Isaac Asimov y la Trilogía de la Fundación

Retrato de Isaac Asimov, por Rowena MorrillLa gran década de la ciencia-ficción clásica es, para muchos de sus incondicionales, la de los años 50. Es el momento en que el género se «independiza» del pulp (ante todo, por la desaparición de este tipo de revistas) y una serie de autores, muchos de los cuales, como es natural, habían empezado publicando en aquellas pero poseen plena conciencia del valor artístico del género que aman, van a dar a la imprenta muchas de las grandes obras del mismo. Es la época de los Ray Bradbury, Fritz Leiber, Walter M. Miller jr, Richard Matheson o Clifford D. Simak en los Estados Unidos, más escritores europeos como John Wyndham o Stanislaw Lem, la mayor parte de los cuales tendrían largas carreras. Uno de los más notables autores de esta década fue el estadounidense de origen ruso Isaac Asimov, sin duda uno de los más queridos por los aficionados (gracias a la imagen afable y humanista que dio de sí mismo) y también de los más conocidos fuera del género (por su incansable labor como divulgador tanto de la ciencia como de la historia). En esos años mágicos publicó muchas de sus obras más conocidas. La más relevante es la famosa Trilogía de la Fundación, uno de los primeros pilares del género, que fuera galardonada en 1966 como la mejor serie de todos los tiempos por los famosos Premios Hugo. Y si es dudoso que lo sea (y tampoco importa mucho, porque los premios sirven —o deberían servir— ante todo para difundir, y en muchos casos dar a conocer, obras y autores), desde luego sí es un emblemático ejemplo, para lo bueno y para lo malo, de su literatura.

Isaac Asimov fue uno de los principales cultivadores de eso que él mismo llamó «ciencia-ficción dura» y que se caracteriza porque, haciendo honor al nombre del género, construye sus ficciones a partir de la especulación sobre las posibilidades futuras de la ciencia. Por ende, la ciencia-ficción blanda sería esa parte del género que utiliza el ambiente futurista como mero decorado para situar en él argumentos propios de la aventura en sentido clásico (por ejemplo, la llamada ópera espacial). Es más, si Asimov, como ya he señalado en otras ocasiones (y como él mismo, con su acostumbrada humildad, reconocía), no destaca precisamente por sus valores literarios, sí lo hace por el componente de reflexión intelectual que efectúa a partir de esas especulaciones: pocos autores han sabido recrear futuros más verosímiles. En especial, su gran creación teórica fueron las llamadas Tres Leyes de la Robótica, que tantos científicos han declarado que, cuando se alcance la tecnología descrita por el autor, debieran ser utilizadas en la «realidad», y que dieron pie a sus excelente relatos de robots y al ciclo de Elijah Baley, formado por las magníficas novelas Bóvedas de acero (1954) y El sol desnudo (1957), más algún relato corto y la muy posterior (y también excelente) Los robots del amanecer (1983).

Portadas de Don Ivan Punchatz

La Trilogía de la Fundación es otro buen ejemplo de esa vertiente especulativa, si bien su cobertura ambiental, e incluso su desarrollo argumental, son propios de la ópera espacial (pues su trama gira en torno a una serie de intrigas y choques entre diversos estados galácticos, a lo largo de un un vasto periodo de tiempo). Si sostengo que la primera dimensión es más importante que la segunda es porque sus conflictos se resuelven no mediante escenas de acción sino, permítaseme definirlo así, de «combate entre conceptos». Ahora bien, no hay que olvidar que Asimov había comenzado a publicar en las revistas pulp y jamás renegó de ello. De hecho, el origen de la trilogía se encuentra en relatos publicados en dichos magazines, luego unidos y complementados por nuevo material hasta dar pie a los tres libros hoy canónicos: Fundación (1951), Fundación e Imperio (1952) y Segunda Fundación (1953).

Hari Seldon, cubierta por Michael WhelanA grandes rasgos, el hilo argumental de la Trilogía es la crónica de una grandiosa saga galáctica. El Imperio que ha dado paz y progreso a la galaxia parece hallarse en la cima de su poder. Sin embargo, Hari Seldon, un pensador de enorme clarividencia que ha creado una nueva ciencia llamada psicohistoria, consigue deducir gracias a esta que su decadencia ha comenzado, de modo lento pero inevitable, y cuando se produzca su caída tendrá lugar un larguísimo periodo de caos y anarquía, desastroso para la humanidad, que durará 30.000 años. Gracias a los mecanismos de previsión que proporciona la psicohistoria, Seldon y sus colaboradores trazan un plan para reducir ese periodo a mil años, al cabo de los cuales emergerá un Segundo Imperio que restaurará el orden y la prosperidad. El problema es que ese plan no puede transmitirse en sus detalles a los descendientes de los fundadores, puesto que al basarse la psicohistoria en comportamientos estadísticos, las acciones de los hombres deben ser eventuales y no determinadas por su conocimiento de lo que ha de suceder.

Para ello, Seldon funda dos asentamientos donde preservará los conocimientos técnicos y científicos, pues su pérdida durante el periodo de anarquía es lo que multiplicará el desastroso efecto de regresión. Los dos asentamientos reciben el nombre de Fundaciones.

En realidad, el centro del relato viene ocupado por los miembros de la primera Fundación, situada en un lejano planeta del confín galáctico llamado, apropiadamente, Términus. En ella son reunidos los científicos «técnicos», que con el tiempo se convertirán en los únicos suministradores de la tecnología atómica para el resto de la galaxia. La Trilogía es, de hecho, la historia de esta Fundación, de sus primeros e inciertos tiempos, cuando todavía sus enemigos tienen capacidad para destruir el proyecto, y de su progresiva influencia sobre el resto de la galaxia, hasta convertirse en el gran poder emergente que, en efecto, algún día pueda evolucionar hasta el nuevo imperio.

A lo largo de los tres libros, toda una serie de crisis amenazan el cumplimiento de ese devenir. En el primero —por su división en segmentos, el más elíptico y especulativo—, Asimov se centra en el ámbito más cercano a la Fundación. Interesado siempre por la Historia (no hay que olvidar que dedicó muchos esfuerzos a su divulgación, componiendo un conjunto de obras titulado con el tiempo «Historia Universal Asimov»), el escritor efectúa un afortunado juego de espejos con la Edad Media, en especial con ese caótico periodo inicial que los anglosajones llaman las Dark Ages y con el surgimiento del feudalismo. Una de las mejores ideas de este primer libro es que si la Fundación sobrevive a su inicial precariedad política es porque asocia el control tecnológico con una religión que lo sacraliza y que permite el control de las masas por encima de los esporádicamente ambiciosos reyezuelos que intentan disputarle el poder.

Ahora bien, en los dos siguientes la estructura de ópera espacial se impone, para introducir amenazas en sentido cósmico que turban la libertad de acción de la Fundación, incluso introduciendo elementos muy pulp como la existencia de individuos dotados abiertamente de «superpoderes», si bien no físicos sino mentales. Sin embargo, es mérito del autor que la especulación intelectual siga situándose en el corazón del relato, temperando la tentación del delirio en que podía haber incurrido.

El Mulo, por Michael WhelanEl punto de ruptura se produce en Fundación e Imperio, cuando surge una nueva amenaza que parece estar a punto de acabar para siempre con el plan Seldon, pues aprovecha el punto débil de la psicohistoria, esto es, la imposibilidad de medir las consecuencias de los actos concretos de un solo individuo, puesto que su campo de estudio es el comportamiento de las masas. La galaxia empieza a ser conquistada por un individuo que se ha dado a sí mismo el nombre del Mulo (por la tenacidad con que se ha alzado desde su condición de ser deforme a quienes todos trataban como un paria) y que es un mutante que tiene la capacidad de controlar las emociones de los seres humanos. Esto lo convierte en alguien virtualmente todopoderoso, pues transforma a todos sus enemigos en ardientes servidores y conquista la Fundación con facilidad. La única esperanza para los resistentes es encontrar la Segunda Fundación, que ha permanecido incógnita hasta entonces. Con el tiempo, sin embargo, algunos de los más lúcidos habitantes de Términus empezarán a considerar que esta Segunda Fundación es el verdadero enemigo, al creer que está constituida por una élite muy exigua de individuos que poseen las mismas capacidades de manipulación mental que el Mulo, solo que el uso que hacen de ellas es más sutil, pues no es otro que orientar a toda la humanidad para el cumplimiento del Plan Seldon.

Las cerca de 900 páginas que componen la edición conjunta, en bolsillo, se leen con enorme facilidad: algunos dirán que debido a su insustancialidad estilística y a una disposición narrativa próxima a la más banal literatura de best-seller prefabricado. Pero también puede argumentarse que una de las virtudes de Asimov es la fluidez narrativa, su capacidad para que el interés (casi) nunca decaiga. La cuestión es: ¿cómo lo consigue, si es evidente que su interés estilístico es mínimo? Lo he escrito alguna vez: es una pena que Asimov careciera de una poética propia (es decir, de un modo personal de traducir sus apasionantes ideas), puesto que esto limita gravemente su obra. Ahora bien, en ningún modo la vuelve trivial, aunque muchas veces esté al borde de la trivialidad.

Por ejemplo, es cierto que, cuando uno repasa su vasta carrera, es casi imposible encontrar un personaje que deje huella en la memoria, y sin embargo mientras leemos sus historias es evidente que sus criaturas desbordan credibilidad. En buena medida, esto se debe a que el principal método de Asimov para caracterizar a sus personajes es mediante el diálogo, que siempre resulta vivo y verosímil. En esa facilidad para caracterizar conversaciones, Asimov delata al conversador nato, al hombre al tiempo ligero y ameno cuya imagen popularizó en entrevistas, fotografías (siempre con una sonrisa en la boca) y, sobre todo, en los numerosos prólogos que redactó para antologías propias o ajenas, en los cuales conseguía establecer con facilidad una franca familiaridad con el lector, como si estuviéramos ante un amado profesor, a la vez venerable y cercano..

La perenne sonrisa de Isaac AsimovLos diálogos constituyen el mecanismo casi exclusivo que utiliza Asimov para hacer progresar el argumento de la trilogía: los personajes son palabras antes que seres de carne y hueso. El único personaje con el que se toma un esfuerzo de caracterización es el Mulo, comenzando por el hecho de que, en un primer momento, su presencia se mantenga fuera de escena, jugando a la vez con el hecho de que pueda ser uno de los personajes que buscan la Segunda Fundación. Finalmente, el Mulo alcanzará cierta grandeza trágica, la propia del individuo que está al borde del triunfo absoluto y que pese a todo está destinado al fracaso. Irónicamente, ese apodo que se dio a sí mismo también simbolizará la esterilidad de sus esfuerzos: su poder no podrá ser heredado genéticamente por ningún heredero carnal, con lo cual su imperio está condenado a la desaparición tras su muerte.

Teniendo en cuenta que la Trilogía se organiza en torno a una serie de episodios en que se juega con la incertidumbre, un elemento fundamental de la misma es el uso del suspense. Tanto en sus novelas como en sus relatos, Asimov siempre tuvo debilidad por plantear enigmas que se resolvían prácticamente en el último párrafo (a veces, en las últimas palabras, como sucede en la misma conclusión de la Trilogía), y es justo reconocer que los misterios planteados sujetan al lector a la página como los grandes narradores clásicos. Es una pena que falte la atmósfera dramática necesaria, con la excepción de la parte final de Fundación e Imperio, tal vez porque es el único momento en que el escenario donde los personajes se mueven (las ruinas de Trántor, la antigua capital del Imperio, un enorme planeta-ciudad en su periodo de apogeo, ahora derruido y despoblado) posee una entidad, en este caso de naturaleza elegíaca, de tal modo que las andanzas de los personajes en busca de la misteriosa Segunda Fundación se invisten de un matiz crepuscular que hace memorable su inesperada resolución.

Ahora bien, el interés fundamental de la saga de la Fundación radica en la capacidad del autor para utilizar la descripción de esas muy convincentes sociedades del futuro para explicar al hombre del presente. A este respecto, solo encuentro un autor a la altura de Isaac Asimov, con el que, como es natural, tiene numerosos puntos en común, si bien literariamente el segundo sea inmensamente superior: el polaco Stanislaw Lem.

Trantor, por Yann SouetreLa Trilogía de la Fundación encierra una notable reflexión política, por fortuna bien impregnada en ese humanismo, bañado en saludable escepticismo, tan propio de Asimov. La idea más importante introducida por el autor es esa curiosa (y casi omnisciente) ciencia llamada psicohistoria. La definición más breve señala que es «la ciencia de la conducta humana reducida a ecuaciones matemáticas». Uno de los personajes de la segunda novela, el militar Bel Riose, se refiere burlonamente a ella como «la Diosa de la Necesidad Histórica». De hecho, diríase que este descendiente de fugitivos del régimen comunista está realizando una parodia del materialismo dialéctico ideado por Marx, asimismo un modelo de análisis de la historia que pretendía predecir el inevitable futuro de la humanidad y el triunfo de su objeto ideal, el proletariado.

Recuérdese que uno de los principios básicos de este sistema es que la historia avanza según el implacable curso de la lucha de clases, de tal modo que los individuos singulares son meros instrumento de la misma, lo cual implica que las personalidades históricas actúan no tanto por iniciativa personal como por determinismo social. ¿Fueron por ello los Napoleón, Hitler o Lenin, o el mismo Karl Marx, nada más que meros portavoces de la tensión dialéctica, que de no haberse concretado en ellos habría encontrado otro «avatar» que habría ejecutado muy parecidas acciones? El personaje equivalente en la Fundación sería el Mulo, cuya aparición tambalea el sistema de un modo que parece irreversible pero que, sin embargo, acaba siendo derrotado (y con un sentido de la lógica que, a posteriori, diríase que siempre fue inevitable).

Al hilo de este juego de espejos (y con la desarmante ingenuidad propia de los herederos del pulp), la trilogía desarrolla una apasionante reflexión sobre la libertad, que tiene la particularidad de ir contraviniendo las expectativas del lector acerca de en qué entidad, institución o personaje debemos situar el siempre confortable rol de lo positivo.

La mitica edicion en Bruguera Libroamigo de la trilogia FundacionEn teoría, el argumento presenta una nítida oposición entre dos grupos que luchan por el poder, es decir, la Fundación y los diversos enemigos que van apareciendo, primero en su interior y luego más allá. Los enemigos (los primeros y refractarios habitantes de Términus, el antiguo Imperio, los señores de la guerra que heredan sus sobras, el Mulo) representan todo aquello que se considera nefasto para la paz y el progreso, mientras que la Fundación encarna justo lo contrario. Y pese a los múltiples problemas que sus representantes encuentran para salir adelante (esto es, para ajustarse al plan Seldon), lo van consiguiendo incluso cuando parece que todo lo tienen perdido. En términos superficiales, el bien triunfa sobre el mal. Sin embargo, y a poco que el lector olvide los espectaculares árboles para intentar ver el bosque, no tardará en advertir que el gran ausente de los objetivos que persiguen, no ya sus enemigos sino la misma Fundación, es el concepto de libertad.

Y es que por mucho que los supuestos héroes sean los representantes a través del tiempo de la Fundación (teóricos combatientes primero del caos político-económico, después del totalitarismo mental que simboliza el Mulo), no hay que engañarse en que el propio hecho de que la historia del universo se vea ajustada constantemente a un plan previsto muchos siglos atrás implica, asimismo, la imposibilidad de la libertad del hombre. Bien podría decirse que ese individuo que ha decidido salvar al ser humano de sí mismo, es decir, Hari Seldon, es el mayor conculcador de la libertad personal del universo. Que además lo haga en nombre de los abstractos principios matemáticos de una ciencia, la psicohistoria, inventada por él mismo, añade un elemento de deshumanización que no puede pasarse por alto.

En el fondo, la Trilogía dirime la lucha entre el libre albedrío y el determinismo. Para mayor incomodidad del lector que busca en la ficción una forma de aprender más sobre el ser humano, quienes representan lo primero son individuos marcados por el ansia de poder, con sus corolarios de militarismo y corrupción, que además, y según el principio rector del libro, inevitablemente acabarán llevando a la galaxia a la regresión económica y tecnológica (y al final del camino, también social). Es más, los segmentos de la Trilogía centrados en la figura del Mulo simbolizan la lucha entre dos tipos distintos (pero en el fondo complementarios) de falta de libertad: el control personal de las emociones, y por tanto de las vidas, por parte del mutante; y la imposición del regreso al plan determinado (e impositivo) de Seldon.

[Quien no conozca el final de la Trilogía debe dejar de leer aquí]

Otra triple portada inglesa de la Trilogía de la Fundacion

La revelación de que los hombres de la Segunda Fundación  poseen la misma capacidad de manipulación de las emociones que el Mulo (y por tanto, de impedir cualquier oposición a sus designios) nos lleva a un muy apasionante debate. Un debate bastante viejo, por cierto, pues se ha formulado incontables veces en el pasado y en el presente: la dicotomía entre la democracia (definida en más de una ocasión como el menos malo de los sistemas políticos), que al hacer descansar el poder político en las decisiones de las masas (expresadas a través de elecciones), no puede prevenir que, en determinadas ocasiones, esas masas puedan hacer descansar su confianza en dirigentes nefastos que, desde el poder, acaben conculcando las libertades que los han aupado al gobierno (al modo de un Hitler… o un Trump); y una dictadura benévola que otorgue el poder a una élite de individuos ilustrados, es decir, teóricamente preparados para el gobierno, cuya actuación (se supone que benigna) no tenga que depender periódicamente de elecciones libres, por su monopolio del poder.

La Trilogía concluye con el advenimiento de la Segunda Fundación, por tanto, de esa élite de seres mentalmente superiores: con el triunfo, por tanto, de esta dictadura ilustrada. Tres décadas después (en su última y febril década de carrera, cuando —sabedor de que su final estaba más o menos cercano, al haber sido contagiado de VIH a causa de una transfusión— intentó reordenar en un corpus único y coherente todas sus creaciones de treinta años atrás), Asimov retomó la saga y le añadió nuevos capítulos que no he leído. Por tanto, ignoro en qué medida estos libros posteriores prolongan o corrigen los anteriores. Es posible que todas estas reflexiones no sean sino el producto de la bizantina tendencia de este lector por buscar densidad en lo que tal vez no fuera concebido sino como ingenuo entretenimiento (y también es posible que haya interferido a Asimov con el inquieto pensador Isaiah Berlin, otra de mis lecturas recurrentes). En cualquier caso, esa es la magia de la literatura perdurable, aun de aliento modesto: y la Trilogía de la Fundación lo es.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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10 respuestas a Isaac Asimov y la Trilogía de la Fundación

  1. Luis Jover Comas dijo:

    Como siempre muy interesante y profundo tu análisis. Increíble la longitud y tiempo que dedicas a cada uno de tus cuasi «ensayos». Enhorabuena.
    Yo leí con mucho gusto y sorpresa, en su época, la trilogía y meses más tarde los dos o tres libros que aumentan la saga. Sorprendido por la recreación de esos mundos pero sobre todo por cómo Asimov juega con el lector haciéndole creer lo que no es y viceversa. Una especie de policiaco universal y sociopolítico de primera, que engancha constantemente y precursor con diferencia de otras sagas como la misma Guerra de las Galaxias y posiblemente de guiones para cómic realizados por Jodorowsky para distintos y grandes ilustradores. Realmente es muy extraño que aún no hayan sido llevadas al cine.
    Últimamente me puse a releer algunos cuentos de Asimov, un Ursula K. Leguin y algún otro libro importante de ciencia ficción y enseguida me viene a la mente una frase: «Cuando el destino nos alcance» porque ya vivimos en un mundo de lo cotidiano muchísimo más moderno de lo que estos autores pudieron imaginar. Ciertamente no viajamos a otros planetas pero cuando lees en estas narraciones que se realizan las trasmisiones entre galaxias por radio, se firma con pluma, se hablan por teléfono y ni aparece la inteligencia artificial piensas que aquello que lees no habla del futuro y casi explica más bien un mundo paralelo de aquel momento en el que fueron escritas .
    Muchas gracias por tu extenso artículo.
    Luis

    • Y no olvides que a ninguno de los clásicos se le ocurrió algo parecido a la futura Internet. Es evidente que los buenos libros de ciencia-ficción son aquellos que hablan del hombre del presente (del hombre universal, por tanto) utilizando claves argumentales y escenarios supuestamente situados en el futuro. En cualquier caso, Asimov diseñó perfiles sociales de lo más plausibles para esas sociedades futuristas: perfiles, eso sí, que si nos son tan verosímiles es porque encajan a la perfección en el presente, ya sea el de principios de los 50 en que se escribieron estas novelas o el de este primer tercio del siglo XXI que vivimos.

      Gracias a ti por tus amables elogios. Ah, parece ser que la saga de la Fundación va a ser convertido en serie de televisión. A ver qué sale.

  2. José Luis dijo:

    Buen artículo, bien hilvanado, hasta que aparece el diabólico Trump conculcando las libertades de los que le han «aupado al gobierno».
    Que Trump no haya conculcado ninguna libertad de los que le han elegido carece de importancia para el autor del artículo; lo importante es que Trump es «muy malo», y hay que meterlo con calzador, aunque no pegue ni con cola, ni venga a cuento.
    Que obsesión con este hombre tiene mucha gente.

    • José Luis, la referencia a Trump creo que está adecuadamente hilvanada dentro de la reflexión política que contiene la saga. No es que iguale a Hitler y Trump por sus actos políticos, lo cual sería una obvia barbaridad, sino que, al hablar de esas “imperfecciones” de la democracia, es una forma de argumentar cómo un triunfo legal y legítimo de según qué candidatos acaba cuestionándose enseguida, surgiendo un deseo universal de que sea rápidamente apartado del poder como si su acceso al mismo se hubiera producido a través de una grieta del sistema. En el caso de Hitler es incuestionable que utilizó los mecanismos democráticos para acabar con las libertades en su país (y de paso, con medio continente europeo). En el caso de Trump (cuyo nombre separo del de Hitler por unos puntos suspensivos con los que pretendía establecer una diferencia irónica, aunque veo que no lo he conseguido), también es incuestionable que llega al poder en un mundo (y en un país) muy diferentes, con unos mecanismos de control que no podrá saltarse en ningún caso.

      Ahora bien, si los pongo como ejemplo es porque, del mismo modo que nadie hubiera criticado que a Hitler se lo expulsara del poder como fuera (piensa en la enorme cantidad de ficciones que hay sobre intentos de asesinato más o menos fabulados), en estos tres años de presidencia de Trump, los constantes rumores sobre un impeachment o el deseo abierto de que los varios frentes judiciales que tiene abiertos (su relación con Putin, las acusaciones de abuso sexual) han sido acogidos por la mayor parte de los detractores del presidente como si se abrieran los cielos.

      Eso sí, tampoco quiero que esta explicación parezca un modo de echar balones fuera. Sin la menor duda, Donald Trump me parece un político nefasto, a la altura de otros igualmente nefastos que hay en todo el mundo, pero con el problema añadido de liderar el país más poderoso e influyente del planeta. Con semejantes líderes, a uno y otro lado del espectro político, como los que tenemos actualmente, la inquietante dicotomía que plantea Fundación demuestra, de nuevo, el interés de esta saga.

  3. Genial artículo y muy interesante. Un cordial saludo.

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