Acabo de publicar en el blog literario Recuerda que has leído una pequeña reseña sobre Fortunata y Jacinta (1887), la novela de Benito Pérez Galdós que suele ser considerada como una de las cumbres de la literatura española, en especial del siglo XIX. La había leído mucho tiempo atrás, en los años del bachillerato, sin que entonces me gustara mucho, tal vez porque me empeñé en hacer algo que ahora aborrezco: leerla comparándola todo el tiempo con su gran «rival» por el trono literario de la época, la también extraordinaria La Regenta, de Clarín. Libres ya mis ojos de legañas, cierta intuición me ha llevado a recuperar los dos tomos de la edición Cátedra que envejecía en mis estanterías… y durante un par de semanas me he visto atrapado por una de estas obras que, con toda la razón, se definen como novelas-mundo. Como todas las obras maestras, Fortunata y Jacinta seduce por toda una pluralidad de virtudes: la riqueza de matices, la profundidad psicológica de sus personajes, el virtuosismo narrativo, la densidad del dibujo social e histórico o ese sabor particular de la literatura que solo se puede paladear cuando uno lee a un escritor en su lengua original (con mención especial para la caracterización de diálogos: se nota que Galdós fue un escritor «de calle»). Pero sobre todo, porque es de estos títulos que ayudan a completar nuestro conocimiento del ser humano (aunque nunca llegaremos a conocerlo del todo, porque si no, ya no nos harían falta la literatura o el cine). En concreto, la novela de Galdós es una estremecedora reflexión sobre la desdicha: la de las dos mujeres protagonistas, claro (cada una por una razón diferente, aunque ambas confluyen en el mismo y mediocre individuo al que ambas aman), la de ese personaje absolutamente maravilloso que es el marido de Fortunata, Maximiliano Rubín (mi favorito del libro y ahora mismo casi de toda la historia de la literatura española), y la de la práctica totalidad de los seres que pueblan el libro, buenos y malos, altos y bajos, principales o episódicos. Recomiendo vivamente la (re)lectura de este libro, que luego puede ser completada con otras del autor (ahora mismo estoy deslumbrado con Miau) o del mismo contexto de publicación: tal vez sea hora ya de recuperar igualmente esa otra maravilla que, lo he dicho ya, es La Regenta.
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«cuando uno lee a un escritor en su lengua original (con mención especial para la caracterización de diálogos: se nota que Galdós fue un escritor «de calle»)»…
Yo me acuerdo enormemente del lenguaje galdosiano las pocas veces que veo algún capítulo de esas series españolas ambientadas en la España de la Restauración, y sus pobres (cuando no ridículos) intentos de dar aire «de época» a sus diálogos. Con lo cerca que tienen el mejor de los modelos… «El secreto de Puente Viejo» era mi fobia particular.
Las novelas de Galdós poseen un lenguaje deslumbrante: al mismo tiempo desbordan virtuosismo y fluidez, espontaneidad y elaboración. Es un placer «escuchar» a sus personajes. Ahora bien, el trasvase al medio visual exige otro tipo de elaboración, primero porque lo literario, puesto en boca de personajes a los que vemos, puede acabar adoleciendo de artificio. Y segundo, si hablamos de series como la que mencionas (u otros culebrones de «época»), es evidente que la rapidez con que los guionistas escriben esos libretos, o su falta de talento, o del adecuado conocimiento del lenguaje de la época en la que ambientan sus historias, o todo junto, provoca el resultado que señalas.
Hola,
No he leído la novela, pero sí he visto la serie en la que se basa, y me gustó muchísimo, hubo una época en que TVE hacía muy buenas series basadas en escritores españoles, o aquel, más antiguo, Estudio 1 en que ponían muy buenas obras de teatro que tal vez de otro modo no llegarían a tantas personas.
Y volviendo a Fortunata y Jacinta, tengo que enmendar mi fallo y leer la obra.
Saludos,
Evidentemente, te recomiendo la novela, y más si te gusta la serie. Más de una de mis lecturas favoritas se ha producido después de ver una película (o una serie, caso de «Los gozos y las sombras») que adaptaba un libro que no había leído, convirtiéndose así en una especie de «versión extendida» de esa historia tan placentera. TVE, en sus buenos tiempos, fue una verdadera factoría de magníficos acercamientos a la literatura y a la cultura española. Desde luegos, los Estudios 1 son míticos: recuerdo por ejemplo con gran fervor (no he vuelto a verla desde los nueve o diez años en que la pasaron por la tele) «El milagro de Ana Sullivan», con Tina Sáinz en el papel que luego inmortalizaría Anne Bancroft en esa versión en cine que hoy es una de mis películas favoritas.
A mí me pasó de modo diferente con los dos grandes escritores del 98: primero leí a Pérez Galdós llevado de la mano de Buñuel (Nazarín, Tristana) y me zambullí en los Episodios Nacionales, ue. Como en el Evangelio, hay que hacerse niño para disfrutar. Luego a Clarín lo conocí, o me entusiasmé a leerlo, también en algo cinematográfico, un programa estupendo que ustedes tienen en la tele y que veo por Internet, que se llama “Qué grande es el cine”. Allí el moderador, no recuerdo su nombre, exhibió y analizó “Calle Mayor” de Juan Antonio Bardem, y para hacerlo se valía de “La Regenta” como ejemplo de un tipo de novela. Esto me hizo buscarla y actualmente estoy leyendo. Curiosamente , “Calle Mayor” de Sinclair Lewis, aunque ubicada en un país tan distinto, pone a la protagonista en una situación bastante parecida tanto a la película de Bardem como a la novela de Alas.
Perdón. Olvidé decir que «Fortunata y Jacinta» fue para mí primero una miniserie de TV y luego la leí de un tirón. Inolvidable.
Es curioso, Franklin, que siendo un completista confeso de todas las cinematografías posibles y de cualquier director medianamente conocido… mis lagunas sobre Buñuel son enormes, y de ahí que no haya visto ni «Nazarín» ni «Tristana». Estoy a tiempo de solucionarlo, y espero hacerlo pronto. En cualquier caso, la vía de acceso a un escritor, en tu caso, en el mío y en el de muchos, es por supuesto el cine (o la televisión: yo también disfruté «Fortunata y Jacinta» en TVE antes que en la novela). Cualquier puerta es digna si nos atrevemos a cruzar su umbral.
El programa que citas sirvió para presentar numerosos clásicos desconocidos del cine español («Calle Mayor», por excepción, es de los pocos que sí conocíamos de emisiones anteriores). Garci había tenido un gran éxito con el programa equivalente dedicado al cine clásico y, aprovechando el centenario de la primera película española, quiso dedicar un año entero a su redescubrimiento o difusión. Tristemente, creo recordar que no pasó del verano… El éxito no fue el mismo que el programa anterior, de modo que en temporadas siguientes volvió a los clásicos del mundo entero (sobre todo de Hollywood, claro), disfrutando, ahora sí, de una gran repercusión. Una pena.
«Tristana» fue localizada en Toledo en lugar de Madrid, con Catherine Deneuve, quien debió ser doblada, Fernando Rey como Don Lope. «Nazarín» es de su etapa mexicana, y fue rodada en ese país, donde vivía Buñuel entonces, y Francisco Rabal interpretó al Padre Nazario.
Ahora que mencionas al presentador, que se llama José Luis Garci, averigüé en Internet y me enteré de que…¡Ganó un Oscar! después de haber sido ignorado y atacado por el público y la crítica de su país. «Nadie es profeta en su tierra, pero…¡Un Oscar!
Volviendo al tema: a Unamuno sí lo conocía bien, fue el escritor favorito de mi juventud, pero no había leído «La tía Tula», que conocí por la película de Picazo. Por cierto, es una trivialidad, pero recuerdo que hay una despedida de soltera (no sé si de Tula) y la novia se iba a vivir a Caracas.
Cierto, Garci es uno de nuestros directores «oscarizados», pero que no te extrañe el escepticismo con que ese premio fue recibido, pues no es una película que levantara entusiasmos ni en su día ni después. Personalmente, la carrera de Garci me produce indiferencia: un tipo de cine con pretensiones de «clasicismo a lo Hollywood», que en general resulta acartonado, sobre todo en sus películas a partir de los años 90. Lo gracioso es que en su programa, él y otros cuantos invitados (también directores) demostraban unos conocimientos de cine y de cómo quedan bien las películas que luego… no demostraban en su propia obra.
Otra cosa es el tema de los Oscars a la mejor película extranjera que han «tocado» en España. Yo a los Oscars les tengo el cariño de que, de niño, no pude ser sino mitómano y me parecían de lo más importante. Por otro lado, en casa había un diccionario enciclopédico que, absurdamente, incluía reseña biográfica de todos los actores ganadores de Oscars, pero casi ninguna de los que nunca lo recibieron. Así, irónicamente figuraban gente tan olvidada como Shirley Booth o George Arliss, pero no Richard Widmark o Montgomery Clift. Ahora bien, de esas cuatro películas hispanas oscarizadas, solo salvo «Belle Epoque» (aunque no sé cómo ha envejecido, porque no la he vuelto a ver desde el lejano 1992). Las otras tres me parecen pésimas, incluidas las muy famosas «Todo sobre mi madre» y «Mar adentro».