Impresiones (4). El doble, de Fiodor Dostoyevski

4 El doble, primera versionSi hay un libro que justifica la tantas veces comentada vinculación entre el escritor ruso Dostoyevski y el escritor checo en lengua alemana Frank Kafka sin duda es El doble. El mundo de culpas incógnitas, de laberínticos procesos personales que no conducen sino a la destrucción, de opresión existencial del individuo ante esa masa que llamamos sociedad, ya se encuentra aquí en plenitud. Ahora bien, donde el autor de El proceso aplica un casi maniaco prurito de objetividad inexplicable que hace insoportablemente realista la pesadilla más inverosímil, Dostoyevski (que no pudo conocer a Kafka pero sí a Gógol) se recrea en la subjetividad más tortuosa, deteniéndose en las dimensiones más grotescas de la peripecia que narra, al borde siempre de la caricatura pero salvándose de caer en ella por su estremecedora lucidez final. Fue la segunda novela del ruso, tras la excelente acogida de Pobres gentes (1846). Su protagonista es un funcionario de baja categoría llamado Goliadkin que asiste asombrado a la irrupción en su vida de un individuo que se llama como él, que es parecido a él como una gota de agua (hasta el punto incluso de vestir la misma ropa) y que incluso consigue trabajo en el mismo negociado que él. Inicialmente sumiso y humilde, hasta el punto de que parece haber aceptado al Goliadkin «original» en guía y protector, el llamado Goliadkin menor o Goliadkin II enseguida se convierte en el tormento del protagonista, asumiendo (robándole) sus funciones y humillándolo en público delante de sus compañeros mediante un proceso que no cabe duda de que es un verdadero acoso.

Todo ello sorprende al infeliz funcionario mientras está viviendo un proceso de degradación que será familiar a todo lector de Dostoyevski, pues anuncia las crueles odiseas que vivirán personajes futuros suyos como el estudiante Raskólnikov o Dimitri Karamázov. Solo que si en todos estos late una chispa de nobleza que nunca los hunde del todo y contiene la esperanza de la redención, Goliadkin es un ser mezquino y suspicaz que es incapaz de concitar la simpatía de nadie, ni siquiera en los momentos en que el lector debería identificarse con su sufrimiento. Y ello es así porque las peroratas que se dirige a sí mismo, las cartas que escribe o las conversaciones que entabla muestran a un tipo reptilesco y servil, alguien que ansía un respeto (incluso un cariño, por qué no), un reconocimiento que sin embargo no hace nada (digno) por merecer. Goliadkin es un mero ser sufriente y el Dostoyevski de 1846 (antes de su transformación al misticismo como consecuencia de su condena) tenía claro que el sufrimiento no dignifica: que bien al contrario, lo normal es que envilezca. Cuando el escritor da vida a los arriba citados, su visión ya es muy diferente. Es prueba de su talento eminente que sea capaz de hacer convincente una y la contraria.

Ahora bien, ¿existe Goliadkin menor o es una mera personificación de sí mismo —una personificación mediante la cual puede contemplar, sin saberlo, su propia naturaleza degradada, ya sin el atenuante de la autocompasión? Dostoyevski no da respuesta. Hay momentos en que parece una alucinación que nadie ve más que él (en este sentido podría entenderse alguna de las conversaciones que tiene con su criado Petrusha) y otros en que su existencia material parece indiscutible, pues implica a cuantos le rodean en el ámbito profesional. Aun cuando el relato está construido en tercera persona (al escritor ruso le gustaba poco la narración en primera), es evidente que aquel está mediatizado por la perspectiva de quien en todo momento conduce la acción sin que se aparte jamás de su persona.

4 El doble, segunda versionLa clave tal vez se encuentre en el lamentable incidente que protagoniza al principio de la novela: su intrusión en una fiesta de esas gentes acomodadas entre las que se incluyen los altos funcionarios cuya posición envidia y de la que es expulsado ignominiosamente tras intentar sacar a bailar a la joven y bella hija del anfitrión (la tensión entre lo romántico y lo meramente sexual es uno de las obsesiones subterráneas que recorren toda la aventura del protagonista). Siguiendo el principio delirante que gobierna toda la obra, el lector nunca sabrá concretamente qué persigue Goliadkin, cuáles son los agravios que avinagran su vida, aunque se entiende que es la postergación injusta en que se le tiene dentro de la maquinaria gubernamental de la que supone un engranaje insignificante. En todo caso Goliadkin divaga y divaga y divaga sin que su discurso adopte más coherencia que la de repetir constantemente sus supuestos méritos (mas cayendo enseguida en la abyección de acabar buscando siempre, incluso cuando no tiene más interlocutor que él mismo, la conciliación más humillante). Pues bien, justo tras esa expulsión, en el memorable capítulo V, a orillas del solitario muelle fluvial, zarandeado por el viento, la nieve y la lluvia pero sin atender a esos elementos atmosféricos por cuanto lo invade la más absoluta desesperación, es cuando tiene la intuición de que alguien acaba de estar junto a él (el lector avezado de literatura fantástica entiende que ha emergido desde dentro de él) y enseguida se cruzará con un transeúnte que parece enredarse en su ruta y al que enseguida reconocerá como él mismo, como Goliadkin menor.

Desgraciadamente, los mismos representantes de la intelligentsia rusa que tanto había alabado su opera prima se sintieron desconcertados por su nueva obra, considerándola desmesurada, ineficaz, larga, cebándose especialmente en ese indudable elemento terrorífico, y lo hicieron con tal pertinacia que el mismo Dostoyevski acabó dándoles la razón, comprometiéndose a modificar su novela. Veinte años después lo hizo, convirtiendo así El doble, irónicamente, en una obra con doble identidad. La segunda es la que generalmente se ha difundido por doquier (en España por Alianza Editorial); la primera ha sido publicada recientemente por Alba y nos permite por tanto la comparación. Se comprueba así que las modificaciones no fueron excesivas: en la segunda versión, el escritor condensa dos capítulos (X y XI en uno) dejando los catorce originales en trece, suprime los prolijos subtítulos explicativos de cada capítulo y, en general, procura sintetizar la delirante odisea de Goliadkin en la segunda parte de la obra. Aunque la edición de Alba defiende la mayor coherencia de su versión, en general ambas se complementan bien, aunque la segunda añade un innecesario párrafo final explicativo. Y en ambas, por supuesto, sobrevive la alucinatoria parte final de la odisea de un Goliadkin que pierde definitivamente el norte y cuya triste caída acabará produciéndose, a modo de espejo, en su segunda estancia en la casa señorial donde sufrió la primera humillación. Sirva el memorable capítulo final, que deja bien claro que transcurre ante todo en la cabeza del protagonista, como mejor ejemplo de las magníficas virtudes de esta novela.

El doble. Traducción de Juan López-Morillas. Alianza Editorial, 1985.

El doble. Traducción de Alejandro Ariel González. Alba, 2024

Título original: Dvoinik (1846 y 1866).

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About Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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