El caballero oscuro
Cuando reviso la trilogía encadenando un film tras otro, no puedo sino preguntarme: ¿fue concebida como un todo unitario o se construyó paso a paso, a medida que el éxito iba acompañando cada película? No he encontrado respuesta a esta pregunta, aunque yo me inclino más bien por la segunda opción. Que el resultado destaque por su coherencia y unidad puede ser un milagro o una prueba del talento de un hombre, Christopher Nolan, que es evidente, viendo su irregular pero muy atractiva filmografía, que padece un singular complejo de brillantez. En cualquier caso, si Batman Begins es una sólida antesala, las dos películas que comparten casi el mismo título —El caballero oscuro (2008) y El caballero oscuro: La leyenda renace (2012)— constituyen la mejor exploración jamás realizada del concepto de superhéroe (de hecho, del concepto de héroe), que recorre en todas direcciones de la mano de dos tramas verdaderamente absorbentes. Ambas películas son bastante similares entre sí, y de hecho la segunda es una variante de la anterior: al que no le guste mucho, de hecho, puede parecerle un mero recalentamiento por pura falta de creatividad. No lo creo así, pero es evidente que es una razón para tenerla en menos con respecto a El caballero oscuro, que, como ya he dicho, es la mejor película de superhéroes filmada hasta el momento actual.
Por destacar, El caballero oscuro lo hace incluso en un terreno que siempre me ha fastidiado en los títulos de superhéroes en general, y en los Batman previos en particular: la obligación de hacer aparecer a más de un villano por película, como si fuese imprescindible para hacerla parecer más importante. Aquí son dos clásicos: el Joker y Dos Caras, y sin embargo su presencia no sólo es complementaria, sino obligadamente complementaria. No se solapan o suceden en la historia, sino que son necesarios ambos para su tremenda coherencia.
Pues es a través de ellos como El caballero oscuro desarrolla, de modo estremecedor, uno de los principales elementos de reflexión que permite el género superheroico: el tema del Doble. Las dos figuras —el Joker y no tanto Dos Caras como su identidad corriente antes de convertirse en el villano, es decir, el firme fiscal jefe de Gotham Harvey Dent— suponen para Batman dos espejos, dos modelos (uno positivo y el otro negativo), dos temores, dos anhelos. Harvey Dent es quien él quisiera ser: un justiciero legal, sin necesidad de máscaras ni secretos; el Joker es aquello en lo que teme convertirse: un ser amoral, sin límites para la abyección, un perturbado (¿o no tanto?) cuyo único objeto es poner a prueba los límites y convenciones humanas, y acabar con ese concepto odioso que es la normalidad.
El caballero oscuro también plantea el tema, tan propio del tebeo de superhéroes, del poder absoluto: si el Joker —un tipo que carece de cualquier superpoder, recordemos— llega a parecer incluso una criatura sobrenatural se debe ante todo a la facilidad con que consigue hacer creer (a los personajes dentro de la película; al espectador que la contempla) que puede hacer cualquier cosa, porque no se espera que un ser normal la haga. El Joker rompe el tabú de la lógica en los actos de un villano (¡si hasta llega a prender fuego a una montaña de billetes!). De paso, el film habla de modo muy persuasivo sobre la necesidad de encontrar unos «emblemas» que liberen de responsabilidad a esa abstracción llamada Sociedad, y de porqué surgen individuos que asumen sobre sus espaldas el peso del mundo como si se creyeran verdaderos mesías.
El Joker es la encarnación definitiva de la amoralidad nunca vista antes en una historia de superhéroes (y si me apuran, casi en toda la historia de la ficción). Una amoralidad nihilista, pero no un nihilismo oscuro, que busca la destrucción por la destrucción como una especie de intento de fundirse con la nada (lo cual, en el fondo, no es sino la búsqueda de un consuelo, de un impulso religioso, aun retorcido). Bien al contrario, el Joker disfruta cada segundo de destrucción que provoca (su lema, parodiando a Nietzsche, es: «lo que no te mata… te hace más extraño»), al mismo tiempo que no podemos evitar sentir que él mismo se pone a prueba, mediante una malsana fusión del placer y sufrimiento que no puede explicarse con un banal recurso al sadomasoquismo.
Este Joker que pasea por la pantalla es, por fin, y más lejos aún que en los tebeos (por razones obvias…), un ser terrible, por completo impredecible, cuyos actos son guiados bien por la más desazonadora arbitrariedad o bien por un muy perverso sentido de la lógica. Esta terribilidad asoma ya desde su caracterización. El famoso maquillaje de payaso del personaje diríase aquí una mancha de color ácida y purulenta que se extiende repulsivamente por su rostro sin la menor armonía. Las previas interpretaciones de Heath Ledger que había visto no parecían presagiar que fuera una elección adecuada para el personaje. Pero su Joker es impresionante: la repulsión que emana del personaje no es sólo obra de un maquillaje desagradable sino una labor realmente extraordinaria de interpretación. Las muecas incontrolables del personaje (esa lengua de sapo que no puede evitar emerger cada cinco palabras de su boca…), su forma de hablar y reír, de gesticular y mover/deformar el cuerpo, no son el tic fácil de esperar sino la caracterización visual de un ser que sabe que, para él, ya es imposible la normalidad y goza con esa cualidad que lo remarca sobre todos los mortales.
El marco global de la trama sigue siendo el combate de Batman contra la corrupción general que afecta Gotham, encarnada en la Mafia. En esta ocasión, sin embargo, el Hombre Murciélago se encuentra con la ayuda de alguien que no sólo le secunda sino que se erige en el abanderado de la justicia en su sentido más puro: Harvey Dent. Entre ambos, el fundamental personaje del teniente Gordon (que en la presente historia ascenderá a comisario) actúa como imprescindible correa de conexión. Por otra parte, Dent es el hombre actual en la vida de Rachel Woods, la ayudante del fiscal que es el amor de la vida de Wayne. Si la película tiene un magnífico encaramiento especular entre Batman y el Joker, otro no menos sabroso gira en torno a Dent y a Bruce Wayne. Dentro de una ciudad donde la corrupción no es una cuestión estructural sino una verdadera lepra moral, Harvey Dent se ha autopropuesto como paladín de la Ley y el Orden, hasta el punto de merecer el apelativo del Caballero Blanco. Empresa mesiánica que tiene su correlato paralelo, claro, en el personaje de Bruce Wayne, con una diferencia que será la que acabe destruyendo a Dent: Wayne superó un rito iniciático, físico y moral, que lo ha preparado para enfrentarse a su misión y salir lo menos herido posible: ya recibió sus heridas mucho tiempo atrás.
Harvey Dent, en el fondo, está indefenso para participar en esa lucha mortal entre quienes pretenden encarnar el Bien y el Mal, y no conseguirá sobrevivir a la doble prueba de asistir a la muerte de su amada Rachel (Maggie Gyllenhaal, sustituyendo para bien a Katie Holmes) y a la tremenda herida que convierte la mitad de su rostro en un amasijo de carne deforme y hueso. En ese mundo irracional, la única ética posible es confiar en el azar, señalará, dando el paso que lo lleva al otro lado (que lo convierte en Dos Caras) y utilizando su moneda con dos caras como símbolo de su locura.
Christopher Nolan acierta con el tono necesario para contar la historia: la pura exasperación, el propósito de conducir al espectador como por una montaña rusa (argumental y anímica) y destruir en él cualquier sensación de tranquilidad, de reposo. Así, el Joker se ha propuesto someter a la ciudad a una increíble odisea moral, decidido a probar el principio de que la civilización de que presume el ser humano es un barniz hipócrita y pomposo, que fácilmente se desmorona cuando se ve despojado de la seguridad que da el vivir bajo circunstancias normales.
En busca de esa exasperación, y desde la mitad del metraje, Nolan nos sumerge en una espiral de sucesivos clímax, cada uno de los cuales podía haber dado perfectamente para concluir la película. Y sin embargo, aunque esta sucesión podría parece producto del amor de Nolan por el exceso, en esta ocasión resulta (y repito la palabra) necesario. Todo ello, además, mediante un genial uso del montaje paralelo cuyo momento quizá más egregio es el cúmulo de acciones que cuentan a la vez la desesperada carrera de Batman al rescate de Rachel, la preparación por parte del Joker de su fuga de prisión y la desgarradora conversación de Rachel y Dent, ambos atados junto a sus respectivas bombas, sabiendo que uno de ellos morirá…
[El siguiente párrafo contiene importantes revelaciones sobre el final de la película, que quien desee conocerlo por sí mismo debería saltarse]
Sin embargo, El caballero oscuro no acaba con la derrota del Joker y de Dos Caras, sino con la condena del héroe a los infiernos, con su execración pública, con su condena en efigie y el mandato de su persecución a todos los agentes de la ley. Y todo ello para preservar la reputación de Harvey Dent, asumiendo los crímenes cometidos por el enloquecido fiscal bajo su encarnación de Dos Caras: el logro de su ley contra el crimen organizado y la necesidad de ese símbolo limpio que necesita Gotham así lo exigen. Nolan lo narra, una vez más, mediante un estupendo montaje paralelo, que puntea muy bien la música de Hans Zimmer: el emotivo funeral oficial de Dent y la huida de Batman después de la muerte de éste, perseguido por la policía. Lo hace mezclando dos discursos: el que Gordon lee en las exequias del primero y las palabras que le dice a su hijo, quien, inocente, le pregunta por qué todos persiguen a Batman si él nada ha hecho. «Porque tenemos que perseguirlo. Es el héroe que Gotham se merece, pero no el que necesitamos ahora mismo. Y él puede resistirlo, porque no es un héroe… Es un guardián silencioso. Un protector vigilante. Un Caballero Oscuro». Aunque solo fuera por estas palabras, por esta conclusión al tiempo triste y noble, el nombre de Christopher Nolan siempre merecerá ser recordado.
El caballero oscuro: La leyenda renace
Ya he dicho que la conclusión de la saga no es sino una variante de la previa película —Gotham una vez más es sometida al terror por la artera inteligencia de un individuo y su ejército de sicarios— pero lo hace añadiendo un matiz, una poderosa atmósfera crepuscular, que parte de la decadencia física y anímica del protagonista, prácticamente un inválido en el arranque de la historia, debido al tremendo desgaste a que sometió su cuerpo durante los años en que luchó contra el crimen. En los ocho años que han pasado entre un film y otro, no solo su nombre ha permanecido proscrito, sino que nadie ha necesitado a Batman: la ley anti-criminales proyectada por Dent, aprobada sin rechistar (pese a sus contenidos draconianos) gracias al buen nombre que Batman y Gordon preservaron del lodo, ha dado un oasis de paz a la ciudad. ¿Paz? Los gothamitas ignoran que viven sobre un volcán solo en apariencia dormido y que está a punto de estallar bajo sus narices (y la imagen no puede ser más literal). Un terrorista llamado Bane ha llegado a la ciudad para someterla a un nuevo reinado del terror que esta vez coloca a toda Gotham bajo la amenaza de la destrucción. Encerrando a la policía en el subsuelo, volando todos los puentes y advirtiendo al mundo de que en la ciudad hay una bomba nuclear que estallará si desde el exterior se intenta entrar en ella, Bane decreta «la libertad del pueblo». Lo cual significa hacerse con el poder mediante un ejército formado tanto por sus sicarios como por los criminales liberados de las cárceles, y dejar que los humildes y marginados sacien su revanchismo social a costa de los ricos y de los ciudadanos de orden. Sobre Gotham, en apariencia, desciende una nueva revolución —que instaura incluso tribunales populares al modo de la Revolución Francesa— convirtiendo la ciudad en una variante de la Comuna parisina estallada en medio de las cenizas de la guerra franco-prusiana de 1871.
Para dejar moralmente a su merced a los ciudadanos de Gotham, Bane destruye la reputación heroica de Harvey Dent (utilizando para ello un escrito que el propio comisario Gordon había desestimado de hacer público en el último momento) y derrota y humilla a Batman, enviándolo a una prisión subterránea inexpugnable, perdida en algún lugar de las ex repúblicas soviéticas del Asia Central. Y deja que el tiempo pase sobre Gotham, sometida a un invierno al tiempo físico y simbólico, mientras rueda la cuenta atrás de esa bomba que, de todos modos, ha anunciado que estallará en un plazo de cinco meses…
¿Quién es Bane? No es un villano clásico del personaje: según los datos que he sacado de la Red, su creación es muy reciente, de 1993, y su mayor notoriedad estriba en haberle partido la espalda a Batman en determinada saga, episodio que recogen los hermanos Nolan al hacer que el villano dañe seriamente la columna del Hombre Murciélago en el combate en que lo derrota con gran facilidad. Siguiendo el juego de espejos tan propio de la saga, Bane supone una variante del Joker. Si bien allí donde éste último se caracteriza por hacer del mundo un espacio del caos, Bane, incluso provocando el mismo resultado, transmite en todo momento la sensación opuesta: el control absoluto de la situación, incluso del mundo. Si la gran arma del Joker era el terror que provoca su aparente imprevisibilidad, Bane juega la carta opuesta: crear la sensación de que todo sigue los designios que ha trazado y que es imposible resistirse a ello. Ambos, por lo tanto, utilizan el miedo, incluso el terror, pero de un modo por entero contrapuesto.
Como el Joker, Bane basa ese miedo en una apariencia que, de nuevo, no puede ser más «distinta». Un cuerpo de musculatura hipertrofiada que exhibe sin complejos, como si fuera un luchador de wrestling. La intimidación procede de su rostro. Por inexplicados motivos, luce una máscara que le oculta la boca y provoca que su voz se transmita mediante un sonido artificial, incómodo, inquietante. Esa máscara consiste en una serie de tubos respiratorios como gruesas patas de una horrible araña que emergiera de su boca. La sensación que provoca la mera apariencia de Bane es la de una brutalidad sin límites, pues no tiene otro poder conocido que su tremenda fuerza (en un momento determinado, el espectador puede comprobar el efecto de sus puños: al golpear una columna deja un agujero en su fuste). Ahora bien, cuando habla, Bane lo hace mediante un discurso articulado, fluido, incluso pomposo, más propio de un genio del mal ostentosamente intelectual, que incrementa aún más su aura ominosa.
¿Y cuál es el objeto de Bane sobre Gotham? Al igual que el Joker, no es el dinero y, en su caso, tampoco es el placer del dominio sobre los hombres. Para él esto último solo es el medio de crear la atmósfera necesaria para el advenimiento de la Nada. Pues Bane no es sino el portavoz de la destrucción que se abate, por fin, tras varios amagos, sobre la ciudad. Aunque al inicio del film, Batman recibe la información de que es un antiguo discípulo del mismo Ra’s Al Ghul que fue expulsado de la Liga de las Sombras, en realidad es el brazo ejecutor del viejo proyecto de su común mentor: borrar de la tierra la existencia de Gotham City como símbolo de la lepra moral de la humanidad. «Soy el Apocalipsis de Gotham», llega a decir Bane de sí mismo.
Al film le pasa lo mismo que a Batman Begins: los designios de esa Liga de las Sombras no terminan de resultar convincentes, y el nihilismo absoluto que destila exige una conformidad absoluta por parte del espectador. (Encuentro otro pero: la aparición del personaje de Catwoman ahora sí parece la concesión de que aparezca más de un personaje enmascarado nuevo, pues aporta bien poco a la trama, por mucho que Anne Hathaway, inesperadamente, resuelva bien el papel.)
Es mérito de Nolan y de la espléndida atmósfera elegíaca con que dota al film que las preguntas las dejemos para después de la proyección. Además, El caballero oscuro. La leyenda renace contiene, sin la menor duda, el mejor trabajo de realización de Christopher Nolan para la saga. No hay sino que comparar la extrema limpieza con que filma todas las secuencias de persecución o de combate, en especial estas últimas en que Bane muestra todo su poder, en las que apenas hay cambio de plano y el encuadre deja bien claro el curso de la pelea: y es que, en este caso, lo que importa es dejar bien claro el poder físico del villano sobre cualquier oponente, en especial sobre Batman. Es decir, Nolan ha comprendido por fin el objeto de una puesta en escena, que no es sino transmitir una sensación, una atmósfera en función de unos elementos dramáticos. El Joker requería una cámara más nerviosa; Bane la necesita más quieta.
Nolan utiliza los modos de la elegía para concluir el planteamiento iniciado en Batman Begins: la historia de una redención de aliento bíblico. Ese antihéroe con complejo de culpa que en El caballero oscuro se inmoló moralmente a sí mismo, de modo significativamente mesiánico, para redimir los pecados colectivos, se encuentra con que su acto, en el fondo, solo precipitó a Gotham en la complacencia, en la desigualdad. Arrinconado el mal en estado bruto (por medio de una ley de principios cuestionables), sin embargo la ciudad supura del mal vulgar, el que nace del egoísmo de una sociedad que ha olvidado la justicia social y el sentido de la verdad: no es extraño que a Bane, en el fondo, le sea tan fácil volverla del revés. Y puesto que Gotham es símbolo, en primer lugar, de Batman (o al revés), el mejor indicio de ese fracaso es el lamentable estado físico y moral en que encontramos al Caballero Oscuro, recluido en su mansión, con un aspecto completamente desaliñado y dependiendo de un bastón. Cuando por fin vuelve a salir al exterior, convencido por fin de que su otro yo es nuevamente necesario, es tarde: Bane lo derrota con total facilidad.
Se produce una caída del héroe mayor que en ningún otro momento de la saga: aún más maltrecho físicamente (con una vértebra fuera de lugar que impide su movilidad) y prisionero a medio mundo de distancia de su ciudad en una prisión que se jacta de ser inexpugnable (pero, para mayor tortura, con pantallas de televisión, «cortesía» de su enemigo, que le permiten seguir en todo momento la destrucción de Gotham). Ahora bien, quien se encuentra en el estadio más absoluto de la Caída, ya solo puede subir. Y el carácter subterráneo de la prisión, de la cual se sale por una boca circular a gran altura y con las paredes prácticamente imposibles de escalar, supone una inolvidable metáfora de la subida literal hacia la luz que vuelve a protagonizar Batman. Esa es su victoria, realmente: una vez fuera de la prisión —y aunque todavía le resta volver a Gotham, derrotar a Bane y acabar con el peligro de la bomba— ya no hay duda: Batman ha vencido. Solo queda saber cuál será el precio.
[Quien desee conocer por sí mismo el final de la saga debe dejar de leer justo aquí]
Y el precio, claro, es esta vez la inmolación literal, la muerte. No podía ser de otro modo para quien, desde el día en que vio morir a sus padres ante sus ojos, no ha hecho otra cosa que renunciar a cuanto la vida le ofrecía: su amada, sus amigos, su nombre. Lo único que le queda es la vida. En la conclusión, después de una progresión en el clímax final que es absolutamente maravillosa, Batman se pierde en el mar arrastrando la bomba imposible de desactivar en su vehículo aéreo, del cual no puede escapar porque no tiene piloto automático. ¿O sí? Queda tiempo para un espléndido epílogo, narrado con una gentileza y un optimismo que suponen una estupenda coda para el crepúsculo, pues simboliza el nuevo comienzo, el descanso del héroe y la necesaria regeneración de los símbolos que, siempre, necesitará la sociedad para poder vivir con más confianza. No voy a entrar en detalles, salvo para señalar que el personaje elegido para la identificación final del espectador es el encarnado por el gran Michael Caine, cuya inmensa humanidad constituye el mejor cierre para una de las mejores sagas que ha dado el Hollywood moderno.
FICHAS DE LAS PELÍCULAS
Título: El caballero oscuro / The Dark Knight. Año: 2008.
Dirección: Christopher Nolan. Guión: Jonathan y Christopher Nolan; historia de Christopher Nolan y David S. Goyer. Fotografía: Wally Pfister. Música: James Newton Howard y Hans Zimmer. Reparto: Christian Bale (Bruce Wayne/Batman), Michael Caine (Alfred), Heath Ledger (Joker), Gary Oldman (Gordon), Aaron Eckhart (Harvey Dent), Morgan Freeman (Lucius Fox), Maggie Gyllenhaal (Rachel Woods). Dur.: 152 min.
Título: El caballero oscuro: La leyenda renace / The Dark Knight Rises. Año: 2012.
Dirección: Christopher Nolan. Guión: Jonathan y Christopher Nolan; historia de Christopher Nolan y David S. Goyer. Fotografía: Wally Pfister. Música: Hans Zimmer. Reparto: Christian Bale (Bruce Wayne/Batman), Michael Caine (Alfred), Anne Hathaway (Catwoman), Marion Cotillard (Miranda Tate), Joseph Gordon-Levitt (Blake), Tom Hardy (Bane), Gary Oldman (Gordon), Morgan Freeman (Lucius Fox). Dur.: 165 min.
Me he puesto a ver otra vez la trilogía siguiendo tus comentarios, y me está gustando más 😉
Espero que la revalorices, pero qué responsabilidad, jaja!
Probablemente El caballero oscuro es la más redonda de las tres (aunque a nivel de diversión, me quedo con Batman Begins, por aquello de reinventar a un personaje después de los descalabros del 97). El Joker de Ledger está lejos de todos los villanos: siempre me pareció una encarnación moderna de la figura del anarquista al que se temía a principios de siglo y que de algún modo, sigue patente en la imaginación colectiva: un terrorista que no quiere nada en absoluto, al que no se le puede comprar una tregua ni razonar porque sus acciones no siguen la más mínima lógica. No me extraña que el leiv motiv de esa entrega, «algunos hombres solo quieren ver arder el mundo» se convirtiera en la frase más conocida. Bueno, y el cambio de Katie Holmes también fue un acierto: el nuevo personaje me parece mucho más sólido, creíble, y con un aspecto cansado que le va mucho mejor que la mona señorita Holmes.
La última entrega tiene un tono bastante místico que me desconcertó un poco (sobre todo por esa prisión imposible en el medio de algún país oriental), y Bane, aún pareciendo en un principio un antagonista peor que juega con la esperanza de sus víctimas, resulta mucho más metódico y empático que el Joker. Quizá lo más flojo fuera la aparición de Catwoman, con toda esa trama absurda sobre conseguir un programa para borrar datos que resulta bastante pillada por los pelos.
Tampoco termino de entender la tirria que muchos le tienen a Nolan, criticándolo por creerse una especie de genio: a mí me parece más bien un artesano, que consigue razonadamente bien filmar cine de entretenimiento con un fondo un poco más complejo que muchos blockbusters. Desde luego, si voy a ver una de sus entregas de Batman, siempre espero que su versión sea mucho más oscura que una de superhéroes márvel, pero la intención principal es que me divierta.
El Joker es el Anarquista Supremo. Pero un anarquista que desprecia cualquier modelo social, un portador del caos por el caos mismo, alguien que no ofrece el menor asidero ni lógico ni moral a nadie. Me gusta la frase que Alan Moore pone en sus labios en el estupendo tebeo «La broma asesina», y que creo que resume bien su condición de figura que no ofrece el menor asidero: «Si he de tener un pasado, prefiero que sea múltiple».
El misticismo, por otro lado, abunda no solo en la última sino en todas las películas de la trilogía (menos en la segunda, que por eso es mejor). Y es uno de sus problemas, porque a mí la Liga de las Sombras y su propósito milenarita no me convence mucho. En cuanto a Catwoman, estoy de acuerdo, aunque al menos, como digo arriba, Anne Hathaway está mucho mejor de lo que esperaba. Solo había visto una peli suya antes, pero es que su Reina Blanca de la Alicia de Burton es tan insufrible…
Pues vistas las tres partes de la saga seguidas, y leídos tus comentarios, desde luego que cambia mi visión. Es una sola película en realidad, de unas siete horas, que va ganando intensidad, porque la tercera mejora mucho teniendo frescas las dos anteriores. Me parece algo excesiva en las escenas de acción rodadas en la ciudad (sin embargo, el secuestro en Hong Kong o el de la presentación de Bane al inicio de la tercera son espectaculares), y aunque la retórica de algunos personajes como Dent o Bane sea algo farragosa y la enseñanza moral tan torpe y reaccionaria como la de todas estas pelis de justicieros heroicos, si se suman las bazas de la gran producción, unas interpretaciones muy por encima de la media, una música maravillosa y los guiones tan entretenidos, se convierte también en mi peli favorita de superhéroes y su director tan digno en el género como digamos Michael Mann en el policiaco. Excelentes tus análisis, muy estimulantes.
Las historias de superhéroes, de por sí, son conservadoras por esencia. El superhéroe es el guardián del orden por excelencia, el gran aliado del Poder: nunca utiliza su excepcionalidad para cambiar el mundo y terminar con las injusticias, sino que se contenta con impedir que el ente alienígena de turno absorba la energía de la Tierra. En «El caballero oscuro», sin embargo, al menos hay un personaje que lo cuestiona todo, empezando por la confianza del hombre en «lo normal», pero que, claro, está derrotado de antemano. Las otras dos sí que son muy cuestionables desde el punto de vista ideológico: el nihilismo de la Liga de las Sombras es un nihilismo de diseño. Pero la historia acierta al trasladar el conflicto a las raíces personales de Bruce Wayne. Solo conozco una historia de superhéroes que afronte con lucidez el tema: «Miracleman», del genial Alan Moore. Tengo que releerla y hablar de ella. Y muchas gracias por tus siempre generosas alabanzas 🙂
La última, como película de Batman, es un disparate y una afrenta en todos los sentidos. Entiendo que a gente que no conoce el personaje pueda parecerle una buena película. Pero desde mi punto de vista es aberrante. Recuerdo su visionado entre negaciones con la cabeza y maldiciones varias. Un cierre de saga algo mas que decepcionante y una bofetada en plenos morros por parte de Nolan a todos los fans del Murciélago, solo superada por su futura participación en el crimen conocido como Man of Steel.
Un saludo.
En el momento del estreno, me pareció que la última película había jugado la carta más fácil: recalentar «El caballero oscuro» a través de un planteamiento muy parecido. Y aunque hay algo de eso, creo que la revisión le sienta bien al cierre de la trilogía, aunque no llega a ser del todo satisfactoria y, a mí en particular, le sobra el personaje de Marion Cotillard e incluso, apurando, el de Catwoman.
En cuanto a que los fans del Murciélago pueden sentirse especialmente decepcionados, aquí no puedo hablar en primera persona. Confieso que mis superhéroes de toda la vida son los de Marvel… y lo que he leído de Batman son las obras maestras que hicieron Frank Miller y Alan Moore en los 80, y poco más.
Y coincido en que Man of Steel es poco perdonable, y que canta mucho el intento de hacer «El caballero oscuro» con el bueno de Superman…