Es una lástima que la endeblez dramática de los dos títulos anteriores se convierta en un irremediable lastre: en caso contrario, podríamos hablar de que La venganza de los Sith es una buena película. Desde luego, posee una intensidad que no tienen los otros dos films, sus personajes (e incluso las interpretaciones, aunque no todas) por fin se desprenden de la inocuidad y alcanzan un considerable grado de credibilidad, y las escenas de acción se dosifican mejor en relación con los momentos de mera construcción psicológica, además de estar muy bien rodadas y escapar a la consideración de «momentos de videojuego» que poseían en las anteriores películas. Por desgracia, no es suficiente. Porque toda la intensidad de la película depende de la credibilidad dramática del que es, en esta ocasión, su único núcleo argumental: la conversión de Anakin Skywalker en Darth Vader. De creerse, el film puede parecer magnífico; en caso contrario, se queda en un intento fallido.
Y, por desgracia, no puede creerse, por dos razones. La primera, que a estas alturas de la trilogía, Anakin Skywalker y sus circunstancias personales han sido lamentablemente mal dibujadas en los capítulos anteriores, y en especial su relación con Padmé Amidala, de tal modo que la muy sugerente pero delicada premisa de la transformación no posee la debida necesariedad. Esa atractiva idea es que Anakin se une al Lado Oscuro porque, extremo en todas sus emociones, se ve asaltado por terribles presagios que concluyen con la muerte de su amada Padmé, y acaba creyendo que sólo podrá salvarla con los poderes que su conversión en un Sith le concederá. La segunda razón, es que la transformación del joven e idealista jedi en un asesino capaz de acabar implacablemente incluso con niños es demasiado acelerada como para resultar creíble. Una vez más, insisto, se cae en la cuenta del desperdicio de los capítulos anteriores (sobre todo, del primero), que no han ido creando en el grado necesario el tempo que requería una transformación tan radical.
La venganza de los Sith se inicia con una espléndida secuencia de acción, que además arranca con un plano-secuencia bastante virtuoso que sigue el vuelo de los dos cazas pilotados por la pareja formada por Anakin y su maestro Obi-Wan mientras protagonizan una misión rescate en la flota droide que acaba de secuestrar (en apariencia, claro) al canciller Palpatine. Ese vuelo va sorteando toda clase de peligros, haciendo innumerables cabriolas entre los cazas y los destructores enemigos, pero, por una vez, la sensación no es de hallarnos ante un video-juego, en parte porque, inesperadamente, se observa cierta química entre Hayden Christiansen y Ewan McGregor mientras evolucionan de peligro en peligro. Su incursión en la nave capitana y su rescate del canciller posee, igualmente, una fluidez considerable, haciendo suceder los peligros sin que aparezca el temible fantasma de la mera acumulación e incluso permitiéndose inesperados (por afortunados) rasgos de humor: el entrañable R2 D2 teniendo que hacer frente, él solo, a diversos peligros en la bodega de aterrizaje. La lástima es que la secuencia concluya con la inesperada muerte del conde Dooku, lo cual significa que un villano tan excelente como Christopher Lee abandona la acción nada más comenzar la película (y dejando que, por un buen rato, el liderazgo de los ejércitos enemigos corresponda a un personaje bastante prescindible: un militar robótico sin el menor carisma, el general Grievous). También supone que el primer paso mediante el cual Anakin va deslizándose hacia el Lado Oscuro, al contravenir las enseñanzas jedis, eso sí, bajo la insidiosa manipulación de Palpatine: ejecutar sin piedad al conde Dooku.
Podría pensarse que este arranque es el típico de tanta producción de acción coetánea, o sea, que su sentido principal es comenzar con una secuencia fuerte para clavar en el asiento desde el primer momento al espectador y que éste sienta que ha merecido la pena pagar la entrada. Sin embargo, como he dicho, además de su excelente resolución, posee un propósito dramático. Y, sorpresa, durante un buen rato, La venganza de los Sith olvida acumular más escenas de acción y se toma su tiempo para que los personajes, y en especial Anakin, vayan desarrollando las tremendas circunstancias que enseguida caerán sobre ellos.
Nueva sorpresa: Hayden Christiansen, tan insustancial en El ataque de los clones, revela una solidez inesperada y unas cualidades que hacen pensar que en el tiempo transcurrido entre película y película tuvo ocasión de comprender dónde había fracasado su interpretación. En especial, esto vale para que las diversas escenas en que Palpatine va madurando su manipulación sobre el torturado muchacho posean una intensidad dramática de lo más estimable. La pena, ya lo he dicho, es la falta de espesor del personaje y de su relación con Padmé (a todo esto, Natalie Portman sigue estando igual de sosa que en los otros films), y lo insostenible de tan radical transformación en tan raudo tiempo. El mismo problema que sucedía en El retorno del Jedi con la conversión de Vader al «bien» o con el intento del emperador por provocar a Luke para que se uniera al Lado Oscuro con sólo enfadarlo.
Otro defecto, que viene heredado de los títulos anteriores y que, en este caso, no se corrige de ningún modo, es lo parvulario del conflicto político, con sus burdas disquisiciones entre democracia y dictadura, entre idealismo y posibilismo. Francamente, los Caballeros Jedis, teóricos representantes del orden democrático y de la paz, se hacen unos tipos muy antipáticos, sobre todo bajo el liderazgo de gente tan adusta como Mace Windu (sigo creyendo que Jackson equivoca totalmente el tono de su interpretación) o el inefable Yoda (que no se priva de seguir soltando frasecitas de filosofía barata, y ya muy cansinas: «El miedo a perder es el camino al Lado Oscuro», y cosas así). En cambio, Ewan McGregor —actor que, en mi opinión, tiene un grave problema: rara vez molesta, pero rara vez entusiasma— también consigue, por vez primera en la saga, dotar de envoltura carnal a su personaje. La confrontación paterno-filial entre maestro y padawan, por ello, sí alcanza el espesor necesario como para que el terrible combate final posea la intensidad y el desgarro que requerían.
La película desciende de nivel en su parte central. Las escenas bélicas que llevan a los jedis a diversas partes de la galaxia vuelven a contaminarse de ese molesto tono de play station, y ocupan demasiado metraje, como la larga escena en que Obi-Wan se deshace del general robot. Eso sí, uno de esos escenarios transcurre nada menos que en el planeta de los wookies y permite la aparición de otro de los personajes de la primera trilogía, el entrañable (y se supone que aquí muy joven) Chewbacca. Teniendo en cuenta que en el final de la película nacen Luke y Leia, y además aparece un militar de rostro cadavérico que solo puede ser el Gran Moff Tarkin que encarnó Peter Cushing en La guerra de las galaxias, hay que convenir en que el único de los protagonistas del inicio de la saga que se ha perdido una aparición en la nueva es Han Solo. Y, puesto que por edad (en ese momento sería un niño, ideal para un guiño) hubiera sido posible, casi lo estuve esperando hasta el último momento.
Ahora bien, desde el momento en que, por fin, Palpatine triunfa en su propósito de atraerse a Anakin (y en el combate a muerte con Mace Windu se provoca las cicatrices con que aparecerá en el futuro), la película vuelve a rozar lo excelente en muchos momentos. La Orden 66 que proclama el canciller, ahora revelado como el villano en la sombra, Lord Sidious, provoca una matanza de jedis por toda la galaxia que sobrecoge un tanto, amén de ser uno de los instantes destinados a «ajustar las piezas» con respecto al futuro que resultan más coherentes y mejor integrados. Por una vez, además, la adustez de Yoda resulta justificada y el aire de pesar que siempre transmite encuentra también su justificación e incluso proporciona cierta atmósfera. Todo confluye con armonía hacia el impresionante final en el planeta volcánico donde Anakin y Obi-Wan luchan a muerte, y que concluye con el primero mutilado y después atrapado por el fuego que le quemará el cuerpo y proporcionará las terribles cicatrices conocidas. El desgarrado lamento de Obi-Wan («Yo te quería», seguido por el discurso sobre las desoladoras consecuencias de los actos de quien habían creído que era el Elegido) proporciona, sin la menor duda, el único momento inolvidable de toda la trilogía.
El final ya está compuesto por el ajuste de las últimas piezas. Hay todavía un acierto fundamental: el montaje paralelo entre dos nacimientos, el de los gemelos Luke y Leia, y el de Darth Vader, ajustándose la mítica armadura negra sobre el torso y la cabeza maltrechos de quien fue Anakin. Por supuesto, no falta el reencuentro con la voz de James Earl Jones/Constantino Romero cuando, puesto ya el respirador, Vader habla con su «recuperada» voz. El único momento irritante de este final es el pequeño acto que todos sabíamos que tenía que suceder: la orden de que a C3PO le borren la memoria —¡pero no a R2 D2! ¿Acaso porque su jerga es ininteligible salvo para unos pocos?—, y lo peor es que no se da ninguna razón para que se haga. Pese a todo, y al grado de insatisfacción que despierta el definitivo fracaso de la premisa dramática que sustentaba la trama (la conversión de Anakin en Vader), cuando menos La venganza de los Sith deja un agradable sabor de boca, lo justo como para no cerrar una historia que fuera tan fundamental en nuestra memoria sentimental con el amargo sabor del tiempo perdido.
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: Star Wars, episodio 3 – La venganza de los Sith / Star Wars, Episode III – Revenge of the Sith Año: 2005.
Dirección: George Lucas. Guión: George Lucas. Fotografía: David Tattersall. Música: John Williams. Reparto: Ewan McGregor (Obi-Wan Kenobi), Natalie Portman (Padmé Amidala), Hayden Christensen (Anakin Skywalker), Ian McDiarmid (Palpatine), Samuel L. Jackson (Mace Windu), Christopher Lee (Conde Dooku). Dur.: 142 min.
También a mi me decepcionó que mataran tan deprisa a Dooku, pero al menos esa escena mejora en algo la trilogía original.
A mi me resultaba poco creíble que Darth Vader se volviera contra su maestro por un hijo al que apenas conoce. Esta escena lo justifica. Darth Vader contempló como Palpatine intentaba hacer con el lo que había hecho con Dooku. Ahí debió de acabar el respeto que sentía por Palpatine, dándose cuenta que es un ser egoísta que lo ha utilizado y manipulado arruinando su vida y la de tantos otros para su propio provecho, y decide que al menos no le utilizará mas ni arruinará la vida de sus hijos.
Pues yo sigo pensando que Lucas se cargó a Dooku porque se dio cuenta de que el carisma de Christopher Lee era muy superior al del soso de McDiarmid y que eso no pegaba con la importancia que tenía que tener el futuro Emperador. Además, y como te digo en otro comentario, «El retorno del Jedi» no tiene por dónde cogerla, y el súbito «arrepentimiento» de Vader, a quienes lo considerábamos la cumbre de la maldad villanesca nos pareció una broma de mal gusto. Ese no era nuestro Vader, no…