Comienzo desde hoy mismo una colaboración mensual en la excelente revista digital Homonosapiens, cuyo principio matriz, como indican sus responsables en su declaración de intenciones, es «aspirar a proporcionar un entretenimiento consciente a sus lectores» a través de una «temática diversa a través de la cual se intentará lanzar la pregunta: ¿somos realmente Homo Sapiens?». Ayudar a la reflexión a través del entretenimiento y la divulgación, dos máximas con las que me identifico plenamente, como atestigua mi blog. La revista se divide en una serie de secciones cuyos nombres son sobradamente expresivos: Actualmente, Filosóficamente, Culturalmente, Humanamente… Y tal vez en recuerdo del famoso adagio de Kant Sapere aude (Atrévete a pensar), la revista ostenta como lema Incitar a pensar. Por cierto, que el formato de la revista exige entradas de mucha menor extensión que la que estoy acostumbrado a ocupar, lo cual va a suponer, como es lógico, un reto en la búsqueda de concisión y síntesis.
Mi colaboración se titula: Dos visiones del poder: “Borgen” y “House of Cards”. Los títulos muchos los asociarán en el acto a dos de las series televisivas más interesantes del momento, y mi comentario, claro, se realiza al hilo de las maniobras políticas que tienen lugar en nuestro país como consecuencia de los resultados de las elecciones de diciembre. Son dos series muy diferentes. Borgen es danesa y House of Cards, estadounidense. Eso ya comporta dos enfoques diferentes. Borgen aborda la política desde una pretensión realista, incluso didáctica. Comienza precisamente con la celebración de unas elecciones generales que gana el partido en el gobierno (los liberales: la derecha), pero sin diputados suficientes como para garantizar su permanencia en el poder. El segundo partido en votos, el Partido Moderado, caracterizado como un partido de trayectoria no muy larga y de centro, consigue organizar un gobierno de coalición con otras fuerzas, convirtiéndose su líder, una mujer, en la primera ministra. El desarrollo argumental y dramático de la serie gira a partir de entonces en torno a tres focos: el trasfondo cotidiano de ambiciones, tensiones y negociaciones dentro de la heterogénea coalición; las relaciones entre el poder político y la prensa (si la realidad es como la cuenta la serie, Dinamarca es un país en que los gobernantes mantienen menos la distancia que en el nuestro: es fácil que la primera ministra sea entrevistada en el telediario de máxima audiencia para aclarar su postura sobre algún asunto de máxima actualidad); y el propio desgaste doméstico de la primera ministra, condicionada, claro, por su condición de mujer, esposa y madre.
En cuanto a House of Cards el planteamiento es completamente diferente, más propio del thriller político que cuenta con sobrada tradición en Hollywood (uno recuerda clásicos como Tempestad sobre Washington, Siete días de mayo, El mensajero del miedo…). Su protagonista es un congresista, Francis Underwood, y la carrera que emprende desde su puesto de coordinador del grupo demócrata en la cámara baja hasta nada menos que la presidencia, mediante un ascenso escalonado e implacable, en el curso del cual se revela como un político maquiavélico al que no le importará recurrir al crimen (pero con sus propias manos…). House of Cards, por tanto, recurre a la vieja idea de que el poder es tenebroso y que para acceder a él no se puede ser un hombre «limpio», no digamos ya honesto. Así, el Washington en que se ambienta la acción (con la Casa Blanca y el Capitolio como escenarios fundamentales) deviene un lugar frío e inhumano, en el que todas las relaciones humanas esconden ambiciones lícitas o ilícitas y donde la lucha por el poder se dirime de múltiples formas. Si los actores de Borgen respiran una credibilidad «cotidiana», en buena medida porque para el público no danés son perfectos desconocidos, los de House of Cards están construidos a la medida de sus protagonistas, un Kevin Spacey que se siente a sus anchas en ese rol de villano maquiavélico o antihéroe ambiguo como los papeles que labraron su carrera en cine (Sospechosos habituales, Seven, L. A. Confidential…) y una Robin Wright realmente turbadora en su distante elegancia, a ratos una esfinge impenetrable que llega a dar más miedo que su marido.
Una buena ocasión para engancharse a estas series, aunque solo sea para jugar a las comparaciones con nuestra situación política. Eso sí, sospecho que los Rajoy, Sánchez, Rivera o Iglesias salen perdiendo en la comparación…
En primer lugar, enhorabuena por la nueva colaboración en la revista mencionada. En segundo lugar, diré que he visto las tres temporadas completas de Borgen y capítulos sueltos de House of Cards.
Borgen me parece una serie magnifica (y didáctica, ya podrían aprender de ella muchos de nuestros políticos) que describe muy bien no solo los entresijos del poder y sus consecuencias en las personas que lo detentan, o que intentan hacerse con él, sino también el mundo de la prensa y su papel, no siempre al servicio de los intereses de la población. Excelentes y sentidas interpretaciones. De visión obligada para los interesados en el tema.
A House of Cards, de espléndida factura, le sobra truculencia. Ya sé que es lo que pretenden, pero…Además, y como ocurre con otras muchas series, se estiran las cosas ad infinitum. Las interminables temporadas de las series acaban agotando, aunque haya muchos adictos.
Es cierto, la impresión de máximo realismo que posee Borgen es completa: es un magnífico «manual» de política, que debería interesar a todos los interesados en la llamada «alta política», y que entre sus múltiples puntos de interés tiene uno de los más conseguidos en la exposición de las relaciones entre prensa y poder (de hecho, la mitad de cada episodio, más o menos, transcurre en redacciones de periódicos o televisión y entre periodistas). «House of Cards» adolece de efectismo a granel, o de truculencia, como bien señalas. Eso sí, facturado de modo envidiable, de ahí que sea una vez concluido el episodio cuando uno advierte que su credibilidad ha sido tensada al máximo. Y un así, funciona el «continuará» (en «Borgen», el interés de cada episodio es mas cerrado en sí mismo y no provoca tanta urgencia por saber qué pasa a continuación). Finalmente, coincido contigo en que saber que hay tantas temporadas por delante y tantos episodios es lo que más me retrae para seguir explorando el mundo sin duda interesante de las series de TV. Ahora mismo, el cine y la literatura me piden más tiempo…
Un abrazo, y muchas gracias por la enhorabuena.
Afortunados son los de ‘Homonosapiens’ con tu llegada. Me he dado una perivuelta por el ‘blog’ y emana erudición y sabiduría presentadas de forma clara, comprensible y con atractivo en sus temáticas y penetrable diseño. El panel de colaboradores –predominando los enseñantes– parece heterogéneo y competente y no dudo que tus colaboraciones sobre literatura, cine y tebeos añadirán interés y calidad al ‘blog’.
Afortunados son los de ‘Homonosapiens’…
Gracias mil por tus parabienes, como siempre Fernando. La revista, en efecto, es atractiva y creo, como tú, que sabe combinar la erudición de muchos de sus artículos con la claridad y la amenidad. Estoy muy ilusionado con esta nueva aventura, en la que espero que tú y otros amigos y seguidores de mi blog también me acompañéis. Un abrazo.