Escorpio: Hamlet en Marvel

df1048De entre todas las colecciones de grupos de Marvel, Los Defensores nunca fue gran cosa. Sus responsables quisieron personalizarla señalando que los integrantes del equipo en realidad no querían formar ningún equipo: que eran solitarios que solo por azar cruzaban sus caminos y marchaban juntos mientras tenían que detener las aviesas intenciones de algún enemigo. No eran un grupo: eran un no-grupo. Una pequeña falacia que solo hubiera tenido sentido si la colección apenas se hubiera extendido por un puñado de números… pero superó largamente la centena. Aunque por ella pasaron nombres importantes (Steve Gerber, Steve Englehart, Sal Buscema…), en general no hicieron sus mejores trabajos en sus páginas. Y sin embargo, en ellas se encierra uno de los trabajos más admirablemente densos de las dos primeras décadas de la Casa de las Ideas, una pequeña saga que se conoce bajo el título de «¿Quién recuerda a Escorpio?». Una saga que, en principio, no prometía gran cosa tampoco. El guionista que la firmó, David Kraft, no ofreció, en lo que yo sé, nada a la misma altura, de tal modo que también podemos calificarlo como un escritor mediano. El villano que da título a la aventura había aparecido un par de veces en otras series y había sido olvidado: era un villano del montón. Y sin embargo, los inesperados rasgos que singularizan la saga la convierten en una de las historias más memorables de Marvel. Una historia además dotada de una admirable modestia. No hay la menor pretenciosidad en ella y sin embargo, con Escorpio, Marvel propuso un misterioso avatar de nada menos que Hamlet, un villano con problemas de identidad, atormentado por el fracaso al que parece conducirse toda su existencia y porque el tiempo se le echa encima sin que haya tenido ocasión aún de demostrar no ya que es alguien sino que tiene derecho a la plenitud y a la felicidad, una ambición inesperada para lo que a priori suelen perseguir los villanos del género.

Los Defensores había surgido a principios de los años setenta casi por accidente. Su creador fue Roy Thomas, el hombre al que se suele considerar el delfín de Stan Lee, un joven fan que tuvo la suerte de estar en el momento adecuado, cuando The Man necesitaba a alguien en quien descargar el trabajo que ya se le acumulaba y que fuera lo suficientemente modesto como para seguir sus directrices y remedar fielmente sus fórmulas narrativas. Con objeto de concluir una aventura que había iniciado en una colección que había cerrado inesperadamente (la colección era espléndida, eso sí: Doctor Strange), Thomas la continuó en las páginas de otras dos protagonizadas por grandes solitarios de Marvel como era el mismo Stephen Extraño, el Increíble Hulk y Namor, el Hombre Submarino. Tiempo después, Thomas volvió a unir las trayectorias de estos tres ahora bajo una cabecera titulada The Defenders. Tras un breve tanteo, la colección arrancó en agosto de 1972 y hasta enero de 1989 alcanzaría 139 números más algunos especiales.

Los Defensores, por su primer dibujante, Sal Buscema

Lo más significativo de la serie se encuentra en sus primeros cincuenta números (la conclusión de la saga de Escorpio coincide con este número redondo). En ellos se creó la situación base de la misma. Pese a las proclamas de tratarse de un grupo sin vínculos grupales, contaron con un líder nato, el Doctor Extraño, cuya casa-santuario situada en el corazón del entonces bohemio barrio de Greenwich Village serviría de cuartel general a Los Defensores. Aunque los personajes invitados entraban y salían, tres héroes se mantuvieron durante mucho tiempo en la alineación principal al lado del Señor de las Artes Ocultas. El primero fue Hulk (para los más viejos lectores de Vértice, La Masa), elección que para mí siempre fue un error porque la naturaleza inestable del coloso esmeralda —por entonces era un bruto de inteligencia primordial que emergía del interior del doctor Bruce Banner en momentos de conmoción para este y se dedicaba a poca cosa más que a combatir y combatir— no encajaba bien en una colección grupal, que implica tiempos muertos en los que un ser como él solo podría provocar momentos embarazosos. Por su naturaleza, Hulk era aún más solitario que Extraño y que Namor (que rara vez volvió a aparecer por Los Defensores, por cierto), más incapaz de actuar en equipo.

La Valquiria, con su mechon tapandole medio rostro, por S. BuscemaLos otros dos miembros recibieron su carta de naturaleza en la serie. Primero fue la Valquiria, una joven guerrera que había nacido, adulta, en el cuerpo de una muchacha caída en la locura por sus enredos con un culto demoniaco. La Valquiria —de sugestiva caracterización gráfica: una trenza rubia que le tapaba medio rostro, un caballo alado y una espada—, por esa incompletitud de su ser más íntimo, poseía un interés dramático en el que apenas se profundizó, lo cual es otro indicador de la medianía de la serie. El segundo es Halcón Nocturno, un villano de tres al cuarto en sus primeras apariciones (en tebeos como Los Vengadores o Daredevil) que aquí fue pasado a las filas de los buenos. En realidad se trataba de Kyle Richmond, un millonario en busca de emociones fuertes que acababa por encontrar su lugar entre Los Defensores: un héroe que odia la soledad y que quiere encontrar refugio en el gregarismo de sus compañeros. El hombre ideal para ser el pegamento que necesitaban aquellos, si bien el personaje siempre resultó demasiado mediocre, demasiado poco carismático para el propósito. Y sin embargo, irónicamente, tal vez por ello no había otro mejor para semejante y poco lucido papel.

Por la serie habían pasado ante todo dos guionistas de renombre. El primero, Steve Englehart, no dejó más recuerdo que el de utilizar los dos títulos de grupos que escribía, este y The Avengers, para proponer un famoso cruce entre ambos: una larga aventura que avanzaba saltando de uno a otro, lo que en la época resultó el colmo de la originalidad, por más que este crossover, en la revisión, resulte más entrañable que conseguido. El segundo, Steve Gerber, es un hombre al que el tiempo ha convertido en un autor de culto, por su evidente (a veces, excesivamente evidente) propósito de resultar diferente, lo cual lo llevó a crear personajes tan pintorescos como el Pato Howard o a concentrarse en el guion de seres tan radicalmente singulares como el Hombre Cosa, la versión marvelita de la mítica Cosa del Pantano de DC. Ahora bien, los planteamientos de Gerber, sobre el papel repletos de un sabroso sentido de lo malsano, por desgracia rara vez cristalizaron en guiones dotados de la necesaria coherencia (tampoco les acompañó un dibujante dotado del sentido del delirio que requerían: el gran Sal Buscema tenía otros registros).

Edicion en Vertice de Los Defensores, con el inicio de la etapa de Gerry ConwayPor todo ello, los primeros años de The Defenders son discretos. Entretenidos pero discretos (aunque, repito, comparado con los siguientes, sepan a gloria). Gerry Conway, otro joven guionista —todos los sucesores de Stan Lee estuvieron reclutados, por lo general, entre muchachos de veintipocos años llenos de pasión y de ganas de llamar la atención—, sustituyó brevemente a Gerber y varió el planteamiento de la serie al hacer que su alma mater, el Doctor Extraño, decidiera retirarse por un tiempo de la primera línea, obligando al grupo (al no-grupo) a replantearse su existencia, sobre todo porque perdía su cuartel general. Nos encontramos ya en la antesala de la saga de Escorpio.

Halcón Nocturno, claro, no puede permitir que el grupo no sobreviva a su líder, porque él no es nada sin Los Defensores (en una de las mejores aventuras propuestas por Gerber había tenido que sufrir la conmoción de descubrir que los villanos de turno, un grupo racista llamado los Hijos de la Serpiente, han sido financiados con su propio dinero: su desaprensivo hombre de confianza, ignorante de la doble personalidad de su jefe, ha decidido que ese joven millonario que nunca pisa el despacho de sus empresas solo quiere que el dinero fluya a sus bolsillos sin problemas, y no piensa que pueda tener problemas de conciencia ante el método: capitalismo salvaje en los cómics, sí). Y proporciona una nueva base, una academia de equitación situada en las afueras de Nueva York. En ese momento, el grupo se reduce a él y a la Valquiria (otra que no tiene a dónde ir porque nació con Los Defensores), con la siempre esquiva presencia de Hulk y un nuevo «fichaje», el de la Gata Infernal, un personaje todavía de poco recorrido que a esas alturas estaba todavía a la búsqueda de su lugar en el sol marvelita. Dicho de otro modo: a la altura del inicio de la saga de Escorpio, Los Defensores son un grupo cuyo futuro parece inexistente, un primer hallazgo dramático a la hora de caracterizar el enfrentamiento entre ellos y ese villano con todas las dudas del mundo sobre su destino.

Es posible que Conway tuviera inicialmente la intención de estar más tiempo, pero acababa de ser nombrado director editorial (el puesto que había ocupado Stan Lee durante décadas) y ya había tenido que dejar los diálogos de sus dos últimos números en manos de dos jóvenes escritores, David Anthony Kraft (acreditado aquí como David Kraft) y Roger Slifer. A ellos les cedió los bártulos del guion a partir de The Defenders 46 (abril de 1977), si bien Slifer solo permanecería un par de episodios, de tal modo que a Kraft se debe el núcleo de la saga de Escorpio. El dibujo estaría a cargo de otra joven promesa, Keith Giffen, en el que fue su primer trabajo importante, ya espléndido.

Una de las miticas paginas de apertura de Steranko, con la primera aparicion de EscorpioLa saga abarca desde los números 46 al 50. Son cinco episodios tan solo, de los cuales los realmente inolvidables son los tres últimos, los que escribió Kraft en solitario. El antagonista que le da título apenas había aparecido un par de veces, y se le mencionaba en otra. Curiosamente, su creador oficial había sido el genial Jim Steranko, en el número inaugural de la serie Nick Fury, agent of SHIELD (junio de 1968), un lanzamiento estelar para la época que se basaba en la enorme expectación que por entonces concitaba este artista, uno de los primeros autores completos de la Casa (es decir, que firmara expresamente los dos cometidos de dibujo y guion). Steranko lo concibió como un personaje-enigma, y de hecho el episodio de su presentación se llama precisamente «¿Quién es Escorpio?». En él, Escorpio intenta matar a Furia, alegando una venganza cuyo motivo no se explica, con la ayuda de un objeto con forma de ankh egipcio y considerables poderes, la Llave del Zodiaco. En este primer intento fracasa y parece morir, para regresar en el número 5 de la serie, también titulado con forma de pregunta: «¿Qué pasó con Escorpio?». Furia lo desenmascara en el final del nuevo enfrentamiento antes de que «muera» again: angustiado, el director de SHIELD lo reconoce, mas esta información no se le dará al lector.

No sabemos si Steranko tenía más planes para el personaje (ese Nick Fury 5 sería su despedida de la serie) pero otros lo harían por él. Roy Thomas, en Los Vengadores 72 (enero de 1970) se inventaba a un supergrupo de villanos llamado justamente el Zodiaco, y hacía que Escorpio fuera uno de sus miembros, para revelar al final de la aventura que no es sino el mismo Nick Furia, que se ha infiltrado en la banda para desmantelarla desde dentro. Y ahora es cuando se nos cuenta quién era el asesino al que desenmascaró: era nada menos que su hermano menor Jake. Ya no hubo más referencias a este Jake Furia, pese a que el Zodiaco aparecería en más aventuras de Los Vengadores y otro Escorpio militaría en sus filas. Kraft tomó ese punto de partida, recuperando al Escorpio original. La aventura que pergeñó, en principio, era sencilla. Esto es, el villano intenta reconstruir el Zodiaco, para lo cual necesita dinero, que decide conseguir secuestrando a un Kyle Richmond del que ignora que es Halcón Nocturno. Esto es lo que conducirá al enfrentamiento con Los Defensores.

Ahora bien, este Escorpio adquiere una relevancia dramática que nadie habría podido sospechar a la vista de los referentes. En primer lugar, es un individuo aquejado de un agudo complejo existencial, que mientras intenta llevar a cabo su designio principal se deja arrastrar por toda una serie de reflexiones sobre el tiempo y la decadencia, sobre el destino y la muerte, dejando adivinar a un hombre que sabe que, en el fondo, hace tiempo que ha emprendido un viaje hacia el lugar de donde no se vuelve. ¿No es lógico, si tenemos en cuenta que en sus dos únicas apariciones anteriores siempre se le había dado por muerto? ¿Y acaso no lo está? ¿Acaso Jake Furia no es un espectro de quien nadie se acuerda y que a nadie importa?

Imposible un momento mas hamletiano que el de esta vineta

Nunca hasta entonces se había subrayado tanto el peso de la edad en un personaje marvelita: Escorpio exclama varias veces que tiene cincuenta y dos años, como un lastre irreparable que incrementa su sensación de fracaso tras una vida entera de estar a la sombra de otros (por ejemplo, su hermano Furia) con la sensación de no ser nadie. Todas estas reflexiones (que poseen un indiscutible regusto shakesperiano), por cierto, las verbaliza no solo a sí mismo sino a quien tiene a mano: a Kyle Richmond, al que secuestra; a Jack Norriss, un civil enamorado sin esperanza de la Valquiria (es decir, del cuerpo que esta ahora posee); pero sobre todo al mismo Nick Furia. Para desconcierto del lector, este se comporta insólitamente como un muñeco a las órdenes de Escorpio, como un mero sicario que cumple sin chistar todas sus órdenes aunque no esté de acuerdo con ellas y, en su papel de hermano mayor, intente arrastrarlo por la senda de la sensatez.

A la vez, Los Defensores se pasean por las páginas de su colección como si fueran unos intrusos, unos fantasmas que parecen preguntarse todo el tiempo, como el mismo Escorpio, si poseen algún futuro, hasta tal punto ha quedado reducido el grupo a la nada. Kraft les añade un refuerzo, por cierto que otro héroe no menos solitario y misterioso, el Caballero Luna, un personaje que por entonces había aparecido pocas veces en Marvel y del que, por tanto, pocas cosas se habían contado.

El Caballero Luna en Los Defensores, por Keith GiffenEl Caballero Luna es el más memorable de los Defensores que aparecen en la aventura, quizá porque Kraft, sobre personaje todavía tan virgen, intenta construir una especie de reverso positivo de Escorpio, alguien todavía puro y virginal, no envilecido ni por el tiempo ni por la derrota. El Caballero Luna protagoniza además una memorable fuga de un depósito hermético que se va llenando de agua, dentro del cual el implacable villano lo abandona a su suerte. Y no se explicará hasta concluida la saga cómo se liberó, si bien la última viñeta de Giffen ofrece una pista: el héroe del traje marfileño abre la lata de cerveza que Escorpio le ha lanzado. Una forma de despedirse con elegancia, señala admirativo Escorpio. En realidad, le ha dado la llave de su supervivencia: el Caballero vaciará la lata y racionará el oxígeno que queda dentro esperando que el depósito vuelva a abrirse automáticamente. (Mejor que nadie intente repetir el truco en la vida real, eso sí).

El desconcertante papel de Furia tendrá una explicación tal vez obvia pero muy sugerente. Se trata de uno de los simulacros robóticos del director de SHIELD, una argucia mecánica ideada en las páginas de su serie que a mí siempre me había parecido una tontería efectista pero que aquí resulta inesperadamente sugerente. Que Escorpio asuma las trazas de un personaje shakesperiano compartiendo sus mejores diálogos con un ser artificial y sin voluntad es una inmejorable metáfora: la grandeza trágica de aquel es una grandeza abortada. Y otra feliz idea de Kraft es que ese Zodiaco que Escorpio quiere resucitar sea igualmente un conjunto de seres artificiales, como si ese villano que teme no ser nadie solo pudiera estar en compañía de quienes tienen aún menos sustancia real que él.

El Zodiaco, una creación de Escorpio

El patetismo que desprende el personaje alcanza cotas insoportables en el número final de la saga en que, mientras a su alrededor se desarrolla la batalla final, él renuncia a participar en ella, lamentándose por la triste suerte de los miembros del Zodiaco más cercanos a él: su amada Virgo o su amigo Piscis, con quienes ya nunca podrá compartir caricias ni conversaciones íntimas. Ahora bien, en una segunda lectura uno advierte que, siendo esos seres una recreación completamente nueva, ese amor y esa amistad solo existen en la mente paranoica de su creador. Un creador incompetente: la mayor parte del Zodiaco no supera el trance del nacimiento porque las máquinas de Escorpio que han de darles vida no terminan de funcionar correctamente.

Impresionante primer plano de Hulk en Defenders 50Los dibujos de Keith Giffen otorgan a los escenarios y a los personajes un revestimiento de hosco laconismo. Los héroes diríase que son caparazones inhumanos, vestidos de trajes brillantes pero sin corazón, al menos sin el corazón y la humanidad que sí revela el hombre cuya sombra persiguen. Pocas veces Hulk ha parecido más un monstruo que en su salvaje paseo por esta aventura (el primer plano de la splash page de TD 50 es tremendo), la Valquiria un ser tan incomprensible o Halcón Nocturno tan patético proyecto de héroe. Por ello, el final de la saga no podrá ser sino el que es. Un final de una dureza impensable en un supuesto tebeo para adolescentes, pues consiste en el suicidio de Escorpio una vez que descubre que el renacimiento de su Zodiaco es su enésima derrota, la más insoportable por las connotaciones que posee. Para ello, Escorpio le pide al único ser que de verdad lo ha querido, su falso hermano Furia, que le entregue su arma, y este lo hace porque no puede resistirse a su obediencia programada.

Nunca me ha dolido tanto la muerte de un villano, nunca un deceso ha impregnado las páginas de la habitación donde lo leemos de semejante tristeza. Una tristeza nada ostentosa —como la que rodea, inevitablemente, las otras muertes, mucho más famosas, de personajes de la Casa como Gwen Stacy o Jean Grey—, sino íntima y elegíaca, a la medida de este lamentable perdedor que tanta huella deja en nuestro corazón. Una tristeza que se empeña en perseguirnos a través de los pliegues de la memoria, diciéndonos más cosas en la edad adulta que en los días de la infancia en que la leímos, cuando pensamos con cierto fastidio que, en otra colección y con otros autores, habría recibido los honores de una supersaga. En cambio, en Los Defensores, el número 50 es un episodio normal, con las mismas páginas que los anteriores y sin el menor extra. Qué mejor símbolo de esa modestia que recorre la saga.

A Los Defensores le quedaba todavía mucha vida por delante, pero esta se desarrollaría sin dejar especial recuerdo. El mismo Kraft permanecería al frente de la colección hasta su número 68, pero todos los posteriores a esta saga son perfectamente olvidables. Pero qué importa si al menos por una vez supo darnos este acierto perdurable, supo dar vida (y sobre todo, palabras) al más extraño avatar de Hamlet que han recorrido las páginas de un tebeo de superhéroes.

Soberbia splash page de The Defenders 50, por el gran Keith Giffen

Avatar de Desconocido

About Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
Esta entrada fue publicada en Superhéroes Marvel y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario