American History X o la mirada equivocada

Cartel de American History XSon muchos los problemas que impiden que American History X sea la película definitiva sobre el moderno fascismo urbano que arraiga entre los jóvenes más desorientados, pero destacan sobre todo dos. Uno: el exceso de didactismo de su guión, que intenta llevar de la mano al espectador en todo momento, como desconfiando de que éste, por sí mismo, sea capaz de advertir el contenido que se nos desea transmitir. Dos: la forma de dirigir (o, como dicen los críticos, la puesta en escena) de su director Tony Kaye, que en su incapacidad para advertir que, en cine, el estilo es el mensaje, casi acaba glorificando aquello que pretendía denunciar. Ambos defectos son considerables, pues convierten la película en una gran decepción, teniendo en cuenta que partía de un planteamiento interesante, en el que abundan los aciertos argumentales y se encuentran magníficas intuiciones a la hora de explicar el nacimiento de las ideas fascistas en entornos «normales». Un planteamiento que incluso admitía cierta ingenuidad parabólica, en cuanto que su convicción dramática podía haber hecho perdonar lo débil que es su credibilidad psicológica. Por desgracia, el resultado es el que es: una denuncia del neonazismo convertida en un show visual más próximo al videoclip que al cine de verdad. Y todo por quebrantar una ley fundamental del cine: lo importante no es lo que se mira, sino cómo se mira.

Vamos por partes. American History X divide su argumento en dos tiempos narrativos: un pasado contado en blanco y negro, y un presente en color. (Precisamente, la primera señal de alarma la da esa fácil tentación por lo bonito de su elección cromática: y aunque no soy de los que creen que, por fuerza, toda película coetánea que apuesta por el b/n lo hace por pretensiones esteticistas… aquí, tristemente, es así, porque el director Tony Kaye se muestra en todo momento fascinado por cualquier tontería visual que quede bien.)

En el presente, Derek Vinyard, joven líder neonazi que fue condenado a tres años de prisión por matar a dos negros que intentaban robar su coche, sale de prisión y se encuentra con que su hermano menor, Danny, que lo admira hasta la extenuación, en el entretanto ha seguido su misma senda, convirtiéndose en un aventajado discípulo de skin head. El director de su instituto, Sweeney, negro para más señas, que vio perder a su hermano a pesar de sus brillantes cualidades, reacciona alarmado al ver el camino que está siguiendo Danny (acaba de entregar un trabajo a su escandalizado profesor de historia en el que reivindica el Mein Kampf de Hitler), y le exige, como condición para evitar la expulsión inmediata, que redacte esa misma noche un trabajo, titulado «Historia Americana X», sobre las circunstancias que condujeron a su hermano a prisión. Lo que Danny ignora es que en la cárcel Derek se ha regenerado y ha conseguido salir antes gracias precisamente a la ayuda de Sweeney, que cuenta con él para tratar de contener la fascinación de los jóvenes del barrio por el fenómeno de la Supremacía Blanca.

Los dos Edward, Norton y Furlong, como los hermanos VinyardAsí, las escenas en el pasado reconstruyen por un lado, desde el punto de vista del hermano menor, las andanzas de Derek como mano derecha y principal ejecutor de los designios fascistas del siniestro Cameron Alexander, el inductor en la sombra de los neonazis, el que los manipula y financia; y por otro, ahora bajo el relato personal del propio Derek, su odisea en prisión y su regreso a la luz.

Como señalaba, el planteamiento está bien trazado, en especial en cuanto al magnífico retrato de esa familia rota a partir de la muerte del padre (fallecido en acto de servicio —era bombero— cuando recibió un disparo tratando de apagar un fuego provocado en un barrio negro: cuestión ésta que se señala como la experiencia definitiva que condujo a Derek al neofascismo) y en el que existe una clara división entre los hombres (los dos hermanos), neonazis, y las mujeres (la madre y la hermana), de talante liberal, horrorizadas por la deriva de aquéllos, a la que asisten impotentes. División por sexos bastante ingenua, cierto, incluso muy políticamente correcta, pero que se encuentra entre esos elementos de ingenuo parabolismo que, como indicaba líneas arriba, funcionan bien.

Pues es aquí donde el trabajo de Tony Kaye —que, claro, también tiene sus cosas positivas— alcanza sus mejores momentos: en el estupendo retrato de la asfixiante atmósfera familiar desencadenada por la caída de Derek en el fascismo, bien afirmada por apuntes como la enfermedad, en apariencia mortal, de la madre o por la progresiva degradación del lugar donde han de vivir (de la bonita casa suburbana donde vivían antes del ingreso en prisión de Derek al antro a donde regresa éste, en el que ni siquiera hay habitaciones para todos y la madre debe dormir en el sofá, incubando su enfermedad pulmonar mientras fuma uno tras otro los cigarros que contribuyen a matarla poco a poco).

La mejor secuencia de toda la película, precisamente, pertenece a este bloque: la comida en la cual Derek discute con Murray, profesor judío de historia (el mismo que vimos al principio del film denunciando el trabajo de Danny al director Sweeney), sobre derechos civiles y minorías, sobre los incidentes raciales en torno al entonces famoso caso de abuso policial sobre el negro Rodney King, y concluye con un estallido de agresividad, incluso física contra su propia hermana, del joven escupiendo su racismo contra todos aquellos que no pertenecen a su modelo racial. El instante en que le enseña al judío Murray la enorme esvástica que se ha tatuado en el cuerpo es ciertamente el punto más álgido de la caída en el abismo de Derek (más que la escena de los asesinatos, ésta sí destrozada por la puesta en escena de Kaye). Resulta inolvidable el rostro perplejo del profesor judío, superado por el impensable abismo al que acaba de asomarse. Tony Kaye incluye entonces el mejor plano del film: Elliott Gould (magnífico) abandonando la casa de los Vinyard con desaliento, pasando por debajo de la enorme bandera norteamericana que ondea en el porche familiar, mientras suena el bonito tema lento de Anne Dudley en la banda sonora.

Edward Norton ante la quincalla nazi de su hermano DannyPor desgracia, si las escenas con el Derek neonazi poseen una enorme convicción, no resulta igual el proceso de redención de éste, que acaba por resumirse banalmente en la amistad con un negro simpático, que le ayuda a superar el rechazo que acaban provocándole los presos blancos de su cuerda, al comprobar que son unos meros delincuentes capaces de trapichear con aquellos a quienes desprecian por dinero y droga (también ayuda la catártica experiencia que supone la tremenda violación que sufre en las duchas a manos de éstos). Eso sí, justo es señalar que el personaje del negro simpático consigue despertar simpatía de verdad gracias a la buena interpretación del joven Guy Torry y el feeling que emerge con naturalidad entre él y Edward Norton.

Por otra parte, hay que reconocer que el segmento que tiene lugar entre rejas posee una enorme intensidad, pues resulta indudable que Kaye consigue impregnarse para bien de la noble tradición del cine carcelario de Hollywood, que convierte la prisión en un microcosmos en el que nobleza, picardía, vileza o, sencillamente, supervivencia conviven en un mismo plano y alcanzan la misma dimensión. Destaca especialmente la fuerza dramática que posee el insólito escenario del patio de la cárcel, situado en lo alto del edificio que es la prisión, circundado por una enorme verja de alambre: los planos aéreos lo convierten en una isla urbana que, a la vez, subraya su soledad pero indica que esos hombres aislados viven a un paso, sin embargo, de la vida «normal», en el mismo corazón de la ciudad.

Hablaba de afortunadas intuiciones en el retrato de las luces y sombras de esa «normalidad» que acaba albergando el fascismo. Casi hacia el final de la historia, Danny evoca un recuerdo, que señala dónde estaba realmente el huevo de la serpiente: en la figura del padre reverenciado, quien, sin la grosera mezquindad de Cameron, ya adentró al ingenuo hijo en las ideas de supremacía blanca que luego aquél pulió. Y es un acierto que esta revelación se muestre al espectador en una escena de comida familiar que, en apariencia, diríase el reverso positivo, por su apacibilidad y los buenos sentimientos que muestran todos los Vinyard entre ellos, de aquella en que Derek hizo alarde de sus ideas nazis ante el profesor Murray. Y que incluso ese progenitor racista, que recela de la influencia de ese negro (Sweeney) que tan buena impresión ha causado en su hijo, no parezca sino un buen padre, cariñoso, justo, cercano a sus hijos: no un monstruo de maldad. Pues lo terrible del racismo es que no arraiga desde la maldad sino desde el miedo a lo distinto.

Incluso [spoiler todo el párrafo], aunque pueda parecer muy efectista el final por su fatalismo estético —Danny acaba muriendo acribillado a balazos por un condiscípulo negro con el que mantenía un tenso enfrentamiento racial—, lo cierto es que encaja bien con la atmósfera de incontenible violencia de la película, e incluso se permite abrir un interrogante en el espectador que parecía haber asistido a un cuento de hadas negro con final redentor, poniendo de nuevo a Derek ante la posibilidad de una catarsis de odio. Fatalismo además bien expresado por las continuas miradas en derredor que lanza el protagonista mientras acompaña a su hermano al instituto en la mañana final: hay un buen momento que, en montaje paralelo a los prolegómenos de la muerte de Danny, muestra a Derek, solo en la calle, dominado por un recelo casi inexpresable, como si sintiera el aleteo del fatal presagio de lo que le va a suceder a su hermano. Eso sí, el espectador avisado que conoce las noticias publicadas a raíz del estreno de la película —el director Tony Kaye se quejó amargamente de que Edward Norton intervino en el montaje final para otorgarse un mayor peso estelar en el mismo— puede sospechar que buena parte del material descartado debía pertenecer al argumento que encaraba a Danny con el muchacho que acabará matándolo, que queda bastante desdibujado en el metraje final.

El problema de que todo esto, que en apariencia está muy bien, acabe decepcionando profundamente es que Tony Kaye (para más inri, también director de fotografía) convierta las imágenes de American History X en una apoteosis del videoclip, sin duda porque ese es su campo de procedencia. Ya el arranque de la película lo anunciaba, primero con ese prólogo en blanco y negro, sobre las imágenes de una playa en la que rompen unas olas (al ralentí) mientras una música con coro celestial se esfuerza en sugerirnos precisamente que vamos a asistir a una especie de parábola bíblica sobre el enfrentamiento entre la Luz y la Oscuridad.

Derek Vinyard, racista neonazi y as de la canastaPero el resto es peor: su decisión de otorgar más importancia a cada imagen aislada, a cada encuadre concreto, que al conjunto de la escena o de la secuencia, conduce a Kaye a un baño de narcisismo estético bastante estomagante. Que además, y ya lo indicaba líneas arriba, traiciona el mensaje que quiere contar el guión. Puede tener un pase la escena que es el ejemplo paradigmático de puesta en escena de videoclip: el partido de baloncesto en el cual Derek, convertido en emblema perfecto de la superioridad racial escupida por los discursos que Cameron pone en su boca, vence él solito a la banda de negros que les disputaba las pistas de baloncesto del barrio. Kaye rueda la secuencia como si fuera un spot a mayor gloria de alguna estrella del deporte, con lo cual acaba glorificando la figura del neonazi en un sentido que, ciertamente, resulta fascista, lo cual seguramente no era su propósito. Sin embargo, al tratarse de una secuencia rodada desde el punto de vista del admirativo Danny, encima ante una hazaña álgida de su hermano, incluso puede tener un sentido.

El problema es que muchos otros momentos de violencia neonazi están rodados igual, sin que aquí valga la misma excusa, y el ejemplo aquí es la secuencia —desdoblada por el montaje en dos partes— en que Derek mata a los jóvenes negros está rodado igualmente de tal modo que rodea al Vinyard mayor de una aureola legendaria (ese insoportable plano en que Kaye, bajo una luz «sobrenatural», nos deleita con el alarde físico del cuerpo musculado y repleto de tatuajes agresivos, convirtiendo un momento de denuncia en una glorificación de la belleza… aunque sea de un ángel oscuro). Aquí no puede hablarse de que es la subjetividad de Danny la que intenta expresar el director, porque en ese momento (como puede verse por la reacción del muchacho) también él está horrorizado ante lo que ha acabado sucediendo.

El catálogo de momentos esteticistas es abundante: el cansino abuso de las escenas en que Derek se ducha y el ralentí se empeña en fragmentar el agua gota a gota; la complacencia en mostrar la violencia como algo, una vez más, de atractivo estético y sin carga revulsiva en la escena del asalto a la tienda del coreano (las imágenes de la cajera negra rebozada en leche por sus asaltantes son vergonzosas); el exceso de encuadres horizontales con ojos de pez, con el propósito de crear un efecto claustrofóbico, sin duda, pero de modo equivocado; o la inevitable intercalación de imágenes en distintos formatos: siempre queda moderno mostrar escenas con diferente grano o con deterioro fino.

Curioso poster, nada conocido, de American History XDel mismo modo, el guión abusa de su pretensión de dejarnos bien claro lo que pasa en todo momento. Un ejemplo: cuando Derek, tras su catártica experiencia de la violación y su encuentro con Sweeney, comienza a leer los libros que le manda éste y su lectura le hace abrir los ojos. No parece bastar que la voz del protagonista nos lo narre, sino que se hace que Derek haga un aspaviento con la cabeza como confirmando su pensamiento. Otro ejemplo: cuando Derek se despide de su amigo negro de la cárcel y le dice entonces que sospecha que si ha conseguido sobrevivir esos últimos meses allí dentro (sin la protección de sus anteriores amigos blancos) ha sido por él. La despedida podía haber sido noblemente emotiva de haber guardado la elegancia de lo tácito, pero una vez más el guión se empeña en que los diálogos aclaren lo que quedaba sobradamente expresado. El subrayado siempre es el peor enemigo de la verdadera emoción.

Con todo, repito, la mejor cualidad de American History X es la intensidad general que posee su atmósfera y con ello el interés sostenido de la peripecia de los dos hermanos Vinyard, bien interpretados por los dos Edward, el más joven Furlong y el más maduro Norton… aunque la performance de éste, de puro virtuosa, denote en demasía la tentación de éste por ese exhibicionismo «escuela Robert DeNiro» —que pretende, al mismo tiempo, expresar con un solo gesto la tensión contenida y la tensa contención: lástima, pero James Stewart sólo hubo uno— al que este buen actor suele tender en más de una ocasión. También excelentes, en su mayor modestia, son las interpretaciones del resto del reparto, en especial de los veteranos Beverly D’Angelo y Elliott Gould.

Sin necesidad de los efectismos de la imagen, bastaba la pregunta puesta en boca del entregado profesor Sweeney para denunciar la falacia que supone el cómodo irracionalismo de los fascismos, cuando le dice al visitarlo en la cárcel: «¿Algo que hayas hecho ha mejorado tu vida?». El rostro de genuino dolor que muestra Norton cuando, al mirarse al espejo de regreso en su casa, intenta taparse el ahora vergonzante tatuaje de la cruz gamada que marca su pecho, lo expresa mucho mejor que cualquier plano al ralentí.

FICHA DE LA PELÍCULA

Título: American History X / American History X. Año: 1998.

Dirección: Tony Kaye. Guión: David McKenna. Fotografía: Tony Kaye. Música: Anne Dudley. Reparto: Edward Norton (Derek Vinyard), Edward Furlong (Danny Vinyard), Beverly D’Angelo (Doris Vinyard), Avery Brooks (Profesor Sweeney), Stacy Keach (Cameron), Elliott Gould (Murray). Dur.: 119 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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9 respuestas a American History X o la mirada equivocada

  1. Renaissance dijo:

    En el momento de su estreno, había sido muy reverenciada por su temática e interpretaciones, aunque se nota que con el tiempo, la primera no ha envejecido muy bien.
    Como curiosidad, en el mismo año se estrenó Pariah, también ambientada en el mundo del neonazismo. Su filmación es mucho más simple y menos cuidada pero siempre me dio la impresión de haberse filmado un poco a rebufo de American History X.

    • La verdad es que no tengo referencias de «Pariah». «American History X», en efecto, creo que ha envejecido bastante, y eso que yo no la vi en su momento en pantallas de cine, sino más tarde, en televisión. Lo curioso es que hasta sus dos protagonistas se han eclipsado. Norton sigue rodando, pero desde «El increíble Hulk» no le conozco un proyecto importante, al menos con él como protagonista. Y Furlong, curiosamente, después de esta peli no volvió a hacer nada relevante (aunque acumula muchos trabajos desde entonces…)

  2. jack78 dijo:

    Curioso que los «defectos» que tu señalas yo los considere virtudes que añadir a las que si le concedes al film.

    En cuanto a lo de que ha envejecido mal… me dejas sin palabras. Suelo revisarla cada poco tiempo y cada vez me parece a la vez mas vigente (por desgracia) y mas redonda.

    No obstante, interesante reseña.

    • Gracias, jack78. Vigente, seguro que lo está. Interesante, siempre (por distintas razones, suelo verla cada cierto tiempo, y nunca me aburre). Intensa, la mayor parte del tiempo. Pero su mayor defecto sigue pareciéndome que es el que demasiadas veces parece pensada para su proyección antes de un debate sobre el fenómeno que denuncia, y que por tanto quiere dejar muy claras cuáles son las claves del proceso de degeneración-regeneración de los Vinyard, sin meterse en sutilezas ni dejar espacios inciertos que creo que le hubieran hecho ganar mucho.

      • jack78 dijo:

        Para nada creo que este pensada con ese propósito, Jose Miguel (ni creo que tu lo pienses en serio). Y en cuanto a lo de las sutilezas, espacios abiertos y a dejar claras las claves de proceso de maduración del personaje… ¿Es eso un defecto? ¿Han de ser todas las historias iguales (sutiles y llenas de incertidumbres)? Por otro lado, el lado «preciosista» del film, como está filmado y montado, a mi personalmente ya me merece el visionado.

  3. No, claro que no, jack78: por supuesto que no todas las películas tienen que ir de sutiles por la vida… Pero a «American History X» creo que sí le habría sentado bien. No me convence la transformación del protagonista en la cárcel. Si algo queda claro en el Derek neonazi es que es un tipo que, sinceramente, se cree puro e inmaculado, una especie de mesías dominado por un fanatismo que no encaja bien con la rauda evolución que sufre en prisión: no me encaja en un esquema psicológico como el que retrata el film que le entren las dudas tan rápido y que esas dudas le hagan actuar de modo tan radical ante sus antiguos amigos.

    • jack78 dijo:

      ¿No te parecen detonantes suficientes para un cambio radical la traición a sus principios y la violación a que lo someten sus correligionarios neo-nazis? A mi me parece que solo con uno de los dos ya sobraba. Las dos juntas lo convierten en irreprochable.

      • No me lo parecen. Derek no se convierte en neonazi por influencia de Cameron o de los miembros de ninguna banda, sino por la insidiosa influencia paterna y la muerte violenta de ésta en circunstancias que parecen darle la razón. Que los neonazis de la prisión resulten ser antes unos chorizos que unos verdaderos «creyentes» no me parece suficiente. Y que lo violen, en todo caso, puede hacerlo cobrar odio por ellos, pero no por unas ideas que no pertenecen en exclusiva a estos. Lo lógico sería, por el contrario, que se reafirmara en su pureza apostólico. Y más increíble aún me resulta la amistad con el chaval negro, aunque, como digo en el comentario, el feeling entre los dos actores lo compensa, en parte.

      • jack78 dijo:

        Mira, en el instituto tenía un compañero neo-nazi que era amigo de una hija de inmigrantes congoleños (mas negra que Machín) y ella incluso bromeaba con que las palizas se las iba a dar ella a él. ¿Te parece increíble? Pues es verídico, tal cual.

        Descubrir que toda tu ideología es el mero escudo de unos criminales sin mas, puede llevarte a replantearte todos tus esquemas. Si a eso le sumamos que el único apoyo que recibes es de parte de personas de color, con la que además compartes mas cosas (interés por la lectura y el conocimiento-Sweeney; baloncesto-el compañero de talego) a mi me parece que el cambio, como ya te he dicho, está mas que justificado. Pero bueno, es mejor dejarlo estar.

        Un saludo.

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