Un tren del metro de Buenos Aires, el 86, se ha desvanecido en el aire, para consternación del director del subterráneo, que teme la reacción de las fuerzas vivas de la ciudad; los días siguientes, suceden otros hechos residuales: las luces que alertan de la proximidad de otro vehículo funcionan mal, alertando de vagones que luego no aparecen; ruidos y vibraciones delatan el paso de trenes fantasma… Un joven matemático, Pratt, experto en topología (ciencia que traduce las superficies a ecuaciones), es comisionado para investigar el suceso. En primer lugar, busca los planos de la construcción original del Metro, pero éstos también parecen haber desaparecido; se los llevó uno de los teóricos que participó en el proyecto, el profesor Hugo Mistein, catedrático de ciencias en la Universidad; pero tampoco nadie encuentra a Mistein. El joven científico consigue al menos introducirse en el apartamento de éste y encontrar los planos. Gracias a las indicaciones que encuentra en su casa, está en disposición de ofrecer una explicación a las autoridades de lo que le ha sucedido al tren 86: por una concatenación de causas matemáticas, el vehículo ha entrado en una cinta de Moebius, por lo que ahora mismo está realizando un viaje sin fin por el infinito…
Éste es el sencillo y muy atractivo argumento que cuenta esta admirable película llamada Moebius, que en su día pasara completamente desapercibida. Tuvo la mala suerte de estrenarse unos años antes de que el cine argentino se convirtiera en la nueva moda exótica mundial tras el gran éxito de El hijo de la novia (2001) y fueron muy pocos los que repararon en ella. El film, además, llegaba con una ficha técnica difícil de aceptar para los espectadores amantes de las etiquetas de auteur: no en vano aparece como un ejercicio realizado en comandita por los estudiantes de la universidad de Buenos Aires, dirigidos por el profesor Gustavo Mosquera. No es difícil considerar (y así lo confirman las informaciones que se encuentran en Internet) que el auténtico trabajo de puesta en escena corrió a cargo de Mosquera, por mucho que modestamente lo asumiera como la coordinación de un trabajo en equipo, que al final es lo que es toda película.
El argumento está extraído de un relato breve del escritor y científico norteamericano A. J. Deutsch titulado Un metropolitano llamado Moebius el cual sigue, en su esqueleto esencial, con bastante respeto, incluso reproduciendo muchos de sus diálogos. Ahora bien, si el relato original no tiene más ambición que la de esbozar un pequeño alarde de ciencia-ficción matemática que se construye y se agota prácticamente en el enunciado de su original trama, Moebius se convierte en una triste e incluso claustrofóbica alegoría sobre la incomunicación, que se sitúa de modo lícito bajo la advocación de los grandes escritores de la literatura fantástico-metafísica argentina (Cortázar sobre todo, Borges, citado explícitamente en el rótulo de una de las estaciones del Metro…).
La fuerza de Moebius radica no sólo en el mensaje, ya de por sí oportuno y coherente, sino en la forma de expresarlo en imágenes, en ideas. De entrada, es evidente que el escenario escogido —aprovechado en tal sentido de un modo que el modesto relato original ni siquiera sugiere— es magnífico para insertar en él una fantasía entre abstracta y paranoica sobre la incomunicación y la soledad del ser humano. ¿Acaso no es el metropolitano de las grandes ciudades un perfecto símbolo de alienación? ¿No es un escenario en el que concurren gigantescas multitudes, pero no para relacionarse sino para transitar hacia cualquier otro lugar, un lugar por el que se pasa no por elección sino por obligación? Las vidas (las trayectorias, para utilizar un término más oportuno en esta historia) que allí coinciden no llegan a influirse unas en otras más que tangencialmente, del mismo modo que la cinta de Moebius forzada por el profesor Mistein hace coincidir, ocasionalmente, su circuito infinito con el aparentemente real, el «perimetral» del Buenos Aires desconcertado por la desaparición del tren 86.
La historia apenas abandona el universo inquietante del subterráneo porteño. Cuando lo hace, o bien es para pasar a otro interior (el aula universitaria, el apartamento de Mistein) o bien para situarnos en un escenario que curiosamente comparte idéntica simbología que el metro: una feria, ese lugar que el cine se ha esforzado en disociar del espacio de alegría compartida que en teoría debiera ser. Esa feria, además, es fundamental por cuanto Pratt (gracias a la presencia del personaje de la niña que le franquea la entrada a la casa del profesor) dirige su atención a un artefacto que relaciona el metro con la cinta de Moebius: una montaña rusa, dándole la clave definitiva de lo que está sucediendo. Abril no sólo será quien sitúe a Pratt en el camino correcto; es además el único personaje que permite esbozar cierta esperanza, la única persona con la que alguien interactúa más allá de la demanda de una información o de la expresión de un reproche.
El método elegido por Mosquera para animar este cuento de suspense metafísico es, claro, convocar una atmósfera de abstracción que poco a poco va invocando una profunda deshumanización dentro de sus imágenes. Para ello, Mosquera utiliza con profusión el primer plano, forma oportuna de aislar a los personajes en el cuadro, de no comunicarlos entre ellos, reforzando precisamente su condición de seres solitarios en un universo que pretenden dominar pero que en el fondo es un espacio hostil que han renunciado a comprender, por ejemplo en las escenas dialogadas: no en vano, por mucho que se hable a lo largo del film, nadie parece querer escuchar a nadie, como bien refleja la secuencia de «explicación» en que Pratt cuenta su teoría de Moebius.
En el arranque del film, tan pronto se detecta la extraña desaparición, los distintos operarios del metro que intentan comunicarse unos con otros (entendiéndose pocas veces) aparecen en distintos cubículos, tratando inútilmente de hablarse por un teléfono que, en un hallazgo especialmente brillante, no pone en contacto con voces, sino con otros timbres, creando el primer bucle, la primera cinta de Moebius de la historia. La cámara recorre con frecuencia los túneles por donde discurren las vías, las distintas estaciones (donde se habla tan poco como en los mismos vagones), los pasillos y escaleras interminables. La figura del laberinto, tan inevitable en este escenario, es convocada con coherencia por medio del montaje y la puesta en escena. La opción por un realismo sucio en el plano estético remarca la degradación del paisaje humano: las profundidades de la gran urbe se convierten así en perfecta metáfora de la degradación urbana: las entrañas de Buenos Aires son su sumidero natural, pero porque por encima de ellas ya han desaparecido la comprensión, la ternura o la curiosidad.
[El lector que quiera conocer por sí mismo el final de esta espléndida película deberá dejar de leer a partir de aquí]
Poco a poco, Pratt se dedicará a pasar las horas perdidas en el subterráneo, tratando de establecer una ecuación que le permita predecir el regreso del tren perdido, desconectándose cada vez más de la realidad «externa». Pues ya es demasiado tarde para el joven topólogo, para alguien que se ha asomado demasiado a la verdad, al abismo, como para no comprender el fatalismo de la verdad aprendida. De ahí que la película concluya del único modo posible: cansado y distraído, entra en uno de los vagones que llegan a la estación donde estaba; uno de los pasajeros lee un periódico con la fecha del día de la desaparición. Está en el tren 86, y allí está el profesor. Tras encontrar por azar (¿o el azar no existe?) el tren perdido, Pratt escucha la triste e inolvidable invectiva del profesor Mistein contra la incomunicación en la sociedad tecnológica, y decide sumirse con él en el viaje hacia el infinito…
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: Moebius. Año: 1996
Director: Gustavo Mosquera y los alumnos de la Universidad de Buenos Aires. Guión: Pedro Cristiani, Gabriel Lifschitz, Arturo Oñatavia, Natalia Urruty, Mari Ángeles Mira y Gustavo Mosquera; relato de A.J. Deutsch (no acreditado). Fotografía: Abel Peñalba. Música: Mariano Núñez West. Reparto: Guillermo Angelelli (Pratt), Annabella Levy (Abril), Roberto Carnaghi (Marco Blasi), Jorge Petraglia (Mistein). Dur.: 88 min.
Excelente escrito.
Cambiaría «subterráneo boenaerense» , por «subterráneo porteño».
Pues como creo que tu corrección es de lo más apropiada, ya lo hecho. ¡Muchas gracias 🙂 !