Los superhéroes, la mitología del siglo XX

Este artículo, ahora revisado, fue publicado en primer lugar en la revista digital Homonosapiens.

Algunos de los mas famosos heroes de DC Comics

El psicoanálisis lo vio con claridad: los mitos son la voz de nuestros miedos ocultos, bajo la máscara del relato que se transmite de generación en generación. En unas épocas, la mitología fue creencia; en otras, narración. Constituyen una forma de explicar el mundo y explicarnos a nosotros mismos, de traducir anhelos y cosmovisiones, de expresar la incertidumbre del ser humano en medio de un universo siempre demasiado complejo. Como hombre formado en una tradición donde la cultura clásica se consideraba todavía esencial, Freud sintió especial predilección por los mitos griegos y los convirtió directamente en una superestructura simbólica con que categorizar las turbulencias interiores del hombre. Quién iba a decirle que unos personajes que vieron la luz poco antes de su muerte acabarían convirtiéndose en el equivalente de estos mitos para el hombre del siglo XX y más allá: los superhéroes.

No es casualidad que su aparición coincida con ese momento de especial convulsión que es la década de los 30 (que el mismo Freud vivió en primera persona), con el triunfo de los totalitarismos y la inminente amenaza de la guerra, con el nacimiento del concepto de hombre-masa que tanto fascinó a pensadores como Canetti u Ortega y Gasset. Tampoco lo es que esté asociada a la época de mayor apogeo de la ficción popular en el país que los vio nacer, los Estados Unidos (la literatura pulp, el cine de Hollywood y el tebeo o comic book). Aun cuando hoy día sus mejores obras, como no podía ser de otro modo, han sido objeto de la adecuada «rehabilitación», en su momento fueron despreciadas por la alta cultura al considerar que eran mero alimento para entretener (para tener domesticadas) a unas clases populares de escasa formación. Sus contenidos giraban en torno al terror, la aventura, el western o la ciencia-ficción: es decir, a géneros con una fuerte codificación argumental (esto es, construidos en torno a una serie de elementos cuya repetición y combinación es lo que sustenta su atractivo). Esta falta de profundidad, que le valió el desprecio de las élites culturales es, sin embargo, lo que ha hecho de ellos un objeto de especial atención para la sociología y la psicología, que han visto en ese material un significativo campo de trabajo para analizar las frustraciones y aspiraciones de sus lectores. El género superheroico se presta de modo eminente a esta reflexión.

Superman nace en Action Comics 1, en junio de 1938No por nada, el primer superhéroe recibió el sencillo y clarificador nombre de Superman, pues eso es lo que era justamente: un superhombre (y he ahí la incoherencia de que, en España, muchos de los más populares superhéroes ostenten su nombre sin traducir, ignorando que la relación entre significante y significado es fundamental en este campo). Nacido a finales de 1938, sus creadores, Jerry Siegel (guionista) y Joe Shuster (dibujante), le dieron los poderes con los que soñaba cualquier persona «corriente»: capacidad de volar, superfuerza y superrapidez, invulnerabilidad y, sin complejo alguno, hasta visión de rayos X, si bien la justificación de esas facultades sobrehumanas estaría en su origen extraterrestre. Por cierto que el diseño del personaje cobraría tanta fortuna que sería adoptado por la práctica totalidad de los superhéroes del futuro: el famoso «pijama» de colores con los calzoncillos por encima de los pantalones.

Muy poco después, a principios de 1939, nacía el otro gran modelo del género: el héroe que no depende de facultades sobrehumanas sino de la fuerza de su voluntad, Batman. En rigor, el Hombre Murciélago pertenecía a la larga tradición de los justicieros enmascarados, al estilo del Zorro o de la Sombra, pero sus creadores, el dibujante Bob Kane y el guionista Bill Finger (el nombre del segundo fue ocultado durante muchos años por el primero, con la connivencia de la editorial), tuvieron la astucia de representarlo con un uniforme al estilo de Superman, si bien de acuerdo con una estética evocadora del animal del que tomaba nombre. En el futuro, las características de este nuevo superhéroe permitirían a sus mejores artistas —como se sabe, en la industria del cómic estadounidense los personajes pertenecen a las editoriales, y los creadores se suceden unos a otros a lo largo del tiempo— dar cuerpo a profundas reflexiones sobre la ambivalencia de conceptos como el heroísmo y el narcisismo, el desdoblamiento de personalidad (casi todos los personajes posee una identidad «civil» a la que regresan después de cada aventura) y el riesgo inherente de esquizofrenia, el problema de la justicia individual frente a la legal, etc.

El primer tebeo de Wonder WomanEn esos años de vértigo, también apareció un personaje que aportó un insólito elemento feminista en un universo masculino, Wonder Woman, en cuyo trazado a contracorriente tuvo mucho que ver el que su creador, el guionista William Moulton Marston, fuera un psicólogo profesional, lo que, tal vez, permita señalarlo como el primer autor conscientemente reflexivo del género. Estos tres personajes, junto con otros igualmente célebres (Flash, Linterna Verde, Aquaman…), pertenecían a la misma editorial (National, que, con el tiempo, adoptaría el nombre de DC), y sus rectores, con buen ojo comercial, no tardaron en integrarlos en aventuras compartidas, incluso formando grupo: el primero de todos ellos fue la Sociedad de la Justicia de América, creada en 1940. Aun así, en esos años iniciales de esplendor del género, conocidos hoy como la Golden Age, era muy evidente que cada héroe había sido concebido como un todo independiente de los demás. Esto explica que cada uno viviera sus aventuras en una ciudad imaginaria distinta, como Metrópolis o Gotham City, lo cual convertía sus encuentros en un acontecimiento inhabitual y extraordinario.

Sería la editorial Marvel la que terminaría por aportar las claves definitivas que nos permiten considerar el mundo de los superhéroes como una mitología propia. Marvel era una modesta empresa de tebeos —inicialmente llamada Timely— que había conocido un pequeño esplendor a principios de los 40 (su personaje más popular había sido el Capitán América, nacido para encarnar el espíritu indomable de la democracia contra el nazismo) y que, dos décadas después, se encontraba al borde de la desaparición. Ahora bien, en ese momento de principios de los años 60 coincidieron en su seno un conjunto de creadores excepcionales que supieron leer bien el viraje en el gusto de los lectores.

El nacimiento de Los Cuatro FantasticosLos orígenes de este periodo hoy son pasto de polémica, ya que la versión difundida durante muchos años concedía la completa iniciativa al guionista Stan Lee (hoy tan popular debido a sus divertidos cameos en las películas que constituyen algunos de los mayores éxitos de taquilla del Hollywood coetáneo), en detrimento de sus artistas gráficos, el principal de todos Jack Kirby y, en el caso de dos héroes tan carismáticos como Spiderman y el Doctor Strange/Doctor Extraño, Steve Ditko. En cualquier caso, la aparición de Marvel (sus primeros héroes, Los Cuatro Fantásticos, debutaron en su propio y homónimo comic book, en noviembre de 1961) constituyó toda una revolución en el género, hasta tal punto que, lenta pero inexorablemente, sus series fueron ganándole terreno a las muy consolidadas de la competencia, y lo que es más significativo: las directrices impulsadas por sus mejores creadores (los anteriores más los nuevos talentos que impulsarían los primeros veinte años de la casa —Roy Thomas, John Buscema, Chris Claremont o John Byrne—) serían adoptadas por todos los universos superheroicos.

Lo que aportó Marvel fue un nuevo concepto de realismo que partía del hecho de que todos ellos compartían el mismo mundo (enseguida bautizado como el Universo Marvel), que, además, y sin la menor duda, era el nuestro. Los héroes Marvel no vivían en ciudades imaginarias, sino que la mayor parte de ellos lo hacía en Nueva York, lo que permitía el encuentro constante entre ellos (incluso obligaba a que sucediera), así como el hecho de que los enemigos nacidos en una colección pasaran con naturalidad a las páginas de otra muy distinta, otorgando una notable interacción entre todas ellas, lo que fue la clave de su crecimiento: el lector que se enganchaba a una serie, tarde o temprano, picado por la curiosidad, compraba algunas de las otras.

Spider Man y Hulk pueden tropezarse en cualquier momento, por que no...

Pero sobre todo, los autores de Marvel fraguaron la cohesión del Universo Marvel en un concepto apenas desarrollado hasta entonces en el género: la llamada continuidad. Esto quiere decir que la trayectoria de los personajes en cada colección va conformando una biografía del personaje que ningún autor posterior podrá pasar por alto, del mismo modo que cada acontecimiento singular ocupa su lugar en el edificio editorial, como un ladrillo que no puede extraerse sin derribar todo el conjunto (y si se hace, debe realizarse con la lógica suficiente como para que resulte coherente y no arbitrario). De este modo, el Universo Marvel se convierte en un reflejo del mundo.

Otro elemento fundamental fue el trazado psicológico de los personajes, que siempre subrayó su vulnerabilidad frente a su excepcionalidad: el superhéroe es, ante todo, un hombre cuya vida está condenada a una perpetua zozobra por culpa precisamente de esas habilidades que no pidió. Los superhéroes de Marvel resultaban intensamente humanos y despertaban una fácil empatía en quienes se asomaban a sus peripecias, de tal modo que añadían una dimensión más a la relación entre el personaje y el lector: la complicidad, sin la cual no se explica la profunda lealtad que generaciones de seguidores hemos tenido por ellos, incluso después de dejar de comprar sus series.

La muerte de Gwen StacyEl ejemplo emblemático es Spiderman, creado en 1962 por Stan Lee y Steve Ditko, el personaje más popular de la editorial, sin duda por el excelente equilibrio entre el atractivo entorno superheroico y las propias circunstancias personales de su alter ego, el estudiante de instituto Peter Parker. Teniendo en cuenta que el momento habitual de ingreso en el género superheroico es a edad temprana, los lectores de Spiderman tuvieron la ocasión de ir creciendo con un personaje que no solo no quedó detenido en una perpetua adolescencia, sino que dio el paso primero a la etapa universitaria y después a la vida adulta y profesional, hasta el punto de conformar una enorme saga biográfica condicionada siempre por un deseo de «normalidad» en perpetua pugna con su fuerte sentido de la responsabilidad. La serie es un buen ejemplo de la habilidad de Marvel para equilibrar lo espectacular con lo intimista, combinando los rasgos habituales del género con el melodrama, e incluso con la tragedia en sus momentos culminantes. Con enorme inteligencia (aun rizando el rizo del fatalismo más azaroso), los sucesivos artistas que desarrollaron la serie hicieron que vida privada y vida superheroica se cruzaran continuamente, con el consiguiente complejo de culpa en el muchacho. No extraña que el momento de mayor impacto de la colección, todavía hoy un verdadero hito en la historia del género, lo supusiera el asesinato de su novia, Gwen Stacy, a manos de su archienemigo, el Duende Verde, cometido ante sus propios ojos.

Quizá sea hora de recapitular las razones que este artículo (cuyo formato breve, sin duda, convierte en mero apunte la línea de razonamiento) ha intentado esgrimir acerca de la condición del género superheroico como una mitología del hombre moderno. Al igual que las grandes construcciones mitológicas de la humanidad, los universos superheroicos proponen una cosmogonía que se concreta en un conjunto de seres poderosos unidos por relaciones de parentesco, de amistad o de enemistad; un universo cuyas criaturas poseen unas características básicas que han de respetar todos los mitógrafos (todos sus autores) sin que ello descarte que puedan reformularse en función del narrador que se encargue de ellos; un universo que gira en torno a unos cuantos escenarios que sirven de punto de encuentro de los principales superseres, al modo del Olimpo: en primer lugar, la ciudad de Nueva York, pero también los cuarteles generales de cada supergrupo (la mansión de los Vengadores, la Escuela para Jóvenes Talentos que constituye la base de la Patrulla X/los X-Men), lugares emblemáticos como la Asgard de los dioses nórdicos (pues el tebeo de superhéroes no ha dudado, a su vez, en reelaborar las mitologías clásicas) o países creados ad hoc tales como Wakanda (reino del noble Pantera Negra) o Latveria (cuyo gobernante, en este caso, de uno de los villanos por excelencia de la casa, el Doctor Muerte).

Asgard, por Walt Simonson

Por encima de todo, lo que justifica la vigencia de las construcciones mitológicas más allá de la época en que constituyeron creencias religiosas es que los superhéroes, como antes los dioses, los semidioses o los héroes legendarios, simbolizan la grandeza y la miseria del ser humano, el anhelo de trascendencia, el ansia de poder, la escisión de la personalidad, la fragilidad del concepto de «normalidad», la tentación del nihilismo, el miedo a la muerte, etcétera.

Se trata de cuestiones universales bien trenzadas en torno a la realidad coetánea, lo cual incluye el devenir político y los cambios ideológicos surgidos a lo largo de todas estas décadas. Por ejemplo, puede resultar sorprendente que un personaje que, para quienes no lo conocen, parece representar lo más rancio del americanismo, el Capitán América, sirviera para que artistas con un profundo compromiso progresista denunciaran las lacras de su país, siendo así que una de sus aventuras más famosas acababa siendo una paráfrasis del caso Watergate, de tal modo que el líder de un ominoso grupo criminal se revelaba, de modo más abierto, como el mismísimo presidente de los Estados Unidos.

A menos de veinte años de cumplir un siglo de existencia, el tebeo de superhéroes ha pasado por toda clase de avatares, de los cuales tal vez el más acuciante en la actualidad, de la mano de su hipertrofia cinematográfica, sea el de la saturación. Sin embargo, incluso en sus momentos de mayor banalización, no ha dejado de ofrecer obras llenas de las mejores cualidades que cabe reclamar a cualquier manifestación artística de entidad: la brillantez narrativa, la sugestión estética y la densidad dramática. A esto hay que añadir, sin duda, la especial facilidad que poseen sus personajes para hablarnos desde lo más profundo de nuestro interior. No en vano, pocas creaciones como los superhéroes (los mitos del hombre moderno) han sabido encarnar mejor, desde lo excepcional, la frágil condición de la humanidad.

Algunos de los mas famosos heroes de Marvel

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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6 respuestas a Los superhéroes, la mitología del siglo XX

  1. Renaissance dijo:

    Uno de los aspectos más preocupantes de los superheroes en la actualidad es precisamente esa sobresaturacion cinematográfica (y recientenente televisiva) que señalas: todos los que han pasado por una viñeta tienen, obligatoriamente, que ser presentados en sociedad y convenientemente adaptados. Creo que nunca se había llegado a ver este nivel de expansión en una forma de ocio.
    También es interesante como desde hace años se enfoca al superheroe desde la perspectiva contraria, bien desde lo irónico o lo desmitificador. Sin tener que recurrir a Watchmen, los guiones de Millar y similares parecen despojar al héroe de su naturaleza sobrehumana.

    • En mi caso, como lector de muchísimos años del Universo Marvel, y a la vez como persona muy interesada en el concepto de adaptación (normalmente literaria), uno de los puntos de especial interés de este apogeo de Marvel Studios es, precisamente, disfrutar de los puntos de encuentro entre tebeo y películas. El concepto de Kevin Feige y su equipo, claro, es establecer un paralelo entre el ciclo del cine y el Universo Marvel de los comics. El problema es que están intentando hacerlo en un periodo relativamente corto, y en el espacio de una veintenta de películas (bueno, ya no sé cuántas van) una labor de más de medio siglo (aunque la que yo controlo abarca un par de décadas menos). Y lo hacen porque, claro, los números mandan y han conseguido crear la necesidad de consumir un producto Marvel cada pocos meses (a veces, menos). En parte, esto se debe, como bien señalas, al hábito de digerir productos en serie, en lo que tendrá mucho que ver el boom de la televisión, a través de Netflix, Amazon y demás… Solo así se explica que esta saturación no parezca notarla el público y sigan produciéndose taquillazos con casi cada producto de Marvel Studios.

      En fin, para mí es curioso que ahora que ya no me interesan los comics Marvel (porque los 60 años, inevitablemente, han acabado con la coherencia temporal y con la continuidad, y porque la editorial dejó que los expertos del marketing cogieran las riendas de las colecciones durante muchos años, hundiéndola), sin embargo no pueda evitar estar «cogido», yo también, por las películas. Quiero creer que lo hago con cierta perspectiva crítica, no dejándome llevar por la impresión de que estamos en una edad de oro del entretenimiento: de hecho, creo que Marvel Studios no ha dado ninguna obra maestra al nivel, por ejemplo, de «El caballero oscuro» de Nolan, para mí la mejor película de superhéroes. Pero sí muchas historias de lo más entretenidas…

  2. Franklin dijo:

    Además del psicoanalisis hay que mencionar dos disciplinas que se ocuparon en su momento de los superhéroes: la semiótica, con Umberto Eco y su libro «Apocalípticos e integrados». La otra disciplina, para bien o para mal, fue el marxismo; sino el ortodoxo sí el derivado ,del pensamiento de alguien bastante olvidado hoy, como es Herbert Marcuse.Lo que me lleva a mencionar siquiera de pasada al estructuralismo. ¿Qué queda hoy de esos sesudos y petulantes trabajos? Quizálo contenido en el título de Bernard Levy «Dieu est mort, Marx est mort, et moi-même je ne me sens pas très bien» (Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo no me estoy sintiendo muy bien), Saludos, José Miguel.

    • Precisamente, lo que echo de menos son acercamientos al tebeo de superhéroes que ni lo tomen como campo de ensayos eruditos que acaban apartándose de su esencia para abordar otra cosa ni sean meras apologías sin sentido crítico de convencidos de que no hay mejor lectura. Vuelvo a insistir en la plena legitimidad de este género o como queremos llamarlo, la misma que ahora sí tienen otros que, en su momento, también fueron considerados de gentes sin formación cultural que se conformaban con entretenimientos para las masas. Y aunque parezca pedante (o insensato), no me parecen incompatibles Spider-Man y Schopenhauer, o James Joyce y Jack Kirby, o Ingmar Bergman y Alan Moore. Eso sí, parece que todavía nos hace falta que un Stanley Kubrick nos «dignifique» al superhéroe como antes «dignificó» la ciencia-ficción, el terror, el cine de romanos, etc.

  3. David P. Ugalde dijo:

    Empecé a interesarme por las adaptaciones cinematográficas del universo Marvel, pero me acabé cansando, la verdad. En casi todas las pelis encontraba los mismos defectos, similar estructura, poco riesgo, escasa inventiva… Son films que me entretienen o me interesan hasta más o menos la mitad, y luego ya me agotan terriblemente con sus apoteósicos e interminables desenlaces. Cuando además empezaron a entrelazarse unas con otras para constituir el Marvel Cinematic Universe, el hecho de tener que acordarse de lo sucedido en las anteriores para seguir las tramas ya me hizo abandonar. A Los Vengadores ya los dejé por imposibles creo que en la primera entrega. Para mí las mejores están fuera del MCU: las dos primeras de Bryan Singer sobre los X Men y las dos primeras de Sam Raimi sobre Spiderman. Pero sí me interesa saber tu opinión, José Miguel. ¿Qué películas del MCU te parecen mejores? ¿A cuáles crees que debería darles una primera o segunda oportunidad? Un saludo.

    • Entiendo ese cansancio. A mí lo que me llama la atención es que no se haya cansado más gente y cada película siga teniendo taquillazos: o el público joven que supuestamente es quien abarrota las salas tiene una memoria estupenda para recordar los mil detalles que hay que recordar en este UCM entrecruzado…. o le da igual. Yo tengo el atenuante de una relación ya tan vieja con la mitología Marvel que parece difícil que ni esta hipertrofia cinematográfica me vaya a hacer pasar página, pero claro, me fastidia que cada estreno me obligue a revisar una, dos o muchas de las pelis anteriores. Mi memoria sí que no es tan estupenda.

      En cuanto a recomendaciones. A ver, el UCM no ha dado ninguna obra maestra, eso es obvio, y de hecho la factura narrativa y visual de todas es alarmantemente similar. Es un producto en serio, cierto. Por eso, a mí me gustan, sobre todo, las que tienen un guion más interesante, o me sorprenden un poco. Superficialmente, yo distinguiría:
      – El Capitán América y el Soldado de Invierno (el mejor guion del UCM, al menos para quienes pensamos que este personaje es de lo más interesantes de Marvel, por mucho que a simple vista parezca una apología del americanismo).
      – Ant Man y la Avispa (un guion hábil en su forma de combinar comedia y suspense, y un actor excelente, Paul Rudd).
      – X-Men: Días del futuro pasado (en general, es la franquicia de mejor nivel, desde el primer equipo de las pelis de Singer al último que acabó en X-Men: Fénix Oscura).
      – Las dos primeras del nuevo Spider-Man (me parece que recuperan muy bien el espíritu de los cómics de los 60: en mi caso, no lo consiguió la versión de Raimi).
      – Los dos Guardianes de la Galaxia, aunque en este caso su sentido del humor creo que o encanta o revienta.
      – Y claro, los dos Vengadores contra Thanos, pese a sus mil defectos, por lo que tiene de culminación de las anteriores.

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