Andanzas y fábulas de Álvaro Cunqueiro

Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas, de CunqueiroSeñala Andrés Trapiello, en frase ya famosa, que los escritores de derechas ganaron la guerra civil pero perdieron los manuales de la literatura. En el caso de Álvaro Cunqueiro, es probable que hablemos de un derrotado por partida doble. Cunqueiro optó por una escritura que de inmediato se ganó la reprobación de la ortodoxia ideológica como literatura de «evasión». En un momento en que triunfaba (entre la crítica) el compromiso literario, bien trabado a esa corriente realista que siempre nos han querido hacer creer que es la esencia de la cultura española, el gallego publicaba fábulas protagonizadas por unos personajes llamados Merlín, Ulises o Sinbad, que transcurrían en escenarios en apariencia medievalizantes, en realidad atemporales, y que demostraban un notable amor por los cuentos y por el uso de un lenguaje plagado de imágenes sensoriales. Como mucho, a Cunqueiro se le aplicaba el tópico de que, por su origen gallego, era inevitable su tendencia a la fábula y a las concesiones a la pura imaginación. «¡Soñar es muy cansado!», dice el personaje de uno de sus libros, y otro responderá: «Pero es lo más antiguo que hay». El hombre aprendió a soñar antes que a hablar, es la lección que nos transmite el escritor, pero sus personajes no son meros soñadores que cierran los ojos y dejan vagar la imaginación, sino hombres para quienes la fabulación es la sustancia de la que está hecha la realidad. El errante Ulises, que aspira a encerrar el mundo en mil historias, el sabio Merlín, para quien lo maravilloso es mera costumbre, el impaciente Sinbad contemplando el mar que tal vez no vuelva a surcar pero que sabe que siempre estará dentro de él o el melancólico rey cuya existencia es la eterna espera de un hombre que se llama Orestes son avatares eternos de ese ser infinitamente complejo que todavía espera que alguien recomience el relato y pronuncia las palabras que siempre justificarán a la humanidad: érase una vez…

Álvaro Cunqueiro nació en Mondoñedo (Lugo) en 1911. Y aunque nos dicen que murió en Vigo, en 1981, en realidad sigue allí, en su pueblo natal, sentado y con las piernas cruzadas, encarnado en una estatua de bronce en un extremo de la Plaza de España, contemplando la fachada oeste de la catedral que adorna esta localidad. Cunqueiro había destacado como poeta y como galleguista (conservador, pero partidario de la autonomía para su región: hizo propaganda a favor de su estatuto, cuyo referéndum se celebró, con resultado favorable, justo en vísperas del Alzamiento). Como se sabe, el golpe triunfó en Galicia desde el primer momento y llegó para Cunqueiro el momento de la palinodia, de la marcha atrás, de la entrega al Movimiento Nacional. Tuvo la suerte de tener buenos amigos dentro del frente cultural del bando franquista (por ejemplo, los catalanes que luego fundarían la emblemática revista Destino, donde verían la luz muchos de sus artículos), de tal modo que no tardaría en estar publicando en la revista falangista Vértice o en el periódico ABC. En castellano, por supuesto, él, que hasta la guerra solo había publicado en gallego.

La estatua de Cunqueiro en MondoñedoConcluido el conflicto civil, Cunqueiro se trasladó a Madrid para seguir colaborando en los medios del régimen. En 1943, sin embargo, un oscuro incidente relacionado con la compra de una partida de papel lo llevó a caer en desgracia: fue expulsado de Falange y, un año después, del Registro Oficial de Periodistas, lo que significaba comprometer su futuro profesional en la prensa. El escritor regresó a Mondoñedo y se refugió entre sus amigos, a muchos de los cuales había conocido en sus tiempos galleguistas durante la República, por ejemplo a Francisco Fernández del Riego, abogado e intelectual, y fundador de la editorial Galaxia, con la que se pretendió recuperar la cultura en lengua gallega en esos tiempos oscuros del franquismo.

Cunqueiro publicaría en Galaxia su primera novela, Merlín e familia (1955), que él mismo trasvasaría al español dos años después como Merlín y familia. El camino abierto lo continuaría con As crónicas do sochantre (1956), cuya traducción castellana —realizada por Fernández del Riego, de la que al parecer no quedó satisfecho, de modo que el resto de sus novelas en galego las traduciría de nuevo él mismo—, Las crónicas del sochantre, recibiría el Premio Nacional de la Crítica de 1959. El siguiente capítulo, escrito por primera vez en castellano, fue Las mocedades de Ulises (1960). Al año siguiente vería la luz, de nuevo en gallego, Si o vello Sinbad volvese ás illas, convertida poco después en Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas (1962). En este cuarteto descansa la obra más conocida del autor, si bien tiene alguna más dentro de las mismas coordenadas. De ellas, en este artículo también hablaré, pues me parece una coda fundamental, de Un hombre que se parecía a Orestes, premio Nadal de 1968, escrita otra vez en español.

Merlin e familia, de CunqueiroLos títulos indican claramente quiénes son los pobladores de sus libros. Sin embargo, la perspectiva a que los somete el autor es francamente original: Cunqueiro no intenta «contar» su historia, ni mucho menos los somete a desmitificación, ese concepto que no iba a tardar en hacer furor en todos los medios artísticos. Lo que hace es convertirlos en el centro de unas fábulas de libérrima heterodoxia, en las que son y a la vez no son esos personajes que ya nos pertenecen a todos, sino una puerta de entrada a un tipo de ficcion que podríamos llamar fantasía cotidiana. Es decir, el abundante número de prodigios o maravillas, de seres imposibles y de sucesos legendarios que pueblan sus páginas están ahí como si fuera lo más natural que existieran, conviviendo en un plano doméstico con los personajes, digamos, «reales». Es más, diríase que el escritor solo nos cuenta un poco de todo lo que podía contar: el resto deja que sea el propio lector el que lo imagine. Cunqueiro, por tanto, crea una atmósfera de familiaridad en la que, más que suceder cosas, se relatan cosas: sus fábulas difícilmente llamarán la atención del mero amante de la literatura de género, de fantasías heroicas, espadas y brujería o mitos reconstruidos.

Por ello, Merlín y familia no es, desde luego, una novela situada en el ciclo artúrico. El Mediterráneo que recorre Ulises no es de la Odisea ni el mundo helénico por donde marcha Orestes el que acaba de ser conmovido por el final de la guerra de Troya ni los puertos y las islas que evocan Sinbad son los de las Mil y Una Noches, aunque también lo sean. En realidad, el lugar donde se sitúan estos personajes es el del ensueño. Un ensueño apacible, del que está ausente toda hybris, toda tensión: si los mitos de origen son mitos también de conflicto y de violencia, Cunqueiro renuncia a ellos. Si sus personajes están hambrientos de algo, es de relatos, de historias: de sueños.

Todas las obras señaladas poseen una misma estructura. El personaje se sitúa en un entorno reconocible: Merlín en su casa de Galicia donde recibe a cuantos vienen a solicitar sus conocimientos de magia para resolver algún hechizo o maldición; Ulises en el Mediterráneo, recorriendo sus rincones ávido de conocimiento; Sinbad en su casa colgada sobre el puerto de la apacible ciudad de Bolanda, ya marinero en tierra que sueña con lo que el joven Ulises recorre en su exultante mocedad. En torno a esta situación de partida los personajes centrales se encuentran con muchos otros de los que reciben o con los que comparten historias. Cada libro, de hecho, es un rimero de relatos, a veces tan exiguos como un párrafo o incluso una oración, que se suceden unos a otros, sin sujeción a ninguna estructura argumental, aun cuando en alguno de los libros haya algún pequeño hilo al que el autor recurre a conveniencia.

Ulises, por BonamyNo debe pedirse a estas fábulas, por tanto, que sitúen a sus personajes en el ámbito ortodoxo (geográfico y cronológico) de su respectivo mito. De hecho, el tiempo y el espacio se convierten en sustancias flexibles según interesa a su demiurgo: en Merlín y familia, por ejemplo, se menciona a la Bella Otero, el tren, la novela Pablo y Virginia de Bernardino de Saint-Pierre, de 1788, o se especula acerca de quién mató a Prim. Aun así, Cunqueiro sitúa a sus personajes sobre un suelo medieval, incluso a Ulises, y de ahí la constante presencia de lo cristiano, pero no en su sentido religioso sino como otra referencia más del mundo lleno de prodigios por el que se mueven los héroes. Así, Ulises recibe su nombre tanto del personaje homérico —su padre se llama Laertes, su tierra natal Ítaca, la muchacha a la que decide desposar Penélope— como de un presunto San Ulises, inventor del remo y del «deseo de volver a hogar», que supongo que no se encontrará ni en la Leyenda Dorada.

Una atmósfera de apacible divagación impregna sus obras, entreverada además por un humor tranquilo y socarrón. Siendo en general breves, no se dejan leer de un tirón pues esa sugestión evocadora invita constantemente a dejar el libro a un lado y dejarse mecer por las impresiones que nos ha provocado una anécdota o un personaje. Es fundamental el uso de un lenguaje que juega con la musicalidad de las construcciones y los términos arcaicos, o cultos, o sencillamente en desuso, por no hablar del evidente placer que, se nota, le produce el mero acto de escribir nombres extranjeros o ya poco utilizados. En buena medida, este particular efecto está íntimamente trabado con su condición bilingüe, con la constante confusión entre las dos lenguas que vivió —él decía que, incluso para escribir en español, concebía las imágenes literarias en gallego— y por el modo en que trasvasaba e incluso reelaboraba sus obras desde la lengua de su tierra para la versión castellana. De hecho, seguramente solo Las crónicas del sochantre pueda calificarse de traducción ortodoxa, al estar realizada por otra mano diferente a la suya, pero el Merlín y el Ulises, según los especialistas que las han comparado y estudiado, son en realidad nuevas versiones. Para el curioso, incluyo algún enlace en el que puede observarse esta cuestión.

Todos los libros, por cierto, concluyen con un índice onomástico donde se repasa a cada uno de los personajes aparecidos, con mayor o menor extensión, a lo largo de la novela. Este índice no se limita a recordarnos el nutrido dramatis personae, sino que sintetiza con encanto literario sus características o sus actos principales. Es una coda deliciosa con la que despedirnos de cada fábula.

Torrente Ballester, otro genio gallego del siglo veintePor todo ello, Álvaro Cunqueiro se constituyó en una figura al margen de escuelas y de corrientes. Como se sabe, esta característica puede singularizar notablemente a un escritor o hacer que sea menospreciado, cuando no directamente postergado, entre unos contemporáneos que se benefician de poder ser encuadrados bajo alguna etiqueta (el tiempo demuestra que, fuera de los grandes creadores, esto último suele ser garantía de olvido para el futuro). Se ha dicho: Cunqueiro pertenece a la estirpe de artistas que siempre irán por libre, como un Borges, del que debe ser considerado más un compañero de armas literarias que un discípulo (solo hay un libro, el Orestes, en que puede hablarse de cierto influjo, como ahora diré), o su coterráneo Gonzalo Torrente Ballester, a quien le une la misma incontinencia imaginativa, sea o no por su común raíz galaica, y que también fue silenciado durante años, si bien su reivindicación no llegó tarde y tuvo tiempo de recibir el adecuado aplauso popular.

En el recuerdo, es fácil trabar unos libros con otros: no me refiero a sus personajes centrales, claro, sino a la sustancia narrativa, de tal modo que en la memoria uno puede creer que pertenece al Sinbad una determinada anécdota y sorprenderse de que estaba en el Merlín. Aun así, como es lógico, pueden señalarse elementos que personalizan cada fábula.

El encantamiento de Merlin, por Burne-JonesMerlín y familia se sitúa en la misma Galicia. Hay topónimos ficticios, comenzando por esa selva de Esmelle donde se halla el entorno en que vive el protagonista, pero también otros muy reales (Lugo, León) que no dejan lugar a dudas. ¿Qué hace Merlín en territorio galaico? Cunqueiro nos lo cuenta por medio de un narrador interpuesto, el niño Felipe de Amancia, paje y mozo de cuadra, que realiza esa evocación desde sus años de adulto, convertido en barquero mucho después de que el sabio haya regresado a su Bretaña natal. Instalado en un lugar llamado Miranda, en compañía de doña Ginebra (de quien se dice que «era viuda de un gran rey que murió en la guerra»), Merlín atiende a gente diversa pero importante de toda Europa que llega a su casa para consultarle acerca de toda clase de hechizos y contingencias que sufren. La corte de visitantes, aparte de nobles, eclesiásticos y toda clase de sirvientes o embajadores de gente principal incluye también esa galería de enanos, hechiceros de postín, demonios, sirenas y demás criaturas fantásticas que componen una fauna entrañable en esta y en todas las historias del gallego. En Merlín y familia aparece otro de los rasgos estilísticos del autor: la magia enumerativa de objetos, animales, sustancias maravillosas y, cómo no, productos de la más variada gastronomía. Entrar en este relato que desprende una bella modestia a la par que una sustanciosa ambición sensorial significa quedar prendado para siempre por el encanto del universo de Cunqueiro, y animarse enseguida a buscar más.

La siguiente novela, Las crónicas del sochantre, sí se sitúa en la Bretaña real: de hecho, el autor presume en una coda final de haberse documentado fielmente para situar el paseo que sus personajes hacen por aquella región, todo ello sin haber necesitado conocerla personalmente. Es el relato menos anclado en el mito y la leyenda, lo que no quiere decir que no participe del mismo aroma y estructura de los restantes: sencillamente, no hay ninguna figura de la tradición común a todos que organice la fábula. Esta se sitúa en los primeros años de la Revolución Francesa. Su protagonista, Charles Anne de Crozon, es el sochantre (o sea, director del coro de la iglesia local) de la aldea de Pontivy, que un buen día es reclutado por una compañía de difuntos para dirigir el canto en el funeral de uno de ellos. Fascinado, o quién sabe si hechizado, compartirá con ellos itinerario y experiencias (se insiste, especialmente, en lo gastronómico) en esa carroza donde viajan al estilo del Judío Errante —aunque es evidente que lo que hace Cunqueiro es reformular a su modo la muy gallega Santa Compaña—, oyendo mil historias de ellos y de todos cuantos se los encuentran, hasta regresar con el tiempo a su morada, donde descubrirá que todo ese tiempo fue suplantado por un demonio doméstico que asumió su apariencia para que nadie advirtiera su ausencia. Confieso que Las crónicas del sochantre me parece el menos afortunado de los libros del autor: aunque contiene, por supuesto, momentos espléndidos y personajes afortunados, no alcanza esa belleza evocativa de los demás, y tal vez la razón sea en que su lenguaje parece más convencional, lo que vendría a señalar que Cunqueiro necesitaba ser su propio traductor (o reformulador) para estar a la altura de sí mismo.

Las mocedades de Ulises, en DestinoLas mocedades de Ulises tiene una estructura algo más elaborada que los anteriores libros, quizá por la propia complejidad del mundo clásico que Cunqueiro, con notable erudición, reconstruye. También hay un hilo dramático inédito que recorre la trama. Ulises es hijo del carbonero Laertes, de Ítaca, pero su vocación será el mar y su padre acepta que parta en la goleta La joven Iris con el piloto Alción para recorrer el Mediterráneo. Estamos ante una novela de aprendizaje, pero no de un oficio o de un concepto de la vida (al estilo del clásico bildungsroman) sino de una vocación. En Ítaca abundan los narradores, y el pequeño Ulises se sentirá fascinado desde pequeño por la capacidad de fabulación que tienen algunos hombres, que él mismo acabará desarrollando hasta ser él quien imagine las historias no ya para entretener a quienes le rodean sino para transformar su mundo. A la vez, Cunqueiro efectúa un apasionante recorrido por buena parte de los mitos griegos, adaptados a ese particular ámbito cronológico que, insisto, mezcla lo antiguo con lo medieval e incluso con lo moderno. El juego entre los seres reales y sus nuevos avatares llega a ser apasionante, al par que noblemente lúdico: por ejemplo, al escuchar que el vendedor de espejos Edipo acabó quedándose ciego, se dice que tal vez esto sucediera por portar «el nombre antiguo y desdichado». Pero también asoma a ratos, una ráfaga inquietante. El Viaje como concepto de vida, que tanto abrazan los personajes de Cunqueiro, puede tener un reverso tenebroso, como revela la historia de ese príncipe que, siguiendo la tradición de su reino, emprende un largo viaje por la ecúmene y cuando vuelve ya es viejo y no solo nadie lo recuerda, sino que él mismo ha perdido toda noción de sí mismo.

En este sentido, Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas supera a las anteriores y se erige como la culminación del ciclo. No niego que a esta impresión contribuye mi propia sugestión por los escenarios de la fantasía oriental pero también que, en esta ocasión, Cunqueiro tiene la ocasión de encender un fósforo en un lugar donde ya se acumulan deslumbrantes e inflamables maravillas. Las imágenes verbales y las invenciones narrativas se acumulan con una fluidez tranquila pero incontinente en verdad memorable. Lo expresa bien un personaje al decir, por ejemplo, que «hay adjetivos que, dichos de una cosa, en el instante mismo la aumentan de precio». Y Sinbad lo demuestra al decir que el retal amarillo que lleva bordado en un camisón es tan llamativo que podría calificarse de levantisco. Ahora bien, el rasgo que singulariza este relato sobre los anteriores es su capacidad reflexiva. Cunqueiro añade ahora un matiz crepuscular inédito en las otras fábulas. El Sinbad que pasa sus años de madurez en el puerto de Bolanda, evocando una y otra vez sus viajes en la tertulia de marinos (todos ellos viejos y retirados del mar como él), es bien consciente de lo irreversible de aquellos tiempos, por más que se aferre a la ilusión de que todo puede comenzar de nuevo, que un rico armador está construyendo un barco en la lejana Basora para el que cuenta con él como piloto. De hecho, alarmado de la falta de noticias, o de la vaguedad de las que llegan a través de sus múltiples corresponsales, el mismo Sinbad acabará emprendiendo el viaje al mítico puerto (por tierra, a lomos de una burra) y al llegar allí descubrirá que todo no ha sido sino ilusión. Con justicia, el triste regreso a casa del protagonista ha sido comparado con la vuelta del derrotado Don Quijote en el final de la obra cervantina.

Un hombre que se parecía a Orestes, de CunqueiroAunque entre medias publicó una obra compuesta por distintos retazos, algunos compuestos en los años cuarenta pero no publicados y otros de nueva composición, bajo el título de Flores del año mil y pico de ave (1968), el colofón de este ciclo fabulesco de su obra, tanto por culminar y a la vez depurar su estructura a base de historias que van tejiendo un espeso tapiz como por suponer una maduración del registro dramático, es Un hombre que se parecía a Orestes, cuyo mero título ya me parece afortunado.

La acción se ubica en Micenas y el punto de partida es el mismo del mito clásico. Clitemnestra y su amante Egisto asesinaron al rey Agamenón a su regreso de la guerra de Troya. Orestes, el hijo, escapó dispuesto a vengar el crimen. Ahora bien, la originalidad del planteamiento es que estos acontecimientos sucedieron hace muchos años y, sin embargo, siguen condicionando el presente de la ciudad y de sus gobernantes y ciudadanos hasta el punto de erosionar y degradar sus existencias mientras todos esperan a que Orestes arribe de una vez. De hecho, los actos de gobierno en todos esos años se han limitado a levantar una red de espías y funcionarios encargados de vigilar la llegada de cualquier forastero que se «parezca» a Orestes (de quien se teme no reconocer su apariencia adulta ya que marchó siendo tan solo un niño), y han sido muchos los extraños que han acabado en las cámaras de tortura, siendo ejecutados o asesinados aun cuando sus atormentadores ya estaban convencidos de que no eran quienes esperaban que fuesen. En la parte final, la historia pasa a ser contada desde el punto de vista de Orestes, que también envejece mientras está en camino, mas es un camino sin final, que él mismo llena de meandros mientras cree cumplir los designios que marcó para él su hermana Electra, esforzándose por tejer una serie de noticias y presagios que, en teoría, deben preceder su llegada a Micenas. Mas nadie casi recuerda ya dónde está Micenas…

La novela recoge abiertas influencias. En cuanto a Borges, su célebre cuento La casa de Asterión (cuyo protagonista es un Minotauro sometido a la misma mirada existencial que Orestes). Pero también, de modo muy evidente, el Hamlet de Shakespeare, obra que no en vano es una variante del mito griego. Cunqueiro sintió especial atracción por este personaje, al que dedicó incluso una obra teatral. Ahora bien, Un hombre que se parecía a Orestes es ante todo una incursión en un tema que siempre me ha fascinado particularmente, el de la Postergación. Es decir, la espera de algún acontecimiento que se dilata indefinidamente hasta que llega un momento en que esa espera se convierte en el centro de unas existencias que se han anquilosado irremediablemente y sin que haya ya posibilidad de regeneración o restablecimiento, aunque sus protagonistas no quieran admitirlo. Esperando a Godot, de Beckett, diversos libros de Julien Gracq o Dino Buzzati y múltiples relatos de Henry James comparten el mismo legado de este Orestes.

Cunqueiro declaró una vez: «Si mis libros pretenden algo, será el mantener esa dosis de fantasía que el hombre necesita para vivir. Yo no me escapo de la situación del hombre de mi siglo. Simplemente creo que tanta importancia como tenga la realidad cotidiana, la tienen, por ejemplo, los mitos, que no son cuentos, aunque mito signifique cuento, sino respuestas que están ahí». Ningún escritor necesita justificar su obra; esta se basta a sí misma. La de Álvaro Cunqueiro no necesita de proclamas. Se nos ofrece al paso con modestia. Nos reclama con un título sugerente o, al albur de unas páginas hojeadas, con una imagen afortunada. Si el lector curioso se detiene, le garantizo que habrá ganado un amigo para toda la vida, un amigo íntimo, que nunca nos molestará con énfasis ni imposiciones morales. Un amigo con el que compartir un ensueño.

Alvaro Cunqueiro

 

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About Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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6 Responses to Andanzas y fábulas de Álvaro Cunqueiro

  1. Avatar de Pablo Testa Pablo Testa dice:

    Excelente nota. Me dieron ganas de leer a Cunqueiro, que no lo conocía (o lo escuché nombrar y lo habia olvidado). Suenan muy interesantes los libros y las historias. Grandes personajes en una forma propia de ser contados. Me gusta.

    La idea de la «desmitificación» como una obligacion para la literatura es un poco contradictoria, una confusión de lo literario con la investigación social e histórica. La ficción puede ir más allá de la crónica histórica.

    • Cunqueiro era uno de estos escritores cuyo nombre me era familiar (hace treinta años sus libros se encontraban con facilidad en España) pero nunca hice el menor esfuerzo por leerlo, y es curioso que una «tontería» como pasar por su pueblo y hacerme gracia su estatua me acabaran animando a comprar el volumen de sus novelas sobre mitos. Espero que te guste si lo lees. Si te gustan los mitos y personajes que él retoma, el placer incluso será mayor, como me ha pasado a mí.

      Un abrazo y muchas gracias.

  2. Avatar de Renaissance Renaissance dice:

    No hace mucho lei As crónicas do sochantre, y en ella, aunque el conexto histórico es más presente y determinado, tiene cierta cualidad de ensueño: la Bretaña de la revolución francesa es muy similar a cualquier aldea del norte, la procesión de muertos se rige por unas normas muy específicas que los convierte en algo vivo, pero sujeto a limitaciones, y sobre todo, esos criados demoníacos que parecen más pícaros funcionarios. Me quedan pendientes por el momento el resto, especialmente Merlin e familia.
    Lo cierto es que en los sesenta y 70 se desarrolló en gallego una corriente bastante interesante en literatura fantástica, mucha de esta, inspirándose en la tradición local: las historias de aparecidos o lobos (el animal, pero al q se le atribuye una astucia humana) de Anxel Fole o los relatos de Rafael Dieste son una muestra, aunque temo que estos no han sido traducidos al castellano.

    • En general, los buenos conocedores de Cunqueiro y de Galicia dicen que todas sus novelas, incluso la de Sinbad, y aunque tengan otros nombres, transcurren en territorio gallego. En el caso de «Las crónicas del sochantre» con más motivo puesto que el paisaje bretón y el galaico a la fuerza tendrán mucho en común por pertenecer al mismo clima oceánico. «Merlín y familia» es encantadora, tanto como ese traslado del mago de Camelot a una Galicia aquí con todo el nombre. Espero que te guste al menos lo mismo.
      Gracias por las recomendaciones. De los dos nombres, el de Dieste lo conozco de oídas y creo que figura en alguna antología que tengo de literatura fantástica española. Miraré a ver.

      • Avatar de David P. Ugalde David P. Ugalde dice:

        Efectivamente, tanto Dieste como Fole están representados en la «Antología de literatura fantástica española» que público Valdemar hace muchos años. De segunda mano conseguí la edición bilingüe en Austral de «De los archivos del trasgo», de Dieste, y «De cómo me encontré con el demonio en Vigo y otros cuentos», de Fole. Dos maravillas para hacer compañía a Cunqueiro. Un fuerte abrazo!!

  3. David, esa antología justamente la tengo, con lo que me has facilitado la tarea de buscar. ¡Muchas gracias!

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