La saga del teniente Blueberry

El personaje             Los episodios

El Far West de Blueberry

He referido en un artículo anterior de este blog las razones de la pasión que despierta en mí el inmortal personaje del teniente Mike S. Blueberry, obra magna de una irrepetible pareja artística, la que formaron el guionista Jean Michel Charlier y el dibujante Jean Giraud, este último conocido también por el seudónimo de Moebius. En este que ahora comienza voy a recorrer con más detalle la serie a través de sus diferentes ciclos y álbumes. Debe recordarse que el trabajo del tándem se extendió por espacio de 23 historias, publicadas casi todas ellas por entregas en revistas semanales como Pilote y después en álbum a cargo de la editorial Dargaud. La colaboración se cerró solo por la muerte prematura de Charlier. Giraud concluiría como autor total su última historia y luego mantendría esta plenitud de funciones por espacio de unos cuantos títulos más, hasta dejar al personaje en otras manos. El ciclo canónico —desde el Canon de Conan, o sea, los relatos de Sherlock Holmes obra exclusiva de su creador Arthur Conan Doyle, el segundo nombre de este autor escocés se utiliza para distinguir la obra original de sus apócrifos cuando ambas han dado origen a varias series— se reduce por ende a esos 23 álbumes, realizados entre 1963 y 1990, veintisiete años a lo largo de los cuales aquel pasó por todos los estadios habituales. Es decir, una primera etapa que comienza con cierto esquematismo y que va creciendo de episodio en episodio pero que todavía espera su madurez, una época de plenitud que es la que justifica el prestigio, incluso el mito, alcanzado por la serie y una parte final que comienza a dar señales de agotamiento a medida que sigue sumando títulos pero que sigue sosteniéndose por el interés de sus elementos y el cariño que uno siente hacia los personajes.

Cuando Charlier decide crear una serie ambientada en el Far West no da un salto en el vacío. La gran referencia es Jerry Spring, obra de Joseph Gillain, alias Jijé, uno de los grandes nombres del cómic franco-belga, que había visto la luz diez años antes. Es por ello que decide proponerle la parte gráfica de su nuevo proyecto, pero Jijé declina la oferta y a cambio le sugiere que cuente con un joven prometedor que lleva un tiempo rondando por su estudio, Jean Giraud. El guionista tiene treinta y nueve años y una considerable experiencia en el medio; el dibujante, veinticinco. Por cierto que este va a firmar su trabajo como Gir (así figurará siempre en las portadas de los álbumes).

Fort Navajo, la primera aventura de BlueberryLa serie debutó en el número 210 de Pilote (31 de octubre de 1963), inicialmente bajo el título de Fort Navajo, por cuanto en un primer momento sus autores solo tienen claro que quieren contar la vida cotidiana en un establecimiento militar de la Frontera como tantos que conocen de las películas (en el otro artículo me detengo con detalle en la inspiración cinematográfica de cada ciclo). En sus primeras planchas se conocen los dos personajes que parecen destinados a ser sus protagonistas, si bien lo hacen de un modo que indica ya cuál de los dos será el carácter dominante de la serie: el teniente Graig, el militar de buena cuna, sorprende al plebeyo Blueberry enredado en una pelea tabernaria como consecuencia de una accidentada partida de póker. Enseguida, en pleno viaje al fuerte al que ambos llegan como nuevos oficiales, comienza la trama que se desarrollará en este primer ciclo, que suele ser conocido como el primer ciclo de las Guerras Indias: el estallido del conflicto entre militares e indios por causa de conflictos que promueven los exaltados de ambas partes.

Charlier utiliza como punto de partida un suceso histórico auténtico: el ignominioso trato que el famoso jefe apache Cochise recibió por parte de un teniente llamado Bascom en el curso de una conferencia teóricamente de paz; Bascom también será el nombre del militar racista que desencadena el conflicto. Este ya es un ejemplo de cómo el guionista reelabora la Historia a su conveniencia: el incidente real tuvo lugar en 1861 y la acción de Fort Navajo comienza justo al finalizar la Guerra de Secesión, como indica la lectura por parte del superior de Blueberry del historial de su nuevo subordinado, que llega con fama, precisamente, de insubordinado y con un origen en el Sur, de donde pasó al Norte, durante la guerra, según alega al enfrentarse con sus padres por su antiesclavismo. (Sin embargo, en La juventud de Blueberry —el spin-off creado cinco años después por el mismo tándem artístico para contar el pasado de su personaje durante dicho conflicto civil—, al contar su origen como hijo de un plantador acomodado, curiosamente, el todavía Mike Donovan no parecerá mostrar mucha incomodidad por tener esclavos y darles buenos correctivos).

Las cinco aventuras que la pareja dedica a contar este ciclo, publicada a ritmo frenético en el curso de dos años y medio, darán origen a su vez a cinco álbumes: Fort Navajo, Tormenta en el Oeste, Águila Solitaria, El jinete perdido y La pista de los navajos.

Blueberry y McClure en la portada de La pista de los navajosLa intriga de este primer ciclo, en términos dramáticos, es sin duda simple. Muy pronto se olvida el desarrollo paralelo entre los dos jóvenes tenientes: Graig es demasiado insulso y no da para más. Más enjundia posee el dibujo de los indios, por cuanto aquí Charlier ofrece una panoplia de lo más diversa: el noble Cochise, emblema del guerrero maduro y por ello sabio que conoce lo indeseable que es la guerra; el rabioso Quanah, doble especular de los militares como Bascom, capaz de ser tan traicionero como sus más odiados antagonistas; o el torturado Crowe, teniente mestizo al que no acepta plenamente ninguno de sus dos pueblos y que dará su vida intentando inútilmente evitar el conflicto. En El jinete perdido el guionista crea para unas pocas páginas a un pintoresco buscador de oro, Jimmy McClure, al necesitar a alguien con buen conocimiento del territorio indio. Giraud le coge cariño y fuerza al primero a mantenerlo en la serie.

Debe señalarse, eso sí, que los dos últimos episodios poseen una fuerza muy superior a la de los tres primeros, en buena medida por la considerable mejora del dibujo. Tal vez la razón se encuentre en el abandono momentáneo de Giraud en El jinete perdido por un par de meses. Fue sustituido por su maestro Jijé y parece probable que al ver la facilidad con que este había hecho que nadie notara el cambio (pero él sí advirtió las virtudes narrativas y compositivas de esas páginas) el joven dibujante encontrara el estímulo necesario para dar un paso adelante. Sea como fuere, Blueberry comienza a alcanzar el vigor narrativo y la fuerza visual que será su gran atractivo, especialmente en el quinto episodio, La pista de los navajos, que de modo muy simbólico transcurre en tierras mexicanas (a donde volverá la serie para dar pie a varios de sus mejores episodios) y permite a Gir dar rienda suelta a ese descarnado realismo que ya no le abandonará. Las peripecias en el áspero paisaje minero donde transcurre la parte final del episodio están ya a la altura del mejor Giraud. Por otra parte, queda definida para siempre una de las características centrales del protagonista: su innato sentido de la justicia hacia los oprimidos y su empatía para con los indios, entre quienes acabará cobrando un notable ascendiente. Ellos le darán el sobrenombre de Nariz Rota.

El hombre de la estrella de plata, sexto album de BlueberryLa pareja toma fuelle antes de retomar el conflicto indio con un episodio intermedio (autoconclusivo, diríamos hoy), El hombre de la estrella de plata, en que se permiten hacer que Blueberry juegue, en misión especial, otro rol mítico del género, el de marshal o sheriff encargado de imponer el orden en el clásico pueblo sin ley dominado por un potentado sin escrúpulos y su círculo de sicarios. Se trata de una aventura muy agradable, que condensa en pocas páginas una buena cantidad de incidencias y elementos directamente extraídos del western más clásico, con Hawks y Río Bravo a la cabeza de las referencias: no faltan las fuerzas vivas del pueblo, temerosas tanto de permitir los desmanes del cacique como de dar demasiada cuerda a su liberador, ni la chica enérgica que supone una breve tentación sentimental para el héroe (miss Marsh, la maestra del pueblo).

Los siguientes episodios, publicados entre finales de 1966 y finales de 1968, conforman el segundo ciclo de las Guerras Indias, si bien en este caso el hilo conductor es el tendido del ferrocarril que unió las dos costas por parte de dos compañías ferroviarias que arrancaron cada una desde un punto opuesto del país, emprendiendo una carrera que les asegurara la mayor parte de vía construida y por ende de beneficios futuros. Blueberry es enviado por el ejército para ayudar a una de las dos, la Union Pacific (la «buena»: Cecil B. DeMille así lo había sancionado en su película homónima de 1939 que Charlier tomó como referencia), a resolver los múltiples incidentes que la retrasan y que están motivados por gente infiltrada por su competidora en su propio campamento. Esto permite la aparición del primer villano llamativo (aunque de un modo más bien superficial) de la serie, Jethro Steelfingers, distinguido, como indica su nombre, por una mano de acero cuya dureza Blueberry no tarda en descubrir. La construcción además está atravesando el territorio indio, y precisamente este será el elemento hacia el que se acabe deslizando la trama, haciendo aparecer a varios guerreros míticos para los chavales que jugábamos a indios y cow-boys como Toro Sentado o Nube Roja

Blueberry y el ferrocarril

En este caso, los álbumes serán cuatro: El caballo de hierro (título a su vez de un clásico del cine mudo dirigido por el sempiterno John Ford), El hombre del puño de acero, La pista de los sioux y El general «Cabellos Rubios».

Como indica Julián Zabategui en el excelente artículo1 que dedicó a la serie en la añorada publicación Yellow Kid. Estudios de la historieta, este nuevo ciclo de guerras indias es en buena medida un remake del primero, solo que muy superior, al recoger en grado sumo la evolución experimentada por el tándem artístico desde entonces. Ciertamente, a Charlier le queda todavía por dotar a sus historias de un mayor sentido de la concentración para evitar que la trama se disperse hacia diferentes puntos de fuga, y resulta un tanto repetitiva la estructura centrada en los esfuerzos de Blueberry por desbaratar los desmanes de los sicarios y evitar el estallido de un conflicto peor con los pieles rojas. De paso, Charlier empieza a poner en práctica el deporte favorito de todos los enemigos del protagonista: conseguir que parezca un traidor. En especial, el ciclo ya manifiesta el dominio de Giraud en su utilización dramática del medio natural, destacando el episodio final, con la impresionante marcha del ejército por el territorio nevado, que constituía un espacio inédito en la serie al que apenas se regresó. Quede para el recuerdo el fabuloso ataque al tren del segundo álbum, que hace sobrado honor a la ambientación ferroviaria de la saga.

El general Cabellos RubiosEl ciclo presenta importantes personajes secundarios de la saga. El primero es Red Neck, un empleado de la Union Pacific que enseguida se convierte en fiel camarada de Blueberry (quien se asegura su lealtad para toda la vida al salvarlo de una estampida de búfalos, elemento del género del que Charlier no se iba a privar), especialmente como compañero de fatigas de McClure, el cual, por supuesto, reaparece pocas páginas después. Otro es Guffie Palmer, la oronda directora de una compañía teatral itinerante que se gana al lector con apenas unas pocas viñetas y cuyo camino, en el futuro, se cruzará decisivamente con el del protagonista, a quien enseguida acoge con cariño maternal. Finalmente, aparece el ejemplo más acabado de militar racista y despiadado que encuentra en las guerras indias el sitio perfecto para conseguir la gloria que cree que se le ha negado siempre, Allister, apodado el general «Cabellos Rubios». Este era, por cierto, el apodo del mítico coronel Custer, evidente modelo del ficticio. Blueberry abortará sus planes, ganándose un enemigo mortal que regresará en el futuro.

Los diez álbumes se habían extendido a lo largo de seis años de intenso trabajo. El camino había sido laborioso pero el segundo ciclo indio dejaba la serie en un lugar muy alto. Solo faltaba un pequeño empujón para alcanzar la cúspide. Y ese empujón se lo daría el díptico que la pareja firmaría a continuación, con toda la razón del mundo considerado por doquier como su culminación. En concreto, el segundo de los dos episodios, que en mi infancia fue mi puerta de acceso directo a Blueberry, me parece una de las cotas más altas del cómic de todos los tiempos.

La mina del alemán perdido, inicio de la aventuraSe trata de La Mina del Alemán Perdido y El fantasma de las balas de oro. El arranque de la aventura muestra a Blueberry de nuevo como sheriff en un infecto villorrio llamado Palomito, donde ha sido destinado a instancias sin duda de «Cabellos Rubios», sin más compañía que la de McClure. En su momento no me sorprendió, pues no lo conocía, pero la lectura continua del ciclo hace que sorprenda la ausencia de Red Neck, inseparable en el resto de aventuras del viejo borrachuzo. Pero es una idea fundamental, pues es McClure quien da pie a la aventura, al dejarse enredar por un buscavidas alemán que afirma saber dónde se esconde un fabuloso tesoro y es especialista en enredar a incautos que le ayudan a financiar su expedición a algún rincón situado en los Montes de la Superstición (hoy sé que son reales, pero da igual: pocos enclaves geográficos poseen un nombre tan fabuloso) y de los cuales luego no se vuelve a saber nada. Este tipo se presenta como un prusiano de noble estirpe, Werner Amadeus von Luckner, pero todos lo conocen por el vulgar remoquete de Prosit. Será el villano más impresionante jamás creado por Charlier y Giraud: bajo su desmadejado, incluso degradado físico, se esconde una vileza sin igual, una completa falta de humanidad y unos recursos inesperados para sobrevivir en un tipo que, a simple vista, parece nacido para ser un mero comparsa. Es más, inquietantemente, los artistas acaban consiguiendo que, si no simpatía, el lector sí acabe sintiendo algo parecido a la comprensión con respecto a semejante sujeto y que en su particular match con el pistolero Wally Blount nos pongamos de parte del alemán.

Durante muchos años solo conocí la segunda parte de la peripecia, es decir, El fantasma propiamente. Es por ello que La Mina sigue pareciéndome un mero preámbulo que no es necesario conocer para disfrutar de su impresionante continuación. Pese a todo, es un álbum sobradamente excelente, en el que destaca la contraposición que muestra este sheriff con respecto al de El hombre de la estrella de plata, expresando bien entre líneas la amargura que, entre medias, ha desarrollado al encontrarse una y otra vez con que sus esfuerzos se tropiezan siempre con la mezquina oposición de quienes están por encima de él (e ignora que lo peor no ha llegado todavía). Los especialistas señalan que las páginas de Blueberry reflejan el desengaño propio de la época y creo que no andan desencaminados: el increíble nihilismo que exuda esta aventura acaba convirtiéndola en una alucinación metafísica. La fiebre del oro marca toda la trama, una fiebre que, como se ha indicado, también prende en McClure y le hace olvidar (aun dentro de un orden) la lealtad debida al amigo.

Inolvidable primera imagen del fantasma de las balas de oroLa alucinación encuentra su escenario perfecto en esa Mesa del Caballo Muerto donde acaban yendo a parar, por parejas, Prosit y Wally por un lado y Blueberry y McClure por otro, mientras una presencia borrosa pero muy real (la viñeta, en la página 24, que muestra por primera vez con detalle al fantasma me persiguió en sueños, lo juro) acecha a los dos malvados que pugnan por el oro. La desolación moral de esa pareja cuyas mutuas jugarretas despiertan una malsana fascinación en el lector se refleja en el infierno solar que es la Mesa, en esa sed mortal que dominará a Prosit a lo largo de toda la aventura. Nunca como aquí Blueberry tiene menos iniciativa: en los dos álbumes se limita a ir un paso por detrás de los otros tipos atrapados por la macabra quimera del oro. El guion de Charlier admira por su granítica perfección, y sin embargo los personajes sufren tantos vaivenes de fortuna que la estructura parece tener una libertad sin igual. El dibujo y la narración de Giraud se impregnan de una dureza mineral que parece dotar a las imágenes de una cualidad táctil: pareciera que si pasamos la mano por el dibujo de uno de esos espolones rocosos sentiremos su rugosidad. Y qué inolvidable es su página final…

El ciclo que llega a continuación mantiene esa altura. Se desarrolla por espacio de tres álbumes —Chihuahua Pearl, El hombre que valía 500.000 dólares y Balada por un ataúd— y la aventura puede etiquetarse, en su totalidad, bajo el título de El oro de la Confederación. El punto de partida es espléndido: Blueberry es reclutado para una misión consistente en entrar en México y contactar con el individuo que sabe dónde está la fabulosa cantidad de oro que Jefferson Smith, el presidente de los Estados Confederados del Sur, salvó de la confiscación y escondió en algún lugar esperando tiempos mejores para financiar una nueva insurrección. La empresa presenta considerables dificultades: del hombre que guarda actualmente el secreto se sabe que está en prisión y condenado a muerte pero se ignora su nombre y ubicación exacta; peor aún, la misión exige que Blueberry parezca haber sido expulsado ignominiosamente del ejército y así justificar su marcha al país vecino. Y si algo falla, es evidente que el teniente quedará abandonado a su suerte, pese a lo cual acepta. Sin más cobertura que el auxilio de Jimmy y Red Neck, Blueberry se dirige a Chihuahua, la población de donde procedía la información que ha desencadenado la empresa…

Chihuahua PearlEste es el arranque de una aventura absolutamente apasionante en la que Charlier y Giraud van a manejar un considerable número de personajes —algunos, viejos conocidos como los jayhackers o renegados sudistas que desde la derrota rondan la frontera convertidos en forajidos; otros, nuevos en la serie, de la que más de uno se convertirá en habitual— y por ende de intrigas paralelas, todas ellas unificadas por el mismo y devorador ensueño del díptico anterior: la fiebre del oro. Un oro que, por supuesto, acabará revelándose, como siempre, absolutamente quimérico pero que convoca una avalancha de sangre y violencia en verdad orgiástica, que por otro lado diríase consustancial a ese país, México, recreado por los artistas como una sucursal del infierno en la tierra, de donde la honradez parece desterrada y donde nadie puede permitirse quedar al margen pues allí o se abusa de los demás o uno se deja abusar. Ya lo he dicho en el otro artículo: la aventura está impregnada del aroma descarnado del spaghetti western en su vertiente ambientada en México y su emblemática Revolución, con su complacencia en la descripción de unos ambientes que contagian una degradación tanto física como moral, y con su alucinada galería de desperados, pillos, militares corruptos y buscavidas americanos que se consideran superiores allí por donde pasan.

Destaca, por supuesto, la entrada en escena de Chihuahua Pearl, la archideseable cantante de saloon que turba a todos los hombres del relato y a la que únicamente mueve, también, el oro: en su caso para poder alcanzar la vida desahogada que la saque del arroyo en que ha crecido y deje de depender únicamente de sus encantos (por cierto, que el personaje de Guffie permite comprender mejor a Chihuahua: el atractivo físico es efímero; el dinero, bien administrado, dura más). Por supuesto, Pearl jugará a varias bandas. Ella es quien conoce la identidad del hombre al que todos buscan, pero también mantiene segundas y terceras bazas, entre ellas al propio Blueberry que, por supuesto, cae en sus redes aunque enseguida advierte que para esa mujer él es un don nadie al que utilizar circunstancialmente (eso sí, inevitablemente la chispa prende entre esos dos seres tan atractivos).

Balada por un ataudPor cierto que el protagonista pisa por primera vez uno de estos horrendos penales situados en el desierto y aunque en este caso se infiltra voluntariamente para llegar a su hombre, supone un siniestro presagio de lo que le espera al final de este periplo. La aventura concluye con un número final, Balada para un ataúd, que se lee con la sensación de estar galopando, contagiados de la furiosa carrera que emprenden todos los implicados hacia la frontera con Estados Unidos, portando o persiguiendo el carro con ese ataúd del título que, en teoría, contiene el oro. Una conclusión genial para la que el tándem artístico no dudó en dedicar más páginas de las habituales. Es más, para la publicación en álbum, Charlier tuvo la estupenda idea de incluir una especie de artículo dedicado a contar la historia del protagonista como si este hubiera tenido existencia real, añadiéndose algún supuesto retrato (dibujado por Giraud, claro) junto con fotografías de la época, aunando realidad y ficción de modo especialmente sabroso.

Blueberry sale de su periplo mexicano acusado de haber robado el oro confederado, sin nadie que pueda o quiera testificar su inocencia y contar la verdad (que el botín había sido descubierto y utilizado mucho tiempo atrás pero a todos convino ocultarlo). Sentenciado por un consejo de guerra a treinta años de prisión, marcha al durísimo penal de Francesville (Alabama) y allí lo encontramos en la nueva aventura, Fuera de la ley, sometido al peor de los tratos por el alcaide, el cual, como todos, se niega a creer la verdad e intenta sonsacarle el escondite del botín: a la multitud de gente mezquina que hay en el mundo no le cabe en la cabeza que todos los demás no tengan las mismas motivaciones materiales que ellos.

El infernal Francisville, donde Blueberry es recluido

Desde su primera estancia en aquel purgatorio llamado Palomito se había ido intuyendo el descenso a los infiernos de Blueberry. Ahora está por fin en él. ¿Qué puede empeorar? Pues que se utilice su situación para convertirlo en la involuntaria pieza central de una conspiración para acabar con la vida del presidente Ulysses S. Grant, primero escoltando sin saberlo al asesino a sueldo contratado y después prestándose a ser, una vez más, el chivo expiatorio a quien atribuir tan horrible asesinato. Ese killer es otro de los villanos más recordados de la serie. Su aspecto delicado y casi femenino (esto incluso le permite disfrazarse de jovencita y burlar toda vigilancia), reflejado en su apodo, que da título al segundo episodio del díptico, Angel Face, contrasta con la negrura de su corazón: es un profesional al que nada importa salvo, precisamente, el deleite de saberse el mejor de su trabajo. En la conclusión, peleando mano a mano con Blueberry, su cabeza cae en el hogar de la estancia donde transcurre la pelea y las llamas prenden fuego a su rostro, dándole un aspecto deforme y monstruoso que hará que alma y rostro por fin se correspondan.

Los dos episodios de la aventura, conocida como el Complot de Grant, son seguramente los más negros, los más deprimentes del ciclo. Absolutamente solo (esta vez no tiene ni el consuelo, por precario que sea, de contar con McClure y Red Neck a su lado, que se separaron de él tras la aventura en México), superado por un plan cuya complejidad va descubriendo sobre la marcha, Blueberry parece un espectro irreal que aparece y desaparece por todo ese Durango donde se desarrolla la acción (con una concentración temporal de escasamente 24 horas). Aun así su honestidad le impide salir corriendo y dejar que los demás se las apañen: él ha de salvar a Grant aunque este, obcecado con su culpabilidad, se lo ponga muy mal. Al menos, alguien lo ayuda decisivamente. La luz en la oscuridad proviene de la mano de Guffie Palmer, personaje que aquí alcanza una memorable altura trágica. Su despedida de la existencia, haciendo que sea ella quien reciba la bala destinada al presidente, es inolvidable: en tiempos antiguos y mejores, cuando su figura era estilizada y su rostro era bello (ya lo he dicho: una pre-Chihuahua Pearl), el joven Grant estuvo a punto de dejarlo todo por ella. Ahora bien, Charlier resulta implacable: el presidente malinterpreta las débiles palabras con las que Guffie quería exonerar a Blueberry y considera probada la villanía del antiguo teniente. La orden es tajante: debe ser cazado como un perro. Y esa caza, cuyo capítulo tiene lugar a bordo de un tren, parece concluir con la muerte del sujeto más odiado, al explotar la locomotora en que huía.

Intento de magnicidio en Blueberry

Angel Face es un reflejo de los problemas que afectaban a cada uno de los dos creadores. En el caso de Charlier, sus problemas con la editora Dargaud (el episodio fue el primero publicado en un semanario distinto de Pilote; es más, el guionista, que se había ido a los Estados Unidos, dejó que el dibujante se las compusiera solo con la escritura de trece de las planchas centrales). En el de Giraud, esas nuevas inquietudes artísticas que acabarán con la emersión de Moebius y su colaboración con Métal Hurlant. Quizá porque todavía no sabe cómo controlar su escisión, las páginas de Angel Face reflejan el conflicto de un modo no deseado: en mi opinión, sin tener en cuenta los primeros episodios (en los cuales Giraud era todavía un artista por formar), esta aventura contiene los dibujos menos atractivos de todo la serie, en especial en sus páginas finales.

Ilustracion promocional de la nueva saga de Blueberry en Metal HurlantEra necesario, seguramente, un descanso. Blueberry estuvo detenida por espacio de tres años. El regreso se produciría con uno de los álbumes más bellos de la serie, Nariz Rota, sin duda aquel de todo el ciclo en que la combinación entre Giraud y Moebius es más llamativa: desde ese momento, el lector se habrá de habituar a la continua interferencia entre ambos. El nuevo arranque es magnífico. El tándem debe responder a la pregunta: ¿qué ha pasado con Blueberry? Y durante muchas páginas no se nos contesta directamente, centrándose la acción en un ardid puesto en práctica por los indios contra un puesto comercial cuyo responsable ha vendido alcohol adulterado a los pieles rojas: estos le harán beber un largo trago de su medicina. Una figura cuyo rostro permanece siempre en sombras dirige la hábil estrategia (en la que no es necesario disparar un solo tiro ni que muera nadie, salvo el inescrupuloso tratante, y por efecto de su propio brebaje). No puede ser otro, claro: es Blueberry. Un Blueberry en trance de renacimiento —este proceso de caída, muerte y resurrección me recuerda al que años después hará vivir el americano Frank Miller a su héroe Daredevil en la genial saga titulada Born Again— que ha buscado el refugio entre sus amigos, los apaches (aunque Charlier los llame ahora navajos) de Cochise, entre los que es llamado Tsi-na-pah, o sea, Nariz Rota en el idioma indio.

El nuevo arco argumental es denominado el tercer ciclo de las Guerras Indias. Además del álbum señalado, se extiende por otros dos: La larga marcha y La tribu fantasma. Una vez más, los blancos se empeñan en traicionar la palabra dada a los pieles rojas, pero ahora Blueberry es quien los guía, si bien su liderazgo es discutido por los guerreros más «puros» (los hay en todas las etnias), en concreto por el joven Vittorio, otro jefe extraído por Charlier de la historia real. Vittorio se las hará pasar canutas a Tsi-na-pah, mas el conflicto se resuelve de modo incoherentemente súbito, sometiéndose el indio al consejo del blanco por iluminación divina. Eso sí, el guionista aprende de sus previas sagas indias y otorga al argumento una concentración de la que las otras carecían: los tres álbumes giran en torno a la huida de los indios de Cochise al otro lado de la frontera, salvándose de ser cazados como animales gracias a los hábiles ardides de Tsi-na-pah, quien tiene como antagonista en el bando contrario nada menos que al mítico Wild Bill Hickok. Sin embargo, Hickock se ve eclipsado por un viejo explorador de cráneo escalpado, por lo que recibe el apodo de Eggskull, que no da un paso sin dos tremendos mastines, expertos en seguir el olor de los indios, que reciben los tremebundos nombres de Gog y Magog.

Nariz Rota, un album especialmente bello

El corazón de Blueberry vuelve a latir ante una mujer que no le es indiferente: Chini, la hija de Cochise, tan indomable como el padre. Ahora bien, tal vez temiendo atar definitivamente a su personaje a los indios y quitarle así autonomía, Charlier parece arrepentirse de este idilio tan sabroso y empareja a la muchacha con Vittorio, otra vez de modo precipitado e incoherente. Este es el mayor reproche que ha de hacerse a una aventura irreprochable en el aspecto narrativo y gráfico: que las peripecias tienen demasiados elementos incongruentes y el conflicto se desarrolla de modo muy atenuado. No es creíble que la influencia de Blueberry sea tanta que sus camaradas pieles rojas se comporten con los blancos como impecables caballeros a los que solo les falta beber una taza de té para demostrar sus magníficos modales.

El final del camino, ultimo album completo de Charlier y GiraudEn La larga marcha, Charlier había recuperado a McClure y a Red Neck (y también a Chihuahua Pearl, retirada de la escena por su compromiso con Stanton, un magnate del ferrocarril), los cuales, una vez más, se ponen por completo al servicio de su amigo y jefe pues ha llegado la hora de clarificar definitivamente su situación: de proceder a la Rehabilitación de Blueberry. Un primer problema: quizá porque los dos artistas son conscientes de que ya no tienen todo el tiempo del mundo (los numerosos trabajos de Moebius le exigen mucha dedicación), deciden sintetizar el proceso lo más posible. Si la síntesis hubiera estado resuelta con el talento y la consistencia que el planteamiento exigía no habría habido problema. Pero no es así. En dos apresuradas historias, La última carta y El final del camino, se consigue la aclaración y el perdón presidencial. Y no es suficiente.

Lo señalaba en mi artículo anterior: Charlier va a lo seguro y hace que cada uno de los dos episodios remita a un título o ciclo anterior, mas por ello queda al desnudo la mera mecánica del propósito, su falta de espontaneidad, la rigidez de su resultado. La última carta lleva de nuevo a los personajes a México en busca de las pruebas del destino del oro perdido. El final del camino narra otro intento de magnicidio sobre Grant, a cargo de los mismos conspiradores. En los dos casos la intriga se resuelve de modo apresurado, sin manejar bien los tiempos, creyendo que la mera reaparición de personajes del pasado basta para devolvernos la esencia de aquellos episodios. El episodio mexicano es el peor, con un vulgar lance de huida de prisión que intenta repetir otros previos de la serie y resulta más bien ridículo. El segundo álbum es mejor, quizá porque impresiona la reaparición de Angel Face con el rostro del fantasma de la ópera, y porque se revela la identidad del jefe de la conspiración, que no deja de ser lógica: el aspirante a dictador militar de América es el general Allister, es decir, «Cabellos Rubios», lo que explica el encono contra Blueberry, aquel soldaducho que le fastidió un primer intento de promoción personal a costa de los indios. En fin, el perdón presidencial es total, pero es que además el protagonista sale de su nueva aventura mexicana con lo que no había conseguido hasta ahora: una buena cantidad de dinero.

Arizona Love, final de etapa para BlueberryEn 1990, cuatro años después de la publicación de El final del camino, se publicaba el siguiente, Arizona Love (son los dos únicos episodios de la serie que vieron la luz directamente en álbum). La triste noticia es que Charlier había fallecido a mitad del mismo. A él le pertenece una veintena de páginas; el resto, las escribió el propio Giraud. Blueberry rapta a Chihuahua Pearl en el mismo altar donde va a conseguir atar por fin a un ricachón, a Stanton, un magnate del ferrocarril. El ex militar tiene el dinero, pero le falta la chica con la que iniciar su nueva vida como hombre libre. Ah, pero Chihuahua siente escalofríos ante su proyecto: ¡convertirse en granjeros! El álbum narra una doble confrontación: la de Blueberry y Chihuahua huyendo del marido burlado, que ha contratado una posse de tipos poco recomendables en su busca, y de ella para librarse de él (después de disfrutar al menos de un revolcón, que permite la aparición del primer desnudo en la serie) y huir con el dinero.

El resultado es un episodio amable, y ese adjetivo hay que convenir en que no le sienta bien a una serie como Blueberry. Cierto es que se disfruta de un dibujo que ya ha virado definitivamente a una línea clara y delicada, y que el ritmo no decae nunca, pero no basta. Pese a que en sus buenos tiempos una trama en la que reluce tanta pasión (y tanto odio por parte de Stanton) habría dado para un baño de sangre, estamos ante un episodio totalmente incruento, que incluso por momentos deriva hacia el vodevil. Hasta la resolución, que Charlier había previsto más dura (Chihuahua se escapaba de Blueberry con todo el dinero), fue suavizada por el dibujante (ahora, la muchacha se conmueve un tanto y le deja una parte). Uno echa de menos una buena borrachera, pero es que ni siquiera sale McClure…

Era el final, y al tiempo no lo era. Giraud completaría en solitario cinco álbumes más (hasta 2005) a la vez que La juventud de Blueberry se extendía hasta 2016 llegando a los 21 álbumes. No he leído ninguno a fecha de este artículo, pero supongo que acabaré haciéndolo al menos con los de ese genio llamado Giraud llamado Gir llamado Moebius. Por cierto que abro las guardas de cualquiera de los antiguos álbumes de Dargaud y me encuentro con el famoso dibujo panorámico del jinete que cabalga con un impresionante paraje rocoso a sus espaldas. Sabemos que ese dibujo se basa en una foto y que quien va a caballo es Mézières, el dibujante de Valerian y amigo de Giraud. Ahora, ¿quién me dice que quien monta con seguridad en dirección al lector no sea, desde el más allá de la historieta, el hombre que un buen día aceptó encomendar la serie del Oeste que tenía en mente a un jovenzuelo con el que habría levantando una de las grandes historias del cómic?

La famosa ilustracion de las guardas de Blueberry

1 Zabaltegui, J.: Blueberry: el western existencialista, en Yellow Kid. Estudios de la historieta nº 1 (2001), págs. 29-41

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About Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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