Y llegó un día en que los héroes más poderosos de la Tierra, los Vengadores, encontraron por fin a un enemigo mucho más poderoso aún. Así lo llamaron ellos, El Enemigo, aunque él se daba a sí mismo el nombre de Michael, y antes aún había sido Korvac, el Hombre Máquina, un villano procedente del siglo XXXI. Y ese día hallaron la muerte, a sus manos, el Hombre de Hierro, el Capitán América, la Bruja Escarlata, la Visión, los Guardianes de la Galaxia y tantos héroes como estrellas tenía el cielo… A grandes rasgos, esta es la conclusión de una de las más célebres sagas del Universo Marvel, la llamada Saga de Korvac, que se desarrolló en la serie The Avengers entre los números 167 a 177, de enero a noviembre de 1978, concebida por el guionista Jim Shooter y concluida con la colaboración de múltiples artistas. Si todavía hoy se la recuerda es porque, como indico en esta entradilla, se rompió (al menos en apariencia) un principio sagrado del tebeo de superhéroes: por mal que le pongan las cosas los villanos, los héroes siempre salen triunfantes e íntegros de los combates. Pero en aquel mítico nº 177, y ante la sorpresa del lector adolescente que uno fue, todos esos grandes héroes, hasta entonces invencibles, empezaron a caer uno a uno ante el poder desatado de un hombre que proclama ser un dios y que, cierto, llevaba varios números dando muestras de serlo.
El gran formulador de la saga fue un hombre del que hoy se recuerdan poco sus valores como escritor. Jim Shooter seguirá siendo para muchos el editor jefe de la Marvel clásica por más tiempo desde que Stan Lee dejó el puesto: en concreto entre 1978 y 1987. En esos años tuvo tiempo de promocionar a talentos como Frank Miller, John Byrne o Walt Simonson… y de pelearse con buena parte de los clásicos de la casa, incluyendo a alguno de los nuevos talentos, pues Shooter, al contrario que Stan «The Man», siempre fue partidario de la mano de hierro. Lo cual no quita, repito, que permitiera algunas de las etapas más adultas del cómic en Marvel, verbigracia Frank Miller en Daredevil.
Curiosamente, Shooter se había hecho un nombre como el guionista más precoz de la industria de los superhéroes. Con tan solo 13 años había cobrado su primer sueldo como guionista, de manos de DC, la gran casa rival de Marvel (o sea, Batman, Superman, Linterna Verde y demás).
A mediados de los 70, Shooter aterrizaba en Marvel y, tras algunos trabajos como ensayo, se le encomendó el guión de Los Vengadores, una de las series más importantes de Marvel en todo momento. Sucedió con el número 156 (II/1976). Desde el principio, el nuevo guionista entendió que había que hacer honor al lema de la colección, publicitado siempre en portada sobre el título: «Los Héroes más Poderosos de la Tierra», y convirtió cada aventura de los Vengadores en el enfrentamiento contra un villano de poder casi ilimitado: Graviton, el Amo de la Gravedad (que amenaza aplastar Manhattan con una enorme isla flotante que ha arrancado de su lecho de piedra), Ultron, el robot loco, que deja a medio equipo al borde del coma, o el conde Nefaria, un viejo villano de poco relieve reaparecido con los poderes multiplicados para poner en jaque a los héroes.
Shooter, es claro, tuvo siempre una fijación por reflejar el poder omnímodo: no en vano su creación más famosa tuvo lugar a mediados de los años 80 cuando escribió la nefasta maxi-serie conocida como Secret Wars. Esta aventura de tan solo 12 números creó el precedente de las grandes sagas anuales que englobaban a todas las series y personajes posibles, despreciando la continuidad propia de cada colección independiente. Shooter extrajo a los héroes más relevantes de la casa para enfrentarse a un ser prácticamente divino llamado el Todopoderoso (en la versión española, que el original es el más inconcreto de Beyonder, algo así como El que procede de lo más lejano), convirtiendo lo que tenía que ser una odisea épica en una especie de insufrible parque temático, que parece anticipar la estructura «narrativa» de los actuales videojuegos. Más o menos la parodia de lo que Shooter había hecho diez años atrás con la Saga de Korvac.
El nuevo enemigo «total» de los Vengadores había de ser, de modo paradójico, un personaje ya existente en el Universo Marvel, de muy escasas apariciones, y que no pasaba de ser un villano de tercera. Con él, Shooter haría lo mismo que con el rival al que acababan de derrotar en la aventura previa, ese conde Nefaria de poderes renovados. Korvac había sido creado por el guionista Steve Gerber en un especial de la serie Los Defensores, en concreto el Giant-Size nº 3, donde encima era apenas un sicario del villano principal. Haciendo honor a su apelativo, Korvac es un ser humano (tuerto) cuya parte superior del cuerpo está embutida en un módulo mecánico que le proporciona capacidad de desplazamiento y acceso a varias armas.
El mismo Gerber lo rescató, ahora ya como enemigo central, para el anual nº 6 de la colección El poderoso Thor (publicado en 1977). En él, el dios del trueno se veía desplazado al siglo XXI para luchar junto a los Guardianes de la Galaxia contra el Hombre Máquina, el cual aprovechaba para relatar su historia: colaborador por propia voluntad a los badoon, la raza conquistadora de la Tierra en ese futuro, como castigo por haberse quedado dormido sobre su consola, sus crueles amos lo injertaron en el módulo, convirtiéndolo no sólo en un monstruo sino en un ser que hace del odio y el ansia de conquista el único objeto de su existencia.
La saga comenzaba en el nº 167 de The Avengers cuando el grupo es reclamado para investigar la aparición sobre la órbita terrestre de una gigantesca nave con forma de anillo, que no es sino Dique Seco, la estación espacial con la que los Guardianes se habían hecho en el último número de su propia colección, Marvel Presents: Guardians of the Galaxy nº 12 (VIII/1976). Tras el típico y tópico desencuentro inicial, Thor hace las presentaciones oficiales. Los Guardianes afirman haber viajado al siglo XX tras rastrear la marcha a esta época de su enemigo Korvac: su temor es que altere el tejido del tiempo actuando sobre uno de sus miembros, el comandante Vance Astro, que en esta época es un niño de poco más de doce años (para más detalles sobre esta historia, ver este artículo). Los Vengadores se comprometen a ayudar a los Guardianes en la búsqueda de Korvac. Pero sin que puedan saberlo, justo en ese mismo momento un individuo rubio y de inescrutable expresión acaba de entrar en contacto (en un pase de vestidos diseñados por la Avispa, una de las vengadoras) con una modelo llamada Carina Walters… tras lo cual se ha desvanecido literalmente en el aire, sin que nadie lo haya advertido.
El enfrentamiento con Korvac podía haber sido una saga cansina, y de hecho las anteriores aventuras de los Vengadores, ya reseñadas, habían agotado ese esquema del enfrentamiento-a-muerte con un megavillano: por ejemplo, la conocida como Trilogía de Nefaria, que todavía hoy padece una notable sobrevaloración, ya muestra claramente el agotamiento de la fórmula, que en sus primeras manifestaciones había resultado atractiva. Con inteligencia, Shooter lo advirtió y salvó ese riesgo gracias a dos decisiones que son las que han asegurado la perdurabilidad de la gran saga.
La primera es otorgar el «respiro» adecuado al desarrollo de la aventura, es decir, concederle el espacio suficiente para hacerla madurar sin precipitación, dejando que el lector fuera conociendo poco a poco los detalles de su curso y del villano al que van a enfrentarse los Vengadores. Hablamos de una época en que estas sagas de gran duración no eran habituales: poco después, Chris Claremont las convertiría en el gran reclamo de su exitosa etapa al frente de La Patrulla-X, pero acabó abusando hasta la extenuación de ellas. Shooter le dedicó diez números, pero, nuevo acierto, no los consagró en exclusiva al enfrentamiento con El Enemigo, sino que fue dosificando sus apariciones y embarcando, entretanto, a los Vengadores, en otros combates. Con fortuna, el más emocionante de estos —los Vengadores, o sea, todos cuantos son o han sido alguna vez Vengadores, van desapareciendo uno a uno de la Tierra, y el culpable resulta ser un antiguo villano de la serie, el misterioso primigenio cósmico conocido como el Coleccionista— es un eslabón que conduce al Enemigo. Pues si el Coleccionista está secuestrando a los héroes es para preservarlos, en animación suspendida en su sancta sanctorum espacial, de esa amenaza que él sabe mortal para ellos. De hecho, la mujer a la que el Enemigo ha buscado como compañera y amante, la mencionada Carina, es la hija del Coleccionista, enviada por éste para averiguar todo lo posible sobre él. En una escena realmente impactante, desde su casa de Forest Hills, Michael destruye (literalmente) al Coleccionista en su nave en órbita sobre la Tierra, justo cuando éste iba a referir su identidad a los espantados Vengadores.
La segunda decisión es la que, en rigor, otorga su grandeza a la saga. En vez de hacer que el rival de los Vengadores fuera, una vez más, el villano omnipotente de turno, Shooter lo convirtió en una criatura de una complejidad inédita por entonces en el mainstream de los tebeos de superhéroes. Como ha sugerido la aparición de ese misterioso individuo rubio en el final del 167, Korvac, el Hombre Máquina, ya no es quien se espera que sea. Él mismo narrará a su amada (y a los lectores) lo que ha sucedido con él… por cierto mientras ambos hacen el amor, en lo que es posible que sea la primera vez que un cómic de superhéroes muestra, de modo explícito, una escena de sexo: otra razón para aplaudir el tono adulto de esta saga.
Así, después de huir del combate contra los Guardianes y el dios del trueno, fue a parar nada menos que el gigantesco hogar espacial de Galactus, el llamado Devorador de Mundos, uno de los seres verdaderamente más poderosos del Universo Marvel. El dibujante Dave Wenzel calcó prácticamente la viñeta (original de Jack Kirby, y procedente del nº 49 de Fantastic Four) donde se había mostrado por primera vez este lugar, tan grande que tiene pequeños planetas orbitando a su alrededor, tan extraño que incluso contemplando con atención el dibujo del Rey resulta difícil describirlo: todo lo más, recuerda a una cinta de Moebius metálica con indefinidos aditamentos tecnológicos. Korvac se introduce en ella y se conecta a sus computadoras: el increíble conocimiento a que tiene acceso lo transforma de modo irreversible en un ser cuasi-divino. De inmediato, se devuelve su forma plenamente humana y regresa a la Tierra. Pero el acceso al poder cambia las motivaciones del monstruo vengativo que fue Korvac: a imagen de su actual perfección física, el nuevo ser, que se considera a sí mismo un dios, decide «realizar leves alteraciones en el tejido de la realidad», con el objeto de «corregir el caos, erradicando la injusticia que la civilización [ha] fomentado en el maltrecho universo». Ya no es Korvac, es sencillamente Michael (o sea, Miguel, nombre del arcángel que lidera los ejércitos de Dios en la Biblia).
¿Es Michael un villano con el clásico complejo de dios, es decir, un fanático que observa sus destructivos actos como los factores inevitables para conseguir un bien mayor? ¿O es un ser benéfico en cuanto que es cierto que su intención es traer la paz al atormentado universo, pero está tan por encima de los mortales normales que estos están condenados a malinterpretar sus intenciones y combatirlo hasta la muerte? En cualquier caso, Michael se ha autoinvestido de esa condición de juez universal por mucho que las criaturas a las que quiere beneficiar no lo observan con la reverenciada aprobación que desea. Y como Michael sabe que hay otras criaturas al menos tan poderosas como él en el universo, los Vengadores suponen una presencia molesta, no porque puedan hacer nada contra él, sino porque pueden alertar a esos otros poderes de su presencia, hasta entonces inadvertida por su novedad.
Es una idea ciertamente espléndida, tanto por la densidad dramática con que reevalúa el concepto clásico de «supervillano» como por las posibilidades argumentales a que se presta. De hecho, la entidad de Michael a lo largo de toda la saga es tal que cada vez que aparece el interés se incrementa con mucho. Por ejemplo, es inolvidable el duelo entre Michael y el más perceptivo (y misterioso) de los héroes que lo buscan, el miembro de los Guardianes de la Galaxia llamado Halcón Estelar, en cuyo curso el mismo tejido de la realidad es sutilmente alterado y el Guardián es convertido en polvo y luego rehecho literalmente (en el acto indudablemente más divino de Michael) pero con sus sentidos alterados para no poder volver a percibirlo nunca más. Sin lugar a dudas, George Perez obtuvo con esta batalla, narrada en las páginas finales del nº 168 el momento culminante de toda su carrera, capaz de traducir al dibujo la escala verdaderamente cósmica del enfrentamiento. Es triste que ya no dibujara una sola página más de la saga. Por último, hay que indicar que, finalmente, la perdición de Michael llegará como consecuencia de su batalla contra Halcón Estelar: los Vengadores acabarán llegando a su casa pues los escasos indicios que poseen del Enemigo los conducen hasta allí, pero están a punto de abandonarla, ante el infructuoso resultado del registro, cuando Halcón Estelar, presente allí, acaba estallando en furia al creer que sus compañeros se están riendo de él. Pues donde todos parecen estar dirigiéndose a alguien… él no ve a nadie. Lo cual indica un ser de enorme poder que es capaz de ocultarse ante los sentidos del más penetrante de ellos.
Shooter tuvo claro que la colección precisaba a un artista con gran dominio del dibujo antes que a un estilista, pues debía encargarse de recrear a un buen número de héroes con una iconografía muy caracterizada, ante la cual el aficionado, sin duda, habría de mostrarse exigente. Su elección fue el citado George Perez, un dibujante que llevaba en la colección desde el nº 141 (XI/1975), con diversas discontinuidades pues el extremo detallismo de sus lápices tenía como consecuencia lógica una lentitud que chocaba con los inexorables plazos de entrega. Perez era otro talento precoz: había llegado a Los Vengadores con poco más de 21 años. Con el tiempo se convertiría en uno de los dos dibujantes que más se asocia a la colección: el otro es John Buscema (que dibujó muchos más números, pues era más rápido).
Perez nunca ha sido un artista que haya emocionado, que haya fascinado por su capacidad para tensar al máximo las posibilidades expresivas del dibujo. Pero ha habido pocos pencilers tan virtuosos como él, tan capaces, literalmente, de dibujar cualquier cosa. Por ello, a lo largo de su carrera, el artista de origen portorriqueño ha tenido predilección por encargarse de colecciones de grupos: los Vengadores y los 4 Fantásticos en Marvel, la Liga de la Justicia de América y los Nuevos Titanes en DC. Era el hombre indicado para una aventura en la que, en muchas viñetas, habrían de convivir múltiples héroes, y su magnífico trabajo en los cuatro números iniciales de la saga, como he señalado líneas arriba, da buena idea de la grandiosidad que podía haber alcanzado.
Pero diversos problemas lo apartaron de ella recién comenzada. El primer parche fue una de las soluciones habituales en esa época para estos casos: Sal Buscema, hermano de John, un hombre tan rápido como eficaz y ya con experiencia en la colección. En el 174, y ya para el resto de la saga, se encontró a un sucesor, Dave Wenzel, un artista también joven en esa época (aunque no tanto como Perez) y un tanto inexperto para la complejidad que requería el final de la saga. Las tintas del siempre eficaz inker filipino Pablo Marcos trataron de dar cierta unidad a su trabajo con respecto al del portorriqueño, pero en su caso tal vez perjudicaron su estilo más elegante y preciosista, que no llega a lucir lo que otros dibujos posteriores se encargarían de demostrar (por ejemplo, sus ilustraciones de los mundos de J.R.R. Tolkien): su lápiz aquí parece demasiado áspero.
El mismo guión se vio afectado por circunstancias ajenas. Jim Shooter fue ascendido al puesto de editor jefe en mitad de la aventura, y la sobrecarga de trabajo le impidió hacerse cargo por entero de la saga que había concebido. Desde el 173, Shooter firmó los argumentos, dejando los diálogos a otros profesionales, como Bill Mantlo y David Michelinie, si bien firma de nuevo el guión completo del 177, donde todo concluye.
Pocos años más tarde, ese 177 habría sido un número especial con el doble de páginas y una portada adecuadamente épica. Pero Marvel no le otorgó ningún realce especial (¡incluso la portada es completamente anodina!), y esa modestia le proporciona un extraño atractivo. Pues el episodio es sencillo: descubierto Michael (y revelado su formidable poder en una magnífica splash-page final, que incluyo aquí al lado), solo queda espacio para la batalla, en la que va aniquilando uno por uno a la práctica totalidad de los Vengadores (participan en ella 23, incluidos los Guardianes). Como nuevo y hoy inexplicable toque de modestia, Wenzel no concede a ninguna de esas muertes la espectacularidad que merecían, manteniendo en todo momento el diseño de viñeta, sin grandes detalles ni histriónico dramatismo. Incluso el mismo Michael muere de modo anticlimático y sin que quede claro bien por qué, y es su amante Carina —que durante buena parte del duelo no ha querido reaccionar, horrorizada ante la masacre— quien concluye la batalla, dejando vivo solo a Thor, y porque lo necesita para forzar el poder de su poderoso martillo para así matarla y reunirse en la muerte con su amado. O no, pues —como muestra la viñeta en primer plano— sus manos no llegan a tocarse en el momento final, aunque Carina, al sentir su hora, se lanza hacia su cadáver.
Solo quedan en pie dos vengadores: el desconcertado Thor… y uno más. Se trata de ese extraño y desaprovechado personaje que siempre fue Dragón Lunar, esa arisca superheroína de fabuloso diseño estético (un traje que revela sobradamente su curvilínea figura, una capa majestuosa y, sobre todo, una cabeza completamente rapada), la cual, nada más comenzar el combate se quedó a un lado, con lágrimas en los ojos. Pues gracias a sus poderes mentales, en ese momento leyó en el corazón de Michael las buenas intenciones que lo animaban. Un asombrado Thor tiene que escuchar los increíbles argumentos que le da su compañera, y sabe así que, en efecto, Michael forzó su muerte, aniquilada toda su motivación al verse descubierto no tanto por los Vengadores sino por esas entidades a las que respetaba y, sobre todo, descubrir las dudas de Carina ante ese baño de sangre. Y qué mejor prueba de su bondad que, antes de morir, devolver la chispa vital a los caídos… que por tanto, aun malheridos, viven. Y Thor cambia enseguida a su identidad mortal, el doctor Donald Blake, para dispensarles los primeros cuidados.
A más de treinta y cinco años de su publicación, el final de la Saga de Korvac sigue siendo el más extraño, el menos explícito, el más misterioso de toda la historia del Universo Marvel. (La prueba es que, al reeditarse la saga doce años después, los nuevos editores decidieron incluir un epílogo de varias páginas, con los Vengadores, maltrechos pero revividos, ante la tumba de Michael, dándole vueltas a los argumentos de su compañera.) ¿Quién tiene razón? ¿Los héroes que lucharon hasta la muerte contra el nuevo aspirante a tirano estelar, o la distante Dragón Lunar, que es la única que asegura haber llegado al fondo de la verdad? Shooter acertó a escoger a su testigo: pues Dragón Lunar era otro personaje embargado por un complejo de dios, y por tanto harto receptiva ante alguien como El Enemigo. Estamos ante uno de los pocos casos del cómic de superhéroes, por lo común tan diáfano, en que se nos deja que seamos los lectores, en buena medida, quienes tenemos que decidir dónde se encuentra la verdad… solo para concluir en que, como siempre, la verdad tiene muchos más matices de lo que parece. Y la mayor ironía es que el hombre que incitó a semejante reflexión no figurará nunca en ninguna de las listas de los grandes creadores de Marvel.