De 1997 a 2013: el Serpiente al rescate en Nueva York y L.A.

1997, A.D.

1997, rescate en Nueva YorkEn el año 1997, la isla de Manhattan ha sido convertida en un gigantesco presidio, rodeado por todas partes por un enorme murallón controlado desde la Estatua de la Libertad, donde se deja a su suerte a los convictos más peligrosos: el que entra, no vuelve a salir. En ese lugar abandonado al apocalipsis va a caer el mismísimo presidente de los Estados Unidos cuando se dirigía a una conferencia de paz en la que debía entregar un mensaje grabado, vital para detener la guerra total hacia la que el mundo se encamina. El comisionado de policía Hauk sólo encuentra una salida: hacer que alguien de la misma calaña de los reclusos, un antiguo marine del ejército norteamericano devenido en temible delincuente, Plissken —pero que, cada vez que lo llaman por su apellido, siempre replica: «Llámame Serpiente»—, penetre en Manhattan para rescatar al presidente y a su grabación en el plazo máximo de 24 horas, fuera de las cuales ni el uno ni la otra valdrán ya gran cosa. Para impedir que el Serpiente aproveche su libertad para escapar, se le inoculan en su cuerpo un par de cápsulas-bomba que explosionarán justo cuando se acabe el plazo indicado… ¿Cómo no relamerse de expectación ante semejante motor argumental?

Ante todo, una buena aventura ha de tener un buen protagonista y el segundo gran acierto de la película, después de su punto de partida, es el diseño de este Snake Plissken. Caracterización realizada desde el puro fetichismo mitómano, pues bajo su encarnadura se adivinan incontables lecturas y visionados de tebeos, novelas pulp y películas de bajo presupuesto protagonizadas por héroes antiheroicos de una pieza que se agotan en las dos o tres pinceladas básicas que lo componen y a la vez fascinan precisamente por ese ascético esquematismo.

El Serpiente es en primer lugar un fetiche visual, conformado por la apariencia musculosa de Kurt Russell, el parche en el ojo, la barba de una semana y una indumentaria compuesta por una camiseta ajustada sin mangas, una cazadora de cuero, pantalones de camuflaje y botas altas: un uniforme, un «disfraz» de superhéroe (o supervillano, pues el Serpiente es aquí el héroe a su pesar y en otras circunstancias hubiera permanecido al margen de todo conflicto, dedicado a sí mismo, que es su ideal de vida) que no se olvida. A ello hay que añadir una voz que se expresa inesperadamente en susurros, el tatuaje de una cobra que acabará descubriendo su torso desnudo en la secuencia de la pelea y las expectativas que despierta en todos aquellos que se cruzan en su camino, siempre sorprendidos porque lo creían muerto («Lo estoy», llegará a replicar Plissken en determinado momento, dominado por un breve instante de desaliento ante la dificultad de su misión). No en vano uno de los elementos típicos en los tebeos de acción son las frecuentes referencias a un pasado trepidante de sus protagonistas, cuyo objeto es otorgarle una densidad vital que difícilmente tienen por sí solos.

Plissken, el SerpienteEl Serpiente, por lo tanto, es un arquetipo consciente de antihéroe, a través del cual su principal responsable, John Carpenter, se propuso re-crear el espíritu del nihilismo puro: un hombre que sólo se ocupa de sí mismo, hasta el punto de estar bien dispuesto a mandar al diablo a la sociedad entera, que por tanto rechaza toda autoridad y que se guía única y exclusivamente por su propia supervivencia; si se distingue de los villanos embrutecidos por la pura maldad es sencillamente porque aquel ideario lo ejecuta con un instintivo sentido de la dignidad. ¿Consigue Kurt Russell dar vida con el suficiente carisma a este atractivo personaje? Cuando menos, el intérprete sale bien parado y posee la convicción necesaria: aún no había caído por la senda del encorsetamiento de sus posteriores héroes en la misma senda del cine de acción, con mayor y con menor presupuesto.

John Carpenter, con la inestimable ayuda de su coguionista Nick Castle, sitúa a este Serpiente en el escenario más atractivo posible: la emblemática Manhattan, con sus puntos de referencia más conocidos (el World Trade Center —donde aterrizará el protagonista con su silencioso planeador—, el Madison Square Garden —donde combatirá para diversión del Duque, líder de los reclusos— o el puente de George Washington), reconvertida en un escenario post-apocalíptico propio de un film de ciencia-ficción antiutópico. Las calles cubiertas de escombros, los edificios ennegrecidos por la huella de pasados incendios, las hogueras como única iluminación en lo que parece una noche inacabable, los interiores convertidos en inmensos vertederos de basura, componen un magnífico decorado por el que pasear a un hombre embarcado en una misión contrarreloj en la que se juega su propia vida: Dean Cundey lo fotografía con el adecuado hincapié tenebrista, especialmente notable en la escena de mayor tensión terrorífica, cuando el protagonista es acosado por una manada de hombres-rata surgidos de las alcantarillas, que vienen en busca de carne humana y que lo persiguen por callejones y edificios abandonados.

El Serpiente y CerebroOtro elemento imprescindible en una historia de este tenor es el conjunto de personajes secundarios pintorescos que realcen al propio protagonista. John Carpenter tuvo además el buen sentido de otorgárselos, en general, a intérpretes de probada solvencia, mitos del cine de género en sí mismos alguno de ellos. Es el caso, por ejemplo, del veterano Lee Van Cleef, excelente encarnando al policía Hauk, estupendo en el duelo de voluntades que mantiene con el Serpiente en el inicio del film (cuando le indica que su misión va a rescatar al presidente, Plissken replica: «¿El presidente de qué?»; al ser informado de la bomba que le han introducido en la sangre, el Serpiente le escupe que, cuando todo acabe, lo matará, declaración que Hauk recibe impertérrito). Igualmente espléndido está Donald Pleasence, quien aporta al personaje del presidente el aire ridículo que el intérprete sabía aportar con facilidad (recuérdense, por ejemplos, roles suyos como el que encarnó para Roman Polanski en Callejón sin salida [1966]). Lo mismo puede decirse del ya muy veterano Ernest Borgnine, divertidísimo en su papel de taxista medio enloquecido; de Harry Dean Stanton encarnando al medroso Cerebro; de Adrienne Barbeau, mujer de Carpenter por entonces, aportando el toque femenino duro y a la vez sexy; de Isaac Hayes como el Duque de Nueva York, componiendo otro villano-fetiche, con los ojos cubiertos siempre, incluso en plena noche, por unas gafas de sol. O de Frank Doubleday, con su aspecto de freak irredento, como sicario con pelo a lo punkie y risa de comadreja.

Como indicaba Carlos Aguilar en su breve pero jugoso comentario intercalado en su libro sobre Sergio Leone, 1997: rescate en Nueva York posee la impronta de un spaghetti-western, por su galería de personajes, el derroche de cinismo violentista que destila (y su gusto por las réplicas cortantes) y el hincapié en la suciedad de escenarios y personajes. En ese 1997 entonces lejano-pero-no-mucho al 1981 de la producción (y que, como tantas fechas del género fantástico, ya hemos superado y eso les otorga un atractivo añadido), Carpenter tuvo la fortuna de denunciar los valores de la sociedad coetánea —el cinismo, el interés material y la afición del poder por las máscaras— en un espacio donde la Civilización es una burla, y donde la tentación de la regresión se ha hecho realidad. Y bajo la forma de una trepidante fábula de ciencia-ficción pulp que alimentó muchas fantasías de nuestra adolescencia.

2013, en L.A.

2013, rescate en L.A.Sin ser un gran éxito, la película obtuvo una aceptable repercusión comercial —típica señal: generó toda una serie de imitaciones baratas en el cine italiano de serie B de la época—, que se incrementó con su comercialización en formato doméstico: sin discusión, fue uno de los títulos míticos de la generación de videoadictos de los años 80. Y Carpenter dio el salto al cine A al encomendársele, poco después, la dirección de La cosa (1982). Ahora bien, la experiencia del director en el cine de alto presupuesto acabó saldándose de modo muy decepcionante (recuérdese Starman [1985], un film cuya blandura es indigna del autor), de tal modo que volvería al ámbito del cine de género más modesto en que siempre ha demostrado sentirse más cómodo. Sin embargo, desde finales de los 80, su trayectoria fue muy errática, incluso transcurriendo varios años entre un proyecto y otro. A mediados de los 90, su carrera volvió a estabilizarse, encadenando otra vez las películas con facilidad a partir de la estupenda En la boca del miedo (1994). Después de rodar, al año siguiente, un decepcionante remake de El pueblo de los malditos, Carpenter nos sorprendió a todos rescatando a su viejo personaje del Serpiente.

En su momento, 2013: rescate en L.A. me indignó bastante: me pareció una deleznable operación comercial, en la que un director necesitado de volver a llamar la atención recupera un título de referencia y, sin respeto por quienes lo aman, lo canibaliza sin piedad. En este caso, proponiendo una segunda aventura del Serpiente que, las cosas como son, es en el fondo un remake de la primera, con la complicidad de otro que necesitaba algo parecido, el actor Kurt Russell, no por nada también productor e incluso coguionista. Sin duda fui al cine con el ceño fruncido, porque encontré justo lo que esperaba encontrar: un insoportable bodrio sin un ápice de creatividad, que jugaba con su condición «mítica» de modo muy cargante, y que trivializaba sin compasión los logros del film precedente.

Pues bien, años después, disipado ese enfado, recuperé el film, animado también por alguna reseña positiva, para encontrarme, desconcertado, con una de las películas más inteligentes, ácidas y mejor contadas de su autor. Vamos, con una joya que supera incluso a su predecesora. ¿Cuándo me equivoqué: en el momento del estreno o en sus revisiones posteriores? Una de tres: o mejoramos como espectadores con el tiempo, o somos espectadores distintos en cada época de nuestra vida… o soy la persona más tornadiza del mundo (que puede ser: ya contaré otras espectaculares re(des)valorizaciones que he sufrido en mi vida).

Director John CarpenterEl guión —escrito en comandita, como he dicho, con el mismo Russell y, significativamente, con Debra Hill, la productora de sus primeros títulos, entre ellos 1997—, en rigor, es el mismo del film seminal. Incluso el cambio de escenario de Nueva York a Los Angeles poco importa, pues, según señala el prólogo, L.A., debido a un tremendo terremoto, se ha convertido en espacio insular rápidamente convertido en un sucedáneo de la isla-prisión de Manhattan donde transcurría la misma aventura. El resto de elementos se mantienen: la misma introducción en la que el Serpiente se ve obligado a aceptar la misión al serle inoculado un virus mortal cuyo antídoto depende del éxito de su empresa; la intervención del presidente de los USA, aquí también un tipo de mucho cuidado, incluso peor, sólo que esta vez no es él quien se encuentra en L.A. sino su hija, y además la vida de ésta nada importa sino el arma particular que llevaba: un aparato conectado con un sistema de satélites que pueden acabar con todos los sistemas relacionados con la tecnología del planeta; los personajes secundarios, con actores distintos (mucho peores, eso sí, en este caso), también son un correlato de un film a otro; y recursos argumentales idénticos: el Serpiente ha de superar una prueba mortal, ante las masas enfervorizadas, aunque sustituyendo el boxeo del original por el baloncesto, y en la parte final también es herido en el muslo; incluso, ya lo explicaré, la acción con la que el Serpiente clausura la aventura es prácticamente la misma…

¿Por qué entonces consigue 2013 escapar a la sensación de inercia pseudo-mítica al servicio de la comercialidad más deleznable a que parecía condenada? En principio, porque su elaboración, en todos los sentidos, es muy superior a la de 1997, film al que le ocurre justo lo contrario: que su revisión obliga a devaluar un tanto el buen recuerdo que dejaba su primer visionado. El primer Rescate va rebajando su interés conforme avanza su metraje, al no conseguir que el desarrollo esté a la altura del magnífico planteamiento de base: el escenario en el que se mueve el Serpiente acaba dando la sensación de ser justamente eso, un mero decorado sin la adecuada potenciación atmosférica; los personajes no terminan de atrapar, aunque se beneficien de los citados grandes actores; y las peripecias no se encadenan unas con otras, sino que se suceden sin la adecuada fluidez, de tal modo que la mayor parte de ellos acaba pareciendo prescindibles.

Nada de eso ocurre en la secuela. En primer lugar, el prólogo indica que, en el espacio comprendido en esos 16 años, Estados Unidos ha acabado por convertirse ya en lo que prometía en ese 1997 en el que las libertades civiles son papel mojado, como simbolizaba la isla-prisión de Manhattan. Pero aún peor: es una teocracia en la que los delitos son morales, y en la que, estando prohibido el tabaco, el alcohol o el adulterio, es fácil imaginar el resto. Así, el presidente ya no es un mero fantoche medroso como el Donald Pleasence del original, sino un fanático religioso que aprovechó el anunciado «apocalipsis» sobre Los Angeles, nueva Sodoma, para conseguir un nombramiento vitalicio y ahogar el país bajo el yugo del fundamentalismo (la elección del flojísimo Cliff Robertson aquí resulta de lo más apropiada: su sempiterno histrionismo, bajo sus rasgos ya envejecidos, otorgan al personaje un aura a la vez desagradable y paródica). El L.A. retratado aquí sí compone el adecuado escenario apocalíptico en el que situar a un personaje como tan duro como el Serpiente, cuya ambigua nobleza funciona, mejor incluso que en la primera película, como contraste frente a la fauna con la cual tiene que tratar, tanto los sicarios del poder como los criminales sin remisión entre los que es soltado.

Cuervo Jones, parodia del Ché GuevaraPodría pensarse (y así me pasó a mí) que el retrato de esa América Profunda impuesta definitivamente sobre todo el país no pasa del maniqueísmo más tópico, de cara a obtener la estéril complicidad de aquellos a quienes les va el antiamericanismo fácil. Pero no es así, pues John Carpenter no deja títere con cabeza: su mirada vitriólica afecta no sólo a su propio país sino a sus supuestas víctimas. No hay que olvidar que el villano del relato es un tipejo llamado Cuervo Jones (lo que he dicho sobre Robertson vale, e incrementado, para el ridículo actorcillo que lo encarna: Georges Corraface, que frecuentó mucho el cine español), cuya caracterización, no por casualidad, parodia al mismísimo Ché Guevara, y que, haciendo de presunto líder mesiánico, pretende liderar nada menos que una invasión del Tercer Mundo contra los EE.UU. (¡y encabezada por Cuba!) aprovechando ese arma anti-tecnológica que le ha facilitado la hija del presidente americano. Cuervo Jones no es sino un matarife con aires de grandeza, sin principios ni palabra, en quien se puede imaginar muy bien a un tiranuelo tan desalmado como aquél al que quiere derrocar.

Desde el efectivo prólogo (por cierto, muy buenas las imágenes de ese terremoto con tsunami que destruye Los Angeles), 2013 se desarrolla con una soltura narrativa que nunca decae. Kurt Russell recupera la prestancia que le dio Carpenter en sus primeras películas: su colaboración en el guión podía hacer temer un absoluto servilismo hacia su personaje, pero no sucede. Eso sí, mantiene, como un guiño imprescindible, su característica manera de caminar moviendo los hombros como si estuviera abriéndose paso en medio de una inexistente multitud, su gesto indiferente ante el efecto que su condición mítica despierta en quienes lo reconocen o los evidentes juegos de referencia (su primera frase en el film es, otra vez, «Llámame Serpiente», pero esta vez, al final, recuperará su nombre original de Plissken). Al mismo tiempo, la puesta en escena de Carpenter remansa con su impronta de clasicismo, de dominio del arte narrativo, la apariencia posmoderna de sus imágenes. El resultado es admirable: utilizando para bien las limitaciones de una condición de partida nada grata, 2013: rescate en Nueva York se erige como una magnífica película, revulsivamente crítica sin caer nunca en el sermón gracias a la cobertura de su entramado pulp, tan divertida como rabiosamente entretenida.

[Quien no conozca el final de una o las dos películas debe dejar de leer aquí]

El mundo al diablo, por el Serpiente

Por supuesto, ambas películas culminan con un final memorablemente nihilista, en el que el Serpiente manda al mismísimo diablo a ese mundo que ha pretendido utilizarlo, del modo más «sucio», con la excusa de una causa «limpia». En 1997, el Serpiente cambia la grabación del discurso de paz del presidente por el de una de las cochambrosas cassettes del taxista Ernest Borgnine, condenando supuestamente a todos a la guerra: es impagable el plano que muestra el estupor de Donald Pleasence, mientras Plissken se aleja, encendiendo un cigarrillo, y aplastando con una pisada la cinta con el verdadero mensaje.

Pero en 2013, el Serpiente incluso se supera, puesto que en esta ocasión la amenaza que debía conjurar era mayor: mandar el mundo a la Edad Media tecnológica y obligar al hombre a recomenzar su lucha sobre el planeta. Y si en el primer film la conclusión tiene mucho de guiño mitómano, para ganarse la carcajada de la chavalería, en el segundo es de una coherencia y un pesimismo atroces: el gesto final del Serpiente no es un mero acto de cara a la galería, sino la manifestación del desprecio que le merece una civilización moderna en la que la tecnología ha acabado utilizándose para mejor sojuzgar al hombre, y donde tanto el Primer como el Tercer Mundo están invalidados por el mismo veneno moral, donde los pobres no son portadores de nobleza por el mero hecho de ser pobres. Y hay que tener valor para atreverse, en el mundo de lo políticamente correcto, a lanzar semejante conclusión, que termina por demostrar que, con sus irregularidades, John Carpenter es algo más que uno de los mejores ejecutores del cine fantástico moderno.

FICHAS DE LAS PELÍCULAS

Título: 1997: rescate en Nueva York / Escape from New York. Año: 1997.

Director: John Carpenter. Guión: John Carpenter y Nick Castle. Fotografía: Dean Cundey. Música: John Carpenter y Alan Howarth. Reparto: Kurt Russell (El Serpiente), Lee Van Cleef (Hauk), Donald Pleasence (El presidente), Ernest Borgnine (Taxista), Harry Dean Stanton (Cerebro). Dur.: 101 min.

Título: 2013: rescate en L.A. / Escape from L.A.. Año: 1996.

Director: John Carpenter. Guión: John Carpenter, Debra Hill y Kurt Russell; personajes de J. Carpenter y N. Castle. Fotografía: Gary B. Kibbe. Música: John Carpenter y Shirley Walker. Reparto: Kurt Russell (El Serpiente), Steve Buscemi (Eddie “Mapa a las Estrellas”), Peter Fonda (Pipeline), Cliff Robertson (El presidente), Georges Corraface (Cuervo Jones). Dur.: 101 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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4 respuestas a De 1997 a 2013: el Serpiente al rescate en Nueva York y L.A.

  1. benariasg dijo:

    Nunca había visto 2013: Rescate en L.A. precisamente por esa fama de película «repe» que tenía; pero es verdad que tiene un punto interesante, sobre todo por la radicalidad anti-sistema (a dos bandas), aunque también cae en muchos tópicos del cine de lobos solitarios. Creo que Kurt Russell no encaja demasiado bien en el papel, resulta un poco «camp» para mi gusto (en «La Cosa» sí lo hace fenomenal, sin embargo). Tiene buenos momentos, como el de la clínica de injertos, o cuando la chica le quiere convencer de que allí no se está tan mal y justo entonces la balean. ¡Qué mala leche! Jaja. Ahora tendría que revistar la de 1997, que la tengo muy difusa.

    • johncobble dijo:

      A mí Kurt Russell me encanta en «La cosa», es su mejor interpretación, pero su Serpiente también me parece excelente: en su día, cuando vi la película por primera vez, de hecho, se convirtió en uno de mis héroes favoritos. Un día (pero dentro de tiempo) tengo que hacer la experiencia de ver 1997 y 2013 seguidas, a ver qué me parecen entonces. Ahora mismo, es la segunda la que me gusta más, pero la sensación sorpresa de la primera es irrepetible.

  2. silvia dijo:

    2019: Tras la Caída de Nueva York con gran parecido…

    • El éxito de «1997: rescate en Nueva York» provocó un aluvión de imitaciones en Italia, país con gran tradición en esta materia. Luego llegó «Mad Max», y también tuvo sus correspondientes copias, incluso mezclando estas dos películas. No he visto la que me citas, pero yo diriía por el argumento que tiene cosas de ambas.

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