En Café Montaigne: Érase una vez en América

Poster de Erase una vez en AméricaLos testamentos cinematográficos, en general, no existen. Raro es el director que cierra su carrera, de modo consciente, con una película en la que pretende concentrar una última vez la esencia de su cine: por lo común o no lo dejan seguir trabajando por edad o se muere antes de tener otra ocasión. Es un concepto creado, como casi siempre, por la mitomanía cinéfila o por los estereotipos críticos. Sin embargo, hay ocasiones en que, de modo impremeditado, la última película de un realizador condensa las claves de su concepto del cine de modo eminente. Así sucede con Érase una vez en América, la última película de la tristemente corta filmografía de Sergio Leone, un hombre que tan solo firmó siete trabajos en el curso de veintitrés años, de 1961 a 1984. Para colmo de males, este título postrero supuso un enorme fracaso comercial: su sueño de filmar por fin un trabajo íntegramente norteamericano se tropezó con las infamias habituales de los estudios cuando se las ven ante una obra que los desconcierta y que resulta inesperadamente heterodoxa. Hollywood creyó que Leone les iba a facturar una especie de El Padrino (además, con Robert DeNiro como protagonista) y se encontraron con una reflexión sobre el tiempo y la memoria, organizada en varios segmentos temporales y con una sofisticación narrativa a la que no estaban acostumbrados. Por tanto, la cortaron e incluso, en Europa, la dividieron en dos partes. Leone falleció pocos años después, sin poder montar ningún otro proyecto. Le habría emocionado, desde luego, saber que en pocos años, su película se convertiría en una obra de culto, primero, y en un trabajo reivindicado como uno de los últimos grandes títulos del cine americano (y mundial, claro), después. Hace pocas semanas he conseguido verla por primera vez en pantalla grande, con el metraje más fiel posible, y el resultado, como antes en las emisiones televisivas, me ha dejado con la boca abierta. En la revista digital Café Montaigne intento justificar el porqué de esa fascinación, que convierte este trabajo en la tercera cumbre de la carrera de su autor, después de las inolvidables El bueno, el feo y el malo (1966) y Hasta que llegó su hora (1968), siendo, como estas, una muy particular mirada del director italiano sobre dos géneros tan propiamente estadounidenses como el western y el cine de gangsters. Y cómo no considerarlo, en efecto, un testamento cuando culmina esa arrebatadora concepción del cine que tuvo su autor: una relación entre imagen y música, como siempre de Ennio Morricone, que solo puede calificarse de simbiótica; una muy particular cadencia de la escena; un dibujo fascinador de personajes a partir de las particulares presencias de los actores (solo falla, claro, un actor del que se podrá decir lo que sea, menos que tiene presencia en el sentido clásico del término, DeNiro); una genial interrelación entre el hiperrealismo escenográfico y el onirismo puro que inesperadamente emana de ese tratamiento…

Érase una vez en América o la fábula del infeliz que creía en la amistad

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About Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 Responses to En Café Montaigne: Érase una vez en América

  1. Avatar de Teo Calderón Teo Calderón dice:

    Disponiendo de un presupuesto millonario del que hizo un suicida empleo, el autor de HASTA QUE LLEGÓ SU HORA se entregó con la parsimoniosa concentración de un ilustrador chino a la estilizada, fetichista y minuciosa reconstrucción de una época y unos ambientes por los que, en efecto, siempre sintió una indisimulable fascinación. Así, las sórdidas andanzas de unos individuos inmersos en el mundo del hampa serán las piezas desordenadas de un puzzle narrativo ciertamente audaz en el que además la puesta en escena, tenebrista y barroca, optó por una extrañeza visual no exenta de belleza que, por momentos, llega a rozar una estética felliniana (véase la secuencia de las boyas o el baile espiado de Jennifer Connelly en el almacén).

    Por otro lado quiero traer a colación que, en su día, viendo el desenlace de ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA, me vino a la mente una película de 1968 dirigida por Hubert Cornfield titulada LA NOCHE DEL SIGUIENTE DÍA . En aquella, esa pirueta final venía a sugerir que todo lo contemplado hasta ese momento podría haber sido el sueño (o premonición) de uno de los personajes. En esto, creo se adelantó a la película de Leone que aquí se comenta. O tal vez no he sabido interpretar correctamente ese último plano de Noodles en el fumadero de opio.

    Bueno, ya lo apuntas en tu comentario, por razones puramente mercantiles, el film fue en su día dividido en dos partes que se exhibieron por separado, contribuyendo así a la fractura de unidad y ritmo. Tengo entendido que tras el primer montaje definitivo la película alcanzaba las seis horas de duración, por lo que los distribuidores americanos, asustados, presionaron para que se redujera el metraje. A partir de ahí, Leone se vio obligado a suprimir cerca de dos horas, con lo que el personaje que interpretaba Louise Fletcher desapareció por completo y el de Darlanne Fleugel quedó notablemente reducido.

    Un saludo.

    • El plano final de DeNiro en el fumadero de opio, con la expresión absolutamente colgada yo lo interpreto, antes que como la indicación de que el sombrío futuro de Noodles es un sueño, como el último momento de felicidad (felicidad artificial, como corresponde a semejante perdedor) antes de despertar y despedirse, precisamente, del pasado.

      He buscado información sobre esa película que me dices y me encuentro, sobre el papel, con un bocado apetecible, al menos por su reparto (y no me refiero a Brando, sino al genial Richard Boone y a la maravillosa Pamela Franklin más la estupenda Rita Moreno), vaya cuarteto extraño reunido para la ocasión. Ahora bien, menuda sorpresa: al revisar mi fichero de películas descubro que la adquirí, en dvd, hace unos cuantos años y que estaba sepultada en una estantería. La he puesto al alcance para verla en cuanto tenga ocasión.

      Por último, como digo en el artículo, en esta ocasión he conseguido ver el último montaje, con veintitantos minutos inéditos. Ahí aparece Louise Fletcher, en el papel de la encargada del cementerio donde Noodles visita el lujoso panteón que alguien construyó en memoria de sus tres amigos, muertos la famosa noche. No creo que este personaje aparezca en otra escena, y su aparición no es muy relevante. Sí se cuentan más cosas de Darlanne Fluegel, en especial el modo en que ella y el protagonista se conocen, con lo cual sí que esas imágenes resultan importantes. En la parte final se incluyen dos momentos, uno extraordinario (la actuación de Deborah, en el papel de la Cleopatra de G. B. Shaw, tras la cual es cuando Noodles la visita en su camerino) y otro innecesario del todo (una secuencia en la que aparece otro personaje del pasado, el sindicalista encarnado por Treat Williams, y Leone, que mejor no haber conocido nunca).

      Un abrazo y gracias por tu sugerente comentario.

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