enríquez Bacalov, compositor argentino asentado en Italia cuyo trabajo tal vez famoso a nivel internacional sea la banda sonora de El cartero (y Pablo Neruda), el film dirigido por Michael Radford en 1994, que tanto cariño despertó en el mundo entero.

Los especialistas en el western mediterráneo señalan la importancia de Django en el devenir del género, pues su enorme éxito terminó de perfilar las características esenciales del mismo, sobre todo de cara no a las grandes producciones tipo Sergio Leone sino a los títulos más modestos, los que como hongos inundaron las pantallas de los cines de barrio de media Europa. En primer lugar, signos visuales. La completa degradación de una escenografía, la del clásico pueblecito del Oeste, poco más que una calle convertida en un lodazal y unas casas solitarias y medio desvencijadas, parte de aquí. La violencia que incurre ya abiertamente en el sadismo, como muestran las imágenes de las manos destrozadas de Django, cubiertas por una pasta roja que más que sangre parece también barro, si bien rojo, o ese momento en que el general Hugo corta una oreja a un sicario y se la mete en la boca. El motivo de la venganza como móvil de las acciones de su antihéroe. El fácil reclamo mitómano de un nombre corto y sonoro para identificar a un personaje, que luego provocará una «saga» (en la cual no es necesario que sea exactamente el mismo ni, claro, que lo interprete el mismo actor), como luego se hará con los Sabata o Sartana de turno. La suciedad como inevitable correlato simbólico de la sordidez de ese Far West cutre e hiperviolento.

Django y su ataúdIgual que pienso que una buena frase de apertura incita considerablemente a leer una novela, una ocurrente escena inicial obliga a prestar toda la atención a la película que la inicia. Y, por encima de toda discusión, eso es lo que sucede con Django. Un hombre arrastra un ataúd por un interminable paraje cubierto de barro en el que va dejando un profundo surco. Para siempre, ésta será una de las imágenes icónicas por excelencia del spaghetti western, como la de Clint Eastwood y su poncho. Por supuesto, la pregunta que se hace el espectador es: ¿qué hay en ese ataúd? ¿Un muerto, objetos, oro? La respuesta se hará retardar cerca de media hora y es descacharrante: ¡una ametralladora con la cual el pistolero perpetra, en las calles del pueblecito a donde llega, la matanza más nutrida vista hasta ese momento en un western!

El Clint Eastwood particular que presenta Django era un actor joven, incluso demasiado joven, llamado Franco Nero. Su excesiva apostura, incluso demasiado blanda (he visto algún film previo, y entre ellos destaca un thriller de terror llamado Il terzo occhio, de 1966, donde encarna una variante del Anthony Perkins de Psicosis), hizo que Corbucci lo presentara, caso parecido al Eastwood de Leone, con barba de varios días y aspecto en general salvaje, aunque el rotundo color azul de sus ojos provoca un considerable contraste. Nero se convirtió en una estrella del western mediterráneo y después del poliziesco, otra de las caras de la serie B italiana (como indica el nombre, es una variante sórdida del policiaco de toda la vida), pero también le sirvió para comenzar una pequeña carrera internacional, que lo llevó a trabajar con Buñuel (en Tristana, de 1970) o a coprotagonizar en Hollywood el famoso musical Camelot (1967, Joshua Logan), donde conoció a Vanessa Redgrave, con quien se casó.

Cualquier arma valeSu Django, en la estela del Hombre sin Nombre de Eastwood, es un pistolero enigmático, que habla poco pero dispara de modo tan rápido como letal. Si ya con Sergio Leone habían entrado en escena esos pistoleros de inverosímil puntería, con Corbucci la figura se convierte ya en una quimera sin la menor sustancia, en un superhéroe que en vez de rayos lanza balas, sin fallar nunca y en las condiciones más increíbles, como remarcará todavía más ese tiroteo en el cementerio, con el personaje, que tiene las dos manos rotas, liquidando a cinco oponentes con su revólver apoyado en una cruz. De hecho, Django es ya el primer pistolero fantasmal, casi una pura entelequia antes que un ser humano concreto, de los muchos que poblarán el spaghetti western.

La clave de la fortuna de Django, en sus mejores momentos, es precisamente ésa: saber convocar una atmósfera de delirio surreal a partir de la iconografía del género, hasta hacerlo lindar directamente con el fantastique, elemento que incluso se multiplicará en futuras joyas del spaghetti tipo Y Dios dijo a Caín (1969, Antonio Margheriti). Sentido del delirio y aire fantastique al que va unido un sórdido deleite por la violencia (revestida de erotismo si en medio aparece alguna mujer, claro). Otro elemento fundamental para crear esa atmósfera es la insólita soledad de los escenarios que atraviesa Django, en los que sólo parecen existir él y los sicarios de los dos bandos a los que se enfrenta sucesivamente, sin que haya un solo habitante más en ese pueblecito fantasma que supone el eje de la acción, salvo el dueño y las prostitutas de un saloon que tampoco tiene más clientes que los señalados. «En este pueblo sólo hay fantasmas», le dirá el tabernero Nathaniel. «¿Y sus mujeres? ¿Se acuestan con los fantasmas?», replicará el pistolero.

La chica, Loredana NusciakDelirio, erotismo sucio, aire fantástico, violencia sin cuento: abstracción. Y todo ello se da la mano desde el primer momento. Concluidos los créditos, con la famosa canción que muchos años Quentin Tarantino retomará para abrir su película (incluso con los mismos rótulos con las letras en «relieve»), el protagonista llega a un lugar junto a un río (de arenas movedizas, como no tardará en verse: de niño me fascinaban) donde observa, sin que se tome mucho tiempo en intervenir, cómo una mujer de muy deseable apariencia es sometida a latigazos por un grupo de mexicanos con la mirada encendida. No será el pistolero quien la rescate, sino otro grupo, esta vez de norteamericanos, que liquidan a los anteriores, pero prometen ser una amenaza mucho peor para la muchacha… y entonces es cuando Django por fin interviene, suelta alguna frase lacónica y chulesca para la galería mitómana, y acaba con sus oponentes en un segundo. Llevamos poco más de siete minutos de película y ya ha caído una decena de muertos.

Como he señalado, el propósito que mueve al pistolero es obtener venganza por el asesinato de su mujer. Este dato se presenta bastante elusivo: se indica la importancia de la mujer en la letra de la canción, se muestra una cruz con un nombre de mujer (hispano) en el cementerio del lugar y se declara al personaje del racista mayor Jackson como el individuo al que el protagonista odia tanto. Esta indefinición, sin embargo, sospecho que no es para aportar densidad dramática sino por pura desidia, pues el guión abunda en incoherencias. La primera de ellas tiene que ver con la naturaleza del conflicto que enfrenta a los dos ejércitos, el de Jackson y el de su oponente, el general Hugo Rodríguez. La acción se desarrolla a ambos lados de una inconcreta frontera entre los EE.UU. y México, y se habla más de una vez del «racismo» de Jackson —de hecho, en una de las más famosas escenas del film lo vemos jugando al tiro al blanco con unos pobres pelados a los que obliga a salir corriendo para abatirlos cuando ya se creen casi a salvo—, pero también aparece un oro como objeto de enfrentamiento entre todos (oro del que, al final, nueva incoherencia, Django quiere apoderarse, como dejando de lado su propósito inicial de venganza, aunque es descubierto). Hablando de inconcreción geográfica, el pueblo donde transcurre la acción es llamado «Tombstone», pero no parece que sea el mítico enclave del duelo en el O.K. Corral: ¿por qué, entonces, utilizar el mismo nombre?

A esto yo le llamo masacreEn rigor, Django no es una gran película. Fuera de su media hora inicial, el curso de la intriga se sigue ya más bien con indiferencia, pese a esporádicos remontes de interés, como la larga, excelente e imposible secuencia en que el protagonista pasa del edificio del saloon al contiguo, saltando de ventana en ventana, para robar el oro que se guarda en él sin que lo adviertan el general Hugo y sus hombres… ¡acarreando el ataúd a lo largo de todo el traslado! La realización de Sergio Corbucci es adecuadamente feísta, con uso y abuso del zoom, recurso que se convertirá en seña de identidad del spaghetti y del cine de género mediterráneo en general, pero hay que convenir en que, a ratos, se permite algún momento de virtuosismo (la escena antedicha con Django y su ataúd) y en otros su falta de la menor elegancia visual se funde bien con el propósito de la narración (la pelea entre Django y uno de los mexicanos, resuelta de modo insólitamente moderno con una cámara al hombro que parece querer fundirse con la misma pelea, y que aquí posee una gran eficacia para transmitir mejor el carácter de combate a muerte y no precisamente entre caballeros).

Sin embargo, y como ya he indicado sobradamente, lo que siempre se recordará de Django son sus detalles, sus chispazos, sus pequeños fogonazos de malsano bizarre: ese lodazal que es la calle principal del pueblo, que hace parecer imposible que pueda haber un lugar más embarrado en el mundo; siguiendo con ese leit-motiv visual de la película, el que, al dejar el saloon por la mañana, las botas de Django rezumen más barro viscoso que cuando entraron (!); el árbol seco que está abatido ante la puerta del saloon y que Django utilizará para parapetarse con su ametralladora para mejor liquidar al ejército de Jackson; las capuchas rojas que llevan los hombres de éste y los hacen semejar una variante del Ku-Klux-Klan (aunque su jefe prefiere más bien un pañuelo del mismo color al cuello); el tremendo episodio en que le destrozan las manos a Django, primero a golpe de culatazos, y luego rematado por los cascos de un caballo …

(1) Ver mi reseña en https://lamanodelextranjero.wordpress.com/2013/01/23/breve-resena-de-actualidad-the-master-lincoln-django-desencadenado/

Título: Django / Django. Año: 1966

Director: Sergio Corbucci. Guión: Sergio y Bruno Corbucci; colaboración de Pietro Vivarelli, José G. Maesso y Franco Rosetti. Fotografía: Enzo Barboni. Música: Luis Enríquez Bacalov. Reparto: Franco Nero (Django), Loredana Nusciak (María), José Bódalo (General Hugo), Eduardo Fajardo (Mayor Jackson), Ángel Álvarez (Tabernero). Dur.: 87 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
Esta entrada fue publicada en Territorio western y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s