La insólita trilogía superheroica de Shyamalan

La trilogia superheroica de M. Night Shyamalan

Señala Mario Vargas Llosa que «todos los temas son reales si el novelista» (añado yo: el cineasta o el artista gráfico) «es capaz de dotarlos de vida, y todos irreales, aun la referencia a la más trivial de las experiencias humanas, si el escritor carece de ese poder de persuasión del que depende la verdad o la mentira de una ficción»1. Esta máxima debería aplicarla todo amante de la ficción, en cualquiera de sus modalidades, géneros y asuntos, pero lo cierto es que el fetichismo del «tema» suele ser la primera condición que nos ponemos para elegir una novela, un tebeo o una película: si decidimos que determinado tipo de género o de argumento carece a priori de valor, aun sin mayor argumento que alguna ojeada casual o el (des)prestigio de la tradición cultural, nada hay que hacer. De entre todos los géneros o temáticas, la del superhéroe parece irremediablemente confinada a las edades más tempranas de la vida (o peor, a gente «vulgar»). Por otra parte, el hecho de que este sea el género que ha dominado las taquillas del así llamado cine comercial en los tiempos recientes irrita aún más a sus detractores: alguien en principio tan cualificado como Martin Scorsese ha declarado que las películas de superhéroes no son cine de verdad. Olvidemos el género en su versión clásica, la heredada directamente de los tebeos, que tiene en las películas de Marvel a su máximo representante actual. ¿No es posible abordarlo desde una perspectiva que satisfaga las exigencias de un mínimo sentido del realismo para quienes desprecian e incluso detestan a los superhéroes? Un director que en sus inicios mereció los mayores parabienes propuso una película que se esforzaba en plantear la posibilidad de que los seres con cualidades sobrehumanas puedan existir en nuestro mundo jugando no la baza de la espectacularidad sino de la coherencia dramática. Se trata de M. Night Shyamalan y su película, El protegido (2000), un film ante el que muchos no supieron cómo reaccionar, si bien todavía se benefició del prestigio que el director tenía en ese momento. Más de quince años después, casi olvidado por los mismos críticos y cinéfilos que lo encumbraron (que lo encumbramos: me incluyo), Shyamalan realizó otro film sobre la excepcionalidad, Múltiple (2016), cerrando la propuesta con un encuentro entre los tres protagonistas de esas dos películas que tituló Glass (Cristal) (2019). Una trilogía que, con sus elementos discutibles, supone una coherente inversión (incluso subversión) del concepto propuesto por Marvel Studios que, cuando menos, deja claro que el superhéroe no es la figura unidimensional y pueril que tantos creen.

Soy un lector irredento de los tebeos de Marvel: en la infancia, en la adolescencia y en la madurez. Aunque sé bien que las reglas de este tipo de ficción resultan difíciles de aceptar para quien no las haya macerado en la edad de la ingenuidad, considero que tienen la misma capacidad que cualquier otro para alcanzar la densidad dramática necesaria para complacer la más severa exigencia intelectual y artística. Es otra de las múltiples puertas mediante las cuales se puede acceder al tema central de que tratan la ficción, el arte, la cultura en general: la infinita complejidad del ser humano.

Los superheroes Marvel del cineHe disfrutado también de su pase al cine en las dos primeras décadas de este siglo, si bien creo que ni de lejos este esplendor del Universo Cinematográfico Marvel ha dado lugar a obras a la altura de los mejores referentes del cómic. Por otra parte, el hiperrealismo que los efectos especiales actuales otorgan a las imágenes, su capacidad para dar «realidad» a cualquier cosa, me parece que introducen un profundo factor de irrealidad en el género, que en los tebeos se elude precisamente porque, incluso en aquellos cuyos autores se esfuerzan por ofrecer un arte más pegado a lo verosímil, la narración con dibujos nunca podrá alcanzar la mímesis con la realidad que consigue el cine.

Así, si en el tebeo me parece natural que el mundo en que viven los superhombres sea el mismo que el nuestro, en estas películas que aspiran a convencernos de lo mismo, me parece imposible. Cuando veo, en los clímax de películas como Los Vengadores (2012) o El hombre de acero (2013), que las grandes megalópolis de la Tierra son arrasadas en combates que en los cómics resultan incruentos, o asisto a una trama en la que la mitad de los habitantes del mundo mueren en el final de Los Vengadores: Infinity War (2018), y una vez solucionado el problema por los superhéroes «buenos» todos vuelven a sus labores diarias como si nada, yo me digo que no: que un mundo, una sociedad, en que existieran seres capaces de alterar tanto la vida de la humanidad (o sea, de la inmensa mayoría de los habitantes de la Tierra) no podría ser el mismo sin alterar profundamente sus leyes, sus instituciones políticas o, sencillamente, sus medios de defensa. En este caso, el realismo de las imágenes mata la realidad. Es decir, la realidad dramática, la famosa suspensión de la incredulidad.

Los superheroes Marvel del comic, por George Perez

Volveré luego a esta cuestión. Regreso a la primera película de la trilogía. El año anterior Shyamalan había obtenido una repercusión increíble con su película El sexto sentido que, en un momento en que el cine fantástico ya estaba dominado por el espectáculo basado en los efectos especiales, hacía una propuesta basada en el tratamiento «serio» de los elementos sobrenaturales. La sorpresa fue monumental y el boca a boca (seguro que justificado en buena medida por su famosísimo twist o sorpresa final) garantizó una repercusión crítica y, sobre todo, una respuesta comercial que no creo que nadie hubiera predicho antes del estreno.

En estos casos, el siguiente trabajo resulta siempre delicado. Delicado para el autor, que se ve ante el reto de confirmar, e intentar superar, el logro anterior. Y delicado para los espectadores, no digamos ya los críticos, pues inevitablemente su juicio tenderá a ser más duro según un principio típico de la profesión según el cual después de la generosidad sin límite llega el recelo desorbitado.

Un poster diferente de Unbreakable, El protegidoTal vez por eso, El protegido desconcertó considerablemente. Se alegó que Shyamalan había querido jugar sobre seguro, en la medida en que recurría de nuevo a la misma estrella protagonista de El sexto sentido, Bruce Willis, en el mismo registro interiorista (es decir, muy lejos de sus action heroes al estilo del John McClane de la saga de la jungla de cristal), proponía una premisa fantástica desarrollada de modo realista y en su amada Filadelfia, daba otra vez un gran peso al personaje de un niño muy cercano al adulto que no admite su excepcionalidad y, además, culminaba con otro final sorpresa que obligaba a reconsiderar cuanto se nos había contado hasta entonces. Para colmo, el tema que proponía tenía como eje central el tema de los superhéroes, y se refería sin complejo a esos tebeos que solo deben leer los niños. Pocos defendieron la película, claro. Sin embargo, el tiempo ha acabado revelando que la supuestamente excepcional El sexto sentido aguanta mal una revisión (inesperadamente, cuando se vuelve a ver conocida la sorpresa final, resulta más artificiosa de la cuenta) y, sin embargo, El protegido se erige en un film magnífico, que acaso sea la obra maestra de la filmografía de su autor.

Olvidándonos de su premisa fantástica, a la que ahora volveré, El protegido se plantea como un drama psicológico protagonizado por dos hombres sorprendidos en medio de una angustiosa crisis existencial que les lleva a cuestionarse sus vidas. David Dunn, vigilante de seguridad en el estadio de fútbol americano de Filadelfia, pudo haber sido una estrella profesional del mismo deporte pero cambió esa existencia por una vida familiar estable y tranquila que sin embargo ahora se está desmoronando, de tal modo que la tristeza lo domina de modo cada vez más insoportable. Elijah Price padece osteogénesis imperfecta, una enfermedad rara que hace extremadamente frágil su esqueleto, de tal modo que ha tenido infinitas roturas de huesos a lo largo de su vida. Una vida marcada por el dolor físico.

Shyamalan presenta a esos personajes en el momento en que David acaba de ser el único superviviente de un tremendo descarrilamiento ferroviario, del que incluso ha salido completamente ileso. Esto llama la atención de Elijah, un hombre que se ha construido una teoría surgida de su afición por los cómics de superhéroes (en su infancia, es un bonito detalle dramático, su madre, para conseguir que su hijo no se quedara ensimismado en casa, el único lugar donde se sentía protegido, le dejaba tebeos de ese género en distintos puntos del exterior). Elijah, de quien los niños se burlaban de pequeño llamándolo Don Cristal (Mr. Glass en el original), para hacerse fuerte ante tanta vulnerabilidad, necesita considerarse un ser excepcional. Ahora bien, los cómics le han enseñado que un ser excepcional tiene su equivalente especular en el mundo: si él es un hombre de cristal ha de haber en algún lado un hombre irrompible (Unbreakable es el verdadero título del film, que el español desvirtúa estúpidamente).

Genial Samuel L. Jackson como Don Cristal

Esa teoría no es producto de que, como don Quijote, haya enloquecido de tanta lectura fantástica (e infantil). De hecho, él considera el cómic de superhéroes un arte, y tiene una galería en la que exhibe ilustraciones de ese tema como en otras se exhiben pinturas (en una escena excelente, que agradeceremos siempre infinito quienes compartimos la misma pasión que Elijah, este se irrita notablemente con un cliente que quiere comprar una cotizada ilustración original… para regalársela a su hijito de cuatro años; «¡esto no es un juguete!», exclamará con rabia). Por tanto, su teoría nace del tremendo complejo que marca su existencia: la de temer haber sido un error de la naturaleza. Su razonamiento tiene el propósito de hacer trascendente esa aparente burla que es su cuerpo, pues esa idea en principio pueril de los contrarios es la justificación de su vida: para que haya un ser cuya excepcional invulnerabilidad pueda ayudar a los demás —es decir, convertirse en un héroe, en un superhéroe si se quiere: en un Protector, que hubiera sido mejor título, puestos a cambiarlo, que un Protegido— debe existir su opuesto exacto, el ser más vulnerable físicamente del mundo.

El Hombre Irrompible y su uniformeAsí pues, Elijah encuentra a David, lo somete a distintas pruebas y procura rendir las naturales objeciones de este (al contrario que Elijah, David es un ser sencillo y sin pretensiones), encontrando un aliado inesperado en su hijo Joseph: en un momento especialmente dramático, este, para conseguir que su incrédulo padre abra los ojos, está decidido a dispararle a bocajarro para demostrarle que nada puede dañarlo. David, que nunca ha enfermado, que tiene un instinto especial en su trabajo que lo lleva a intuir cuándo un espectador encierra una amenaza, acabará reexaminándose a sí mismo con detenimiento y conviniendo en que tal vez sí tenga un don especial: con un mero contacto físico, una visión interior le revela el propósito criminal del sujeto tocado (sin la clara explicación de esta capacidad —que se visualiza en imágenes, para que no haya duda alguna—, nada habría garantizado que David no sea otra cosa que un hombre excepcionalmente fuerte y resistente, con una tendencia innata a proteger a los demás: habrá quien piense, por tanto, que no era necesaria, y no seré yo quien lo discuta).

Así, su bautismo de fuego —en el que utilizará incluso el típico uniforme que distingue a los superhéroes, solo que, una vez más, bien realista: el holgado chubasquero que le protege esa noche lluviosa y cuya capucha salvaguarda su anonimato— lo llevará a rescatar a unas niñas del maniaco que se ha apoderado de su casa y matado a sus padres. Por cierto que la extraordinaria resolución de este combate entre el héroe y el criminal, resuelto en un único plano sostenido, deja en mantillas en cuanto a capacidad narrativa y fuerza dramática la retahíla de secuencias similares de las películas de Marvel y DC cuyos intercambiables directores creen que una escena de este tipo requiere filmarse con planos muy cortos y frenéticos que la mayor parte de las veces ni dejan ver con claridad su desarrollo.

Y no está nada mal el guiño que nos ofrece el director a los fans de Marvel: el nombre del protagonista, David Dunn, juega con la aliteración tal como acostumbraba hacer Stan Lee con los primeros personajes marvelitas (Peter Parker/Spiderman, Bruce Banner/Hulk, Matt Murdock/Daredevil…).

El primer combate del nuevo heroe

El protegido, por tanto, se revela como una bonita reflexión sobre la desdicha y sobre el inevitable deseo de autodefensa con que todos reaccionamos ante la infelicidad, que utiliza la cobertura de un acercamiento plausible al concepto de superhéroe, desde el punto de vista de su condición de ficción (de ficción que acaba proyectándose sobre la realidad). Por ello, su puesta en escena, apoyada en los largos movimientos de cámara y el estudio riguroso del encuadre —cierto que contaminada a veces de cierta tendencia al exceso de solemnidad o a la pretenciosidad—, carente del efectismo de los efectos especiales, valga la consciente redundancia, otorga a la propuesta ese registro íntimo y doloroso que exigía. Debe destacarse, por supuesto, la buena interpretación de Bruce Willis (a quien debe escucharse con su voz original: la estupenda voz de Ramón Langa, demasiado carismática, es excelente para dar cuerpo a John McClane pero se aviene menos con el mucho más terrenal David Dunn), pero sobre todo la verdaderamente excepcional de Samuel L. Jackson, que otorga una notable densidad a ese personaje al que el señalado giro final [–atención al spoiler–] sí convertirá en un perturbado (¡en un supervillano!), pues para encontrar a su doble especular ha sido el autor de distintas catástrofes plagadas de víctimas, comenzando por el mismo accidente de tren del que solo sobrevivió su hombre irrompible.

En los años siguientes, Shyamalan siguió realizando películas de contenido fantástico y desarrollo realista que todavía fueron recibidas con la debida repercusión (Señales, El bosque, La joven del agua), pero poco a poco fue dejando de parecer «diferente» e incluso a cansar. En ese momento, sin duda buscando un revulsivo, aceptó dos grandes producciones del mainstream que fueron muy mal recibidas (Airbender: el último guerrero, que adaptaba —oh, cielos— una serie de animación, algo que también arrebata toda «seriedad», y After Earth, esta al servicio del inefable Will Smith y su vástago) y terminaron por retirarle el crédito que le quedaba. Quince años después de El sexto sentido, M. Night Shyamalan parecía un cineasta amortizado

M. Night ShyamalanY sin embargo, no tuvo que esperar un tiempo en la «nevera» ni resurgir de sus cenizas en uno de esos comebacks que tanto gustan en Hollywood para presumir de segundas oportunidades. Volvió a ese cine de contenido fantástico más a ras de suelo, reduciendo los altos presupuestos de que había disfrutado en sus años de consagración y también las pretensiones que acompañaban a sus películas más famosas (que no la ambición ni esa puesta en escena que, para mí, posee una solvencia cinematográfica que comparten pocos directores modernos). Shyamalan nunca ha dejado de estrenar, con un ritmo más o menos de película cada dos años, solo que los medios han dejado de considerar un acontecimiento relevante esos estrenos.

Como ya he apuntado, yo mismo lo abandoné. Desde La joven del agua (que, por razones ajenas a mi voluntad, no vi entera pero que, de modo consciente, después nunca quise terminar) no había vuelto a ver ninguna película suya. Es más, confieso que apenas me esforcé en leer noticias de sus nuevos estrenos, de tal modo que ni siquiera recordaba la mayor parte de los títulos de las películas de esta última etapa. Un tardío remordimiento me ha llevado de regreso a El protegido y a recuperar estos títulos, que durante unos días me han devuelto la sensación de que, por agoreros que nos volvamos en muchos momentos (con mayor o menor justificación), el buen cine —el que sabe que su esencia, con independencia del «tema», depende de la puesta en escena, de la atmósfera y de la convicción dramática— sigue existiendo.

Excelente anuncio promocional de MultipleAnte todo, Múltiple se presenta como un formidable relato de suspense con atmósfera propia de terror a partir de una premisa inicialmente sencilla que poco a poco va revelando una inesperada complejidad conceptual: Kevin Wendell Crumb, un hombre que sufrió graves maltratos siendo muy niño a manos de su madre, y que ha dividido su personalidad en 23 identidades diferentes, secuestra a tres chicas de instituto y las confina en un incógnito subterráneo; poco a poco se irá vislumbrando que está a punto de emerger de su interior una vigesimocuarta personalidad, a la que los otros llaman la Bestia y que el secuestro tiene por objeto hacer que las muchachas (catalogadas como «impuras» por su normalidad) sirvan de alimento a ese ser cuya intención es castigar a la humanidad por permitir el sufrimiento que padecen sus miembros más indefensos. De hecho, poco a poco iremos descubriendo que la Bestia es algo más que otra identidad: es una mutación, una mutación resuelta sin necesidad de apabullantes efectos visuales: basta enfatizar el cuerpo desnudo y musculado de un absolutamente entregado James McAvoy, que además exhibe una gestualidad efectivamente bestial. Haciendo honor a su nombre, la Bestia es un ser más animal que humano, dotado de fuerza extraordinaria, que se desplaza a cuatro patas con gran velocidad y que incluso trepa por las paredes, más como un felino que como un insecto. Por tanto, ese «alimento» ha de entenderse en sentido tanto simbólico como literal.

Shyamalan cuenta esta historia progresivamente alucinante mediante diversas narraciones paralelas que van desgranando los angustiosos intentos de fuga de las muchachas, los recuerdos de una de ellas (Casey, encarnada por la excelente Anya Taylor-Joy), las progresivas sospechas de la veterana psiquiatra que trata a Kevin y que lo creía estable y la descripción de las principales personalidades de ese conjunto dispar que se da a sí mismo el nombre de La Horda. Jugando estupendamente con las posibilidades dramáticas de los pocos escenarios y con la progresiva claustrofobia que invade las imágenes a medida que progresa la historia, Shyamalan nos recuerda una sencilla lección: una idea no inquieta porque sea inquietante sino porque inquiete su traducción en imágenes (el memorable arranque del film, que cuenta el secuestro de las chicas, es una inmejorable presentación, con su uso del punto de vista de Casey en el interior del coche).

La personalidad multiple de la Horda

La emersión de la Bestia lógicamente nos recuerda El protegido: estamos una vez más ante un ser con capacidades sobrehumanas. Pero el vínculo no se queda en la superficie. Múltiple entra en conjunción con su precedente al hacer que la infelicidad extrema sea el matiz que marca esa transformación. De ahí la bonita idea de que, asesinadas sus compañeras, cuando la Bestia tiene ya en sus manos a Casey, la cual se ha resistido de forma inesperada porque pese a su corta edad la vida le ha enseñado a ser dura, descubre que su piel presenta múltiples huellas y laceraciones: ella es otra víctima (los flash-backs han ido describiendo momentos de la infancia de la muchacha, a quien ya se presentó al principio como una chica distinta de las demás). Ella, en suma, es «pura». Y la Bestia la dejará vivir, huyendo de la policía que había acabado por localizar el escondite, el cual, significativamente, está en el zoo de Filadelfia (una vez más Filadelfia).

Y una sorpresa para acabar [–vuelvo a alertar de spoiler–]. En un bar de la ciudad, unos clientes contemplan en la tele la noticia de la liberación de Casey. Una mujer afirma que el asunto le recuerda el caso de otro perturbado de muchos años atrás, pero no da con su nombre. «Don Cristal», responde un hombre que desayuna a su lado. Es David Dunn.

Excelente anuncio promocional de Glass. CristalEl paso lógico será Cristal (Glass), estrenada tres años después, en 2019. Shyamalan une en ella a los personajes de las dos películas previas: en cómic, a esto se le llamaría crossover, o sea, «cruce». La acción se sitúa apenas tres semanas después de la anterior. La Horda sigue suelta y se han producido más secuestros y muertes. Entonces interviene el héroe oculto de Filadelfia, al que la prensa da el nombre indistinto de Protector o Guardián Verde (por el color del famoso chubasquero). Es decir, David Dunn, el hombre irrompible. En apenas media hora, con envidiable síntesis, Shyamalan establece todas las coordenadas necesarias. En primer lugar, nos cuenta que David, viudo, es ahora dueño de una tienda de equipos de seguridad que regenta junto con su hijo Joseph (el mismo actor, ya adulto, Spencer Treat Clark), y con la plena colaboración de este sigue utilizando su don para proteger, en la medida de lo posible, a sus conciudadanos. Con rapidez (lo que pensado fríamente no es muy creíble, pero la narración de Shyamalan lo compensa), David localiza a las secuestradas, las libera y combate a la Bestia. Pero el resultado es inesperado: unas fuerzas especiales intervienen y apresan a ambos, conduciéndolos a una institución mental, el Raven Hill Memorial. Allí son atendidos por la doctora Staple (Sarah Paulson), la cual quiere curarlos de su pretensión de tener poderes extraordinarios, que achaca a una sugestión compulsiva. Y allí está encerrado también, desde quince años atrás, Elijah Price, reducido por los sedantes a un estado medio catatónico. ¿O no…?

El guion de Cristal (Glass), no cabe duda, es el más frágil, el más inestable de los tres que componen la trilogía. Shyamalan acelera demasiado la acción, de modo convincente en el arranque, ya lo he dicho, pero después más bien discutible. El inteligentísimo Don Cristal, siguiendo como siempre sus teorías sobre la relación entre la realidad y la ficción de superhéroes, piensa liberar a la Bestia y a David Dunn para que estos, como en los cómics, celebren un emblemático combate en la cumbre, que tendrá lugar además durante la inauguración del nuevo y más alto rascacielos de la ciudad, donde además hay una planta química que él volará, culminando así su serie de catástrofes.

Don Cristal tiene un ultimo plan maestro

Ahora bien, cuando esta trama, a la que uno asiste con estupor pero bien agarrado a la silla, parece entrar en el terreno del disparate (el combate estalla, cierto es, mas a las puertas del Raven Hill Memorial), un elemento inesperado entra en acción. Y este elemento precisamente parece pensado para responder a ese reparo al que me refería acerca del incongruente hiperrealismo de las películas de Marvel: ¿en serio todo sería igual si existieran seres con tanto potencial para alterar la vida corriente? Shyamalan responde que no, y su respuesta es la más desoladora, pero también la más lógica: los seres normales reaccionarían abortando tajantemente esa anormalidad.

[Quien no conozca el final de la película, y por tanto del planteamiento urdido por el director, debe dejar de leer aquí]

La doctora Staples tiene un plan, pero Don Cristal tiene otro

La doctora Staples en realidad pertenece a una organización humana —cuyos miembros se identifican por un trébol negro tatuado en la mano— que tiene por objeto la localización y eliminación de los seres con capacidades sobrehumanas, cuando advierten que estos van a convertirse en una amenaza para el resto. Es mera supervivencia: el hombre no puede permitirse verse reducido a ser el Neandertal de unos nuevos Cromagnones. Y sus actos no son los de gente conscientemente malvada aunque, por supuesto, sus implicaciones constituyan una perversión del concepto de humanidad: he ahí el escalofrío que despierta la premisa. De este modo, es la doctora la que ha manejado la situación con objeto de vaciar la escena de testigos (con la excusa de la protección del resto de médicos y enfermos) y que sus fuerzas especiales puedan ejecutar de modo implacable a la Bestia, Don Cristal y David Dunn (en el primer film, Elijah había establecido que el agua era el punto débil del hombre irrompible, su kryptonita, y por ello este será literalmente ahogado). El mundo se salva así de esos seres impredecibles, y la doctora se dispone a partir para una nueva misión, pues se deja claro que aquellos tres no son únicos.

El regreso de David Dunn, en GlassAhora bien, en la conclusión Shyamalan vuelve a incurrir en su vieja debilidad por el twist, por el retorcimiento sorpresivo del aparente final. Unas palabras casuales escuchadas, no por nada, en la tienda de tebeos donde ha entrado para conseguir material de documentación antes de su marcha, iluminan súbitamente a la doctora: unas palabras acerca de cómo las mentes maestras, los supervillanos de primera categoría, siempre guardan un último as en la manga. ¿Tal vez ha sido ella la manipulada por el inteligentísimo Don Cristal? (Esta deducción es innecesaria en términos argumentales porque ese plan oculto no precisa que ella lo adivine antes —es demasiado tarde— pero, como revelación shock, magnifica con inteligencia los actos de Elijah y crea unas formidables expectativas para asistir a la conclusión). En efecto, el hombre de cristal, consciente de que era imposible salvar sus vidas ante gente de intenciones tan implacables, es quien ha manipulado a la doctora para que esta cubriera la institución de cámaras que permitieran seguir, y grabar, todos los pasos de los tres condenados y, aunque ella ha creído que todas las grabaciones han sido eliminadas tras la conclusión del incidente, en realidad Elijah ha salvado una copia y ha dispuesto su transmisión simultánea por todos los soportes digitales posibles para que el mundo entero conozca la existencia de esos seres sobrehumanos que la organización del trébol quería silenciar para siempre.

Kevin y sus 24 identidades, Casey, David Dunn, Don Cristal. Seres desdichados, infelices, víctimas, verdugos también cuando la desdicha los conduce a la perturbación. Los héroes de Marvel y DC utilizan sus poderes, incluso aunque lamenten haberse convertido en seres sobrehumanos, para que la sociedad siga siendo la misma. M. Night Shyamalan propone que el dolor modifica profundamente la naturaleza humana: un ser excepcional no es un ser feliz; en el peor de los casos, es un monstruo horrible. Y el ser humano no puede permitirse más monstruosidad que la que queda confinada en un tebeo (en dibujos o en imágenes) en el que al final siempre ganan los buenos. Yo seguiré disfrutando cada vez que Los Vengadores detengan a Thanos o que Spiderman ajuste las cuentas a su viejo enemigo el Duende Verde, pero agradezco infinito a M. Night Shyamalan que Don Cristal exista para recordarnos que, en la realidad, en esa realidad que los efectos digitales, por verosímiles que sean, solo pueden reproducir superficialmente, el bien y el mal son conceptos que los seres humanos utilizan para definir lo que, interesadamente, han decidido que es normal o que no lo es.

Don Cristal, la Horda y el Protector

1 «Novela primitiva y novela de creación en América Latina», artículo recopilado en El fuego de la imaginación. Obra periodística I (Alfaguara, 2022, pgs. 59-60).

Avatar de Desconocido

About Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
Esta entrada fue publicada en Miscelánea de cómic, Superhéroes Marvel y etiquetada , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

2 Responses to La insólita trilogía superheroica de Shyamalan

  1. Avatar de Renaissance Renaissance dice:

    Mi opinión sobre Shyamalan es parecida: El sexto sentido supuso un giro no solo por su desenlace, sino por presentar un guion, más que de terror, de suspense, mucho más sobrio y cercano en lugar de los despliegues de efectos especiales. Tras varias películas, esperar «su giro final» dejaba de ser novedoso, y aunque The last airbender en su momento no me pareció tan mala como la ponían, me pasó algo similar a tí con La joven del agua: hoy recuerdo más esa película por una aparatosa gotera que empezó a echar agua a borbotones en la cocina de casa mientras estaba viendo la película, pero apenas me acuerdo de su argumento o momentos destacables. 

    De su «vuelta», La visita me pareció una película muy sencilla y efectiva, que es tan inquietante (aunque también dependa de cierta suspensión de la credibilidad) que puede verse de nuevo aún conociendo su desenlace. 

    Y su trilogía de superhéroes es un enfoque tan sencillo, tan poco espectacular, pero a la vez muy cercano a nuestra vida cotidiana. Convive perfectamente con la espectacularidad de un enfoque superheroico tradicional , pero plantea muy bien esa posibilidad de que haya humanos «distintos», vistos de forma general como una amenaza, y con habilidades mucho más sutiles. A David Dunn lo vemos evitando crimenes, pero tambien deteniendo a pequeños delincuentes e incluso a youtubers insoportables. Casey es una superviviente por sus propios medios, e incluso los supervillanos, por muy emotivo que sea su transfondo, han tenido la opción de elegir otro camino. 

    • A día de hoy he visto todas las películas de Shyamalan entre «El sexto sentido» y la última «La trampa»… menos esas dos presuntamente menos personales. Y a la vista del excelente nivel medio, me da que hasta «Airbender» y «After Earth» como mínimo se dejarán ver.

      Sin duda, la peor de todas es «La joven del agua». Cuando publiqué el artículo todavía no la había visto del todo (lo explico en algún lado), pero en días siguientes sí la vi, y me parece una tontería sin paliativos. Las películas que se conciben como «fábulas» son peligrosas, pues hay que transmitir una suprema convicción para que no parezcan un capricho, y aquí él no lo consigue. Ahora bien, entre «La visita» y «La trampa» no hay ninguna que no sea, como mínimo, entretenidísima. Me lo he pasado estupendamente con este ciclo que he hecho del director. Ahora intentaré seguirlo de estreno en estreno y no volverme tan perezoso.

Replica a Renaissance Cancelar la respuesta