El Señor de los Anillos: de J.R.R. Tolkien a Peter Jackson (II)

La labor de Peter Jackson

Argonath sobre el río Anduin, por Ted NasmithBuena parte de la literatura que ha generado la película desde el momento de su estreno señala quién es en realidad el gran protagonista de la saga: el formidable, y hasta entonces prácticamente virgen en cine, paisaje natural de Nueva Zelanda. Aunque en gran medida la elección de la tierra natal de Jackson como escenario de rodaje se debió a razones económicas, lo cierto es que, ante esas imágenes, no parece posible concebir otra Tierra Media que la tierra neozelandesa. Su exuberante diversidad de parajes (bosques casi impenetrables, llanuras onduladas, ásperos roquedos, montañas nevadas, ríos rugientes) diríase que era lo que J.R.R. Tolkien tenía en mente cuando concibió su mundo alternativo y trazó su famoso mapa. Es más, es tan extraordinario que a ratos uno tiene la tentación de creer que esos paisajes también han sido generados por la misma magia digital de Weta Workshop, la empresa de efectos especiales creada por Jackson para la ocasión. En cualquier caso, la interacción entre los escenarios «reales» y los añadidos por Weta es tan completa que, como señalaba, ha hecho entrar al cine en otro estadio de la perfección artificial. Las gigantescas estatuas de los Argonath dominando las paredes del río Anduin, y que sobrecogen a los viajeros de la Compañía mientras reman corriente abajo, son el ejemplo más eminente que se me ocurre.

Peter Jackson, bien consciente del tesoro natural que tiene entre manos, no pierde ocasión de exhibirlo, a ratos con la vanidad propia del nuevo rico. Es hora de señalar cuáles son las claves del trabajo de realización de quien ha sido entronizado por muchos como un «nuevo genio» de la fantasía. En primer lugar, hay que señalar lo obvio: teniendo en cuenta la fidelidad de la adaptación a la obra de partida, así como las exigencias de una superproducción de este calibre, era difícil encontrar espacio para la mirada personal por parte del director sobre el material de Tolkien. Con independencia de las pequeñas pinceladas que Jackson consigue introducir (esa insistencia en el lado romántico de Aragorn), era por medio de su trabajo narrativo por donde el realizador debía haber demostrado su capacidad para abordar de modo personal el abrumador texto de Tolkien. Pero Jackson no es un gran narrador, sino un buen orquestador de imágenes. Y no es suficiente: otro de los problemas de la saga es la impersonalidad de la puesta en escena de su máximo responsable.

El mapa de la Tierra MediaTodos los directores (todos los artistas, en general) son hijos de su tiempo, primero, y de su propia capacidad para reinterpretar el acervo recibido de ese pasado artístico y cultural común en el que desean trabajar. Una obra de la potencialidad narrativa y poética de El Señor de los Anillos (el de Tolkien, quiero decir) hubiera exigido un poeta de la narración, alguien capaz de conjugar lo épico y lo trágico, de saber cuándo mover las teclas de la distensión, de ser capaz de convertir los escenarios en un personaje más, de hacer de la atmósfera visual un eje dramático fundamental, de conseguir que las carencias de los actores se noten lo menos posible, e incluso enriquezcan su personaje. Necesitaba, en suma, y por señalar un director que se hubiera relamido ante la expectativa de este proyecto, a un Fritz Lang.

La «poética» de Jackson se traduce en dos recursos, omnipresentes a lo largo de toda la trilogía y que, por ello, acaban haciéndose francamente cansinos. Por un lado, la panorámica aérea majestuosa con que sigue a sus héroes a lo largo de toda la Tierra Media, a ratos combinada con la panorámica a ras de suelo. (Nadie acusará a Jackson de «quietismo» narrativo.) No es que no sea una lícita elección expresiva, pero el abuso acaba provocando indiferencia. El otro recurso es aún peor: el uso del ralentí tanto para las escenas de acción como para las escenas de intensidad dramática, siempre mitigando el diálogo en tales casos en beneficio de la música. Así, los Jinetes Oscuros pasean su maldad al ralentí, Frodo y Bilbo se reencuentran en Rivendel al ralentí, la Compañía se sobrecoge de la belleza de Lothlórien al ralentí, Boromir muere al ralentí, Aragorn y Arwen se aman, se separan y se casan al ralentí… ¡todos los momentos están narrados al ralentí! Hace falta la paciencia de un estoico para soportarlo, sobre todo porque es evidente que Jackson está más que convencido de que es la mejor forma de otorgar grandiosidad o, peor aún, belleza trágica a lo que está contando. Llega un momento en que acaba hastiando, en que acaba importando muy poco la tragedia, la belleza o la grandeza de esas imágenes, pero lo malo es que acabamos acostumbrándonos: molesta más al principio que al final.

Huelga señalar que la composición musical de Howard Shore acaba siendo tan protagonista como el paisaje de Nueva Zelanda, y el mayor cómplice de Jackson en el uso de esos recursos narrativos señalados: hay demasiada música. Igual que Jackson no conoce el quietismo, tampoco el silencio. Con lo cual él solo se deja caer en la tentación del reduccionismo dramático… en una saga de diez horas de duración (no digamos ya si contamos la «versión extendida»). Y aunque hay buenos temas en la banda sonora, también los hay flojos, y el hecho de escucharlos una y otra vez, sin descanso ni piedad alguna, acaba haciendo que uno casi cierre los oídos, cansado de ellos. Por no hablar del efecto cargante, esto sí es indudable, que provoca el tópico uso de los coros por parte de Shore: coros siniestros cuando aparecen los personajes malvados (los Jinetes, por ejemplo), coros angélicos para los héroes.

Peter JacksonJackson tampoco consigue despegarse con personalidad de un vicio muy propio del cine moderno en este tipo de películas: rodar las escenas de acción de tal modo que parece que la cámara también está participando en el combate y, encima, montar luego la escena con fugaces insertos o innumerables planos de cortísima duración. La excusa dramática es que así se reproduce mejor el caos que supone cualquier lucha, cualquier persecución, cualquier batalla. El problema es que el gran perjudicado es la claridad visual: saber quiénes luchan, cómo va el combate, o, en el caso de las persecuciones, quién huye, quién persigue, por dónde discurren o qué ventaja se llevan unos a otros. Con todo, debe señalarse que la trilogía va ganando en limpieza visual a medida que avanza la historia, sobre todo porque Peter Jackson se guía por el saludable principio de no repetirse en la ejecución de las batallas. Si la primera batalla en Moria, reino de la oscuridad, se caracteriza por lo poco inteligible que es el combate, al caos marcado por la lluvia y la oscuridad del Abismo de Helm sucederá después la impresionante nitidez de la lucha a pleno día y con planos muy abiertos ante las puertas de Minas Tirith.

La Comunidad del Anillo (2001)

La primera películaLa revisión completa de la trilogía me ha revelado que el peor de los tres títulos es aquél que en su día me pareció el mejor (a mí, y por lo que he leído, a muchos), o sea, el primero. Es cierto que, en el recuerdo, tanto el libro como la película poseen un indudable atractivo, no en vano la puesta en marcha de la aventura, la progresiva clarificación de la amenaza, la reunión de los atractivos personajes que componen la Compañía del Anillo y episodios tan notables como el de Moria dejan un buen poso en la memoria. Sin embargo, un visionado atento de la película descubre un importante defecto: la falta de densidad en el dibujo de esos personajes y en la presentación de los dramáticos acontecimientos que provocan su reunión. Es decir, a Peter Jackson o bien le faltan minutos que dedicar al retrato de personajes (y con ello no quiero decir que, por ello, deba verse a la fuerza la versión extendida, sino que en el metraje ya largo de tres horas había tiempo para haber concentrado la atención en aquéllos), o bien le falta capacidad para definirlos en las breves pinceladas que exigen las imposiciones narrativas de un relato aventurero.

Lógicamente, y puesto que el público potencial que no ha leído la novela es mucho mayor que el que sí, era necesario dejar sentadas las claves argumentales de la historia desde un primer momento. En el libro, Tolkien va dosificando a lo largo de distintos capítulos —el prólogo, y los capítulos II de las dos partes que lo componen, titulados respectivamente La sombra del pasado y El concilio de Elrond, ambos inolvidables— la información acerca de los hechos históricos de la Tierra Media, de sus diversos pueblos, de la forja de los distintos anillos, incluso de los acontecimientos narrados en El hobbit. En la película casi todo se amalgama en un prólogo contado por Galadriel que, en breves y eficaces pinceladas, narra cuanto se necesita saber. Es verdad que se pierde uno de los atractivos dramáticos del libro: hacer que el lector se funda, necesariamente, con el punto de vista del protagonista, Frodo, enterándose de todo al mismo tiempo que éste, compartiendo su inicial y confiada ignorancia, y preocupándose a medida que va descubriendo la enorme complejidad del mundo y de las circunstancias que suceden allende la idílica Comarca (y que, tarde o temprano, habrán de transformarla también a ésta). Pero todo sea por la comprensión general de historia tan complicada para el espectador medio.

La narración paralela, en este primer capítulo, no resulta muy afortunada. En el libro es muy importante la incertidumbre que sienten Frodo y sus compañeros hobbits, en el camino a Rivendel, ante el hecho de que Gandalf no dé señales de vida. En la película, el espectador sabe, en todo momento, lo que le sucede: la traición de Saruman y su encierro en Isengard. El efecto de esta narración paralela es molesto, porque parece que, mientras los hobbits realizan su viaje en unos pocos días, los sucesos de Isengard, deben abarcar mucho más tiempo, sobre todo la transformación de la tranquila Isengard en un lugar de pesadilla donde Saruman crea, mediante un uso diabólico de su magia, a los Uruk-hai, un demonio híbrido de orco y trasgo. Por cierto, la recreación que se hace de lo que el libro llama sencillamente «pozos y fraguas» aquí recuerda a los terribles pozos de Apokolips, donde el malvado Darkseid crea toda clase de mortíferas armas (leer la Saga del Cuarto Mundo, de Jack Kirby).

Cuando menos, Peter Jackson no yerra del todo en la descripción del escenario donde arranca la historia, la Comarca, como un lugar apacible y doméstico, habitado por criaturas cuyo horizonte es sencillo y hogareño, casi como alguna de las comunidades rurales descritas por John Ford en varias de sus grandes películas. De todos los escenarios recreados por el impresionante trabajo de los diseñadores digitales, sin duda el de la Comarca es el menos ampuloso, el que menos intenta deslumbrar por su grandiosidad, y ello se agradece considerablemente. El problema mayor que posee este inicio, y tal vez se deba a la síntesis del metraje de la película para salas, es el descuido en el dibujo del protagonista, Frodo, que nunca llegará a alcanzar el rango carismático propio de su personaje (ayudado, claro, por la sosería de Elijah Wood). Falta por completo la dimensión soñadora y melancólica con que es bañado en el libro, y que es una característica fundamental en el personaje. Ya he dicho antes que idéntico descuido afecta a los otros hobbits.

RivendelEn el libro, Tolkien dedica un amplio espacio al viaje de los hobbits hacia Rivendel, obrando con la inteligencia de, primero, hacer que esos espacios antes desprovistos de cualquier connotación negativa ahora encierren temibles pesadillas y, segundo, de dejar un buen número de páginas al lector a solas con sus pequeños viajeros. Recuérdese (Fernando Savater lo señala bien en su magnífico ensayo contenido en La infancia recuperada) que la premisa de la que parte Tolkien es que, en ese mundo dominado por el crepúsculo, en el que todas las «grandes» razas han ido fracasando en la contención del mal absoluto, la salvación se halla en el considerado más insignificante de sus pueblos, el de los hobbits o Medianos, aquéllos que hasta ese momento nunca han sido probados y a los que corresponde, ahora, pagar su precio para el mantenimiento del orden moral de la Tierra Media.

Pues bien, la película acorta considerablemente esas peripecias, sobre todo las que tienen lugar hasta la llegada a Bree (donde encontrarán a Aragorn, al que en principio conocerán bajo la identidad de Trancos el Montaraz), al precio señalado de que el espectador no tiene tiempo ni para conocer ni para tomar cariño a los tan fundamentales hobbits. Diríase que Jackson tiene prisa porque aparezcan los personajes que él considera más carismáticos, empezando por Aragorn, y que los hobbits le importan mucho menos: craso error, del que se resentirá toda la trilogía, pero sobre todo este primer capítulo.

La primera mitad de La Comunidad del Anillo, o sea, hasta la partida del grupo desde Rivendel, es muy floja. Ya he señalado la falta de densidad de toda la peripecia de los hobbits hasta la ciudad de Elrond. Salvo de ello únicamente la escena en que son acorralados en la Atalaya de los Reyes, que posee un buen toque gótico, sobre todo ese plano fabuloso en que los Jinetes arremolinan sus espadas hacia los hobbits. De modo negativo destaco: el combate entre Gandalf y Saruman, resuelto como si fueran Luke Skywalker y Darth Vader (eso sí, tiene la gracia de dejar bien clara la retroalimentación entre la saga Star Wars, cuya mayor fuente de inspiración es Tolkien, y la presente trilogía, con Christopher Lee como más evidente nexo de unión); la aparición de Arwen ante Aragorn bajo un halo «rutilante», molesto efecto que luego se repetirá más de una vez con la presencia de los angelicales elfos; la horrenda resolución al ralentí de la cabalgata de Arwen con el malherido Frodo, huyendo de los Jinetes; y la insustancialidad del episodio en Rivendel, cuyas imágenes están bañadas de una empalagosa luz dorada que pretende convocar una atmósfera crepuscular del modo más redundante posible: encima, la escenita de amor entre Aragorn y Arwen es insoportable.

Las puertas de MoriaCon todo, el interés remonta tan pronto la Compañía abandona Rivendel y, en especial, y como era lógico, con la incursión en Moria. Aunque el primer combate contra los orcos está resuelto por Jackson con poca pericia, lo compensa por completo con la soberbia escena que tiene lugar en la escalera que va deshaciéndose bajo los pies de los héroes, y después con el plano sostenido del cruce del puente. La estancia en Lothlórien repite el tono empalagoso de Rivendel, pero por fortuna es breve: se nota que es aquí donde falta buena parte del metraje de la versión extendida (por ejemplo, los regalos que da Galadriel a cada uno y que son mencionados en Las dos torres: el pan élfico, los broches y capas, etcétera). Del mismo modo, la parte final, en la que se produce la separación de la Compañía del Anillo posee, por primera vez en toda la película, cierta fuerza dramática, y ello se debe a que el peso de la secuencia reposa, en gran medida, en uno de los mejores actores del film, Sean Bean, cuya muerte incluso concita cierta emoción (ay, Jackson la estropea un tanto al volver a hacer uso del ralentí).

[En la próxima entrega, comento las dos excelentes películas que cierran la trilogía]

FICHA DE LA PELÍCULA

Títulos: El Señor de los Anillos. 1. La Comunidad del Anillo / The Fellowship of the Ring (2001)

Director: Peter Jackson. Guión Fran Walsh, Philippa Jackson y Peter Jackson. Fotografía: Andrew Lesnie. Música: Howard Shore. Reparto: Ian McKellen (Gandalf), Elijah Wood (Frodo), Viggo Mortensen (Aragorn), Sean Astin (Sam), Orlando Bloom (Legolas), John Rhys-Davies (Gimli), Liv Tyler (Arwen), Cate Blanchett (Galadriel), Sean Bean (Boromir), Hugo Weaving (Elrond), Ian Holm (Bilbo). Dur.: 178 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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Una respuesta a El Señor de los Anillos: de J.R.R. Tolkien a Peter Jackson (II)

  1. gaesrare dijo:

    Es agradable ojear de vez en cuando este blog, en especial este tema, jaja.
    Bueno, desde mi punto de vista creo que el ralentí es como su sello personal, a mí en lo personal disfrute de las escenas, o por lo menos no me llegaron a cansar 🙂
    Con respecto a la mejor de las películas creo que ahí no puedo opinar, porque la vez que me vi el señor de los anillos fue las 3 en 2 días y disfrute de la historia continua, pero creo que tienes razón al decir que esta puede ser una de las mas flojas, tal vez por el hecho de que sea como el inicio antes de la tormenta 😀
    Como siempre, un gusto leer tú articulo

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