La noche a través del espejo: alcohol, crímenes y Alicia en el País de las Maravillas

La noche a través del espejo, edición de Reino de CordeliaHay un placer literario que muchos compartirán conmigo. Se trata de la expectativa de una obra maestra que todavía no hemos leído, pero que sabemos que existe. Es decir, una novela de un autor que amamos y de la que tenemos las mejores referencias pero que, por la razón, que sea, aún se nos ha escapado. En mi caso, me pasa, por ejemplo, con Crimen y castigo, de Dostoyevski, o con los dos últimos libros de cuentos del padre Brown, de Chesterton. Pero hay otro placer que incluso es más deleitoso aún. Se trata del súbito descubrimiento de una obra maestra ignorada, es decir, de un libro (o una película) de cuya existencia nada sabíamos hasta que un buen día cae en nuestros manos y nos deslumbra de modo absoluto. A mí me acaba de suceder con una novela titulada La noche a través del espejo, obra de un autor al que sí conocía y valoraba, pero sin exageraciones, como Fredric Brown. Se trata de una historia excepcional, un policiaco con puro ambiente de cine negro rural que, sin embargo, rebasa los márgenes del mero noir para proponer una joya que al tiempo que respeta las reglas clásicas del género las tensa por medio de un fascinante juego intelectual que nunca cae en lo pretencioso, y que encima tiene como foco, como indica el título de la novela —el español tanto como el original, Night of the Jabberwock—, el inolvidable díptico de Lewis Carroll sobre Alicia y el País de las Maravillas.

Unas palabras antes de nada acerca de Fredric Brown. Nacido en 1906 y muerto en 1972, Brown fue uno de tantos escritores norteamericanos que se curtió en el pulp, si bien pertenece a la generación que ya vio cómo esta forma de literatura popular entraba en decadencia. Como informa Juan Salvador en el prólogo de la magnífica edición de Reino de Cordelia que ha rescatado esta novela (traducción, espléndida, de Susana Corral), Fredric Brown «fue autor de 22 novelas de misterio, 5 de ciencia-ficción, una autobiográfica y cientos de cuentos, algunos de ellos ultracortos, de entre una y tres páginas». Su obra policiaca es, por tanto, de mayor extensión que la fantástica. Esta última fue editada, hace pocos años, por Ediciones Gigamesh, en cuatro volúmenes, dos dedicados a los relatos y otros dos a las novelas. De estas es especialmente conocida (y la recomiendo también con viveza), Marciano, vete a casa, un libro ideal además para asomarse al particular mundo del autor, en el que conviven tanto la originalidad argumental como el humor cáustico. En él, Brown narra la clásica historia de invasión extraterrestre desde un planteamiento descacharrante: los marcianos son aquí una plaga cansina de hombrecitos verdes e intangibles que se limitan a aparecer en el momento mas imprevisible y a molestar lisa y llanamente a la humanidad, fastidiando en los momentos más delicados, divulgando sus más íntimos secretos y haciéndose insufribles…

Volviendo al libro que nos ocupa, debo reconocer que resulta imposible hacer una reseña exhaustiva, como a mí me gusta (y por lo que algunos amigos me regañan…), sobre un libro de esta naturaleza (como, en general, sobre cualquier historia de intriga o misterio), pues revelar cualquier dato fundamental sobre el mismo, como es lógico, sería una faena y lo que quiero es incitar a su lectura. Aun así, y sin dar más datos que los imprescindibles para situar sus coordenadas básicas, voy a intentar señalar por qué merece la pena leerlo.

Reciente edición de Marciano, vete a casa, por BibliópolisComo indica el título, la acción transcurre a lo largo de una única noche en una pequeña localidad de eso que llaman el «Medio Oeste» de los Estados Unidos, un lugar llamado Carmel City, en el estado de Illinois, cuya ciudad más importante es Chicago. El cine negro puede servirnos como referencia para imaginar Carmel: es el mismo tipo de localidad tranquila, aburrida, insignificante, cuyo peligro, en ocasiones, puede estribar en que ese tedio vital pueda haberse enquistado, en sus habitantes, bajo la forma de un veneno moral que espera la menor ocasión para hacer daño. O bien, otras, en que ese lugar en ninguna parte sea el refugio para gentes de vida violenta cuyo destino fatal está en provocar problemas allá por donde van. Recordemos títulos como Retorno al pasado (1947, Jacques Tourneur), Los amantes de la noche (1948, Nicholas Ray) o incluso películas más recientes como Fargo (1996), de los hermanos Coen.

La relevancia de esta novela comienza por su magnífico personaje protagonista y narrador en primera persona, sin cuya hondura psicológica, claro, no hubiera sido lo mismo. Ese protagonista se llama Doc Stoeger —no es médico, como indica en determinada ocasión: tiene un doctorado en literatura— y es el director desde hace 25 años del semanario local, el Carmel City Clarion.

Doc Stoeger no es el clásico perdedor de tanta historia negra norteamericana —una figura, atractiva en un principio, que acabó por convertirse en un tópico—, no es un hombre caído, es un hombre amodorrado. Un hombre inteligente, con cultura (simbolizada en su pasión por Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll), con principios. No un cínico encallecido que rumia su fracaso y espera una oportunidad de asomar la cabeza a costa de lo que sea. Pues esa noche en que se sitúa la acción es la noche de un jueves, es decir, el día en que se cierra la edición del Clarion y, como todos los jueves de los últimos 25 años, Doc Stoeger se lamenta de que el semanario vaya a salir al día siguiente sin una sola noticia interesante más allá de las convenciones locales que lleva publicando año atrás año: reuniones sociales.

Hay un fragmento maravilloso, en el capítulo II, en el que Doc vuelve a su casa desde la redacción y, mientras hace el mismo recorrido que lleva haciendo tantos años, contempla cada rincón de las calles de Carmel que atraviesa con esa mezcla de afecto cansado y fastidiosa desafección que nos producen esos lugares que está asociados a nuestro pasado y que al mismo tiempo nos importan pero desearíamos que no nos importaran tanto. Doc fue a la universidad, cursó estudios, tuvo ambiciones; pero acabó regresando al pueblo donde nació: el símbolo más perfecto de ese bucle vacío en que ha acabado convirtiéndose su vida es que vive en la misma casa donde nació, y que él mismo compró en cuanto tuvo ocasión (pues su familia la había vendido muchos años atrás). Es un hombre con pocos amigos —puesto que, pese a ser una persona de temperamento sociable, encuentra pocos seres afines a su sensibilidad en ese lugar—, que vive solo, rodeado de libros y que bebe más de lo que él mismo parece dispuesto a reconocer. (Como tantos grandes de la novela negra —recuerdo ahora mismo a Raymond Chandler—, Brown consigue que esa dependencia del alcohol no sea ni patética ni reprensible: es una característica más que explica a su personaje, sin la cual no podría ser explicado de la misma manera.)

Portada de la edición americana de The Night of the JabberwockPues bien, esa noche de jueves Doc vivirá, y en primera persona, un conjunto de pruebas a cuál más odiseica. Una noche que se inicia del modo más inesperado cuando recibe en su propia casa la visita de un personaje que responde al curioso nombre de Yehudi Smith y que se presenta demostrándole que conoce a fondo un par de monografías sobre Lewis Carroll y Alicia que él redactó en un tiempo inmemorial y cuando poseía más ambiciones. Smith afirma pertenecer a una organización, muy exclusiva, llamada las Espadas Vorpalinas —término extraído del poema del Jabberwocky, contenido en la segunda parte de Alicia, o sea, en Alicia a través del espejo—, formada por muy exclusivos expertos en la obra de Carroll y que esa noche van a reunirse en una casa en las afueras de Carmel City, una casa con fama de encantada y que lleva abandonada muchos años. A las preguntas del fascinado Doc Stoeger, Smith señala que la sociedad cree firmemente que las dos partes de Alicia no son una obra ficción, sino «reportajes». Es decir, que Carroll encontró el medio de viajar hasta una dimensión en la cual el País de las Maravillas es literalmente real. Dimensión que, de cuando en cuando, puede cruzarse con la nuestra: de hecho, Smith lleva como prueba un recorte de periódico en el que se habla del caso de un hombre que apareció con la garganta desgarrada… justo en el mismo sitio donde las Espadas Vorpalinas tuvo su última reunión.

Antes de que el lector de esta reseña se cree una falsa expectativa, tengo que aclarar que no: La noche a través del espejo no es una fusión de los dos géneros a los que Brown dedicó su obra. No es una combinación de fantasía y novela negra, por más que la atmósfera de que hace gala desde el primer momento posea una evidente cualidad onírica. Estamos ante una historia realista: aclaro, en la que no suceden hechos imposibles desde el punto de vista de eso tan prosaico que se llama realidad científica.

Sin embargo, hay que tener en cuenta el momento en que Doc recibe esa visita, y la propuesta de acompañar a Yehudi a la inminente reunión del grupo carrolliano: en mitad del camino de una vida que ha resultado mucho más anodina que la que imaginaba en su juventud, y que lo lleva a desear hallarse en medio de cualquier selva oscura. Dicho de otro modo, Stoeger, un hombre con los pies bien asentados en la tierra, a lo largo de esa charla —en la que, además, se trasiega buen whisky—, desea que, cuando menos, esa reunión suponga el pórtico hacia una aventura que lo compense por tantos años de aburrimiento. Y es justo lo que pasará. Pues esa noche, Doc va a recibir mucho más de lo que le había sido posible soñar, y que le permitirá cumplir su sueño dorado al frente del Clarion: tener una increíble cantidad de noticias de verdad con la cual hacer la edición de su sueño. Noticias de las que, eso sí, él mismo acabará siendo el protagonista indeseado hasta el punto no sólo de poner en peligro su propia vida sino de acabar siendo objeto de una persecución de la cual no entraré en detalles para no fastidiar la sorpresa.

Ven y enloquece, primer volumen de la ciencia-ficción de Fredric Brown en GigameshAhora bien, la genialidad de Brown consiste en que, conforme se van embrollando las cosas, y aunque ciertamente Stoeger acaba recibiendo mucho más de lo que esperaba a lo largo de esa noche, no será el personaje el que se vea sugestionado por la posibilidad de una aventura fantástica, irreal, imposible: fascinante. Sino el propio lector (en especial, claro, aquél que también sienta un especial interés por la Alicia de Lewis Carroll), quien se va dejando arrastrar por la atmófera, por el tono de ensoñación —para lo cual es fundamental la ubicación nocturna de toda su acción— y por la promesa de que, aunque enseguida el personaje de Yehudi Smith sea aparcado a un lado mientras los acontecimientos empiezan a marchar al galope, volveremos a él, asistiremos a la reunión de las Espadas Vorpalinas y descubriremos que, en efecto, el País de las Maravillas tiene alguna puerta a la que se puede acceder desde ese poblacho sin importancia del Medio Oeste.

Significativamente, la historia comienza con una pesadilla que está sufriendo el mismo Doc mientras echa un sueño en la redacción de su semanario, a la espera del cierre de la edición. Una pesadilla en la que, además, se le aparece nada menos que el jabberwocky, el monstruo que Carroll creó para ese poema paródico que está entre las páginas de Alicia a través del espejo. Monstruo rebautizado en algunas ediciones como el Fablistanón (Manuel Garrido para Cátedra) o el Galimatazo (Jaime Ojeda para Alianza), término este último elegido por los traductores de la versión doblada al español de la irritante Alicia en el País de las Maravillas (2010), de Tim Burton, y donde este engendro fabuloso acaba sirviendo para el combate final de esa película que tenía la muy dudosa gracia de emparentar a Lewis Carroll con Las crónicas de Narnia.

Al contrario que otros autores de género educados en el pulp, Fredric Brown no era un escritor amigo de escupir las palabras a medida que las iba necesitando para desarrollar sus argumentos. Su novela no solo está magníficamente escrita, sino que su estructura está muy pensada, por ejemplo en el uso de la perspectiva subjetiva del protagonista. Así, y desde las primeras páginas, Doc Stoeger va anticipándole al lector que esa noche, iniciada de forma tan anodina, acabará encerrando considerables peripecias: estremece un poco el que anuncie que ese sencillo policía al que intenta invitar a una copa hubiera salvado su vida en caso de haberla aceptado…

Uno de los grandes atractivos de La noche a través del espejo es la capacidad que demuestra Brown para hacer imborrable un personaje secundario a través de unos pocos detalles. Al igual que sucede con el eximio John Ford, si algo demuestra este libro es que para Brown no hay personajes pequeños: a todos cuantos aparecen en su historia les concede el instante de relevancia necesario para que el lector los haga suyo, los respete y entienda su necesidad para la credibilidad del personaje central. O bien, como éste, los deteste, como demuestra el escalofriante retrato que hace del sheriff Kates: por unos momentos, a la novela asoma esa América Profunda, enigmáticamente terrible, de las novelas de Jim Thompson.

Pero también resulta aún más digna de admiración la ecuanimidad en el retrato psicológico de su protagonista. Doc Stoeger, el cual, esa noche, recibirá un baño de humildad, que él mismo acepta con modestia, comprendiendo que eso lo hace mejor como persona. Pues para quien se considera una persona inteligente —y aunque desde luego no le guste alardear, está claro que, en ese pueblo «dormido», es fácil hacer suyo el viejo adagio de Azorín: «me estimo en poco cuando me examino; en mucho, cuando me comparo»—, acabará admitiendo que una buena parte de los problemas que se le vienen encima podía habérselos evitado de haber estado más perceptivo, de no haber dejado encallecer tanto su perspicacia natural. Mientras que algunos de esos tipos que él consideraba poco más que unos ceros a la izquierda lo sorprenden con su iniciativa, con su valor y con su lealtad: en este sentido, hay que estar atentos al retrato de Smiley, el dueño del bar a quien Stoeger suele hacer objeto de sus burlas (no sangrantes, pero tampoco cariñosas), y de su intervención a lo largo de la trama. La noche a través del espejo, por estas y muchas razones que el lector debe ir descubriendo por su cuenta, alcanza esa categoría tan difícil de definir pero que se distingue con facilidad: la de la obra distinta y excepcional, mejorada además por su categoría ética y por su mordacidad humorística (sin incurrir nunca, repito, en el fácil cinismo). Y donde brilla de modo excepcional eso que, en el fondo, es lo que hace que unas obras sean mejores que otras: el hecho de pasar cada nueva página con la alborozada expectativa de que lo que vamos a leer en ella sea igual o mejor que lo que dejamos atrás.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a La noche a través del espejo: alcohol, crímenes y Alicia en el País de las Maravillas

  1. Renaissance dijo:

    Había leído Marciano, vete a casa, además de su antología Pesadillas y geezenstacks, pero poco más. El argumento de este, y el humor ácido, ha sido suficiente como para que recupere a Brown.

    • Aunque irregular, «Marciano, vete a casa» es una gozada. Y lo mismo con los relatos cortos y los microrrelatos. No conocía ninguno de sus títulos negros, y ahora me entran ganas de leer más. En concreto, hay uno muy famoso, «The Screaming Mimi», que se ha editado en España con distintos títulos y cuenta con una película muy interesante de 1959, e incluso siempre se ha dicho que Argento la plagió, en parte, para su guión de «El pájaro de las plumas de cristal». Por cierto, lo raro es que no haya ninguna película sobre «La noche a través del espejo»: si el guión está casi escrito…

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