Del Nosferatu de Eggers y otros Dráculas que amaron

Cartel de Nosferatu, de Robert EggersNo deberíamos olvidarlo. El inmortal personaje que conocemos como Drácula fue ideado por su creador, el irlandés Bram Stoker, como símbolo del Mal absoluto. Un vampiro cuya inmortalidad depende del periódico alimento de la sangre de los hombres no puede permitirse (ni ello le preocupa, claro) el menor rasgo humano. Stoker describe a su criatura como un ser absolutamente egolátrico, para quien el universo se centra exclusivamente en sí mismo: el resto de sus habitantes existen para garantizar su supervivencia. Por si hubiera dudas, en la famosa escena situada al principio de la novela, cuando las tres vampiras que habitan el castillo (las famosas «novias» de Drácula) intentan poseer al infortunado Jonathan Harker y su amo se lo impide, única y exclusivamente porque todavía ha de servir a sus fines, una de aquellas, en su rabia, le reprocha: «Tú nunca has amado. ¡Nunca amas!». Es curioso que ya su primera adaptación (aun encubierta, para no pagar los derechos de autor), la genial Nosferatu, el vampiro (1922) dirigida por F. W. Murnau, subvirtiera esa característica e hiciera que su protagonista se sintiera fascinado por una mujer, lo cual acabaría por costarle la vida. Desde entonces, y aunque tardaría en reaparecer, la figura de un vampiro capaz de amar se nos ha hecho familiar gracias a muy relevantes títulos, en especial Drácula de Bram Stoker (1992) de Francis Ford Coppola. Hace pocas semanas se ha estrenado una nueva versión del film de Murnau, titulada sencillamente Nosferatu, que como es natural reincide en esta concepción del vampiro como ser que busca algo más y fija su mirada en una mujer, ya sea como objeto de amor romántico, como posesión carnal y espiritual o como mera sugestión. Y es que un tema eterno del cine de terror dicta que los monstruos solitarios, de vez en cuando, necesitan a alguien con compartir su soledad.

Y todo comenzó, como se ha dicho, con la primera adaptación, oficiosa, de la novela de Stoker. De hecho, el mismo apodo, Nosferatu, cuyo supuesto significado es ‘no muerto’, es erróneo pues la palabra, aun citada por el escritor en su libro, no existe en idioma alguno. Para disimular (inútilmente) el origen real de la historia, los responsables de la película le dieron al vampiro el nombre de conde Orlok, a Jonathan Harker (el corredor de fincas que acude a su castillo y pone en marcha la historia) el de Hutter, a su prometida Mina (a la que hacen directamente su esposa, para remarcar desde el primer momento sus lazos; en el libro se casan a mitad de la historia) el de Ellen, a Renfield (el siervo de Drácula en Inglaterra, que en la película es además el jefe de Hutter, al cual por tanto envía ante su amo bien sabedor de su condición de víctima propiciatoria) el de Knock, y a Van Helsing (aunque en este primer film poco tiene que ver con el famoso cazador de vampiros) el de profesor Bulwer.

Cartel de Nosferatu, de MurnauNosferatu, el vampiro (1922) es el fruto de una labor colectiva. Sin duda, la dirección de F. W. Murnau es la que le ha garantizado su perenne inmortalidad, pero nada habría sido igual sin la aportación del guionista Henrik Galeen, el productor y diseñador artístico Albin Grau, el director de fotografía Fritz Arno Wagner y, cómo no, el actor Max Schreck. Todos ellos crearon un vampiro, el conde Orlok, que antes que un no muerto (es decir, alguien que vivió y participó de la naturaleza humana antes de caer en la oscuridad) es una entidad alienígena, en el sentido de ajena a la humanidad. Una entidad que, de hecho, vive en otra dimensión —y así lo remarcan hallazgos afortunados como el virado del fotograma en negativo cuando Hutter alcanza el castillo del Orlok, o la particular forma de moverse, o de no moverse, del conde— que solo se cruza ocasionalmente con la nuestra, más que nada para permitir el alimento que precisa el monstruo. Es por ello que resulta muy difícil definir el impulso que conduce a Orlok hacia Ellen como una atracción romántica y ni siquiera carnal: es una sugestión de orden preternatural, inexplicable en un ser tan alejado de lo humano como nunca lo estará un vampiro ni antes ni después, a quien incluso ni cabe aplicar la calificación de «malvado» por cuanto sería conferirle un rasgo que no se concibe en ese ser singular en grado máximo. En cualquier caso, el Nosferatu es el primer vampiro del cine que muere por causa de una mujer.

Dracula segun Paul Naschy, o eso dice elMedio siglo después, Jacinto Molina, gloria del cine de terror español bajo el seudónimo de Paul Naschy, haría retornar la figura del vampiro enamorado en un film sobradamente definido por su ampuloso título, El gran amor del conde Drácula (1973), en el que él mismo asumió el papel titular bajo la dirección de Javier Aguirre. No merece la pena que nos detengamos salvo para reconocer (si esto consuela a alguien de la mediocridad de la película) su antelación con respecto al film de Coppola a la hora de crear un Drácula enamorado y además humanizado. En realidad, yo creo más bien que Naschy recicló alguna historia que tenía concebida para su famoso personaje licantrópico de Waldemar Daninsky, porque el planteamiento es el mismo (y las noches en que se concentra la acción, ¿casualidad?, están adornadas por una resplandeciente luna llena): el monstruo, ahora vampiro, no es en realidad malvado sino que sufre una maldición de la que encuentra consuelo en el amor puro de una mujer que se enamora de él instantáneamente (flechazo siempre inverosímil en las películas de Naschy/Daninsky por cuanto el actor no contaba ni un físico apolíneo ni con un rostro agraciado). Y mejor no hablar de ese ridículo final en que Drácula se empala a sí mismo con una estaca cuando su amada, pese a amarlo tanto, se niega a convertirse ella misma en no muerta.

Frank Langella, un Dracula seductorPocos años después llegó un nuevo Drácula (1979), dirigido por John Badham, cuyo núcleo central era el apasionado amor que surge entre el vampiro y la joven ahora llamada Lucy1. En primer término, la película adapta la vieja obra teatral de John L. Balderston y Hamilton Deane que fuera la base del primer Drácula oficial del cine, el dirigido por Tod Browning en 1931 con Bela Lugosi en el papel, pero el guionista W. D. Richter subvirtió por completo el planteamiento al introducir la idea de ese romance apasionado y sin la menor cortapisa (Lucy acepta voluntaria y enteramente la condición vampírica de su amado) que en su momento tanto irritó a crítica y aficionados, que condenaron el film al descrédito y al fracaso comercial. Sin embargo, estamos ante una película que ha ido revalorizándose con el tiempo, y la clave está en la convicción con que se expresa esta pasión. Encarnado por Frank Langella, Drácula aquí sí es un hombre apuesto que destila un carisma sexual evidente. Cierto es que no era el primero en revestirse de ese magnetismo sexual: está ya en el Christopher Lee de la que para mí sigue siendo la mejor versión cinematográfica del mito, el Drácula británico de 1958, pero en este no hay el menor asomo de romanticismo, ni maldito ni de ninguna clase. Ahora bien, es el personaje femenino el que aporta la credibilidad fundamental. La Lucy de Kate Nelligan es una mujer de gran carácter, más enérgica que todos los hombres (vivos) que la rodean y que, frustrada precisamente por el carácter patriarcal de la sociedad en que vive, solo encuentra un estímulo a su altura en el vampiro.

Dracula segun Klaus KinskiEse mismo año de 1979 se estrenó un remake del film de Murnau con el título de Nosferatu, vampiro de la noche, también recibido con gran hostilidad, en su caso por el «atrevimiento» de querer rehacer el clásico intocable de 1922. Curiosamente, Herzog restituyó los nombres auténticos, un error (venial) por cuanto resulta un tanto estrambótico llamar ahora Drácula a ese vampiro que repetía la misma caracterización visual que Max Schreck, con su cráneo pelado y sus alargados incisivos de roedor. De hecho, el film ya tenía que luchar contra una reticencia evidente: que el espectador aceptara o no a un actor de imagen tan poderosa como Klaus Kinski, a quien difícilmente nadie habría imaginado en ese rol y con ese maquillaje antes de verlo con sus propios ojos. El film responde a dos propósitos. El primero, claro, recrear el film original reproduciendo incluso planos muy concretos y conocidos. El segundo, y como era de esperar en un cineasta de la personalidad de Herzog, conducirlo a un terreno propio. En su caso, un tratamiento del escenario (especialmente de la naturaleza) absolutamente alucinatorio en el cual las personalidades poderosas no pueden sino remarcar su excepcionalidad, su profunda divergencia con respecto a la normalidad, trátense de Aguirre el loco, de Fitzcarraldo o de Caspar Hauser, con los cuales el director emparenta a Drácula (y aquí es donde tiene sentido la elección de Kinski, también intérprete de los dos primeros y de otros personajes del director). Y no es de extrañar que, de la mano de su inigualable instinto visual, el director alemán creara una de las películas de vampiros más anonadadoramente bellas que ha conocido el cine, con abierta inspiración en la obra de los grandes pintores románticos de la primera mitad del siglo XIX alemán (el momento en que se sitúa la acción, mucho antes que en la novela, por tanto), con el gran Caspar David Friedrich a la cabeza.

Herzog hizo una importante modificación con respecto al film de Murnau: si el Nosferatu de Schreck es, como ya he dicho, un ser absolutamente ajeno a lo humano, el Nosferatu de Kinski, en cambio, es demasiado humano. Drácula está aquí dominado por un doloroso complejo existencial: la vida inmortal le resulta un infierno del que no puede escapar y ante la amada de Harker, cuya existencia descubre (como en la novela, como en la versión de 1922) por el medallón que este incautamente le muestra, encuentra dentro de sí mismo un inesperado vestigio de esa condición humana que una vez perdió. En una escena inexistente en Murnau —pero que Eggers, significativamente, retoma—, Drácula visita de noche a Lucy Harker y le dice literalmente que «la ausencia de amor es el peor de los dolores» (diálogo que resulta intensamente amargo por la doliente convicción con que Kinski lo formula). De hecho, Nosferatu, vampiro de la noche contiene el plano más patético que se haya visto nunca en una historia de Drácula: aquel en que, recién llegado a la ciudad, este espía desde la ventana la intimidad doméstica de los esposos Harker, todavía con un pudor incontenible, desprendiendo una inesperada nostalgia por una situación que quién sabe si alguna él pudo vivir.

Dracula segun Gary OldmanDespreciado (y por tanto olvidado) el Drácula de Frank Langella, y desconocido el de Paul Naschy, el enorme impacto de Drácula de Bram Stoker (1992) —que fue acompañado de una campaña de promoción inédita para un film de terror, lo que garantizó una afluencia de público del que, antes, pocas películas del género habían soñado con disfrutar— pareció crear de la nada la imagen de un Señor de la Noche capaz de amar y de ser amado. Es de reconocer que el guion de James V. Hart partía de una idea muy atractiva, cual es, primero, hacer que la caída en la oscuridad de Vlad Dracul (la famosa identificación del personaje de Stoker con este guerrero real, recuérdese, no existe en la novela: es una especulación posterior) se deba a que la Iglesia rechaza enterrar en sagrado a su prometida, que se ha quitado la vida porque sus enemigos le han hecho creer que él ha muerto en batalla. Siglos después, Drácula descubre que Mina, la prometida de Harker, ese hombre insulso al que ha recurrido para comprar la propiedad que necesita para así emerger desde su aislamiento transilvano, es la reencarnación de su amada perdida. Una idea bonita pero tampoco original: ya estaba presente en un viejo clásico de la Universal, La momia (1932), en que el personaje encarnado por el genial Boris Karloff reconocía en una joven del siglo XX a su ancestral amada la princesa Ankesenamon.

Ahora bien, Hart se empeña en incrustar esa idea, que nada tiene que ver con Stoker pese al reclamo «culto» del título, en una trama que reproduce de modo literal, y por ello trabajoso, el desarrollo del libro. Y en ese desarrollo —en el que Drácula no es otra cosa, repito, que el Mal absoluto— no cabe ninguna historia de amor. Bien al contrario, hace que sea completamente incoherente que la fascinada Mina no solo no se vaya con ese extranjero tan seductor como tierno sino que, además, siga teniendo una aportación fundamental en la persecución que acaba con su destrucción. Para colmo de males, Coppola y los aparatosos diseñadores visuales del film expresan esa historia de amor con un romanticismo de novela sentimental a lo Barbara Cartland, cuyo cénit de cursilería se encuentra en una de las escenas inventadas a propósito para la película, la cena entre decenas de velitas o esas lágrimas de Mina que el conde trueca en diamantes. Precioso, vamos.

Nosferatu, de Robert Eggers

Llego a este Nosferatu de 1924, titulado tal cual, sin el apoyo de subtítulo alguno. Lo primero que cabe decir de él es que hacía tiempo que un film de terror no era recibido con tanta polémica, con tanto apasionamiento a favor y en contra, por razones diversas: la comparación con el ya centenario modelo, la radicalidad de una propuesta que no se suma a la trivialidad actual del género y la propia división de opiniones que concitan las previas aportaciones al género de su director y único guionista, el estadounidense Robert Eggers, con solo tres largometrajes previos en su haber. Doy por ello, antes de nada, mi opinión personal: estamos ante una película extraordinaria, que creo que debe impresionar tanto a quienes la vean aislada de cualquier otra referencia como a los que la contemplemos como eslabón final de una cadena de sugerentes variaciones sobre el tema que nació con el primer Nosferatu.

La bruja, opera prima de Robert EggersLos dos primeros trabajos de Eggers, situados en las coordenadas del cine de terror y que tuvieron mayor repercusión, La bruja (2015) y El faro (2019), habían revelado a un hombre preocupado por unos elementos que debieran ser siempre fundamentales a la hora de abordar el género: la atmósfera y el cuidado de las formas, pues la credibilidad del terror siempre ha de estar no en los efectos especiales sino en el modo de expresar la ruptura de la normalidad que es su esencia. El cuidado de la iluminación y del tratamiento de la banda sonora (de la música pero también de los efectos de sonido, y en especial de los ruidos) son parte esencial de su dramaturgia: por tanto, en el estupendo resultado de su cuarta película debe destacarse la labor de su director de fotografía Jarin Blaschke (presente en sus cuatro películas) y del músico Robin Carolan. Esos títulos, asimismo, revelaban a un hombre marcado por una ambición artística superlativa —algo que no siempre agrada a los incondicionales del género, salvo cuando son ellos los que se encargan de descubrir a posteriori los valores como «autor» de sus directores predilectos— que en determinados momentos (sobre todo en El faro; La bruja me parece mejor, incluso excelente) amenaza con convertirse en un fin en sí mismo, haciendo que sus imágenes resulten demasiado solemnes, demasiado ensimismadas.

Esa misma ambición está claramente presente en Nosferatu, pero el resultado en este caso me parece muy superior, denotando a un realizador que, en efecto, ha progresado enormemente desde sus anteriores y ya muy estimables trabajos y al que las inmensas posibilidades de un proyecto sumamente interesante han estimulado para dar lo mejor de sí mismo sin incurrir en la pretenciosidad que emanaba de aquellos. Ante todo, Eggers se marca un objetivo: con independencia del modelo del que parte, Nosferatu es un film de 2024, filmado en un contexto en que el avance técnico permite una verosimilitud absoluta en la plasmación de cualquier cosa imposible, y su primer norte es regirse por un sentido del realismo absolutamente descarnado, incluso abiertamente crudo (doy fe de que la reacción de muchos espectadores, en directo, es o la risa autoprotectora… o irse directamente de la sala).

Siempre siniestro el castillo de Dracula, en el Nosferatu de Eggers

A la hora de concebir su acercamiento al mito creado en 1922, Eggers toma la admirable decisión de no ceñirse únicamente a este, sino asumir que desde entonces ha ido surgiendo un legado, el comentado en este artículo, que no es posible ignorar. Ciertamente, el molde es el primero, por lo que Eggers acredita el guion de Henrik Galeen como base del suyo propio. Asimismo, hace uso y homenaje de notorios elementos como el uso de las sombras como extensión maléfica y con vida propia de su dueño. Es curioso, sin embargo, que el momento más bello en que utiliza este recurso parece más bien inspirado en otra obra maestra de Murnau (su Fausto de 1926): aquel en que Orlok, desde su refugio en el caserón derruido que corona la ciudad, contempla esta a sus pies y la sombra de su mano abierta como una garra va cubriendo ominosamente los tejados de la población. Pero Eggers también recurre a la versión de Herzog y, con suma osadía, a la película de Coppola, de la cual adopta su elemento más singularizador, la vinculación en el pasado del vampiro y el personaje femenino. Ahora bien, lo hace subvirtiendo la dimensión romanticoide de Hart e incluso corrigiendo muchos de los graves errores del film no solo achacables al guionista. Y lo hace con tanta aplicación y constancia que uno acaba pensando que entre los objetivos de Eggers también estaba el de dejar bien sentada la estolidez fundamental de la película de 1992.

Lily Rose Deep, entre Winona Ryder y Keira KnightleyEggers reformula el vínculo que Hart inventaba entre el vampiro y su amada. Las primeras imágenes del film nos sitúan, como después aclarará un rótulo, ante Ellen años antes del inicio de los acontecimientos padeciendo sonambulismo y sueños en los que se le aparece el fugaz rostro de un monstruo de físico atroz (primera aparición de Nosferatu en la historia) que a su vez la posee (¿de modo real o simbólico?). Cuando la prolongada ausencia de su esposo en Transilvania comienza a turbarla, esas pesadillas y esos paseos de sonámbula reaparecerán, mas ahora el espectador ya tiene claro que la causa estriba no en el lazo de amor que tiene con su esposo —como sucedía en Murnau y justificaba la prodigiosa escena en que lo salvaba a distancia— sino el que tiene con el conde Orlok. Ella misma le explicará después a Hutter que, huérfana de madre, su niñez y su adolescencia fueron muy desdichadas, que su desgarradora necesidad de ternura y su misteriosa afinidad con el mundo de lo inconsciente la llevaron a contactar con una fuerza primigenia («cósmica», será el adjetivo concreto que utilizará el profesor Von Franzt) a la que se entregó hasta descubrir su naturaleza malvada. Ellen añadirá que fue su amor por Hutter lo que la salvó de ese ser demoniaco.

He aquí por tanto la novedad de Nosferatu. Rabioso por la ruptura de ese lazo entre los dos, deseando alcanzar la posesión física definitiva de esa muchacha con la que ha contactado a través del mundo de los espíritus, el conde Orlok —utilizando para ello a su siervo Knock, el jefe de Hutter— pone en marcha los acontecimientos que han de llevarlo a Wisburg. Una vez allí, lo primero que hace es acudir ante Ellen (aquí es donde Eggers recupera la escena comentada del film de Herzog) y reclamarla en calidad de verdadero esposo. Para ello, el director añade dos sugerentes invenciones. La primera es que si Orlok hace ir al mismo Hutter a su castillo es para que este, creyendo estar firmando un contrato inmobiliario, en realidad lo que haga sea renunciar a Ellen por escrito (la idea de que el monstruo utilice un contrato literal y no simbólico, es decir, que haga uso de una fórmula «legal», habla bien a las claras de la importancia que Orlok otorga a lo real: él bien sabe que la realidad es su verdadera enemiga a la hora de poseer a la mujer). La segunda es que la definitiva posesión de la muchacha por el vampiro debe ser voluntaria por parte de esta —¿una afortunada variante de la exigencia clásica, ideada por el mismo Stoker, de que el vampiro no puede entrar en ninguna propiedad, en este caso carnal, sin el permiso de su dueño?—, por lo que, ante su negativa, le da un plazo de tres noches en las que extiende el horror por la ciudad y amenaza con matar definitivamente al infortunado marido, quien ha regresado a Wisburg bien consciente del peligro que corre su esposa.

Bill Skarsgard, antes de NosferatuEl cineasta se preocupa por añadir más detalles a su reformulación del vampiro. Así, Orlok sería un Solomonar, una figura extraída del folclore rumano, especie de mago de tenebrosos poderes, discípulo de Satán, lo que lo convierte directamente en un demonio. Este componente satánico es toda una novedad, que no solo está muy bien trabada en el desarrollo de la historia sino que conecta con la destilación ocultista que varios de los responsables del primer Nosferatu (como su productor Albin Grau) quisieron darle a su obra. Así, no solo los ataques que sufre Ellen por las noches parecen posesiones propias de un film en la estela de El exorcista (1973) sino que el mismo Hutter es sometido a un exorcismo por un religioso en el convento donde se recupera tras huir del castillo, lo que permite explicar (una vez más esa preocupación por el extremo realismo…) por qué sobrevive a las repetidas mordeduras del vampiro sin morir o convertirse a su vez en no muerto.

Nosferatu, despues de ser Bill SkarsgardEn cambio, Eggers prescinde de la famosa caracterización de Schreck y de Kinski, sin duda pensando en que un tercer Nosferatu de cráneo mineral e incisivos de roedor habría sido excesivo a estas alturas, amén de no necesitarlo para su planteamiento. Es más, el vampiro no muerde en el cuello —salvo cuando quiere matar con especial saña a alguna víctima— sino directamente en el pecho, en el corazón: es en verdad horrible el sonido que provoca la succión de esa sangre. El aspecto del nuevo Nosferatu fue ocultado con total discreción hasta el estreno y, claro, ha sido recibido con notable controversia. La mejor definición que se puede dar de él es que ahora Orlok-Drácula no es un no muerto, sino directamente un muerto en vida, un ser de carne putrefacta (un zombi sería lo más aproximado, por tanto, con lo que se le habría de comparar) con la espalda y el cráneo cubiertos de terribles malformaciones. Un muerto en vida, eso sí, que por una vez delata por completo su origen en Europa oriental: la altura gigantesca, el poblado mostacho que a algunos les ha parecido risible (pero que el Drácula de Stoker ya portaba…), el gutural acento eslavo o una indumentaria formada por una larga pelliza de piel de animal que le otorga cierto aire primordial, propio de un mundo muy antiguo y atrasado. Por encima de todo, debe insistirse en que Orlok es uno de los vampiros más aterradores que ha visto la historia del cine, porque esa es justa la gran intención del director: dar miedo.

En este sentido, debe destacarse una decisión tan acertada como la de retrasar la presentación nítida del Nosferatu hasta el momento en que Hutter lo descubre en su ataúd y así comprende sin la menor duda la monstruosidad a que se enfrenta: Orlok se yergue bruscamente mostrando su completa desnudez, que deja entrever tanto su cuerpo corrompido y su gigantesca altura como su enorme miembro sexual, un detalle destinado precisamente a señalar la profunda carnalidad de este monstruo que, para ser un no muerto, tiene necesidades demasiado humanas.

El alzamiento de Nosferatu

Eggers, por tanto, destroza de un plumazo cualquier perspectiva romántica: ni en el bello sentido atmosférico de Murnau y Herzog, ni en el sentido relamido de Coppola. Es más; como he dicho, su planteamiento delata la blandura del pergeñado por Hart. No es posible un amor más grande que la vida entre el vampiro y su amada. El no muerto no puede ser considerado, en términos realistas (y el film de Coppola, pese al recargado propósito de estilización, también pretendía serlo, al menos en su dibujo visual del vampiro), como un ser que inspira amor. El Orlok de Eggers inspira repulsión, por supuesto. Pero, y esta es la principal característica que emerge de la mirada que el director dirige sobre el mito, también supura brutalidad sexual.

Si Terence Fisher dejó bien claro en su Drácula de 1958 que la mordedura es una metáfora del acto sexual, por el efecto de placer (y la necesidad posterior de desear más) que produce en sus víctimas femeninas, Eggers no duda en situar en este terreno la particular relación entre sus dos personajes. Ellen confiesa a su esposo que su relación con Orlok la volvió «impura» y la trampa que tiende, al final de la historia, al vampiro para retenerlo a su lado hasta el primer rayo de sol será brindándole su cuerpo desnudo. Es más, Eggers añade una solución inesperadamente malsana: la escena señalada concluye con ella volcando sus reproches contra Hutter (el vampiro le ha contado la facilidad con que lo engañó en su castillo, sugiriendo que la tentación de una gratificación impidió que advirtiera qué estaba firmando) y diciéndole literalmente que él no la ha hecho gozar tanto como Orlok, lo que excita de modo incontenible al infeliz esposo y ambos concluyen haciendo el amor ferozmente, ajenos por un fugaz instante a la tragedia que los envuelve.

Genial y desinhibido Willem Dafoe, el Van Helsing de Eggers

Hay un elemento más mediante el cual Eggers corrige a Coppola, amén de utilizarlo para vincularse directamente con la novela de Stoker: el personaje del profesor Von Franz, el experto en ocultismo que ilumina a los personajes acerca del peligro que los acecha. Es decir, el equivalente a Van Helsing, personaje que en los dos Nosferatu previos apenas recibía ninguna importancia, y que aquí la recupera del todo. Como es natural, será él quien descubra la forma de acabar con el vampiro (en este caso, el grimorio donde lo lee —que en aquellos encontraba Hutter en una posada en el camino— es propiedad de Knock, otro personaje que por cierto también recibe un tratamiento más amplio y coherente), y quien se lo comunique a Ellen, dándole así la posibilidad de que esta redima su pecado original y sacrifique su vida. Willem Dafoe, ya presente en otros títulos del director, borda el personaje, dándole el punto de extravagante singularidad que requiere su condición pero sin encaminarlo al tratamiento grotesco e insoportable que le diera Anthony Hopkins en el film de Coppola. Dafoe consigue así que su Van Helsing se una de modo admirable a la galería de los mejores encarnadores del personaje en el cine, de Peter Cushing a Laurence Olivier (este último en el Drácula de 1979).

Nicholas Hoult, un buen HarkerY no queda por debajo el resto del reparto. La joven actriz Lily-Rose Deep —que por momentos recuerda a Keira Knightley, a la vez que a Winona Ryder, valga la coincidencia— se implica física y emocionalmente hasta la extenuación en una creación en verdad impresionante, que hace honor a un dibujo de su personaje muchísimo más complejo que en los dos previos Nosferatu. Nicholas Hoult está igualmente espléndido en el papel de Hutter: su perenne expresión perpleja durante buena parte de la historia transmite a la perfección su rol de víctima infeliz de una conspiración primero y de una situación después que siempre comprende con retraso. Finalmente, Bill Skarsgard sale muy bien parado de su personal reto, y si bien buena parte del impacto indudablemente se deba al trabajo de maquillaje, al menos esa terrible mirada luciferina es por completo suya.

En conclusión, Nosferatu, versión de 2024, destaca por su capacidad para retomar el personaje medular del vampirismo y vincularlo con las mejores que el cine ha dado sobre él, previa parada en la misma novela. Eggers devuelve a Drácula, bajo el nombre de Orlok, su condición de emblema de la maldad suprema, mas tiene el acierto de matizar esta perversidad bajo ese rasgo humanizador surgido con el primer Nosferatu y luego prolongado por las versiones de Herzog, Badham y Coppola. Ahora bien, que el vampiro posea sentimientos humanos no lo convierte en un ser humano. Cerrando el círculo abierto por Stoker, cuando Orlok le recuerda a Ellen la intimidad de que gozaron la propia muchacha le gritará que él no es capaz de amar. Y Orlok recibirá la acusación sin inmutarse. Lo suyo no es amor: «yo soy apetito», será su tajante afirmación.

El increible final del Nosferatu de Eggers

1 En la novela de Stoker, la prometida y después esposa de Harker es Mina Murray, siendo Lucy Westenra la amiga que se convierte en la primera víctima en Inglaterra del vampiro. La confusión de nombres procede de la adaptación teatral en que se basa la película de Browning, y después ha sido repetida o descartada a conveniencia de los nuevos adaptadores.

 

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About Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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15 Responses to Del Nosferatu de Eggers y otros Dráculas que amaron

  1. Avatar de ALTAICA ALTAICA dice:

    No he visto aún esta versión de 2024. No obstante, me ha llamado la atención la crítica sobre la versión de Coppola. También he visitado la que publicaste en enero de 2013 sobre la misma y los encendidos comentarios de tus lectores.

    Tal vez voy a pecar de pueril o simplista, pero yo lo que vi en la propuesta del maestro estadounidense no era más que un arrebatado homenaje a un cine pretérito. Toda la concepción está diseñada para ello. Es arrebatadamente naif, kitsch y relamida porque así lo pretende sin ambages. Un cuento gótico, colorido, ensoñador, romántico, lírico y afectado. Una suerte de revisión de los clásicos de la Hammer. Un arrebatado cartón piedra, con guiños sistemáticos a recursos cinematográficos de antaño. Un canto engolado inundado de ofrenda y admiración por un tipo de cine que ya no volverá y que, de una forma u otra, perturbó la imaginación de todos los que tuvimos la fortuna de descubrir de niños y adolescentes.  Analizar esta obra bajo otras premisas me resulta inadecuado y extemporáneo. Un abrazo muy grande y gracias por estos artículos excepcionales.

    • ¡Hola, Altaica, cuánto tiempo echando de menos tus comentarios, siempre apasionados, siempre interesantes! La verdad es que no pretendía que el posible interés de este artículo descansara sobre mis impresiones sobre el film de Coppola. De hecho, en la primera versión, las citas a otros títulos que no fueran el que me ocupa, esta espléndida versión de Eggers, eran mucho menores, pero sabes cómo me gusta vincular unas películas con otras, así como el cine con la literatura, etcétera.

      No recordaba la intensidad de algunos de los comentarios (virulencia, en más de un caso, cierto), pocas veces creo haber despertado respuestas tan fuertes como aquí. Y no es para tanto: la discordancia siempre es más animada que el completo acuerdo, aunque prefiero siempre las respuestas razonadas a los vituperios. A mí, ya lo has leído, el Drácula de Coppola no solo no me gusta sino que me irrita, pero porque me parece que el planteamiento romántico daba para mucho. Por supuesto, entiendo la admiración que produce: la he encontrado en muchas voces que me parecen muy autorizadas y que defienden sus valores de modo que no comparto pero que comprendo, como te comprendo a ti.

      En cualquier caso, te animo a que veas la versión de Eggers. Tiene muchos niveles de acercamiento a ella, y uno de ellos, como digo, es su mera negación de la lectura romántica de Coppola. Aunque sea por proponer a un Van Helsing como merece el personaje: pasa el tiempo, reviso esa peli coppoliana (sí, me gusta, pero la habré visto cuatro o cinco veces: creo que más que ninguna otra que deteste, con lo que algo evidentemente le veo) y lo que más me fastidia es el innecesario show de un Anthony Hopkins que en ese momento sin duda se creía capaz de que se le rindiera admiración por cualquier cosa.

      Un fuerte abrazo.

  2. Avatar de wp4oka wp4oka dice:

    Saludos José, excelente artículo sobre un clásico del cine.

  3. Buenas tardes:

    En primer lugar, quería decirte que tu blog me parece una auténtica joya entre tanta superinformación a la que nos tienen sometidos, porque a la que queremos someternos por cuenta propia, por lo menos a mí, me resulta cuanto menos difícil acceder. Por maravillas como este blog, es por lo que me gusta navegar por estos rincones y sorprenderme, aún, con esta clase de contenido. He visto también, lo poco que me ha dado tiempo, que tienes ciertas entradas que a mi gusto son una indiscutible lección de cultura, propias de tarimas universitarias y para nada merecedoras de quedarse sólo (la tilde no me la quitarán jamás, y eso que soy profesor de Lengua) en aquellos que te conozcan. Así que con tu permiso, recomendaré tu blog a varios colegas, para hablar nosotros o hablarte (o las dos) de lo que aquí se traiga a colación. Y es que hay algunas entradas en concreto, será que la cabra ciertamente tira al monte, como las referentes a Benet y su Volverás a Región que sinceramente me han dejado sin habla, al igual que algunos comentarios yuxtapuestos que son de igual manera de admirar. Por todo esto y por el auténtico esfuerzo y labor que ha tenido que ser la creación y manutención de esta criatura desde su génesis, mi más sinceros respetos, celos de los sanos y agradecimiento.

    En segundo, me gustaría dejarte una crítica de Nosferatu (2024), ni de lejos tan elaborada como la tuya, pero que sí que me gustaría compartir con alguien que de seguro puede darme en los morros con una lección de cine (basta creerme yo cinéfilo para entrar en una página como esta y concluir, al igual que Mark Knopfler dijo al escuchar a Paco de Lucía tocar, que no tengo ni puta idea, por mucho que me lo haya creído en un principio). Espero que te guste.

    https://www.filmaffinity.com/es/user/rating/9532132/779702.html

    Todo viene a que, igual equivocado, hay algo que me chirría en la narrativa de Eggers, que es que Orlok me parece un tipo monstruoso más que trágico (además de ser víctima, repito, a mi parecer, de un ritmo monótono y literariamente desacertado). Y para mí, esta distinción entre lo monstruoso y el héroe caído es obligatoria si queremos hablar de Drácula/Nosferatu.

    Saludos

    Pablo

    • ¡Hola, Pablo! No sabes cómo te agradezco tus palabras, porque en efecto el mayor estímulo que tiene escribir este blog es recibir comentarios que te indiquen que hay alguien al «otro lado» de la pantalla a quien puedan interesar. Por supuesto, será un placer que lo difundas y establecer una comunicación con cuantos se interesen también por él. Yo también soy profesor, en mi caso de Historia, y siempre me ha preocupado difundir entre mis alumnos el amor por el cine y la literatura (y por el tebeo, mi tercera inquietud en el blog, aunque publique menos de este tema).

      Juan Benet es ahora mismo el autor español por el que siento mayor fascinación. Cuando lo retomo suelo pasarme varias semanas con él, leyendo o releyendo, incluso buscando cualquier libro sobre él, como me pasó hace poco. De hecho, tengo pendiente de publicación un artículo sobre «Un viaje de invierno» que ya tengo terminado. De todos los artículos del blog, el de «Volverás a Región» es uno de los que más ilusión me hace que llegue a otros lectores, porque es un libro con el que he bregado mucho y del que me apetece compartir impresiones y ayudar a facilitar su lectura.

      He leído tu crítica en filmaffinity, y aunque lógicamente no comparto tu apreciación sobre el resultado final de la película, todo cuanto señalas está bien razonado y expuesto (así deberían ser todas las críticas, pero en la Red esto es lo raro…). Estoy de acuerdo en que este Nosferatu no es una figura trágica (como los dos anteriores: en la revisión del de Herzog lo aprecié mucho mejor que en mi primera vez) sino directamente un monstruo, pero es que es por aquí por donde me entró la película. Que Drácula/Nosferatu sea directamente un monstruo sin ninguna otra implicación, después de tanto Drácula sentimental (unos para bien, otros -en mi caso el de Coppola- para mal) me ha parecido saludable. Es un regreso al personaje de Bram Stoker, demasiado olvidado a todo esto pese a que a raíz del film antedicho se pusiera de moda reeditarlo.

      Yo la he visto un par de veces. En la primera me gustó pero le encontré bastantes puntos discutibles (por ejemplo, la interpretación de Lily Rose-Depp). Sin embargo, con el paso de los días me entró el impulso de revisarla y después de dos semanas lo hice y entonces me rendí, entre otras razones porque así pude revisar la parte inicial (y la relación inicial entre el vampiro y la muchacha) y le encontré más coherencia. En cualquier caso, creo que es un film que va a merecer verla más veces, y que entonces es cuando nos probará si es para tanto como creo ahora o promete más de lo que ofrece, como señalas tú.

      En cualquier caso, un placer hablar de estos temas. Un abrazo.

      José Miguel.

  4. Avatar de Rik Rik dice:

    Nosferatu de Eggers me decepcionó. Tiene cosas buenas, y de esta película no me olvidaré (es un elogio). Tenía mucha expectativa pero, como otros, he sobrevalorado a Eggers.

    La bruja me pareció muy aburrida y con un bonito final. Cine de autor, el ego prima sobre los espectadores.

    El faro. Muy convincentes Dafoe (fururo Van Helsing) y Robert Patinson, que quiere redimirse de Crepúsculo. Eggers eligió el B/N 4:3 que maximiza la claustrofobia, pero empequeñece la isla y la tempestad. Veo a un director muy dotado para lo visual, pero con falta de ritmo para narrar. Eggers alterna planos bellísimos e imágenes potentes (la escalera de caracol camino a la luz) con el feísmo. Luego los gritos y borracheras, Dafoe andando como un perro… quería que terminara.

    Yo suspendo la incredulidad y me entrego a las ficciones. Puesto que Eggers no tiene el problema de los derechos que sí tenía Murnau, una de sus muestras de pretenciosidad es usar la nomenclatura del segundo. A modo de protesta no la usaré. Mi credulidad con este Drácula comienza al inicio. Mina ya está perjudicada mucho antes de que contacte con el Señor de la Noche. Está poseída por él por medio de una fuerza cósmica a larga distancia que luego explica en un diálogo que me pierdo porque estaba bostezando. ¿Cómo la encuentra, a través de una web de citas? Hasta la posesión final Mina atraviesa episodios de ira, depresión, paranoia, sonambulismo; incluso levita como en El exorcista.

    El viaje de Harker hasta el castillo contiene imágenes muy bellas: el paisaje, que no es estúpidamente lisérgico como en Coppola, los gitanos, la oscura posada como un Caravaggio. Lo primero que haces al pedir alojamiento en una posada remota es entregarle tu caballo al mozo del establo; pues al amanecer se lo han robado. Sigue a pie y en una encrucijada de caminos aparece un carruaje sin cochero y la portezuela se abre sola. ¿Es un coche inteligente? Inquietante la entrada al castillo. Aparece Drácula en sombras. Todo en él es feísmo, manos como garras, uñas de Hallowen, vestido con una piel de señor feudal, cuando hemos visto la elaborada vestimenta propia del Romanticismo. Y esa voz con asma severa. Harker saca una escritura de su mínimo equipaje y la firma é mismol como si fuera el propietario ¿Qué? Mucho después nos enteramos que ha traspasado a Mina ¿Qué? Los alemanes colonialistas exterminaban bosquimanos, pero no vendían a sus esposas. Es que no ha leído la escritura. ¿Qué? Es la transacción de su vida: el dueño del bufete le ha prometido hacerle socio y una importante comisión.

    Salvo Déjame entrar y el Drácula de Coppola no recuerdo ninguna con criados (unos gitanos fieles y feroces). ¿Quién lo cuida durante el día? ¿Quién le proporciona las víctimas? ¿Quién se pasearía de noche por la aldea, quién le abriría la puerta? Puede convertirse en humo y colarse por debajo de una puerta, pero el bebé no. ¿Cómo se lo lleva? Y qué hacemos con los cadáveres. Él presume de un antiguo linaje. ¿Te lo imaginas con una pala? ¿Ha horneado él mismo el pan blandito que come Harper? El único sirviente es Renfield, un demente que termina vomitando y babeando en el manicomio del Dr. Seward: más feísmo.

    Otra premisa que ya era absurda en los tiempos de Stocker: el último viaje del Demeter (vi la mala película homónima de 2023). Eggers lo resuelve con maestría. Aparte de la dieta líquida, la prioridad del vampiro es evitar que lo cacen los humanos. Hay que pasar desapercibido. Drácula se embarca en Varna, actual Bulgaria, entonces un principado títere del imperio Otomano. ¿Allí se encamina el empalador de turcos? El barco fantasma, con la tripulación masacrada, llega a puerto. ¿A nadie le extraña? El insigne pasajero no desembarca. Sólo ratas. Podrían enviarle un telegrama a la naviera, para averiguar sobre los pasajeros, pero los alemanes son idiotas. En la película de Badham, que me gusta mucho, llega un representante del bufete a reclamar un montón de cajones llenos de tierra. ¿Qué? El conde Langella se ha ido a vivir a una abadía ruinosa, inhabitable. A la noche visita a Mina vestido como un pincel. ¿Te imaginas a Drácula con una plancha de carbón? Sabemos que no necesita cocinera. Los obreros y las mujeres no contaban, ¿pero la gente acomodada no murmura?

    Hay vampiros cuyo aspecto es monstruoso, alienígena has escrito; otros han sido humanos. Yo prefiero a los segundos. Me crie con Bela Lugosi, incluso recuerdo a Lon Chaney levitando sobre un lago, de smoking hacia la chica vestida de blanco. Luego Lee, un asesino nada enamoradizo. Te hipnotizaban. Me gusta que hayan sido humanos. Borges sobre la inmortalidad: perdura lo mucho que he perdido.

    He sufrido un pésimo Drácula de Jesús Franco: Lee lleva mostacho cano y Kinsky-Renfield no pronuncia una sola palabra. Me alegro que ahora te guste Entrevista… Jordan le pone cariño y el tema es la soledad. No has mencionado El ansia (1983). Sarandon, Bowie, Deneuve. La peli se abre con un gran tema del grupo gótico Bauhaus, Bela Lugosi is dead.

    Eggers eligió ceñirse totalmente a Murnau, una gran obra de arte como el busto de Nefertiti, pero es de 1922 y está olvidada. ¿Algunos de tus alumnos del insti la han visto? Ese monstruo en CGI está de más. Tal vez he sido duro. Comparando con la cartelera y los Oscar, es buena y atrae a los jóvenes. Creo que quiere conciliar arte e industria. Creo que es promisorio y le deseo lo mejor.

    • Hola, Rik.

      Perdona el retraso en escribir, pero tu comentario es un artículo en sí mismo y cada vez que me he puesto he acabado disfrutándolo antes que analizándolo, partiéndome de risa cada vez. Tu lectura del “Nosferatu” de Eggers, y de paso de buena parte de las convenciones del género vampírico, merecen ser disfrutadas sin tener que comentarlas paso por paso. Por ello, únicamente voy a hacer unos apuntes (después de todo, en mi artículo igualmente largo ya he expuesto las razones de mi admiración por esta película).

      Lo primero es decirte que hasta tres días antes de verla no había visto nada de Robert Eggers. Me lo habían recomendado pero no me había decidido a ver nada suyo. Y empecé por “El faro”… película que o te deja admirado o te dan ganas de salir corriendo, por ejemplo en esas escenas de borrachera. Y menos mal que los actores están bien, sobre todo Dafoe, incluso Pattinson. En cuanto a “La bruja”, esta sí me gustó bastante, aun cuando, como en la anterior, sobre sus imágenes desciende más de la cuenta esa sensación de que el director quiere convencernos desesperadamente de que estamos no ante un mero cineasta sino ante un artista. Y seguramente es lo mismo que pasa con “Nosferatu”, película que he visto dos veces con una distancia de dos semanas entre una y otra. La primera me pareció discutible pero (me vuelvo torpe con la edad) en parte se debía a que había cosas de la primera parte que se me olvidaban al llegar a la segunda.

      Ah, mis alumnos (con las gloriosas excepciones de rigor, que siempre hay) no aguantarían más de diez minutos de la versión de Murnau, aunque no será porque no intento transmitirlos amor por el cine de cualquier época. “Tiempos modernos” de Chaplin no la llevan nunca mal, e incluso se ríen algo, si bien les parece rara rara rara.

      “El ansia” no la he visto nunca, pero alguna vez caerá. Me echan para atrás Tony Scott y Catherine Deneuve, sobre todo esta: es una actriz que creo que solo soporto en “Los paraguas de Cherburgo”, una peli que tardé mil años en ver porque pensaba que me iba a resultar insoportable. Ah, la canción me encanta.

      Pero vamos, mi Drácula predilecto siempre siempre será el de 1958, el de Terence Fisher con Christopher Lee, sin más cobertura que un director que sabe cómo encuadrar y mover la cámara, un actor con magnetismo sin necesidad de maquillajes raros o efectos digitales, unos decorados sencillos pero estupendos, una música pensada para aterrar y poco más.

      Un fuerte abrazo.

      • Avatar de Rik Rik dice:

        Gracias por tu respuesta. Un abrazo.

      • Avatar de Rik Rik dice:

        Fe de ratas. Por favor tacha un párrafo. Los champis que me sirvieron hoy eran un poquito psicodélicos. He pedido la hoja de reclamaciones pero estaba en arameo. Llamé a mi amigo Van Helsing pero nunca se pone cuando más lo necesitas.

        Bill Skarsgard interpreta a Orlok. Con esa cantidad de maquillaje lo podía haber hecho el papa Francisco.

        Su hermano Alexander Skarsgard protagoniza El hombre del norte. También era

        el plomo de La leyenda de Tarzán.

        Ambos son suecos de más de 1.90 y aprendieron arte dramático en un gimnasio de nombre impronunciable.

        Mi mujer se ha puesto furiosa por la frase que viene al final (ella me lee el pensamiento). Me estaba lavando los dientes cuando apareció de la nada batiendo furiosamente sus alas membranosas. Cuando se enoja no controla sus colmillos retráctiles. Yo la quiero como es, pero me hace sentir solo que no se refleje en el espejo.

        Vampiro blanco soltero busca. Bien dotado. Mando a distancia.

      • ¿Qué decir a estas apostillas a tu comentario? Nada, salvo que tenías que haber llamado a los subtituladores de La pasión de Cristo para que te ayudaran con esa hoja en arameo.

  5. Avatar de Rik Rik dice:

    Me olvidé comentar la tercera película de Eggers: El hombre del Norte.

    Otra vez el eterno leitmotiv de la venganza. Creía que con Liam Neeson ya se había agotado el cupo.

    Hay un niño, el príncipe Amleth, así escrito. No leí la obra del gran Bardo, pero a este tipo a pretencioso no le gana nadie. Ni siquiera Coen, que puso de Hamlet a Denzel. Sigo. Su padre es el rey de un reino pobretón. Lo lleva a un ritual de iniciación y aúllan invocando a los lobos. Guau. Dafoe pone cara de sacerdote demenciado y cobra su cheque. El hermano del padre lo manda ejecutar a flechazos en medio de un bosque y se corona rey. El hijo lo presencia. El tío ordena matar al principito y salen tras él seis u ocho jinetes. El niño consigue desnarigar a un grandote y se salva ¿Qué? Va hasta el pueblo y ve cómo raptan a su madre, Nicole Kidman, la reina (del botox). Coge un bote y huye. El Báltico es tan manso como el lago del Retiro.

    Han pasado los años. Ahora es un hombre alto y musculado, con un futuro promisorio: protagonizará a Harker. De momento es un berseker, el subgrupo de vikingos más temidos. Iban a pecho descubierto, el torso desnudo y sin escudo. Los escudos eran para los vikingos mariquitas. Se dice que ingerían alucinógenos, puede que amanita o cornezuelo de centeno. Lo cual explicaría por qué no sentían miedo ni dolor. Yo he probado hongos alucinógenos y LSD. Lo último que se me hubiera ocurrido es entrar en una batalla, se me habría caído el hacha en un pie muriéndome de risa. No fue una batalla, los bersekers masacran una aldea. Incendios, violaciones, matanza y esclavitud. Es un gran plano secuencia, con enorme efusión de sangre, ya que estamos en el tema. El guión da un giro y el protagonista traza un plan para ejecutar su venganza. No sigo para no hacer spoiler. La película costó 90 millones, pero no hubo suficiente para contratar a un guionista. Pero es una buena media hora inicial, luego es Eggers en estado puro. Alterna bellos planos de Islandia con situaciones absurdas, y enorme brutalidad para distraer. Sale Björk medio minuto susurrándole una profecía. Gracias a Odín no canta. Incluso se echa novia, la chica de La Bruja. La hermosa actriz habla bien nuestro idioma porque se crio en Argentina, pero no me hago ilusiones: mi mujer es celosa y se crio en los Montes Cárpatos. La tierra de upir, el vampiro eslavo.

    • Estoy disfrutando a lo grande de tus «reseñas» de Eggers. «El hombre del norte» la vi, claro, después de los otros tres Eggers, y me gustó (todavía perduraba el hechizo de «Nosferatu» y «La bruja»), pero en el recuerdo se me va desvaneciendo: hasta «El faro» se me ha quedado de forma más nítida. En fin, que se alegue versión de Hamlet pero me parece una mera excusa culturalista, sobre todo porque la parte más relacionada, el segmento inicial con el protagonista en su infancia, me parece lo peor, incluso inverosímil. Con lo que me gusta Ethan Hawke, aquí no hay quien se lo crea. Después, la incursión berserker hace que el film remonte y a partir de ahí, en general, me entretiene, especialmente cuando está Anya Taylor-Joy en escena. En cambio, que aparecía Björk lo he tenido que comprobar jaja.

  6. Avatar de Fco. Javier García Palma Fco. Javier García Palma dice:

    Querido amigo y compañero,
    Poco puedo añadir al impresionante despliegue vampírico centrado en la figura de Drácula/Orlok que casi con el rigor de un artículo académico has desarrollado. Tus exposiciones y disecciones en cuanto a la temática, motivaciones, enfoques, épocas, guiones, tratamiento de personajes y otros elementos interpretativos y artísticos es cuanto menos, de una precisión quirúrgica. Mi experiencia con estas películas (no las he visto todas) ha dependido mucho del momento o la edad que tuve en su primer visionado. No es lo mismo ver el Drácula de Bela Lugosi o El Misterio de Salem’s Lot siendo niño, que ahora con mayor perspectiva y acumulación de proyecciones. Dando un salto al presente, tenemos a un fenómeno llamado Robert Eggers que, contra viento y marea, se adivina un director muy seguro de su cine, y con tan solo cuatro largometrajes ha dejado bien claro que su visión y su camino divergen del «producto promedio esperado». En unos tiempos donde la industria hollywoodiense tira de clichés, repeticiones y efectos especiales en masa, además de una falta de originalidad preocupante, Eggers cree en su cine de una forma contagiosa. Cuando salí de ver La Bruja, El Faro, El Hombre del Norte y el brillantísimo Nosferatu, tuve la sensación en muchos años de estar ante un autor decididamente inteligente, muy enfocado al arte visual y sobre todo, muy cuidadoso en sus narraciones. Con una simple escena puede desmarcarse de la gran masa de productos que inundan las carteleras: la escena del conejo de La Bruja, Las visiones oníricas entre sonidos de buques lejanos con formato casi cuadrado (1.19:1) de El Faro, el asalto de la aldea de El Hombre del Norte, o la poderosa puesta en escena del conde Orlok en Nosferatu nos afirman, una tras otra, que estamos ante un tipo de talento extraordinario. Y como reza el dicho atribuido a Nietzsche “Der Teufel steckt im Detail” («El diablo está en los detalles»), Eggers ha marcado particularidades muy destacables para firmar sus propuestas, como los objetivos de las cámaras de El Faro, originales de principios de 1900, o la ausencia casi total de efectos digitales en Nosferatu (todas las ratas eran de verdad, así como los maquillajes y las interpretaciones sin recurrir a artificios computacionales). ¿Por qué me gustó Nosferatu? Porque escogió el difícil camino de lo puramente artesanal, artístico, orgánico, exquisito, estético,… esquivando deliberadamente el efectismo truculento habitual de este tipo de filmes (ojos brillantes en la oscuridad, transformaciones monstruosas en animales o murciélagos, apariciones palomiteras entre humos y luces, chorros de sangre y golpes de sonidos, «jumpscares» y otros efectos o adornos al uso…). Nosferatu no nos dará nada de esto. En cambio nos da refinados lienzos del romanticismo o realismo victoriano del s.XIX (James Tissot, Sir John Everett Millais, William Powell Frith, Augustus Egg,…) incluso alguna composición y luz propias de Vermeer de Delft, nos regala composiciones armoniosas de todos los elementos que aparecen en sus planos. Plasma con autoridad numerosas escenas a la luz de las velas naturales sin trampa ni cartón, solo con la pericia del director de fotografía, y en un largo sinfín de amor verdadero por el arte, la escena final con plano cenital es de una belleza abrumadora. Eso sí, el cine de Eggers no es plato de gusto para mucha gente. He leído miles de comentarios de personas que tras su visionado no han podido disfrutarla, y me gustaría pensar que solo se quedaron en la superficie y no vieron los detalles del diablo.
    Un abrazote,
    Javier.

    • ¡Meritazo leerte dos de mis tochocos en un solo día, jaja! Eggers es un punto en común indiscutible entre los dos, de lo que me alegro mucho. En efecto, es un director que no deja indiferente, y son muchos los que no lo aceptan: puedes verlo en los mismos comentarios de esta entrada, y con argumentos igualmente bien razonados. Yo no lo conocía hasta que las noticias sobre “Nosferatu” me “obligaron” a conocer su obra previa para ir a ver la película con más conocimiento de causa. Y en mi caso el deslumbramiento es considerable. Es posible que tenga que revisar dentro de un tiempo, con más detenimiento, sus películas, seguramente cuando estrene la próxima y sobre el papel prometedora versión del tema de la licantropía, que seguramente poseerá el mismo estudio exhaustivo de las películas previas y de las referencias estéticas que se presten mejor a la época en que lo ambiente. Que es evidente que será el siglo XIX, con su aroma gótico, pues como bien me has dicho más de una vez Eggers no “ve” el cine de terror en un contexto actual.

      Muchas gracias de nuevo por tus amables palabras, Javi. Seguimos hablando en el trabajo jaja.

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